𝓡| 3. ANDROSTADIENONA

Androstadienona: feromona secretada a través del sudor de los hombres humanos que produce un efecto atrayente en mujeres y hombres. Es empleada en el sector de la perfumería para la creación de fragancias masculinas.

Nuria se pasó el pulgar por las cuencas de los ojos, limpiándose las lágrimas.

—No sé qué ha pasado —le dijo a Rebeca—. Ha sido empezar a hablar y me he puesto a llorar otra vez.

Su amiga sonrió de medio lado y la abrazó con fuerza. Nuria fingía que no le preocupaba nada y los demás solían creerla. Al fin y al cabo, su cabecita caótica y sus impulsos incoherentes le hacían parecer una de esas personas que nunca se hundían. Pero nada más lejos de la realidad: la joven de cabellos dorados era la más sensible del mundo. Por eso, al entrar en comisaría sus lágrimas habían escapado cual río caudaloso casi al instante.

A Rebeca no le habían dejado permanecer junto a ella mientras ponía la denuncia. Se había tenido que quedar fuera, en una sala de espera abarrotada de gente, desplazando sus ojos oscuros en busca de Adrián. ¿Menuda estupidez, verdad? El chico del tren había venido a Valencia, según Nuria, para ver una obra de teatro. Evidentemente no iba a encontrarle en una comisaria que no es la suya trabajando. A pesar de todo, la mirada de Rebeca saltaba de uniforme en uniforme.

Una vez en la calle, Nuria todavía se limpiaba la cara con una mano, mientras con la otra sujetaba el trozo de papel que era la copia de su denuncia.

—Es normal, Nu. —Rebeca le dio un beso fugaz en la mejilla—. Has perdido fotos, videos, mensajes... Yo también lloraría.

La rubia asintió y empezó a caminar sin rumbo. Poco a poco la tristeza menguaba y las lágrimas de su rostro se secaban. Sus ojos todavía estaban algo enrojecidos y tuvo que sonarse la nariz unas tres veces más antes de recobrar su actitud habitual.

—Vamos a la playa —dijo de repente. Juntó las manos y miró a Rebeca con decisión—. Quiero animarme. No hay nada que me haga más feliz que ver el mar.

Rebeca no se opuso. Creía que en abril el clima no era el más idóneo para un plan como ese, pero estaba dispuesta a complacer a Nuria hasta que su carismática sonrisa volviera a amanecer.

—Ahí está la parada del autobús. —Señaló ligeramente con la cabeza—. Vamos a ver si queda mucho para que pase.

—Acércate tú, bebé. —Nuria había puesto toda su atención en un restaurante a pocos metros de donde las dos se encontraban—. A mi madre le gusta mucho comer allí. Voy a reservar para el domingo, sé que le va hacer mucha ilusión. ¡Vuelvo enseguida!

La de cabellos rizados suspiró. Ya empezaba a ver retazos de la Nuria de siempre. Sonrió y se encaminó hacia la parada con las manos ocultas en los bolsillos de su chaqueta. Mientras esperaba a que el semáforo cambiase a verde para cruzar al otro lado de la calle, revisó las notificaciones del correo. Ni una noticia sobre el trabajo soñado. No obstante, sí recibió cuatro emails de las rebajas de Shein y un bono de descuento para canjear en una joyería. Al menos el rechazo iba acompañado de ropa y colgantes de plata...

Cruzó el paso de cebra y llegó a la parada. Una pequeña pantalla electrónica indicaba que todavía faltaban diecisiete minutos para que llegase el autobús, tiempo de sobra para que Nuria regresara de hacer la reserva.

—Te toca: Camila Cabello, Anya Taylor-Joy y...

Detrás de ella habían dos chicos apoyados en la pared del edificio más cercano, mirando hacia la carretera. No alcanzaba a apreciar su aspecto debidamente, pues le parecía algo descarado girarse por completo y enfocar sus ojos marrones en ellos. Lo único que percibió con claridad fue que uno llevaba una bolsa enorme con el emblema de la policía nacional. Ese debía ser un agente fuera de servicio.

