𝓡| 5. TAQUICARDIA SINUSAL

Taquicardia sinusal: incremento de la frecuencia cardiaca originado en el nodo sinusal. Generalmente ocurre durante situaciones de ejercicio físico o de estrés psicológico.

La alarma del móvil retumbó por todo la casa y Rebeca despertó sobresaltada. ¿Ya eran las nueve? ¿Por qué sentía que solo había dormido tres horas cuando en realidad habían sido casi ocho? Resopló bajo las sábanas y buscó la energía necesaria para salir de la cama.

Habían pasado dos días desde que conoció a Adrián. El magnetismo que se había apoderado de ella la primera vez que cruzaron sus miradas empezaba a desvanecerse, aunque el recuerdo de aquella divertida tarde todavía pululaba en su mente. Nuria siempre decía que los mejores planes son aquellos que suceden de forma espontánea, sin una expectativa sobre ellos. Supuso que tenía razón. Aquel día fueron cinco jóvenes riéndose de estupideces mientras paseaban por la playa, nada del otro mundo, pero Rebeca se había sentido tan cómoda con los tres que, cuando tuvieron que marcharse al teatro para ver la obra de Ruy, sintió tristeza por no poder acompañarles.

Durante la noche esperó a que Adrián le escribiese. Miró el WhatsApp incontables veces, deseando ver la notificación de un mensaje sarcástico o una llamada perdida. No obstante, no recibió absolutamente nada y ella tampoco se atrevió a tomar la iniciativa. Deseaba que sucediese algo entre ellos, pero Adrián vivía en Madrid. Estaba en Valencia de paso y no tenía sentido dar pie a que pudiera nacer un sentimiento entre ambos que estaba condenado a morir antes de empezar. Aun así le costó perder la esperanza.

Aquel martes por la mañana, sin embargo, ya ni siquiera pensaba en él. Su mente retomó antiguas obsesiones, como el sentimiento de desconcierto que acompañaba terminar la carrera o la carencia de noticias sobre el trabajo de investigación. Todavía consultaba los correos con una ansiedad enfermiza, a pesar de que cada vez tenía más claro que debía aceptar el rechazo y empezar a centrarse en otra cosa.

Caminó descalza hacia la cocina, arrastrando los pies y dejando escapar varios bostezos. Guiada por hábitos interiorizados, preparó la cafetera italiana y la puso a calentar en los fogones. No le gustaba sentirse sola y se preguntó a qué hora terminaría Nuria las clases. La vida era más llevadera con ella a su lado relativizando todos y cada uno de sus problemas.

Y entonces el móvil comenzó a sonar. Número desconocido.

Rebeca tuvo un sentimiento de deja vu. Si no fuera porque tenía el contacto de Adrián guardado en la memoria del teléfono, creería que estaba volviendo a vivir la misma historia otra vez. Era prácticamente imposible que Nuria hubiera perdido su móvil nuevo —¿lo era, no?—y demasiada casualidad le parecía que otro tío bueno apareciese súbitamente en su WhatsApp. Se aclaró la garganta y descolgó.

—¿Sí?

—¡Buenos días! ¿Rebeca Mendes?

La voz del otro lado de la línea era dulce y melodiosa, pertenecía a una mujer joven.

—Sí, ¿con quién hablo?

—Me llamo Elena Mayo, estoy a cargo de las contrataciones para el proyecto de investigación...

Ni siquiera llegó a escuchar lo que decía. Rebeca dio un respingo y terminó de despertarse. El corazón le dio un vuelco, su mente puso los engranajes en marcha, las manos le temblaron y, de pronto, recordó que todavía estaba manteniendo una llamada telefónica.

—Disculpa, ¿sigues ahí, Rebeca?

—Sí —repitió—. Sí. Continúa, por favor.

Elena no se notaba muy satisfecha con su respuesta, pero siguió hablando. Le dijo que estaban interesados en su perfil. El currículum de Rebeca encajaba perfectamente con lo que necesitaban. Al parecer, no solían trabajar con personas con tan poca experiencia, pero estaban dispuestos a arriesgarse con ella. Decía muchas más cosas, pero la mente de Rebeca estaba dispersa y le costaba captarlas todas. Le hacía preguntas. Algunas eran sobre materias de la carrera, otras simplemente sobre su forma de ser y sus ambiciones. Rebeca contestaba sin pensar, reaccionando impulsivamente.

