𝓡| 9. NEOCÓRTEX (II)
Se escuchaba la música ensordecedora desde el ascensor, como siempre que Adrián estaba fuera. Rebeca suspiró y se pasó la mano por la frente en un gesto de cansancio. Tenía que prepararse psicológicamente para entrar en casa y ver la jauría que habría montado Manu en su hora de soledad. ¿Qué vería? ¿Calcetines en el balcón? ¿Zapatos en el horno? ¿El mando de la consola en la nevera? Nunca había imaginación suficiente para adivinarlo; Manu solía superarse y no repetir sorpresas, un auténtico misterio.
Pulsó el botón del cuarto piso y el ascensor subió. La única manera de cerciorarse de que su escandaloso compañero de piso no destruía la casa entera era a través de la estricta supervisión de Adrián. Solo él conseguía ponerle límites, ya fuera dirigiéndole fulminantes miradas o amenazándole con mudarse a otra parte si no se comportaba como una persona decente. De esa manera, había logrado que Manu bajara la música, aunque no que la quitase. También disminuían los insultos que le lanzaba al televisor cuando jugaba a videojuegos y fregaba los platos inmediatamente después de comer y no cuatro días más tarde. No obstante, en cuanto Adrián ponía un pie fuera de casa, Manu se revelaba y retomaba sus malos hábitos.
Incontrolable.
A Rebeca le empezó a doler la cabeza nada más escuchar el martilleante ritmo del rap a un volumen perjudicial para cualquier oído. Abrió la puerta principal con una mueca y después tuvo que gritarle tres veces al caso perdido para que le escuchase.
—¡Manu, coño! ¡Baja la puta música, estás dejando sordo a todo el edificio!
El caradura lo hizo al instante. Era algo sospechoso que nunca la oyese llegar, técnicamente por culpa del ruido, pero que en cuanto Rebeca dejaba escapar la primera palabrota los sentidos de Manu se agudizasen de sopetón. Quizá empezaba a temerla. Bien. El miedo era un arma muy poderosa en la gran batalla por una convivencia digna.
—Perdón, no sabía que estabas aquí. —Puso una carita tierna y lastimera.
La primera semana, Rebeca había picado el anzuelo cual novata. Pensaba que Manu se arrepentía de verdad. Ella adoptaba una actitud comprensiva y le restaba importancia a todo. Después de catorce días con los tímpanos a punto de estallar, había comprendido que los ojitos de cordero de Manu solo eran una estrategia de despiste.
Echó un vistazo a su alrededor. Ni rastro de Adri o del invitado.
—¿Cómo lo vas a saber si debes de estar desarrollando una sordera irreparable por tener el altavoz al máximo? —espetó desde su habitación, dejando caer su bolso sobre la cama.
—El rap me ayuda a concentrarme.
—Lamento comunicarte que al resto del edificio nos produce el efecto contrario. —Se quitó los zapatos y se puso calzado de andar por casa, más cómodo—. Adrián dijo que no volvería a dar la cara por ti si venía a quejarse algún vecino. Yo tampoco voy a hacerlo.
Asomó el rostro por la puerta, mirándole con severidad. Manu esbozaba el semblante de un niño pequeño avergonzado por la reprimenda de su madre.
—Eres malvada.
Ella sonrió con una ceja enarcada.
—Solo con los que lo merecen.
Volvió a su habitación y rebuscó entre la ropa del armario un chandal. Mientras lo hacía, se preguntó dónde estaría Adrián. Haciendo crossfit, diría él. Y una mierda. No había ser humano capaz de hacer tanto ejercicio durante tres horas. El mentiroso de pacotilla se estaba tirando a Lucía en ese preciso instante... ¿Pero entonces dónde estaba Ruy? Con ellos no, desde luego.
Se metió en el baño y dio un respingo al verse en el espejo. Tenía el ceño fruncido como una bruja. Relajó la frente y se lavó las manos en la pila. Tanto trabajar con el pis de los demás la estaba volviendo extremadamente higiénica con sus manos. Le aterraba morderse las uñas y por alguna remota causalidad ingerir restos urinarios de desconocidos. ¡Qué asco!
Volvió a pensar en Adrián. A lo mejor no estaba follando con Lucía. A lo mejor estaban paseando por las calles de Madrid de la mano... ¡No! ¡Basta! Estaría con Ruy en alguna parte. Seguro. ¿Verdad?