—¿Y quién? —preguntaba el que portaba vaqueros grises.

—No sé. —El otro hizo una pausa para pensar—. ¿Sabrina Carpenter?

—Pues mato a Sabrina.

—¿Enserio? ¿Por qué?

Rebeca se giró un poco más, tratando de disimular. Pudo ver mejor al policía. Tenía el pelo muy corto, casi rapado. Estaba apoyado con las piernas abiertas y se rascaba la barba de pocos días como si aquel gesto pudiese ayudarle a concentrarse. Quiso observar a su acompañante, pero se había incorporado y ahora le daba la espalda. Por lo pronto, se podía decir que tenía un cabello castaño y ondulado muy bonito.

—No sé. Es guapa, pero a mí me gustan más las otras dos.

El policía asintió, comprensivo.

—¿Te casas con Camila Cabello?

—Sin duda, y beso a Anya.

Rebeca parpadeó unas cuantas veces. ¿De verdad dos adultos estaban jugando a semejante tontería? Eso de besar, casar y matar era un juego muy popular entre niñas de dieciséis años. Se le escapó una amago de risa y los chicos la miraron. La joven se sonrojó y agachó la cabeza, preguntándose dónde demonios estaba Nuria. El cartel electrónico indicaba que en diez minutos llegaría el autobús.

—¿No estás de acuerdo?

Tardó unos segundos en entender que se dirigían a ella. Fingió indiferencia, aunque en realidad notaba un ligero rubor nacer en sus mejillas. Les miró a ambos y se encogió de hombros. Tal y como le había parecido, el de la bolsa estaba más bueno que los macarrones con bechamel que preparaba su abuela. Pero el otro... Bueno, el otro era lo que Rebeca calificaría como el hombre de sus sueños. Tenía el pelo oscuro cayendo sobre sus orejas en ondas. Llevaba una ligera barba, como su amigo, pero más recortada. El precioso contraste de su cabello castaño con sus ojos verdes era hipnótico. Sonreía con seguridad y retaba a Rebeca con la mirada.

—Me da igual —dijo ella sin tratar de ser irrespetuosa—. No tengo tiempo para pensar en esas cosas.

—¿Estás segura? —respondió él con agilidad, señalando con la mano la pantalla electrónica—. Ahí pone que todavía faltan nueve minutos. 

Rebeca se dio cuenta de que el policía se aguantaba la risa. Miraba expectante como ella lidiaba con el desvergonzado de su amigo. Esa actitud le pareció desafiante, así que esbozó una escueta sonrisa y se aproximó a ambos con los brazos cruzados.

—A mí me parece más bonita Anya que Camilla. Me gusta su pelo rubio y lacio.

—Pues yo prefiero a Camilla —repuso el chico de ojos verdes, sacudiendo la cabeza para acomodarse el cabello—. Me encantan las chicas de pelo rizado, es una manía.

Lo pilló al instante por cómo la miraba. Rebeca tenía el pelo oscuro, largo y tan rizado que a veces no aguantaba liso ni habiendo pasado por la plancha y después por la laca. Ella enarcó una ceja y miró a ver si Nuria aparecía de una vez por todas. Finalmente, suspiró y se apoyó al lado de él. Llevaba demasiado rato de pie y cada minuto que pasaba se le hacía eterno.

—Como se nota que no tienes que desenredarlo cada mañana.

—Si quieres me quedo a dormir esta noche en tu casa y me enseñas de qué va eso —bromeó.

El policía rio y Rebeca se giró a responderle una buena pulla al chico descarado. Sin embargo, por alguna razón, lo único que salió de su boca fue:

—¿Qué colonia usas?

Rebeca no solía andarse con rodeos. Puede que Nuria le ganase en eso de ser impulsiva, pero la verdad es que ella tampoco se quedaba atrás. Había sido apoyarse junto al chico y un embriagador olor a perfume le había dejado estupefacta. Él la miraba divertido, pero a Rebeca no le molestó su picardía. Tenía que ser honesta consigo misma: él era su tipo.

