𝓡| 4. ESTRÓGENO

Estrógeno: hormona sexual de tipo femenino producida por los ovarios, por la placenta durante el embarazo y, en menores cantidades, por las glándulas suprarrenales.

Adrián y Ruy se habían criado en Valencia. No fueron ni al colegio ni al instituto juntos, pero siempre tuvieron algo en común, el motivo que les llevó a unir sus caminos: les costaba una barbaridad aprobar inglés. Por tanto, se conocieron con trece años en una academia de refuerzo ubicada en la Avenida de la Malvarrosa y, en la actualidad, podían asegurar que eran best friends, se querían very much y su amistad duraría forever. Su sentido del humor era desternillante y no hizo más que unas pocas carcajadas para encandilar a Nuria y cruzar la fortaleza invisible que erigía Rebeca ante los desconocidos. También ayudaba que fueran policías: era difícil sentirse insegura contando con dos chicos tan apuestos con licencia de armas y el deber de proteger a la ciudadanía.

Las diez paradas en autobús se le pasaron volando. Rebe miraba principalmente a su mejor amiga lucirse ante los chicos, mostrándoles la realidad de su alocado carácter y ganándose el protagonismo de la velada en un momento. No obstante, por el rabillo del ojo siempre acababa topándose con los ojos verdes de Adrián, que la observaban con curiosidad y esbozaba una pícara sonrisa de medio lado. Eso era entre un halago y una molestia, ya que si bien ella adoraba saber que le atraía, no dejaba de ruborizarse delante de sus narices. Mirarla era como leer un libro abierto. Odiaba no ser capaz de controlarse, y odiaba todavía más ser consciente de que los labios curvados de Adrián eran en respuesta a sus reacciones.

Bajaron los cuatro en la misma parada y la joven de cabellos rizados agradeció sentir la brisa marina enfriar su tez rosada. Nuria y ella no habían decidido a dónde querían ir realmente. La playa era enorme y puestos a elegir una parada, ¿qué más daba que fuera la misma a la que se dirigían Ruy y Adrián?

—Rebe, ¿a quién besas, matas o te casas: Joe Biden, Lord Voldemort o Gollum?

Nuria y Ruy estallaron en carcajadas. Rebeca rodó los ojos y miró con suficiencia a Adrián. Muy gracioso, sí, el club de la comedia en un solo hombre...

—No pienso responder.

—¿Quieres que juguemos a otra cosa? —Él se pasó la mano por el mentón preparando otro comentario jocoso—. ¿Qué tal el veo, veo?

—¿Solo sabes jugar a juegos de niños?

—No... —Se encogió de hombros y el asomo de una ligera sonrisa pareció emerger de la comisura de sus labios—. ¿Y un strip poker? ¿Eso va más acorde con tu grado de madurez?

Al límite de su paciencia, Rebeca no pudo contenerse y le golpeó un brazo. No estaba ofendida, pero sí fascinada con la agilidad de Adrián, que en apenas tres frases le había puesto en evidencia por ir de superior.

—Adri, que ya tienes su número, frena un poco con tanta tontería —se burló Ruy. Rebeca, lejos de sonrojarse, dejó escapar una risita traviesa y arqueó ambas cejas desafiando a Adrián. Nuria le acompañó rodeando su brazo—. Por cierto, tengo que subir a mi casa a dejar la bolsa, no puedo ir por ahí con el uniforme. A ver si lo voy a perder.

—¿Puedo usar tu baño? —Lo preguntó Nuria, obviamente. ¿Quién más le pediría a un completo desconocido utilizar su váter particular para mear?

—Claro.

Hubo un instante de confusión, puesto que a Rebeca le decía la razón que tenía que subir con Nuria y no dejar que se fuese sola con Ruy. Parecía buen chico y llevaba varios años trabajando en la policía, pero ¿y si en realidad era un asesino en serie disfrazado de buena persona? Nunca se sabe. Por otro lado, esto de autoinvitarse a casa ajena no era muy propio de ella, así que abrió la boca para decir algo y no salió palabra. Quien la viese pensaría que era un poco boba.

—Un momento, ¿y Manu? —inquirió súbitamente el de ojos verdes.

Ruy ya estaba sacando las llaves de su casa del bolsillo y se detuvo unos segundos a meditar sobre la cuestión.

—¿Quién es Manu? —Nuria les miró a ambos, curiosa.

—Otro colega policía que también viene de Madrid para verle actuar esta noche. Hemos quedado aquí —resumió Adri y su atención regresó a Ruy—. ¿Qué hago, tío? ¿Subís vosotros y yo le espero en el portal?

