𝓡| 8. TENSIÓN MUSCULAR (I)

Tensión muscular: contracción de uno o varios músculos, generalmente como respuesta a situaciones estresantes.

Una cosa es tener mala suerte y otra muy distinta ser la máxima expresión de la desgracia. Por muy divertido que fuese sentir la adrenalina de dormir a dos pasos de Adrián o las ganas de estamparle un guantazo a Manu cada vez que le dirigía la palabra, Rebeca se había trasladado a Madrid por un motivo: inflar su currículum con la experiencia que le aportaría trabajar en una prestigiosa investigación. Así que estaba dispuesta a demostrarse a sí misma y a cualquier otra persona que había nacido para ese empleo.

En su primer día de trabajo, se levantó una hora antes de lo necesario para asearse y prepararse. Tenía muy claro que debía dar una primera impresión extraordinaria para ganarse el respeto de sus compañeros y demostrarles a Lucía Vila y Elena Mayo que habían hecho bien en contratarla. No obstante, no contaba con que Manu se atrincheraría en el baño durante más de treinta minutos para darse una ducha eterna. Tampoco con tropezarse con sus zapatos, que estaban tirados en medio del salón, y probar el suelo de madera. Se le rasgaron las rodilleras de los pantalones y se hizo sangre en el labio inferior por culpa del traspiés, pero no todo fueron infortunios: Adrián salió de su cuarto con pantalones de pijama y camiseta de tirantes, obsequiando a Rebeca con unas vistas tremendamente agradecidas, y le curó el labio a su nueva compañera de piso aplicando un poquito de suero.

—Está hinchado —le reconoció después de soplar suavemente en la herida—, pero quien es guapa, lo es siempre, con inflamación en la boca o sin ella.

Le guiñó un ojo y luego aporreó la puerta del baño para decirle cuatro cosas a Manu. ¿Quién podría irse triste a trabajar con un chico como ese elogiando su belleza de una manera tan dulce? Rebeca no. Por tanto, se marchó al Instituto Nacional de Toxicología y Ciencias Forenses con el labio partido, sin ducharse, vaqueros campana en lugar del precioso pantalón de traje gris que se había comprado expresamente para la ocasión y una sonrisa imborrable.

Sin embargo, el día acababa de empezar y las cosas siempre podían ir peor. Llegó tarde. Solo por cinco minutos, pero según la adusta expresión facial de Elena Mayo, eran cinco valiosos e imperdonables minutos que la perseguirían durante el resto de su vida. La mujer, más o menos unos tres años mayor que Rebeca, tenía el pelo castaño claro recogido en una preciosa trenza. Parecía recién salida de la peluquería, aunque algo le decía a Rebeca que Elena era de las que siempre estaban impecables. Vestía pantalones de traje azules, una camisa de satén beige y una americana a cuadros encima. Era elegante y refinada.

—¿Qué te ha pasado en la cara? —le preguntó con esa voz dulce y a la vez inhumana.

Rebeca tragó saliva y se preparó para soltar su primera mentira piadosa en Madrid:

—Me caí por las escaleras.

La otra asintió y le echó un vistazo de pies a cabeza. A diferencia de las miraditas de Manu, el comportamiento de Elena no tenía ningún matiz sexual; su compañera de trabajo estaba realizando un exhaustivo examen de la ropa que vestía Rebeca.

—Por suerte llevamos bata —comentó secamente—. Sígueme, te daré la tuya.

Insultada en las narices por una de sus nuevas jefas, la joven de cabellos rizados forzó una sonrisa y echó a andar detrás de ella. Quiso creer que las cosas serían distintas con el resto del equipo. Se equivocó a medias. A pesar de tratarse de un proyecto nuevo, el conjunto de profesionales que integraban la plantilla eran gente mucho más mayor que ella con cantidad de experiencia laboral a sus espaldas y más que acostumbrados a realizar investigaciones de ese talante. La persona más joven era Rebeca y, después de ella, Elena Mayo.