—Oye, Manu... —gritó desde el lavabo mientras se secaba las manos con una toalla—. ¿Dónde están Ru...?
—La chaqueta ya estaba manchada, te lo juro y no me parece bien que enseguida me eches la culpa a mí de todo, ¡ya está bien, joder! —dijo el aludido de carrerilla, tropezándose con sus propias palabras—. Es que me he convertido en la excusa perfecta para todos los problemas. Algo va mal ¿y la culpa de quién es? ¡Mía, como no!
En su alegato de victimismo, Manu había entrado en el lavabo y a Rebeca casi le había dado un infarto porque iba a cambiarse de ropa allí. Un minuto más tarde y la hubiera encontrado en merluzas al viento.
—¿De qué me estás hablando? —Volvió a fruncir el ceño y luego abrió los ojos como platos—. ¿Qué le pasa a mi chaqueta? ¿Qué chaqueta es, por cierto?
Al otro le falto un segundo para comprender su error, cerrar la boca y mirarla con timidez.
—Yo no estoy hablando de nada, ¿de qué estás hablando tú?
—¡Pero si acabas de decir...!
—Yo no he dicho nada.
—¡Manu! ¿Y mi chaqueta?
—¿Qué chaqueta? —se encogió de hombros, indiferente—. Tú sabrás dónde pones tus cosas, nena, ¡a mí qué me cuentas!
Escapó del lavabo con esa cara más dura que el cemento demostrando lo orgulloso que se sentía de salir airado de aquella tremenda cagada. Rebeca echó un vistazo al salón. Era una leonera. Había ropa de Manu por todas partes, hecha una bola o doblada. Nunca en el armario, siempre en medio.
Justo en aquel instante se escucharon unas llaves girar en la cerradura. Adrián había regresado justo a tiempo para escuchar este maravilloso grito por parte de Rebeca:
—¡Dime dónde está mi chaqueta o tiro toda tu ropa por el balcón ahora mismo, Manu! —Sin darle tiempo a responder, empezó a recoger prendas del suelo y las agrupó entre sus brazos. Salió al balcón y las levantó en una amenaza—. ¡Voy a contar hasta tres!
—Buenas tardes —saludó Adrián anonadado.
Detrás de él iba Ruy. Tan pronto como entraron en el salón, el ambientador a sudor de macho se extendió insoportablemente por todo el pequeño apartamento. Así que sí que había ido a crossfit después de todo. Y se había llevado a un Ruy que ahora era un tomate andante. Tenía la cara roja del esfuerzo. Rebeca arrugó la nariz, pero no dijo nada. Estaba ardiendo de ira contra Manu.
—¡Acaba de caerse un calcetín, pedazo de psicópata! —El dueño de las pertenencias salió disparado detrás de ella—. ¿Tú sabes lo que me cuesta encontrar mi ropa en esta casa, nena? ¡Si la tiras a la calle se habrá perdido para siempre! ¡Jamás lo encontraré todo! ¡Joder, si no sé ni lo que tengo!
Ruy se rio y Adrián le dio un codazo.
—¡Uno!
—Bonita, cálmate que no te sienta bien el papel de loca.
—¡Dos!
—Rebe, guapa, piénsatelo...
—¡Y tr...!
—¡Se me ha caído tomate encima esta mañana! Lo siento, perdón, te juro que la lavo y te la devuelvo impecable, lo prometo. —Alargó las manos y se arrodilló en el suelo suplicante—. No tires nada, por favor. Estoy viendo una sudadera que me costó ochenta pavos, no seas cruel...
—¿Qué chaqueta era?
—Una cazadora vaquera. Estaba colgada en la silla de la cocina.
—¿Y cómo le ha caído tomate encima?
—Me la he puesto para salir a comprar, solo han sido quince minutos, es que me quedaba de lujo. He comprado una porción de pizza para merendar y se me ha caído un poco de queso y tomate. —Sorprendentemente se puso serio—. No deberías comprarte ropa de chico, ¿sabes? Y menos de mi talla. Ya sé que se ha puesto de moda la ropa oversize, pero, nena, así es fácil que me confunda y me ponga algo que no es mío...
Rebeca estiró más los brazos hacia la calle y Manu enmudeció. Aprendía rápido.