—Vale.

El chico se dirigió a la fachada de enfrente, abrió una puerta y le franqueó el paso a Nuria, que entró en el edificio con una tranquilidad abismal y se quedó pasmada mirando el enorme espejo que recorría la pared del recibidor. Rebeca tomó su decisión y dio un paso adelante para seguirla. A la boca del lobo entraban juntas o no entraban. Entonces, notó como una mano la detenía.

—¿No te quedas conmigo?

—¿Yo? ¿Por qué?

Se giró sorprendida, aunque extrañamente deseosa de que Adrián no retirase la mano de su hombro jamás. Por favor, si por ella fuese, que no dejase de tocarla. Tragó saliva y desechó todos esos pensamientos impuros en los que acababa compartiendo un encuentro lascivo con el de ojos verdes. Es que era tan guapo...

—Pues por solidaridad, Rebe —soltó él como si fuera evidente—. Está muy feo que os montéis una fiesta los tres en el baño de Ruy y me dejéis aquí abandonado en medio de la calle, indefenso como un cervatillo en un coto de caza.

Ella sonrió levemente y entró en el portal ignorando su petición.

—Seguro que estarás bien. Eres un valiente policía, sabes usar una pistola y yo no —bromeó, guiñándole un ojo con chulería.

Ahí fue cuando llegó la nota discordante para desbaratar sus planes.

—¡Bebé, pero no le dejes solo...! —murmuró Nuria en su oído y después, asegurándose de que los otros no podían escucharla, añadió—: o te lo quitará otra.

La de cabellos rizados dio un respingo y salió a la calle empujada por su mejor amiga. La muy bruja se desternillaba viendo como el semblante de Rebeca se tornaba rojo cual tomate recién recogido del huerto. Ella ni se atrevió a mirar qué cara ponía Adrián o si había captado algo de lo que le había susurrado la rubia. Prefería fingir que nada de aquello había ocurrido en realidad. Quizá, si no decía una palabra, podrían los cuatro correr un tupido velo y actuar como si su mejor amiga no hubiese puesto voz a sus pensamientos delante de ellos. Dejó que Ruy y Nuria desaparecieran tras las puertas de un ascensor, hablando ya de otra cosa, y sacó el móvil del bolsillo para simular que respondía mensajes en lugar de enfrentar la juguetona mirada verde del chico más guapo del planeta, que permanecía a su lado, apoyado en la portería.

«Aquí no ha pasado nada», se repetía mentalmente, «además, él está tonteando conmigo así que... Ay, Rebe, deja de pensar que solo consigues fundirte el cerebro con idioteces».

—¿Y?

La voz de Adrián le hizo volver a la realidad, sin embargo, siguió sin mirarle de frente.

—¿Qué? —espetó más arisca de lo que pretendía.

—¿Joe Biden, Lord Voldemort o Gollum? —El chico no quiso percibir su hostilidad.

Ahí ya no pudo soportarlo y alzó sus ojos marrones para dirigirle al listillo una mirada que cortaba cabezas. Él se lo tomó como el mejor chiste del mundo y se rio tan alto que algunas personas de la calle les miraron confundidos.

—Vale, no vuelvo a preguntar. —Enmudeció brevemente—. Veo, veo.

Rebeca suspiró con pesadez, rindiéndose ante su insistencia

—¿Qué ves?

—Una chica preciosa.

Sintió que le daba un vuelco el corazón, pero se esforzó porque él no lo notara, sosteniendo el móvil entre los dedos, con la mirada clavada en la pantalla. Giró el rostro preguntándose por qué se había vuelto un manojo de nervios cuando normalmente ella era una profesional del ligoteo. No se asustaba con facilidad, aunque aquella tarde sus actos evidenciaban todo lo contrario. Por suerte o por desgracia, el miedo se desvaneció cuando descubrió que Adrián no hablaba de ella, pues sus ojos se enfocaban en su móvil.

Rebeca se sintió imbécil profunda. Al menos él no se había percatado.

—¿Sí? —fingió indiferencia—. ¿Puedo verla?

Adrián asintió y extendió el brazo para dejarle su teléfono. Entonces los nervios regresaron y el pulso de Rebeca tembló: era su foto de perfil en WhatsApp. Lo cierto es que no era ni la mitad de sugerente que la de él, pues Rebeca salía sonriente, con el pelo revuelto por el viento y las gafas de sol a modo de diadema. Detrás de ella estaba la Catedral de Notre Dame. Era una foto que le había hecho su amiga Celia en un viaje de verano con los compañeros de la universidad a Paris.