Conoció a los otros científicos, intercambió sonrisas de cortesía, tomó nota de todas las instrucciones que recibía e hizo todo lo posible para ponerse al día. Cuanto antes dejase de depender de los demás, menos inútil se sentiría. Sin embargo, pronto comprendió que su nuevo trabajo iba a ser mucho más difícil de lo que hubiera podido imaginar. Rebeca estaba perdida en un mar de probetas, microscopios, tubos de ensayos, termómetros y pipetas. Enseguida se preguntó por qué la habían contratado si ella no tenía ni idea de nada. Era evidente que no estaba cualificada para el empleo, que Elena se sentía una niñera y que su función en el laboratorio iba a ser mucho más decorativa que productiva.

«Bueno, Rebe, cálmate. Has venido aquí a sumar una gran experiencia a tu currículum. Puede que solo tomes notas, asientas y traigas café a los demás, pero eso no tiene por qué saberlo nadie», se reconfortó.

A pesar de ser la responsable a cargo Lucía Vila, graduada en Química con honores, no apareció en el laboratorio hasta la hora del almuerzo. Para entonces Rebeca se había resignado a aceptar que era la persona menos importante del lugar. Las cosas podían ir a mejor o quedarse como estaban, pero difícilmente podrían empeorar.

Cuando cruzó la puerta principal una chica que rozaba la treintena con el cabello lacio y oscuro recogido en un regio moño, los ojos delineados con pincel negro y espolvoreados con sombra de ojos azul oscura, erguida sobre unos tacones de aguja rojos que contrastaban con el blanco de la bata, Rebeca supo que el sufrimiento no había hecho más que empezar. Lucía Vila era una diosa del Olimpo y caminaba como si el mundo fuera suyo, mirando a la gente con manifiesta superioridad. Iba a ser muy duro lidiar con el egocentrismo de esa eminencia de las ciencias.

—¿Rebeca Mendes? —Su voz era profunda y serena.

—Soy yo. —Por poco levantó la mano como si estuviese en el colegio y Lucía fuese su tutora pasando lista.

—¿Puedes venir un momento a mi despacho?

Lucía le dio la espalda casi al instante y se internó en el pasillo sin comprobar si Rebeca la seguía. Así que no era una opción, sino una orden.

Había algo extraño en el ambiente, como una especie de perfume terrorífico que le hacía sentirse a Rebeca minúscula al lado de Lucía. El labio partido no ayudaba mucho. Se internó en el despacho de su jefa con el corazón en un puño. Respiró hondo varias veces, intentando aparentar control sobre la situación. Nerviosa, empezó a toquetearse las uñas.

—Tenía ganas de conocerte —dijo la diosa esbozando una peculiar sonrisa. En realidad, era muy bonita, aunque Rebeca percibía cierta falsedad en ella—. Necesitábamos una farmacéutica en el equipo y no encontrábamos a nadie apto. De pronto apareció tu currículum, casi caído del cielo, y me dejaste impresionada.

Mentira. Rebeca no tenía la valentía suficiente para decirlo en voz alta, pero sabía que nada de lo que decía Lucía lo pensaba de verdad. Primero, porque las pruebas en contra de sus afirmaciones eran evidentes, y segundo, porque podía leer en la mirada de suficiencia de su jefa que estaba segura de poder manipular a los demás a su antojo.

—Muchas gracias —respondió, sumisa—. Es un placer para mí tener esta oportunidad. Me esforzaré mucho por aprender y seguir el nivel del resto de mis compañeros.

En teoría, la directora de la investigación quería reunirse con Rebeca para conocerla mejor. Le soltó muchísimas mentiras, quizá para ganarse su admiración. Le dijo que le encantaba tener una relación cercana con los miembros del equipo y que estaba deseosa por descubrir qué les depararía a ambas en los próximos meses. Dijo que veía en Rebeca un gran potencial —algo bastante complicado, puesto que ni siquiera la había visto trabajar—. La joven asentía y daba las gracias, sorprendiéndose al descubrir que prefería la compañía de Elena Mayo a la de Lucía.

¿A qué venía toda esa sarta de falacias? ¿Qué quería Lucía de ella? Pronto halló la respuesta: los ojos pardos de su superior la estaban analizando. Supuso que Lucía quería saber si durante el próximo año tendría a Rebeca comiendo de su mano como cualquier otro idiota o no.