—Es cierto que es muy despistado —intervino Adrián, dejando caer la bolsa de deporte en medio del salón—, pero no en esto. Manu, a mí no me coges nunca la ropa.
—¡La última vez que lo hice me amenazaste con cortarme una mano!
—Porque si no es duro contigo sigues haciendo lo que te da la gana —señaló Ruy.
—Me rompiste la cremallera de los pantalones y tuve que llevarlos a arreglar. No puedo dejar que destroces mis cosas. —Adrián puso los ojos en blanco y miró con simpatía a Rebeca—. Sigue así, Rebe, tu método está siendo efectivo.
Ella fue plenamente consciente de que se le había escapado una enorme sonrisa estúpida tras escuchar su elogio.
Lucia.
L.U.C.I.A. No debía olvidar la condenada foto.
¿Por qué? ¿Qué clase de problema mental tenía para no ser capaz de odiar al mentiroso ese? Rápidamente se puso seria. Adrián pareció dolido, pero no dijo nada. Recogió su bolsa y se dispuso a encerrarse en su cuarto.
Rebeca se sintió culpable, bajó los brazos y Manu se le echó encima para recuperar sus pertenencias.
—Una cosa, Adrián...
Él se giró esperanzado. Fingía no estar tan afectado por el rechazo continuo de Rebeca de lo que en realidad lo estaba. Ella dudó. ¿Qué quería decirle? No lo sabía. Solo le había parecido mal dejarle ir con cara de pena.
—¿Qué me pongo esta noche? —preguntó finalmente.
Adrián no pareció comprender.
—¿Para qué?
—Para conocer a vuestros amigos...
Rebe se sintió de pronto idiota. La había invitado. Lo hizo el día anterior y ella había aceptado a pesar de que él creyese que no iba a hacerlo. ¿Acaso ahora estaba retirando la oferta?
—Pensaba que no querrías venir. —Un atisbo de sonrisa asomó en sus labios.
—Te dije que iría.
—Estaba seguro de que encontrarías una excusa de última hora. Hubiera jurado que aceptaste venir solo por llevarme la contraría.
Y así había sido, solo que ella no lo reconocería ni en mil años. Además, le apetecía mucho salir de fiesta.
—Sí que iré y me gustaría saber qué ponerme.
—Tú estás buena con cualquier cosa, Rebe —dijo Manu mientras recogía su ropa—. ¿Sabes qué te queda realmente bien? La faldita esa roja del lunes...
—Cuidado —le advirtió Ruy.
—Manu, cállate y deja de molestar —espetó Adrián.
Ocurrió algo insólito: Manu se calló y sonrió con picardía. Les miró a ambos, como si fuese capaz de comprender algo que ellos dos no, y luego se metió en su habitación. El altavoz con música rap seguía encendido en el salón. Ruy ignoró la forma de actuar tan infantil de Manu y apagó el reproductor de música.
—Vaya sablazo le has metido, tío —le dijo a Adrián.
—Es que no piensa cuando habla.
—Ya, ya, pero ha sonado bastante bruto.
Si no fuese porque Adrián salía con la mujer más sexy y despampanante de toda Madrid, Rebeca hubiera sospechado que él se sentía un poco celoso. Era bastante obvio que no le había gustado que su amigo hablase de lo buena que estaba o dejaba de estar ella con falda. Ruy no había sacado conclusiones tan precisas, pero se había dado cuenta de la excesiva hostilidad de Adri hacia Manu.
No obstante, nada en esta forma de actuar era nuevo. Es decir, Adri llevaba tonteando con Rebeca e insinuando su interés en ella desde que se conocieron. No es incompatible tener novia y sentir deseo por otra persona. Lo que sí es propio de un absoluto capullo egocéntrico es dedicarse a fomentar falsas ilusiones en otra chica, echando leña al fuego a diario y mintiendo descaradamente para conseguir todo lo que uno quiere: salir con una y tirarse también a otra a sus espaldas.
A Rebeca le había gustado ver a Adrián un poco celoso, pero desapareció su satisfacción en cuanto recordó a Lucía y a la condenada foto de su despacho.
—Bueno, ¿entonces qué me pongo?
