𝓡| 18. ENCEFALINA 🔥

Encefalina: son neurotransmisores que combaten el dolor y tienen un efecto analgésico.



—Rebeca, no necesito saber tanto.

Celia estaba en su habitación, en Valencia, con la mano tapándose la cara a pesar de que nadie la veía. Se le habían puesto las mejillas coloradas porque era incapaz de acostumbrarse a los relatos eróticos de Rebeca. No se dejaba nada, lo contaba todo con tanta precisión que una podía imaginárselo a la perfección.

En Madrid, la narradora estaba caminando en círculos por la casa, tremendamente centrada en su discurso. No daba tanta información por morbo sino porque intentaba descifrar qué tipo de relación tenían Adrián y ella. O sea, la parte de la atracción sexual estaba muy clara. La del sentido del humor y la conexión más allá de lo físico, también. ¿Eran follamigos o estaba empezando a ser pareja? Porque si realmente todo se reducía a pasar la noche juntos y actuar como amigos durante el día, sin más compromisos, quizá había puesto en peligro su carrera laboral provocando a Lucía por nada. Ese era un pensamiento terrorífico.

—Sí, tía, porque no es lo mismo follar que hacer el amor, así que necesito que entiendas que aunque lo hicimos en el banco de la cocina a lo salvaje sin casi quitarnos nada y en un arrebato a primera hora de la mañana, él me había dicho antes que...

Escuchó la cerradura abrirse y Rebeca se calló. Lo último que necesitaba era a Manu escuchando lo que había hecho o dejado de hacer con su mejor amigo. Al otro lado del móvil, Celia respiró tranquila. No quería saber más sobre el polvo esporádico del miércoles antes del desayuno.

—Menos mal que te has callado, tengo las mejillas rojas como un toma... —murmuró.

—¡Shhh! —la interrumpió Rebe—. Acaba de entrar alguien. ¡¿Hola?! ¡¿Quién anda ahí?!

—Si es un ladrón, no te lo va a decir...

Un segundo después, Adrián apareció en el salón. Rebeca consultó la hora: era la una y veinticinco. Normalmente Manu y Adri llegaban de trabajar sobre las dos, así que todavía era temprano. Le miró con una ceja enarcada, sosteniendo el móvil aún en la oreja. Como siempre, su compañero de piso estaba tremendamente atractivo. Él dejó caer sus cosas en el suelo. La miraba preocupado, parecía estudiar el semblante de Rebeca con cautela.

—Hola —saludó de vuelta Adri y mostró su móvil—. Elena me ha contado lo que ha pasado en el laboratorio. He salido un poco antes adrede.

—Luego te llamo, Celia.

Rebeca prácticamente colgó sin esperar respuesta. Poco sabía ella que para su amiga había resultado una tregua muy agradable interrumpir la sesión de chisme sexual. Celia era un encanto, pero le costaba hablar abiertamente sobre esas cosas. Era de la clase de personas que entendía el sexo con tanta intimidad que prácticamente ni lo mencionaba. Nada que ver con Rebeca.

La joven de cabellos rizados se plantó frente a Adrián. No sabía qué interpretar de su expresión. Estaba un poco cohibida porque llevaban tres días de ensueño y hablar de Lucía otra vez podía ser problemático. ¿Cómo reaccionaría Adrián ahora que sabía que su ex estaba hecha pedazos por dentro? ¿Se le ablandaría el corazón? ¿Querría dejar a Rebeca? Esa última era una pregunta compleja puesto que para responderla sería necesario primero averiguar qué narices eran ambos y qué nivel de compromiso podían esperar el uno del otro.

—Lo siento, Rebe. —A ella se le encogió el corazón. ¿Qué significaba eso? Ay, Dios mío, se acabó el cuento de hadas, llegó el drama...—. Siento todos los problemas que te estoy causando.

Y sin decir nada más la abrazó. Rebeca se deshizo en un instante, el alivio fue más que evidente cuando se dejó caer sobre su pecho y le abrazó de vuelta. Por un segundo había pensado que Adri iba a ponerle punto y final a todo. No era consciente de que había estado reteniendo el aire hasta que lo liberó en un extenso suspiro. Le estrechó con fuerza.