—¿Le dices esto a todas?

—A todas las que me gustan —afirmó sin cortarse un pelo.

De alguna manera todo sonaba divertido saliendo de sus labios y Rebeca apenas pudo evitar reírse con él. Si estaba coqueteando con ella, tenía la partida ganada casi al noventa por ciento. No hacía falta tanto ingenio, con su cara bonita a Rebe ya le costaba no quedarse embobada delante suyo. Pero por tener un poco de dignidad y aguantar al menos unas horas antes de meterle la lengua hasta la campanilla, volvió a simular que no se sentía muy impresionada. Una tiene que quererse un poco y no caer rendida ante un desconocido durante la primera media hora.

—¿Por qué trabajas en Madrid y Ruy en Valencia? —preguntó abruptamente.

Adrián hizo una expresión que podría traducirse como: «No me habían dejado con la palabra en la boca tan bruscamente en toda mi vida, pero, en fin, hablemos sobre eso».

—Después del instituto, Ruy estudió Derecho y yo Ingeniería Informática. —Rebeca no supo ocultar su sorpresa. No le había parecido que él fuera un chico de ordenadores—. Cuando terminamos la universidad no teníamos ni idea de qué hacer y al final nos planteamos sacarnos las oposiciones a Policía Nacional. Aprobamos y a mí y a Manu nos destinaron a Madrid. Ruy no obtuvo plaza en la capital, así que se quedó aquí.

—¿Vives en Madrid con Manu?

Adrián asintió y luego le preguntó por su relación con Nuria. Algo más relajada, Rebeca trató de explicar la amistad que les unía a las dos desde que eran pequeñas. Por el cariño con el que lo contaba, él comprendió que lo de ellas trascendía el término amistad y se englobaba más en el concepto de familia.

—Recién graduada en Farmacia... —El chico silbó cuando ella terminó de resumir su vida—. ¿No trabajas?

Rebe sacudió la cabeza, de pronto avergonzada.

—Hace poco mandé mi currículum a una oferta, pero dudo que me contraten.

—¿Cómo lo sabes? A lo mejor sí.

—Sería un milagro que lo hicieran. —Vio que Adrián la interrogaba con la mirada y sintió que debía darle un mínimo de contexto antes de seguir lamentándose por sus desdichas—. Es para trabajar en una investigación en el Instituto de Toxicología y Ciencias Forenses...

Estaba a punto de explicarle qué era aquello, pues lo normal en que la mayoría de las personas no tuviera idea de cuán importante era ese empleo para ella y la cantidad de prestigio que le daría participar en un estudio de tal magnitud, pero de pronto Adrián abrió los ojos y la interrumpió.

—¿Puedo ver quién está a cargo?

Una pregunta demasiado concreta. Rebeca no comprendió su repentino interés. Solo asintió y enseñó el correo electrónico que había enviado hacía tres días, tratando de deducir qué estaba ocurriendo.

—Trabajo en la Brigada Central de Investigación Tecnológica de la Policía Judicial —explicó—. Hablo muchas veces con los científicos del Instituto de Toxicología para pruebas y cosas así. En pocas palabras: yo investigo delitos y ellos analizan los efectos que incautamos en registros. No sé, lo más evidente que se me ocurre son pelos, muestras de sangre, orina...

—¿Q-qué? —Rebeca se quedó de piedra, esforzándose por saber si con esa frase Adrián se estaba ofreciendo a hablar bien de ella ante sus posibles futuros jefes—. ¿Y a ella la conoces?

Deslizando el dedo índice por la pantalla, señaló el nombre de la encargada de la investigación: Lucía Vila Martí. Por un instante le pareció que el semblante de Adrián palidecía, pero fue tan fugaz que Rebeca creyó haberlo imaginado. Él se mordió el labio inferior y asintió con suavidad.

—Sé quién es.

—¿Y...?

—Lo siento, ahora mismo no nos llevamos bien.

Fuese cual fuese la relación entre Adrián y Lucía, a Rebeca le cayó un jarro de agua fría cuando su breve momento de fortuna se desvaneció como el vapor en el aire. Justo entonces una voz grave y socarrona gritó desde la otra punta de la acera, sobresaltándola. Sin pretenderlo se acercó demasiado a Adrián, tanto que le llegó a rozar el abdomen. Le complació saber que lo que exhibía su foto de perfil, al menos a través del tacto, parecía bastante verídico.