—Lina es la única del grupo que se arregla como si fuese a exhibir su conjunto por la alfombra roja —respondió Adrián—. Los demás vamos bastante desarreglados. Ponte una camiseta de manga corta o algo parecido, en el bar hace calor, pero si al final llevas la falda que dice Manu... —A Rebeca le pareció que en los ojos de Adrián había brillado fugazmente la chispa del deseo. Él carraspeó—. Ponte medias que en la calle por la noche hace fresco.
Sin más que añadir, el chico se metió en su habitación y cerró la puerta.
—¿Por qué sonríes? —le preguntó Ruy.
—Yo no sonrío —mintió Rebeca.
👩🏽🔬🧡👮🏻♂️
Tardó más de lo esperado en ducharse porque, mientras dejaba que el agua le cayese por el cuerpo, había buscado su champú para cabello rizado entre el caos de botes de la balda y le había sorprendido descubrir que no quedaba ni una gota de producto en su interior. No hacía falta ni preguntarse quién debía ser el descarado que usaba sus cosas sin pedir permiso.
Era Manu, por si había dudas.
Se había visto dolorosamente forzada a utilizar el champú neutro de Adrián por ser el único disponible. Tras ducharse, se había entretenido casi media hora aplicando tratamientos faciales y capilares. Al final, unos golpes en la puerta le habían interrumpido su sesión de calma y cuidado personal.
—¿Qué? —espetó molesta.
—Llevas tres cuartos de hora en el baño. —Era la voz de Ruy—. Necesito entrar.
—Se está cagando —aclaró Manu.
—Tío, ¿eres tonto?
Rebeca se partió de risa y abrió la puerta del lavabo. Una nube de vaho salió al exterior, pero a Ruy le dio igual. Prácticamente la arrastró al pasillo, entró él en el baño y cerró de un portazo. Ella se quedó anonadada, cubierta solo por una toalla, descalza y con el pelo todavía húmedo.
—¡Ruy! ¡Mis cosas siguen dentro! —se quejó aporreando la puerta.
—Déjalo, Rebe, va a tardar muchísimo en salir de ahí y luego, cuando lo haga, tú no vas a querer entrar.
Manu estaba apoyado en la pared mirándola de la arriba a abajo sin titubear. ¿Para qué esconder que le gustaba lo que veía? No, Manu era de los que actuaba como un salvaje incapaz de controlar sus impulsos durante las veinticuatro horas del día. Sonreía como un idiota.
Rebeca se dio la vuelta, ignorándole. Al principio le molestaba que Manu hiciera eso, pero había llegado a un punto en el que ella al fin comprendía que su compañero de piso le hacía ojitos hasta a una tostadora. Era así de borrego. Ya no se sentía violentada, así que ponía los ojos en blanco y se marchaba suspirando.
—¿Entonces te vas a poner la falda que te he dicho?
Rebeca se dio la vuelta y le enseñó el dedo corazón.
—¡Qué maleducada! —Él se llevo la mano al pecho en un gesto dramático.
Rebeca abrió la boca para insultarle, pero se quedó con las ganas porque justo en ese instante su móvil empezó a sonar. Entró en su habitación, cerró con pestillo y descolgó la llamada. En la pantalla apareció el rostro cansado de Nuria. Llevaba un turbante enorme con orejas de ratoncito despejándole la frente. Estaba desmaquillada, en pijama, y sus ojeras eran notables.
—Hola, bebé —saludó con apatía—. El lunes tengo mi último examen de la carrera. Quiero tirarme por un barranco.
He ahí la explicación a su cara de muerta.
—¿Y cómo lo llevas? —preguntó Rebe apoyando el móvil en una pila de libros que había en su escritorio.
—Tengo las mismas probabilidades de sacar un cinco que un cero.
—Entiendo.
Mientras Nuria maldecía el día que decidió estudiar el Grado de Traducción e Interpretación, Rebeca seleccionó de su armario prendas adecuadas para salir esa noche. Se puso primero la ropa interior y luego se tapó con un batín de satén que estaba tan viejo y desgastado que daba lástima. Se sentó frente a la pantalla, sin interrumpir a su amiga, y se toqueteó el pelo mirándose en la cámara interna.
—¿Vas a salir esta noche? —preguntó Nuria.
—Sí.
—¿Qué te vas a poner?
Si no fuera porque era imposible, Rebeca hubiese jurado que las ojeras de Nuria habían desaparecido y sus mejillas estaban más coloridas. A su mejor amiga le revitalizaba hablar de ropa y maquillaje.