—Los problemas los causa Lucía —respondió—. No te preocupes. No es culpa tuya.

—No, Rebe, esta vez se ha pasado de la raya. —Se alejó un poco, lo suficiente para verle la cara y acariciarle una mejilla—. Es tu trabajo, ¿cómo se le ocurre? ¡Se ha vuelto loca! No puede hacer eso, no está bien. Es que...

Dejó morir las palabras en el aire y la miró con esos ojos verdes cargados de sentimiento. Ahí había algo más que indignación o preocupación por el futuro laboral de Rebeca. Ella se dio cuenta, pero no lo expresó en voz alta. Solamente le rodeó el cuello con los brazos y sostuvo su mirada. Le acarició la nuca con los dedos y él sintió que el vello se le erizaba. Había algo dulce en la cercanía de Adrián. Su tacto era electrizante la mayor parte del tiempo, pero otras veces resultaba cálido y placentero, como un refugio.

—¿Qué pasa, Adri?

Él sonrió levemente, casi con timidez.

—Me preocupa que te replantees lo nuestro.

¿Que ella se lo replanteara? ¡Si medio minuto atrás Rebeca creía que era él quien pretendía romper su breve aventura! Sinceramente, era muy satisfactorio comprobar que Adrián quería que aquello durase más, que sufría por culpa de Lucía tanto como lo hacia ella. A ver, lo mejor sería que nadie sufriera por nada, naturalmente. No obstante, compartir los problemas ayudaba a que ambos se sintieran más ligeros, más unidos.

Rebeca le besó. Le encantaba hacerlo, podría pasarse toda la vida juntando sus labios, tocando su cuerpo, gimiendo en su boca.

—Yo no tengo nada que replantearme —susurró.

Y a él esa verdad le supo a gloria.

Adrián buscó sus labios de nuevo, atrapó su aliento con otro beso y atrajo las caderas de ella a las suyas hasta que no quedó espacio entre los dos. Sujetaba su cintura con fuerza, como si quisiera cerciorarse de que era real. Otra vez ahí estaba el calor abrasador subiéndole a los pómulos, el corazón palpitándole cada vez más rápido, la respiración acelerada de un momento a otro. Él ya sabía a dónde se dirigía todo eso.

—Pero tenemos que hablar sobre lo que ha hecho... Hay que hacer algo... —interrumpió Adrián, perdiéndose en su propio monólogo.

Al separar sus labios, Rebeca no había dejado de besar, de morder o de lamer. Dejaba un rastro de aliento y calidez desde la mejilla de Adrián hasta su cuello. Él se sentía deshacer, aflojando sin darse cuenta las manos, permitiendo que cayeran hasta rozar el trasero de Rebeca. No conseguía pensar con claridad. Sus manos palpaban el culo de Rebeca cubierto por la tela suave de algodón de su falda y sus instintos más primarios le impulsaban a apretarle las nalgas, volver a besarla, quitarle la ropa y hacerle el amor.

Joder, quería ser responsable, enserio. Estaba intentando concentrarse en razonar la situación con ella, pero así no podía. Si no dejaba de tocarle, de abrazarse, de morderle, de besarle... Acabarían follando otra vez. Que no era ningún problema para él, la verdad fuese dicha, pero en veinte minutos Manu cruzaría la puerta principal y no habría conversación seria o madura en toda la tarde. Luego llegaría Nuria y fin de la intimidad.

—Rebeca, hablemos —se obligó a decir—. Si sigues provocándome así...

Mal dicho. Error. Cagada abismal. Rebeca paró. Vaya si paró. Le miró con una ceja enarcada y los labios apretados. Empujó su cuerpo con las dos manos y luego cruzó los brazos.

—Ya te he dicho que no pasa nada. No sé qué quieres hablar. ¿Acaso no te gusta lo que estoy haciendo? —espetó ella.

En realidad a Rebeca le había dado un corte tremendo que Adrián la interrumpiera. Estaba tan excitada que le necesitaba dentro de ella ya. ¿Qué? Era cierto. En el momento en que él había dicho que le preocupaba perderla, se le había mojado la entrepierna. Empapadita al completo. Como un lago. ¿Por qué la paraba? ¿Es que no estaba claro que querían estar juntos? ¿Había que tener en boca a la condenada Lucía a todas horas?