—Ninguna.

—Venga, Adri, no le mientras que tú siempre te pones esa doradita que tanto sale en la tele... —rebatió el policía y, mirando de frente a Rebe, asintió con la cabeza varias veces—. Lleva. Que no te engañe. Este es de los que se pone medio bote de colonia todas las mañanas.

Supongo que lo suyo hubiera sido reír, pero Rebeca estaba demasiado anonadada como para hacerlo. Había escuchado llamarle Adri, ¿no? Estaba prácticamente convencida de que sí, pero ¿cuántos Adrianes podrían haber en la ciudad? Pues muchísimos, evidentemente. Sin embargo, el pelo castaño era muy similar al de la foto de WhatsApp y... ¡Qué lástima que no pudiera cotejar los abdominales de la imagen con los de verdad! Así la fiabilidad de su identificación habría sido más exacta.

—¿A-adrián? —preguntó, confusa.

—¡Bebé, bebé! Ya estoy... ¡Anda! ¡Adrián! ¿Qué tal?

Y las dudas quedaron completamente resueltas. Nuria reapareció dando saltos de alegría, como si hacía apenas un cuarto de hora no hubiese estado llorando por la pérdida de su móvil. Ni siquiera miró a Rebeca, sino que, inexplicablemente, se abalanzó a los brazos del chico de ojos verdes como si fuera una amigo de toda la vida y no un conocido de aquella misma mañana.

—¡Pero bueno! Si es mi amiga del tren —dijo él envolviéndola con la misma efusividad que ella—. Qué casualidad vernos de nuevo.

—Es que vengo de poner la denuncia por el robo del móvil —explicó Nuria mirándole con una inmensa sonrisa—. Tal y como me aconsejaste.

Rebeca asistía al encuentro con un semblante que no daba crédito. A su lado, el policía aparentaba sentirse igual de desubicado que ella. Nuria, todavía en su transitoria alegría, sacó del bolsillo trasero del pantalón la copia de la denuncia y la exhibió orgullosa ante Adrián. Luego pareció recordar la existencia de Rebeca y la cogió de la mano para obligarla a aproximarse al grupo.

—Esta es mi amiga Rebe —la presentó con orgullo y Rebeca alzó una tímida mano a modo de saludo.

Adrián asintió con las cejas alzadas y las comisuras de los labios ligeramente curvadas hacia abajo.

—¿Así que ya tengo tu número?

Nuria y el policía se rieron, pero Rebeca solo consiguió balbucear un extraño «eso parece» y desviar la mirada con incomodidad. Entendía no haberle reconocido porque en la foto de perfil apenas se le veía el rostro, pero si Nuria le había mostrado a Adrián fotos y vídeos de sus redes en el tren... ¿Adrián sabía quién era ella desde el principio?

—Adri, tío, ¿qué me estoy perdiendo? —intervino entonces el último integrante.

—Cierto, chicas, se me olvidaba. Este es mi colega Ruy, miembro de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado de día y actor aficionado de noche. —Le palmeó el pecho un par de veces y el otro le dio un codazo a modo de respuesta—. Es tan versátil como Bruce Wayne.

Adrián atrajo entonces a Ruy y, señalando a ambas amigas, empezó a relatar entre risas cómo se había encontrado a Nuria en el tren de Madrid a las once y media de la mañana, ahogada en sus propias lágrimas porque algún carterista se había hecho con su móvil. A pesar de ser esa historia un mal recuerdo para la aludida, lo cierto es que ella participó en la narración emocionada y, entonces, llegó el autobús y los cuatro subieron juntos, como si fuesen un grupo de amigos dirigiéndose al mismo destino.

