𝓡| 6. ADRENALINA

Adrenalina: es una hormona y un neurotransmisor. Aumenta la frecuencia cardíaca, contrae los vasos sanguíneos y dilata las vías respiratorias.

—¡No, Nuria! ¡Que no tiene sentido!

Rebeca estaba tumbada sobre la cama, con los pies descalzos y el pelo suelto ocupando toda la superficie de la almohada. Hurgando entre los cajones de su armario, su mejor amiga sacaba ropa, la doblaba y la dejaba arrinconada en alguna parte del suelo. En teoría se habían reunido para organizar el traslado a Madrid. Se suponía que iban a hacer la maleta juntas, comprar el billete de tren y, lo más importante, buscarle una casa a Rebeca. Aquí, la nueva farmacéutica de equipo de investigación del Instituto Nacional de Toxicología y Ciencias Forenses era una sin techo.

—Bebé, ¿y qué quieres que hagamos? ¡Es su decisión!

Rebeca se mudaba a la capital, lejos de su familia y sus amigos. Una ciudad desconocida, su primer empleo serio y absoluta soledad. No obstante, su única preocupación era que habían transcurrido tres días desde que Celia, su amiga de la universidad, rompió con su novio. La cosa parecía cada vez más seria y menos arrebato temporal.

—¡Pero es que no lo entiendo! ¿Por qué le ha dejado? —Se irguió y miró a Nuria con el rostro compungido en una expresión de horror—. Sigo sin verle lógica...

—Lo que es un auténtico misterio es saber por qué su relación es tan importante para ti —la interrumpió Nuria, dejando caer una minifalda sobre una montaña de ropa negra—. Aunque no comprendas las razones de Celia, ella ha tomado su decisión. No quiere estar con Hernán y punto.

—Se llama Iván...

—Lo que sea. ¡Bebé, por el amor de Dios! ¿Puedes dejar de llorar las relaciones de los demás y centrarte un poquito en tu vida? —Señaló la maleta—. ¡Todavía no tienes piso en Madrid y empiezas a trabajar en cuatro días!

Rebeca puso los ojos en blanco y se deslizó perezosamente por el colchón. En silencio empezó a doblar la ropa y a guardarla ordenadamente en la maleta. Sentía los ojos de Nuria clavados en la nuca, a la espera de una explicación por el alboroto que llevaba montando durante los últimos días. Sinceramente, ella también empezaba a cuestionarse a sí misma. Había reflexionado mucho al respecto, pues no era normal la manera en la que había digerido la noticia de Celia. De hecho, su amiga de la universidad estaba un poco molesta con ella. Esperaba su apoyo, no que Rebeca pusiera en duda cada una de sus decisiones y la sometiera a un interrogatorio para validar sus razones.

—Tengo veintitrés años y todavía no he tenido una relación seria —dijo de pronto—. He quedado con chicos, me he acostado con ellos, me lo he pasado divinamente, pero jamás ha durado más que unos pocos meses.

—A mí me lo vas a contar, bebé. —Sonrió Nuria pasándole un vestido gris—. Estoy igual que tú.

—Si no me quejo, Nu. Nunca me he arrepentido de nada, pero...—Suspiró—. De todas mis amigas, Celia es la única cuya relación he envidiado. Se querían mucho, de verdad. Creo que una parte de mí piensa que lo suyo con Iván no ha funcionado porque el amor no existe. Es como si tuviese que aceptar que algo que ansío y que estaba segura de que algún día ocurriría, no lo tendré.

—¡Por favor, bebé! —Nuria se sentó en la cama y resopló. Rebeca contuvo una mueca—. ¿Quieres que te diga lo que ha pasado realmente?

—A ver, listilla, ilumíname.

—Les idolatrabas y ahora has descubierto que son tan humanos como los demás. —Esbozó una tierna sonrisa y se sentó al lado de ella, en el suelo—. ¿Te gustaría enamorarte?

—Sí —reconoció—. ¿A ti no?

—¿A mí?—Se apuntó con un dedo—. Ni de broma.

Rebeca estalló en una carcajada. Su mejor amiga, sin embargo, solo sonrió y dio por zanjada la conversación. Era algo extraño, la verdad, idolatrar la relación de una amiga, sentir como propia la ruptura de otra persona, darse cuenta súbitamente de una vulnerabilidad desconocida... Rebeca la fuerte; Rebeca la indiferente y, ahora, Rebeca la que soñaba con amar y ser correspondida. ¿En qué momento se había transformado en alguien tan cursi? No se dio cuenta de la mueca que hizo hasta que Nuria se rio a su lado.