—Lo siento, no esperaba esta entrevista —dijo algo insegura—. Pensé que me daríais la oportunidad de prepararme.

—¡Oh! No te preocupes por eso. —«Claro, Elena, como tú tienes trabajo, ya se te ha olvidado cuanto sufrimos los que no»—. El puesto es tuyo.

Otro vuelco al corazón. ¿Estaba teniendo alucinaciones? ¿Seguía soñando? ¿Un problema de acústica, tal vez? ¡No tenía sentido! La entrevista había sido desastrosa, no paraba de enredarse con sus propias palabras y no había causado una buena impresión, lo sabía por el tono que empleaba Elena Mayo al hacerle las preguntas. ¿Por qué demonios querrían contratarla? ¡Ni ella misma se contrataría!

—¿Cómo dices?

—¿Es la cobertura verdad? Es que en el laboratorio siempre da problemas... —Escuchó a Elena desplazarse a otra parte—. Te comentaba que el puesto es tuyo. Has pasado la entrevista con éxito. ¿Podrías incorporarte el lunes que viene?

—S-sí. —Rebeca empezó a caminar en círculos por la cocina—. Yo... Muchas gracias por la oportunidad, es que...

—Te adaptarás —interrumpió Elena como si fuese capaz de leerle la mente—. Trabajarás mano a mano conmigo y con Lucía Vila, la encargada de la investigación. Sabemos que hace menos de un mes desde que terminaste la universidad, no esperamos que lo sepas hacer de todo el primer día.

Los hombros de Rebeca se destensaron y el alivio se hizo evidente. Ahora sí que podía respirar hondo y hablar con coherencia, sin parecer una inútil redomada.

—De nuevo, muchas gracias. Estoy muy feliz por esta oportunidad —dijo sincera.

—El placer es nuestro. —Elena era más un buzón automático que una humana corriente, pero no estaba Rebeca para hacer críticas a su carácter—. Una cosa más: en el currículum dice que vives en Valencia. ¿Sabes que el empleo es en Madrid, verdad?

—Sí, lo sé.

No era del todo cierto. Rebeca sabía que el Instituto Nacional de Toxicología y Ciencias Forenses tenía departamentos en la capital, Barcelona, Sevilla y las Islas Canarias. Tenía claro que en caso de conseguir el puesto, debería mudarse, pero el lugar exacto había sido un completo misterio hasta ahora.

—¿No tendrás problemas para empezar tan pronto?

—No —mintió.

—¡Estupendo! Te envío la información por correo. Puedes llamarme a este número si te surge algún inconveniente.

—Perfecto, ¡hasta luego!

Y Elena Mayo colgó, dejando a una Rebeca somnolienta en estado de shock.

Primero miró la cafetera. Luego el móvil. Después de unos segundos en los que su cerebro rememoró lo acontecido y se convenció de que todo era real, esbozó una sonrisa y saltó de alegría. La euforia de haber logrado lo impensable, la emoción de trasladarse a otra ciudad, el orgullo de formar parte de un proyecto tan importante... ¡Necesitaba compartirlo con alguien! Sus padres estaban trabajando y Nuria seguía en la universidad, exprimiéndose la sesera para aprobar las últimas asignaturas de su carrera, así que tecleó el número de la única persona que sería capaz de comprender el maravilloso milagro que había supuesto esa noticia.

—Hola, Rebe —saludó una voz conocida por el altavoz del móvil.

—¡Me han contratado! ¡Me han contratado! —gritó—. ¿Me escuchas, Celia? ¡Voy a trabajar en el Instituto Nacional de Toxicología y Ciencias Forenses!

Celia Pedraza había sido su compañera de batalla durante cinco largos años de formación en la carrera de Farmacia. Habían sufrido juntas en bibliotecas, llorado suspensos, temblado de nervios en recuperaciones... Dos soldados que obtuvieron el título universitario a base de sacrificios y una montaña rusa de emociones. Estaban muy unidas, puede que no tanto como le ocurría con Nuria, pues esta era ya una hermana para Rebeca, pero sí lo suficiente para contarse todos sus secretos, apoyarse en momentos de dificultad y reír a carcajadas siempre que se veían.