«Decídete, Rebe, ¿estás caliente porque te lo quieres tirar o deprimida porque lo del trabajo de tus sueños es cada día más sueño y menos realidad?», pensó fatigada.

El tercer tío bueno del día apareció frente a sus narices cuando un chico de enorme sonrisa, pelo castaño todavía más rizado que el de Adrián y aspecto de tener la cara más dura que el cemento se plantó ante la pareja y dijo con una prepotencia digna de un guantazo:

—Joder, Adri, ¿y esté bombón? —Miró a Rebe de arriba a abajo y se lamió los labios.

—Ya sabía yo que el estigma de que los tíos buenos no tienen neuronas venía de algún caso real —explotó la joven sin poder evitarlo.

—Qué carácter... ¡Si era un cumplido!

Escuchó risas tras ella. Ruy y Nuria habían abierto la puerta en el momento preciso para ser testigos del primer contacto entre Manu y Rebeca. Ella no le veía la gracia. Él parecía acostumbrado a decepcionar al resto con su actitud vacilante. Gracias a Dios, Adrián quiso evitar una guerra inminente:

—Ahora que estamos los tres, ¿a quién matas, con quién te casas y a quién besas?

—¡Adrián! ¡Otra vez no!

—Le preguntaba a Nuria —bromeó, pasándole un brazo por los hombros y atrayéndola hacía sí.

Rebeca se descubrió a sí misma deseando que no la soltase. Inhaló su perfume y una grata sensación le removió las entrañas. Si quería, podía besarla ya, delante del resto. Desde luego no iba a encontrar resistencia por su parte.

—Yo mato a Ruy —dijo la rubia— porque he descubierto que este loco de aquí odia la música de Pignoise y yo con eso no bromeo.

Los demás se rieron, aunque Rebeca lo hizo por seguir la corriente más que por otra cosa. El brazo de Adrián permanecía sobre sus hombros y ella sentía que se derretía. ¿Esta sensación la había estudiado en clase de Biología, verdad? Cómo era... ¡Ah, sí! Las condenadas hormonas sexuales: estrógeno, oxitocina, endorfina... Todo era culpa de ellas.

—Me caso con Adrián, mi héroe del tren —siguió Nuria disfrutando cual niña pequeña al ver a su mejor amiga encantada entre los brazos de él—, y te beso a ti, Manu. ¡Eres lo que me queda!

—No sé si debería alegrarme o llorar —respondió el aludido—. Pero en cualquier caso, es un honor.

Manu aprovechó su momento de gloria para presentarse ante Nuria y Rebe y escuchar por tercera vez en el día qué casualidades les habían conducido a pasar la tarde todos juntos. Rebeca se puso rígida, nerviosa porque Adrián todavía no la hubiese soltado. Parecían una pareja y se conocían desde apenas una hora. ¿Por qué quería quitarle toda la ropa y subir con él a la cama de Ruy? ¿Acaso era un animal y no podía controlarse? Parpadeó varias veces.

—¿Y tú? —le preguntó Adrián con voz ronca al oído, cuando nadie les escuchaba—. ¿Te da miedo contestar?

Rebeca le fulminó con la mirada y de alguna manera consiguió sobreponerse a sus hormonas. Deshizo el abrazo y empujó suavemente a Adrián para alejar sus cuerpos. Olía tan bien que costaba hacer el esfuerzo, pero todo sea por parecer más digna de lo que realmente era.

—Me llegas a preguntar diez minutos antes y te hubiera matado a ti —dijo con seguridad y él se llevó la mano al pecho haciéndose el dolido—, pero una vez visto a este cuadro de amigo que tienes, mi orgullo me obliga a matar a Manu.

—Comprensible.

—Y me caso con Ruy porque, si tuviera que aguantar a uno de los tres toda mi vida, creo que la mejor decisión sería él. Tú me sacarías de quicio.

—Estoy convencido. —Asintió con esa estúpida risa traviesa que Rebeca empezaba a adorar—. ¿Me besas a mí?

—No me queda más remedio...

Oculto tras una enigmática sonrisa, Adrián se aproximó a Rebeca y, tras tomarse la licencia de quitarle un rizo rebelde de la frente, murmuró descarado:

—Pues cuando quieras, leona.

—¡Ya te gustaría!

Volvió a empujarle para quitárselo de encima y desvió sus ojos marrones hacia el resto del grupo. Sabía que si no se ponía seria, terminaría cayendo rendida a sus pies.

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