—¿Que si no me gusta lo que estás haciéndome? —Adrián tragó saliva y juntó las cejas—. ¿Me lo preguntas de verdad?

—Sí, no hago preguntas de mentira —volvió a espetar Rebeca con sarcasmo.

Desvió la mirada. Llevaban tres días perfectos, en algún momento tendrían que regresar al mundo real y discutir como... Bueno, como cualquier pareja. Perdió el hilo de sus pensamientos, cuando Adrián le cogió de la mano y la llevó justo a su entrepierna. Se aseguró de que Rebeca notaba cuánto le gustaba tenerla cerca, qué efectos producía en su cuerpo.

—Estoy tan duro que... ¡Agh! Qué rabia me da que insinúes que no quiero contigo.

¿Por qué coño estaban discutiendo? Rebeca cada vez tenía más calor. Tocar la virilidad de Adrián sobre el pantalón había agravado sus necesidades básicas. Le estiró del cinturón y le forzó a chocarse con ella. Antes de volver a oír otro «tenemos que hablar», le metió la lengua en la boca. Si la única manera de que siguieran con lo que estaban era apelando a los sus instintos primarios, Rebeca sería brusca y salvaje.

—Me importa una mierda Lucía —murmuró entre beso y beso, llena de prisa—. Soy mayorcita, me las apañaré para lidiar con ella. No necesito que me soluciones esto, solo quiero que sueltes el freno que te has puesto y me folles ahora mismo.

Quizá no hacía falta tanto discurso. Le pareció que Adrián había llegado a esa conclusión segundos atrás, cuando ella le había vuelto a besar con violencia.

Él enredó sus dedos en el cabello rizado de Rebeca y bajó la cabeza hasta su cuello.

—Vale, pero si en algún momento ella te saca de quicio... —le susurró al oído.

Rebeca gruñó, mientras le desabrochaba el cinturón y le bajaba la bragueta.

—Cállate y céntrate en esto, ¡por Dios!

Adrián le mordió el cuello y le manoseó el torso con vulgaridad, levantándole la camiseta hasta mostrar su ombligo.

Escuchó como un ligero gemido escapaba de sus dulces labios. Le ponía una barbaridad oírla gemir, pero todavía lo hacía más verla encogerse en sus brazos cada vez que le mordisqueaba la zona de su clavícula. Le parecía tan preciosa...

Se separó de la chica y escuchó como ella se quejaba en un alarido. Impidiendo que Rebeca se enfadase de verdad, le sujetó la barbilla con una mano. Sintió que las de ella, sin embargo, se hacían paso entre sus calzoncillos y le tocaban.

—Eso es jugar sucio —dijo suavemente, esperando la mirada de reproche que enseguida le lanzó Rebeca.

Ella no dejó de tocarle, arriba y abajo. Él se puso aún más duro.

—Jugar sucio es cortarme el rollo cada cinco minutos para nombrar a tu ex.

Buen golpe. Y qué sexy estaba enfadada. La besó, atrapó un gemido, y la empujó. La espalda de Rebeca chocó con una pared, Adrián apoyó las manos una a cada lado de ella, sin dejarla escapar.

—Solo quiero... —intentó explicarse de nuevo.

—Yo quiero que me folles y no lo estás haciendo, ¿qué te hace pensar que yo te voy a dar a ti lo que tú quieres?

Adrián sonrió de medio lado y Rebeca se empapó. Estaba tan cabreada con él, no podía soportar esa necesidad de permitir que la jodida Lucía fuese el centro de atención incluso en un momento como ese. Adrián levantó los brazos y se dejó quitar la camiseta con ayuda de ella. Casi al mismo tiempo le quitó la suya, dejándola con un discreto sujetador de encaje negro.

Acarició uno de los tirantes, bajando la mano con lentitud hasta sujetarle un pecho. Casi al mismo tiempo dejó caer su pelvis sobre la de ella, para que no dejase de sentirle. Atrapada, no tuvo más remedio que escucharle.

—Solo quiero que me prometas que cuando lo necesites, me pedirás ayuda.

Rebeca le miró a los ojos. Su mirada era segura y desafiante. Arqueó la espalda, y se desabrochó el sujetador, permitiendo que cayera al suelo. Desnuda de cintura para arriba, condujo ambas manos de Adrián hacia sus senos.