—¿Qué? ¿De verdad? —Celia estaba sorprendida, pero Rebe percibió algo de tristeza—. ¡Cuánto me alegro por ti, tía! Te lo mereces muchísimo, enserio. ¡Estoy tan orgullosa!

Había algo raro en ella. Celia siempre se alegraba por Rebeca, incluso cuando estaba realmente mal. Intentaba que sus problemas no eclipsaran los éxitos de sus amigos, lo cual era un gesto muy bonito, aunque... No tenía que fingir delante de Rebe.

—¿Estás bien? —le preguntó—. Te noto triste.

—No tengo un buen día —se limitó a responder—, pero esta noticia es increíble, tía. ¡Tienes que estar tan feliz!

Rebeca esbozó una ligera sonrisa.

—Lo estoy. ¡Por fin seré una mujer trabajadora! —Rio suavemente—. Aunque ahora mismo me importa más saber qué te pasa.

—Es que no quiero monopolizar la conversación con mis problemas, yo...

—Celia, tía, estás triste y quiero ayudarte —acortó Rebeca. Pronto carraspeó y añadió—: Perdón, no quiero presionarte. Si no te apetece hablar de ello, lo comprendo y lo respeto.

Le pareció que su amiga dudaba. La verdad es que no tenía ni idea de qué podría haberle pasado. Hizo repaso de sus últimas conversaciones y no recordó nada en especial que le hubiese preocupado.

—He dejado a Iván.

Una hora después, Rebeca se preguntaría si sufrir tres vuelcos en el corazón en tan poco tiempo era motivo suficiente para pedir cita al cardiólogo. Por alguna extraña razón, que Celia rompiese con el chico con el que había estado saliendo durante los últimos cuatro años le suponía un trauma comparable a la muerte de la madre de Bambi en la película de dibujos animados de Disney. No quería creerlo, no era posible que esos dos pasasen de amarse con todo su corazón a romper la relación tan súbitamente.

—Tú estás loca —le soltó y, un instante después, se corrigió—: Perdón, lo siento, la he cagado profundamente.

—No, tranquila, si ya te veía venir.

Menos mal que en el cuerpo de Celia todavía quedaba un poquito de humor.

—Me alegro de que te tomes mi fracaso como buena amiga así —bromeó—, pero ¿qué ha pasado? Se os veía muy bien juntos.

—A veces las cosas no son lo que aparentan...

Se puso a llorar. A Rebeca se le encogió el pecho con tan solo escucharla lamentarse de sus fracasos, de los malos hábitos y los pequeños gestos que empezó perdonándole y que habían terminado contaminando la relación. Estaba enfadada con Iván, decepcionada consigo misma y tan triste que Rebeca se echó a llorar con ella. Celia no especificaba mucho, tan solo se lamentaba y decía generalidades. Rebeca creyó que no debía presionarla. Si su amiga quería contarle la verdad detallada, lo haría cuando se sintiera preparada para compartirla. Mientras tanto intentaría ser su mayor apoyo.

Le costó entender por qué había sentido esa ruptura como propia. Luego comprendió que siempre había admirado su relación. Había algo entre ellos que Rebeca nunca había tenido el placer de compartir con otra persona.

Ellos eran la prueba viviente de que el amor existía. Al menos hasta ahora.

No se atrevió a decirlo en voz alta, pero en su interior latía la esperanza de que la decisión de su amiga fuera un delirio pasajero.

🧡

👮🏼‍♂️CUATRO ÑOS ANTES👩🏽‍🔬
21 DE MAYO

Rebeca salió del examen de Botánica con las ojeras tan marcadas que parecía un mapache. Había sido una derrota más apoteósica que la que sufrió Napoleón Bonaparte en la Guerra de Waterloo en 1815. La asignatura estaba suspendida. No albergaba ni una mísera esperanza. Soñar con un 5.00 de nota le parecía equivalente a esperar que a las ranas empezasen a crecerles alas, es decir, algo imposible.