—Bebé, deja de pensar en lo que te gustaría que ocurriera y céntrate en lo que está pasado —le aconsejó—. ¡Te mudas a Madrid! Te marchas de aquí a vivir una experiencia nueva, ¿no estás nerviosa?

—Siento bastante ansiedad, sí. —Se puso en pie para después sentarse en su escritorio y abrir el ordenador—. Aunque, sinceramente, ya veremos si dimito antes de empezar...

—¿Por qué?

—No tengo dónde dormir. —Empezó a pasear los dedos sobre el teclado y a buscar páginas webs donde se ofertaban alquileres de pisos en la capital—. Es todo carísimo, no hay casi tiempo para decidir y ni siquiera conozco los barrios. Perfectamente podría firmar un contrato de alquiler en una casa que sirva de tapadera para una organización terrorista.

—Eres un poco exagerada.

—Podría acabar compartiendo piso con un grupo de desconocidos que me hiciesen su prisionera y me robasen las cosas.

—Bebé...

—Estoy un poco asustada —confesó Rebeca—. Si al menos conociese a alguien en Madrid...

Nuria chocó las palmas de ambas manos y soltó una risa traviesa. A Rebeca casi le dio un infarto por la repentina interrupción.

—¡Conocemos a alguien en Madrid! —dijo la rubia muy alegre—. ¿No te acuerdas? ¡Adrián! Tienes su número, ¡llámale!

En lugar de emocionarse, las mejillas de Rebeca se tiñeron de un rojo tan fuerte que Nuria no pudo evitar burlarse. Lo cierto es que no se sentía con el valor suficiente para escribir al policía que cuatro días atrás había sido lo suficientemente sugerente con ella como para dejarla babeando. Si cerraba los ojos todavía podía recordar su olor y el corazón le latía a un ritmo vertiginoso.

—No. —Sacudió la cabeza—. No me atrevo.

—Bebé, ¡pero si es un chico muy simpático! Seguro que cuando se lo expliques, no duda en ayudarte. A lo mejor incluso conoce a alguien que esté buscando un compañero de piso. ¿No te parece mejor idea mudarte con gente de la cual tengamos un mínimo de información que irte por ahí con unos completos desconocidos?

—Nu, es que... —Se mordió las uñas—. La situación me parece muy incómoda.

—¿Por qué? —Abrió la boca y la cerró, adoptando un semblante que denotaba comprensión—. Imagino que te refieres al minúsculo detalle de que te pone muchísimo y tú a él también.

—Dicho así, suena bastante sucio.

—No deja de ser cierto. A Adrián le gustas una barbaridad. —Asintió con la cabeza—. No podía quitarte los ojos de encima.

—Pues para estar tan fascinado con mi increíble belleza, ni siquiera me ha escrito —comentó con ironía la de cabellos rizados.

Nuria se encogió de hombros.

—Lo entiendo. Vivís en ciudades distintas, ¿por qué iba a hacerlo si era bastante improbable que os volvieseis a ver? —De pronto sus labios se curvaron en una sonrisa traviesa y la golpeó suavemente con el codo—. Pero ahora la situación ha cambiado, bebé. ¿Quién sabe? A lo mejor le escribes y acabas teniendo piso y la mejor noche de sexo de tu vida. Un buen dos por uno.

Se rieron, aunque el corazón de Rebe volvía a latir con fuerza y ya empezaba a sentir el aleteo de miles de mariposas en su vientre.

—Dame tu móvil —ordenó Nuria—. Conozco esa cara.

—¿Qué cara?

—La que pones cuando tienes miedo, gallina.

Se abalanzó sobre ella y le quitó el aparato de las manos sin que a Rebe le diese tiempo a hacer algo al respecto.

—¡Nuria!

—Bebé, no voy a permitir que pierdas el trabajo de tus sueños y una noche de sexo duro con el tío bueno del tren —dijo la muy descarada—. Soy una buena amiga, ya me lo agradecerás.

—Te estás montando unas fantasías en la cabeza...

—No me estoy montando nada, ¡era evidente! Por el amor de Dios, ¿alguna vez ha existido hombre más directo que ese? Cada frase que te dirigía tenía doble sentido, te abrazaba siempre que tenía ocasión, la química entre ambos era electrizante... ¿No querías enamorarte? —Arqueó las cejas y frunció los labios—. Pues no puedo prometerte que él sea el indicado, pero sí que estoy bastante segura de que es de los que sabe dónde está el clítoris y cómo usarlo para hacerte llegar al orgasmo. ¡Al menos que te haga pasar un buen rato!