—He pensado en pantalones negros y mi blusa violeta de mangas anchas.
Nuria arrugó la nariz. No le convencía.
—Ponte el top negro de punto que tanto me gusta.
Las mejillas de Rebeca se tiñeron de rosa. Era una prenda muy sugerente. Se le ajustaba al cuerpo, marcando su pecho en un corte muy sensual. Las mangas eran un poco abombadas y dejaban los hombros al descubierto.
—¿Y esa cara de pánico?
—No me siento cómoda llevando eso.
—Pero si te lo has puesto mil veces, bebé. —Nuria frunció el ceño, confusa—. Además, ¿sabes con qué quedaría de miedo? La minifalda roja.
No podía ser. La misma que había propuesto Manu. Rebeca recordó brevemente la mirada chispeante de deseo de Adrián. Pronto se sacó la idea de la cabeza, pues no pretendía seducir al novio de su jefa ni esa noche ni nunca.
—No, no, no.
—¿Por qué? —Nuria acercó la cara exageradamente cerca del móvil—. ¿Es por A...?
—¡Nuria! —la detuvo a tiempo para trasmitirle con la mirada que no estaba en un lugar seguro. Las paredes de la casa eran de papel. Y Manu era el mayor cotilla del universo.
—...lvaro. —Su amiga carraspeó—. ¿Es por Álvaro?
Al segundo, el sonido de un mensaje recién enviado tintineó en el móvil de Rebeca. Miró la notificación que, como ya se imaginaba, provenía de la misma persona que hacía videollamada con ella.
NU, 20:45:
A partir de ahora Álvaro es Adrián.
REBECA, 20:45:
Vale.
¿Y cómo llamamos a Lucía?
NU, 20:46:
No sé.
¿Claudia?
Levantó la cabeza y asintió a la pantalla como respuesta.
—No elijo la ropa según lo que le pueda gustar a Álvaro.
—Ya, pero sabes que va a flipar si te ve con ese conjunto. —Nuria se aseguró de que en su afirmación se hiciera presente la lascivia—. Tiene que ver lo que se está perdiendo por salir con Claudia.
—¿Y para qué quiero eso? Tampoco pretendo que la deje por mí...
Rebeca empezó a separarse el cabello en secciones y a sujetárselas con pinzas. Había visto una técnica para definirse los rizos con los dedos y crema capilar en Tiktok. Pensaba ponerla en práctica mientras hablaba con Nuria.
—¡Claro que no! No queremos a un tío que cambia de chica como de calzoncillos según lo guapa que le parezca cada una.
—Pues eso.
—Pero creo que es bastante satisfactorio salir de tu cuarto como una diosa de Olimpo, pasearte delante suyo viéndole la cara de deseo y decirle con la mirada que en su vida te va a tocar ni la mano.
—Que no, Nu, que no me sale hacer eso.
—Bueno, pues entonces ponte el top negro aunque sea sin la falda roja. —Sonrió con picardía—. Hazlo por el poder sagrado del top.
Rebeca se rio.
La anécdota del top negro se remontaba al verano pasado. Nuria y ella lo habían encontrado en una tienda de segunda mano escondido entre un montón de prendas rebajadas. Así a primera vista había parecido poca cosa, pero Nuria, visionaria de la moda, le insistió para que se lo probase. Efectivamente, resultó que ese trapito hacía magia sobre el cuerpo de Rebeca. Le quedaba tan bien que no dudó en comprárselo y esa misma noche lo estrenó. Al principio, pareció casualidad que dos chicos se acercasen a coquetear con ella en un bar. Rebeca ligó y, de hecho, salió durante unas semanas con uno de ellos. Dejaron de quedar porque en varias conversaciones él llamó puta y zorra a su ex. Llamar zorra o puta a una ex siempre es una red flag.
Tiempo después, las dos comprobaron que con el top negro Rebeca siempre ligaba. Atribuyeron ese insólito hecho a la prenda de ropa. No quisieron concederle también la casualidad de que todos esos chicos con los que coqueteaba luego eran una tremenda decepción. Preferían quedarse con la parte más bonita del poder sagrado del top negro.
—No sé si me apetece conocer a alguien...
—Mira, bebé, voy a ser clara: necesitas una noche de baile y alcohol. Si pudiera haber sexo de por medio, mejor, pero no podemos exigirle tanta buena suerte a la vida en tu primera fiesta por Madrid.