No lloró. Estaba demasiado cansada para hacerlo. Se sentó en el suelo del pasillo de la segunda planta, abrazándose las rodillas.

—¿A ti también te ha ido fatal?

Rebeca levantó la cabeza. Frente a ella estaba su aliada número uno en el tortuoso mundo universitario donde reinaba la ansiedad: Celia Pedraza. Llevaba el pelo negro y lacio cayendo por su espalda como una cascada, aunque presentaba el mismo aspecto de abatida que Rebeca. Se arrodilló a su lado, apoyándose en la pared.

—Sí. —Suspiró—. ¡Cómo desearía poder chasquear los dedos y reaparecer después de la recuperación!

—Imagino que con el examen de la segunda convocatoria aprobado, ¿no?

—Claro.

Se quedaron en silencio. Estaban las dos tan decepcionadas con la masacre que había supuesto aquella prueba que ni siquiera encontraron palabras para animarse la una a la otra. En situaciones como esa lo único que podía hacerse era permanecer calladas, hacerse compañía y sufrir la decepción.

—Los de clase van a salir de fiesta esta noche —comentó Celia—. Para celebrarlo.

—¿El suspenso?

—Sí. En esta vida deberíamos celebrarlo todo, ¿no te parece? —Celia sonrió—. Es mejor llorar mañana, después de la mejor noche de tu vida, que hacerlo dentro de dos horas en la soledad de tu cuarto.

Rebeca asintió. Estaba de acuerdo.

—¿Y quién va a la fiesta? —preguntó.

Su amiga la miró con expresión traviesa. Hacía días que pensaba que Rebeca sentía algo por un compañero de clase, pero la de cabellos rizados no había manifestado un interés directo en él todavía. No obstante, Celia veía cómo se miraban ambos y le parecía ridículo que no estuviesen juntos. Era evidente que se gustaban.

—¿Quieres saber si va Vicent? —Sonrió con picardía.

—Eh... —Rebeca se ruborizó—. Quiero saber quién va. En general.

—¡Vamos, Rebe! ¿Te gusta Vicent, no?

—No.

Su semblante contrariaba notablemente sus palabras, pero no sería Celia quien insistiese.

—Bueno, pues si te interesa, él sí que sale esta noche.

Miró a Rebeca. Ella no dijo nada, aunque la de cabellos negros como el ébano estaba convencida de haber apreciado un peculiar brillo en su mirada. De pronto el examen de Botánica ya no parecía algo tan importante.

—¿Entonces salimos luego? —se animó Rebeca.

—Sí, de hecho, me gustaría que me prestases la falda blanca que llevabas el otro día... —Juntó las manos e hizo cara de pena—. Por favor.

—Te presto el armario entero si quieres. —Rebeca rio y se puso en pie, sacudiéndose la suciedad de los pantalones—. ¿Oye, y tú con tu vecino qué tal vas?

—¿Iván? —Celia frunció el ceño y se irguió con aspecto indignado—. No sé, es solo el tonto de mi vecino. Le veo en el ascensor. No hay nada más que contar.

—¿No sabes si sale de fiesta esta noche también?

—¿Por qué habría de importarme lo que haga? —Empezó a caminar hacia las escaleras.

—Porque te gusta.

—¡Rebe! —Celia estaba molesta, así que la aludida enmudeció y miró al techo fingiendo no entender su llamada de atención—. A mí no me gusta Iván. Tengo novio.

«Y hace tiempo que ya no le quieres porque te gusta tu vecino», pensó Rebeca.

Salieron a la calle. Hacía un día espléndido, el sol brillaba en el cielo y una ligera brisa les meció el cabello. Celia estaba pensando; el comentario de su amiga la había dejado cuestionándose sus decisiones.

En aquel entonces, Rebeca no deseaba ser amada. Miraba a Celia y su caótica vida. Saliendo con un chico y realmente enamorada de otro. Sufriendo por no hacer daño a nadie, forzándose ha hacer lo correcto aunque aquello la destrozase por dentro.

Rebeca no quería enamorarse porque sabía que todo lo que decían las novelas románticas sobre el amor era mentira.

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