Mientras tanto, Rebeca empezaba a darse cuenta de que la foto de perfil de Adrián no conseguía reproducir con exactitud lo que tenía ante sus ojos. La realidad superaba con creces a la ficción y, a falta de la prueba de los abdominales, Rebeca se sentía sorprendentemente prendada por el aspecto físico de él.

«Céntrate, tonta, céntrate», se forzaba a serenarse, «ni siquiera le conoces».

En algún momento del trayecto, Nuria preguntó cómo era que les había encontrado hablando a los tres si en realidad no se conocían. Adrián le explicó que Rebeca les había interrumpido mientras jugaban a la tontería de besar, casar y matar. La miró con esa retadora sonrisa suya pintada en la cara y Rebe asintió fingiendo indiferencia en todo momento.

—Me ha sorprendido ver a dos adultos jugando a un juego de niños.

Trató de parecer estar por encima de aquella conversación. Estuvo bastante segura de haber hecho el ridículo, pero siguió actuando como si nada.

—Ya veo que eres una chica muy madura —se burló Adrián.

—¿Y no has reconocido a bebé? —le preguntó Nuria a él.

—¿Quién es esa? —Ruy enarcó una ceja.

—Yo. —Rebeca alzó la mano—. Nuria me llama así desde hace años.

—Ah, ¿yo también te tengo que llamar así?

—No, Ruy. Tú me tienes que llamar Rebe.

—¿Y yo? ¿Como te puedo llamar yo? —Adrián se había apoyado en una de las ventanas del autobús. Era el único de los tres que estaba de pie y no había encontrado un asiento libre.

—Rebeca.

—Qué hostil. —Apretó los labios y agachó la cabeza un poco.

—No es hostil, es mi nombre. —Ella estaba sentada justo en frente de él, se le escapaba una ligera sonrisa cada vez que le miraba.

—Tendrías que darme algún privilegio. Esta mañana he rescatado a tu amiga.

—Es verdad, ahora eres nuestro héroe —bromeó ella—. Puedes llámame Rebe.

—No me convence. Se me ocurrirá algo mejor...

¡Dios mío! ¿Se podía ser tan guapo? No, no era real. Su mente le tenía que estar traicionando. Era absolutamente imposible que un chico tuviese los abdominales más sexys del mundo y la sonrisa más bonita de la galaxia. En todo caso, solo podría tener una de las dos cosas; ambas era antinatural.

—Oye, insisto —interrumpió abruptamente Nuria mirando a Adrián—. Te he enseñado unas dos mil fotos de ella en el tren. Es imposible que no supieses quién era.

Adrián no dijo nada al principio. Dirigió una mirada indescifrable a Rebeca y luego escrutó a Nuria sin dejar de sonreír.

—Claro que la he reconocido. —Giró el rostro hacia la ventana y murmuró—: Su cara es difícil de olvidar.

—¡Pues podrías haberle dicho que me conocías!

—Nuria, no puedo avasallar a una desconocida así como así... Además, Rebeca pensaba que éramos un par de tontos jugando a juegos de niños, ¿a que sí, Rebe? —La desafió con los ojos.

—Yo no he dicho eso.

—Lo has pensado.

—¿Qué eres? ¿Telépata?

—No hace falta leerte la mente porque tu cara se delata solita. —Adrián le guiñó un ojo con picardía y se acercó un poco a Nuria—. Tu amiga nos ha mirado mal por jugar a besar, casar y matar. Hemos parado por su culpa.

A la rubia le faltó minuto y medio para abrir los ojos como platos y, dando saltitos, suplicar:

—¡No! ¡Yo también quiero! ¡Venga, bebé, anímate! Si tú y yo nos lo pasábamos de miedo jugando a eso en el instituto. —Rio y se cruzó de brazos, pensativa—. ¿A quién besarías, a quién matarías y con quién te casarías: Logan Lerman, Zayn Malik o Shawn Mendes?

«No me lo puedo creer», pensó Rebeca. Pero sonrió y contestó a la pregunta, mirando fijamente a Adrián que ya se preparaba para disentir fuera cual fuese la respuesta de ella.

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