Rebeca sonrió. A lo tonto llevaba un buen rato pasándose los dedos por el pelo y observando en su reflejo de la cámara el efecto volumen y rizos definidos del tratamiento. La de cosas extraordinarias que descubría una viendo videos de Tiktok.
—Vale, me pondré el top y la falda —cedió.
—¿Enserio? —Nuria sonrió.
—Sí. —Rebeca terminó con el pelo y se miró orgullosa del resultado—. Pero no voy a llevar tacones, sino zapatillas de tela negras. Y me pondré encima una cazadora de cuero bien ancha.
—¡Pero, bebé! Así pierde el potencial de dejar con la boca abierta a Ad... Álvaro.
Rebeca la fulminó con la mirada.
—No es negociable.
—Pues nada, lo que tú quieras...
Nuria ponía cara de pena siempre que no se salía con la suya. Rebeca la ignoró, se levantó de la cama y buscó en el armario la falda roja y el top. Ella no era de las personas que tardaba mucho en arreglarse. Se entretenía poco maquillándose, pues la única complejidad de su estilo siempre radicaba en el cabello. De fondo, Nuria le explicaba como de mal veía las probabilidades de aprobar el examen del lunes y Rebeca asentía o sugería trucos para el estudio mientras se miraba al espejo con su seductor atuendo.
Nuria tenía razón. Estaba de infarto. Las zapatillas de tela rebajaban bastante el estilo seductor y lo convertía en algo más desenfadado, pero así Rebeca se sentía cómoda.
Alguien llamó a la puerta de su cuarto.
—¡Rebe! ¿Te queda mucho?
Era Adrián. Otra vez estaba el corazón de Rebeca latiendo a dos millones de pulsaciones por minuto. Respiró hondo y se despidió de Nuria.
Antes de abrir la puerta se ajustó la falda y tuvo una idea un poco malvada. En lugar de ponerse la chaqueta y el bolso, quitó el pestillo y permitió que la mirada verde de él se encontrara con su top mágico y la faldita roja que tanto le gustaba a Manu.
Los ojos de Adrián reflejaron justo lo que ella quería ver.
—Hostia —dijo.
—¿Qué? —Rebeca ni se esforzó en ocultar su sonrisa.
—¿Eh? —Él la miró, el cerebro procesando la información con lentitud—. ¡Ah! Sí, eh... No. Hola.
Por respeto al tartamudeo y la cara colorada de su compañero de piso, Rebeca se aguantó las carcajadas.
—Cojo la chaqueta y el bolso y ya estoy —dijo.
Manu y Ruy aparecieron por el pasillo discutiendo.
—Tío, que dejé las llaves en la pila del baño.
—¿Quién coño deja las llaves ahí?
—Pues quién va a ser. —Rebeca irrumpió en la conversación mientras cerraba la puerta de su habitación—. Nuestro amigo el más higiénico de España, ¿verdad, Manu?
Tuvo que empujar ligeramente el pecho de Adrián para apartarle. Todavía la miraba, absolutamente impresionado. Bendita Nuria y sus conjuntos de infarto. Su autoestima estaba por las nubes.
—Joder, Rebe, estás para quitártelo todo y volvértelo a poner —soltó Manu en lugar de sentirse ofendido.
—Quiere decir que estás muy guapa —aclaro Ruy.
Rebeca le dio las gracias a Ruy. Luego miró a Manu con cara de asco.
—Solo para que quede claro: yo a ti no quiero quitarte la ropa. Prefiero que la lleves puesta siempre que nos veamos.
Manu explotó en un carcajada, se acercó a Rebeca y le rodeó los hombros con un brazo.
—Ya lo sé, Rebe. En mi idioma lo que te he dicho significa lo mismo que ha dicho Ruy, ¿vale?
Rebeca sonrió mientras salían por la puerta.
—Está bien saberlo.
Miró por el rabillo del ojo a Adrián. Él estaba a su derecha, girado mientras sacaba las llaves del bolsillo para cerrar la casa. En voz muy baja, para que solo pudiese oírla ella, murmuró:
—Me van a tener que poner un marcapasos si te sigo mirando, leona.
Rebeca se sonrojó y sus labios se curvaron ligeramente.
Luego recordó a Lucía y toda su alegría se perdió de golpe. No le contestó.
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