La joven de cabellos rizados dijo todo lo que se le ocurrió para mantener el ego de su jefa intacto. Mientras, dejó de sus ojos se empaparan de conocimiento: se podría saber mucho de alguien viendo la decoración de su lugar de trabajo. El ordenador portátil de Lucía era un último modelo de la casa Apple, su agenda tenía el sello de Mr. Wonderful. El material de oficina estaba enfermizamente ordenado y sobre sus documentos solo había post-its azules y rosas, nada de amarillo, naranja o verde. En una taza blanca se congregaban bolígrafos de tinta líquida azules, subrayadores de tonos pastel y una regla de silicona. En la esquina derecha, ligeramente inclinado hacia Rebeca, había un marco de metal con una foto.

Los ojos de la joven se detuvieron en la imagen y súbitamente su corazón se detuvo. Vio a una pareja disfrutando de unas vacaciones en Roma, una pareja conformada por Lucía y Adrián.

Los brazos de ella rodeaban el cuello de él.

Se besaban en los labios.

Adrián sonreía en medio del beso y Lucía enredaba un mano entre sus rizos.

Algo se rompió dentro de Rebeca.

 🧡

👮🏼‍♂️CUATRO ÑOS ANTES👩🏽‍🔬
23 DE MAYO


Rebeca no le ocultaba nunca nada a Nuria. Solo había una excepción y si lo escondía era porque sabía que manifestar su opinión en voz alta podría ser motivo de conflicto entre ambas. No obstante, aquella tarde estuvo a punto de estallar y confesarlo todo: pensaba que las carreras de ciencias eran cinco veces más exigentes que las de letras. Le estaba volviendo loca escuchar a Nuria quejarse de sus exámenes cuando en realidad pasaba en la biblioteca muchas menos horas que ella.

—Estoy cansada de estudiar... —se lamentaba la rubia.

—Ya, pues es lo que toca ahora Nu y me estás desconcentrando. 

Sonó un poco mordaz, pero era la verdad. El viernes anterior, después del fracaso del examen de Botánica, Rebeca había salido de fiesta con los de clase. Volvió a las tres de la mañana a casa tan contenta que no dejaba de dar saltos de alegría sin motivo. Y entonces, al día siguiente, todo se había desmoronado como un castillo de naipes. Ahora le venían las prisas por estudiar. El próximo examen era el jueves y, aunque lo llevaba bien, sentía que tenía la mente tan descentrada que al final se equivocaría en alguna tontería y echaría un año de esfuerzo y sufrimiento por la borda.

—Bebé, eres un poco borde.

—Gracias por el cumplido —gruñó Rebeca.

—¿Qué te pasa?

—Nada, solo estoy agobiada. Necesito estudiar. 

—¿Saliste el viernes, no? —Nuria la miró fijamente. 

—Sí.

—Si estabas tan agobiada con los exámenes y el del otro día no te fue bien, ¿por qué te fuiste de fiesta?

Rebeca levantó la cabeza y la fulminó con la mirada. Sin embargo, Nuria la conocía desde hacía tantos años que ya había experimentado todos sus estados. Se limitó a alzar una ceja y a esbozar una sonrisa traviesa.

—Nu, ¿por qué me juzgas?

—No te juzgo. Solo pregunto.

—Pues me estás haciendo sentir mal.

—¿Por qué?

—Porque parece que insinúes que yo solita me he buscado sentir este agobio y eso no ayuda. 

Nuria cruzó las piernas sobre la silla giratoria del cuarto de Rebeca. Estiró los brazos y bostezó. Sin duda no se estaba tomando la hostilidad de Rebe como un problema.

—Pues me has interpretado mal —dijo—. Sé que eres una persona muy responsable y que si te salió mal el anterior examen es porque el profesor era un cabrón. En cualquier caso, también pienso que eres una dramática y que seguro que has aprobado.

—Lo dudo bastante.

—Yo no.  —Sonrió con orgullo—. Lo que intentaba decir antes es que si el viernes saliste de fiesta con tus amigos es porque no te preocupaba mucho el próximo examen. Creo que lo llevas bastante bien, así que tu mal genio es por otra cosa. 

—¿De qué mal genio hablas? —espetó Rebeca. Enseguida se dio cuenta—. Vale, perdón.