—¡Cuando te pones así de ordinaria me dan ganas de matarte!

Nuria se puso de pie y empezó a correr por el cuarto. Rebeca la persiguió con desesperación, pues sabía de sobra que su amiga no dudaría en llamar al policía y, si lo veía procedente, soltaría exactamente las mismas barbaridades que le había dicho a ella. No podía consentirlo. Se le caería la cara de vergüenza si Nuria osaba hablar de orgasmos, erecciones, vaginas, penes y sexo salvaje delante de Adrián. Así que corrió tras ella y suplicó por un mínimo de misericordia.

Pero Nuria no se rendía fácil. Llamó a Adrián y no le devolvió a Rebeca el teléfono hasta el mismo instante en que él descolgó la llamada.

—¡Menuda sorpresa! —exclamó la voz socarrona del policía al otro lado de la línea—. ¿Me echabas de menos, leona?

Rebeca tragó saliva, notando como el corazón se le escapaba del pecho y tratando de que su respiración volviera al ritmo habitual.

—Buenas a ti también —dijo, fingiendo tenerlo todo bajo control. Ni siquiera miró a Nuria, sabía que estaba aguantándose la risa—. Ya sé que esta es una llamada un poco inesperada, yo...

—Pensaba que no volvería a saber de ti nunca más —interrumpió él—. Me alegra equivocarme.

En comparación con la última vez que se vieron, Adrián estaba mucho más contenido. A pesar de todo, seguía coqueteando con ella, lo cual no hacia más que provocar miraditas traviesas por parte de Nuria. Rebeca carraspeó e hizo lo que hacía siempre que se ponía nerviosa: habló del tirón, soltando todo lo que se le pasó por la cabeza, sin permitirle a Adrián intervenir. Le contó que milagrosamente había obtenido el puesto de trabajo, que estaba emocionada por empezar. Explicó que debía mudarse a Madrid porque el lunes siguiente se convertiría en una farmacéutica de verdad, de las que trabajan en laboratorios y cobran por horas. Le preguntó si conocía a alguien que buscase compañero de piso o que alquilase alguna habitación, al menos provisionalmente.

—Sí, se me ocurre alguna idea.

—¿Enserio? —Rebeca frunció el ceño. Demasiadas cosas estaban saliéndole bien en poco tiempo, seguro que había trampa.

—¿Tienes ordenador a mano? —preguntó Adri con tranquilidad.

Ella afirmó que lo tenía y, a continuación, él le dictó el enlace a una página que publicitaba arrendamientos de bienes inmuebles entre particulares. Siguiendo las indicaciones del policía, fue clicando en un lado y otro, hasta que en la pantalla se mostraron las imágenes de un piso ubicado en una zona bastante céntrica de Madrid, con tres habitaciones, un baño, cocina, salón y una diminuta terraza.

—Vale, Adrián, ¿cuál es la trampa? —preguntó desconfiada—. ¿Los vecinos tienen montada una red de contrabando?

—Te aseguro que no. —Rio—. Pero si descubres lo contrario, recuerda avisarme. Tendría que comunicárselo de inmediato a mis superiores.

—Perdona que no me fie, agente —bromeó ella, revisando las imágenes del inmueble por enésima vez—. El barrio es acomodado; el precio, sorprendentemente aceptable; la disposición de la casa, magnifica... ¿Hay agua caliente?

—Sí.

—¿Y calefacción?

—También.

Se quedaron en silencio. Nuria se había tumbado en la cama de Rebeca y levantaba un top negro de punto increíblemente seductor. Casi le pareció escucharla decir: «Llévate este para cuando salgas de fiesta con Adrián, no podrá resistirse a quitártelo». Rebe agarró la prenda de un zarpazo y la lanzó al suelo. Después fulminó a la rubia con la mirada.

—¿Hay dos personas ya viviendo en el piso, verdad? —le preguntó a Adrián.

—Sí, necesitan ocupar la última habitación disponible para pagar el alquiler —reconoció el chico—. La única pega que puedes encontrar, Rebeca, es que vas a tener que conformarte con la habitación más pequeña.

—Son prácticamente las tres iguales, la diferencia es mínima.

—Eso es cierto. ¿Entonces te gusta?