—¿Qué pasó en la fiesta?

—Nada. Todo fue muy bien. 

—Mientes.

—Te prometo que no. —Nuria no la creía, así que Rebeca, mirando al suelo, añadió—: Pero al día siguiente sí que pasó algo.

—¿Ayer?

—Sí.

Evidentemente, la conversación no podía terminar de aquella manera. Nuria se quedó callada, pero no le quitaba los ojos de encima a Rebeca. La miraba con tanta intensidad que la otra pensó que intentaba traspasar las fronteras de su mente y leer sus pensamientos. Al final, puso los ojos en blanco y soltó la verdad de un tirón.

—Me gusta un chico de clase, ¿vale? No se lo había dicho a nadie porque pensé que era algo pasajero y él es de mi grupo de amigos. Si tengo algo con él y luego las cosas no salen bien, habrá mal rollo y será muy incómodo.

—Me siento tan traicionada por no haber sabido esto antes.

—¡Nu! ¡No digas eso!

—Es broma, bebé. Si ya me olía algo hace días. —Rebeca sabía que no, pero se abstuvo de hacer comentarios—. Sigue.

—Pues el otro día, en la fiesta, mi amiga Celia me dejó caer que yo le gustaba a Vicent. Me dijo que él me mira mucho y no sé qué más tonterías. La cuestión es que yo como una idiota me lo creí.

—¿Y te has liado con ese Vicent?

—No, qué va. Simplemente bailé mucho con él y a mí también me pareció que nos gustábamos. —Suspiró—. Volví a casa tan feliz... Y el sábado me quedé esperando a que me enviara un mensaje o algo. Bueno, pues no solo no me envió nada, sino que veo esto en Instagram...

Rebeca sacó el móvil y entró en la red social. Estaba bastante nerviosa. Le había molestado demasiado que le arrebatasen la ilusión de una manera tan brusca, era un sentimiento tan desagradable... Le enseñó a Nuria la última publicación de un tal Arnau. ¿Quién narices era ese nuevo personaje de la historia de Rebeca? Nuria no tenía ni idea, pero imaginó que se trataba de otro de sus amigos de la universidad. El tal Arnau había subido un carrete de fotos de la fiesta. En la primera salía él mismo con Rebeca y Celia. Era un selfie muy divertido. La segunda y la tercera foto salían otras personas que Nuria no conocía. 

—Lo importante está en la cuarta foto —dijo Rebeca.

Nuria miró entonces la imagen a la que se refería su amiga. Una vez más, Arnau salía en el centro con una copa en la mano medio llena. Estaba borracho, de eso no había duda. Tenía una mancha de alcohol en la camisa rosa que llevaba. Estaba en la discoteca, sonriente, con otro amigo suyo posando con gafas de sol.

—¿Por qué la gente entra con gafas de sol en una discoteca? —preguntó Nuria—. Siempre me ha parecido una tontería...

—¡Nuria! —Rebeca no estaba para bromas. Había algo en aquella imagen que le había afectado demasiado—. Esa foto se la hizo después de que Celia y yo nos marcharnos a casa. ¡Este es Vicent!

Y entonces lo comprendió. Vio un chico justo detrás de Arnau. Uno que se había colado por accidente en la foto. Estaba besando a una chica. 

—Hostia. —Nuria amplió la imagen con absoluto cuidado, asegurándose de no darle al botón de me gusta por accidente—. Se lio con otra. ¿Es de tu clase?

—No. Las chicas nos fuimos todas antes, así ninguna se volvía sola a casa. La debió conocer una hora después de que me fuera. —Rebeca apoyó los codos encima de sus apuntes—. Me he sentido gilipollas. Toda la noche haciéndome ilusiones como una niña pequeña para después... ¡Da igual!

—Que le den, Rebe. —Nuria le devolvió el móvil—. Llevamos conociendo a muchos idiotas desde los quince, ¿verdad? Este es otro más. No vale la pena sufrir por él. 

—Ya, pues cada vez que lo pienso me duele el pecho. Es inevitable. 

Ahí Nuria no tuvo nada que decir. Hay cosas que uno simplemente no puede controlar. Cogió la mano de Rebeca, la acarició y en silencio ambas volvieron a estudiar.

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