—Debo reconocer que sí. —Frunció el ceño y volvió a repasar toda la información que disponía—. ¿Conoces a mis futuros compañeros de piso?

—Sí.

—¿Son policías?

—Sí. Buenos chicos, divertidos y muy organizados. Vas a sentirte muy protegida, de eso que no te quepa duda.

Rebeca supo que estaba sonriendo al instante y lo comprendió todo.

—Sois Manu y tú.

—Si lo de ser farmacéutica no te va bien, que sepas que te auguro un gran futuro como detective.

Nuria se cayó de la cama y, desde el parqué de la habitación de Rebeca, no pudo evitar romper su silencio.

—¿He oído bien? ¿Te acaba de sugerir que te mudes a vivir con ellos?

Adrián rio, Nuria reprimió un chillido de ilusión y Rebeca sintió un incómodo sofoco al imaginar lo que podía conllevar esa propuesta.

—¿Está Nuria contigo?

—Sí.

—Salúdala de mi parte.

—Vale, un momento.

Rebeca estaba estupefacta. Tapó el móvil con una mano y, totalmente desconcertada, miró a su amiga:

—Adrián dice que hola.

—¿Estás traumatizada, verdad? —Nuria se acercó a ella y le cogió la cara entre las manos—. Bebé, dile que sí.

—¿Qué? ¡No! No me puedo ir a vivir con él así de repente, ¿tú estás loca?

Lo de mudarse a casa de un chico guapo, simpático y vivir una comedia romántica de manual era una trama maravillosa para una película de Netflix. Sin embargo, en el mundo real, tomar una decisión así era una barbaridad. Muchas desgracias ocurren por pecar de un exceso de confianza.

—Hace unos días leí en TikTok una historia terrorífica —le dijo a Nuria aún con el móvil entre las manos—. Una británica se enamoró de un alemán que estaba pasando las vacaciones en Londres. El chico, después de un mes de ensueño con ella, le pidió que se fuese a Alemania a vivir con él. Ella buscó trabajo allí y accedió, pero, como no se conocían los suficiente, decidió mudarse temporalmente a un hotel en Berlín en lugar de ir directamente a casa del chico. Cuando llegó a Alemania se quedó de piedra, pues acababan de arrestar al tío ese del que se había enamorado.

—¿Por qué?

—Tenía en su casa los cuerpos de varias mujeres en descomposición. Se dedicaba a encandilar a extranjeras, las convencía para que se fuesen a vivir con él diciéndoles que estaba enamorado de ellas y luego las mataba. —Hizo un pausa dramática y miró a Nuria a los ojos—. ¿Sabes qué era lo peor? Se comía los cadáveres de las víctimas.

Nuria no dijo nada. Tenía los ojos abiertos como platos y se había puesto blanca. Rebeca volvió a ponerse el móvil en el oído, preparada para declinar la oferta de Adrián.

—Muchas gracias, pero...

—Rebeca no te puedes creer todo lo que cuenten en TikTok —le dijo Adrián antes de que ella tuviese tiempo de rechazarle—. Busca esa historia en la prensa para saber si es verdad, pero no te creas los cuentos de un pirado que sube vídeos morbosos para conseguir seguidores.

—¿Lo estabas oyendo todo?

—Sí.

—Qué vergüenza.

—Creo que es importante que sepas que soy vegetariano.

—¿De verdad?

—No. De hecho como mucho pollo. Pero te prometo que no quiero comerte.

Nuria se acercó al auricular y participó en la conversación.

—Eso es lo que diría un psicópata.

—¿Conoces a muchos psicópatas, Nuria? —Adrián sonaba igual de confiado y divertido que siempre—. ¿Te parecí uno en el tren?

Rebeca sonrió. Sabía que en cuanto se fuese a vivir a Madrid acabaría compartiendo piso sí o sí. No tenía dinero suficiente para alquilar una casa para ella sola. Era imposible, económicamente hablando. La mayoría de los estudiantes que tenían que mudarse para ir a la universidad, solían vivir en pisos compartidos y no en residencias. Asumiendo esa perspectiva, ¿no era mejor mudarse con dos personas que ya conocía en lugar de acabar viviendo con unos completos desconocidos?

—No, la verdad es que eres muy simpático —reconoció Nuria riéndose.

—¿Rebeca, entonces qué? —inquirió Adrián—. Si prefieres vivir con chicas puedo preguntarle a unas amigas, pero no te aseguro nada...

—Me lo pensaré.

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