—Te lo prometo.

—¿Me lo prometes por qué quieres que me calle o me lo prometes por qué entiendes que ella te sacará de quicio de aquí a un par de meses y te vendrá grande aguantarla en silencio?

—Por las dos cosas.

Buscó sus labios y se fundieron en otro beso. Esta vez sin interrupciones, sin conversaciones pendientes, sin distracciones. Qué ganas tenía de sentirle dentro, qué ganas tenía de gritar de placer en su oído... Adrián le separó las piernas con una ligera presión de su rodilla. Enseguida comenzó el insoportable ascenso de sus dedos por el interior de los muslos de Rebeca. Lento, paciente, tortuoso.

—Tenemos que hablar de otra cosa.

«Pero qué cojones le pasa a este tío hoy». Aunque no lo dijo en voz alta, la mirada de Rebeca debió transmitir el mensaje. Sin embargo, Adrián dejó escapar una risa traviesa y la besó para calmar su instinto asesino. «Sí, sí, mucho beso y mucha historia, pero a este paso volverá Manu a casa y no me habrás metido...». Oh, pero sí que lo hizo. Durante el beso, los dedos de Adrián había hecho todo su recorrido debajo de la falda, y empezaban a restregarse con malicia sobre su punto más sensible.

Ella dejó de respirar un instante, sintiendo el familiar cosquilleo abrirse paso en su vientre.

—Resulta que solo tenía que hacer esto para que te quedaras calladita —murmuró Adrián con voz ronca en su oído.

—Pues sí, pero eres tan idiota que has tardado en darte...

Adrián metió un dedo y las palabras de Rebeca quedaron en el aire. Cerró los ojos y sintió. Buscó a tientas el bulto de su pantalón, había dejado de tocarle mientras se quitaban la ropa. Él sacó el dedo corazón y volvió a meterlo en compañía del anular. Rebeca gimió y Adrián siguió jugando con ella, metiendo y sacando los dedos, acariciándole el clítoris con el pulgar, concentrado en sus expresiones de placer, en sus ruiditos de alivio.

—Rebeca...

—¿Qué quieres ahora? —jadeó.

Sin dejar de tocarla, Adrián la cubrió con su cuerpo entre la pared. Le lamió los senos, subiendo la lengua poco a poco hasta llegar al cuello.

—No quiero que hagas esto con nadie que no sea yo.

Ella abrió los ojos. Adrián sonaba bastante imperativo, pero sus mirada verde evidenciaba la verdad. Decirlo le había supuesto un enorme esfuerzo y estaba preocupado por la respuesta de ella. A su parecer, Rebeca no tenía motivos para comprometerse con él: desde que se habían conocido, su compañía solo le había traído problemas.

—No quieres que nos acostemos con otros —repitió ella.

—Exacto.

Adrián metió los dedos con un poco más de fuerza. Rebeca ahogo exclamación y se agarró a su cuello con los brazos.

—Qué mal momento para esta conversación...

—Tú querías follar, yo quería hablar —dijo tan tranquilo él—. Pero por tu culpa ahora yo también quiero follar. ¿Paro?

—Ni se te ocurra. —Suspiró, sintiendo el calor sonrosarle las mejillas—. ¿Vamos a la cama?

—Si quieres, sí, pero...

—¿Qué?

—Me fliparía follarte contra la pared. —Rio y la beso fugazmente, sus manos todavía en el mismo sitio con la misma misión—. ¿Te lo han hecho así alguna vez?

Rebeca gimió un par de veces antes de contestar.

—Sí, una, en un baño. ¿Tú se lo has hecho así a alguien?

—Sí, muchas veces, pero me gustaría hacerlo contigo. —Se encogió de hombros, sacó los dedos de su interior y los subió un poco más arriba para frotarle en su centro. En dos días había aprendido que Rebeca se perdía cuando le tocaba así—. Y seguro que yo lo hago mejor que mi predecesor.

—¡Tramposo! —gritó ella, mientras el cosquilleo se intensificaba—. No me puedes tocar así mientras me pides todo lo que quieres, ¿vale? ¡Tal y como estamos te diría que sí a cualquier cosa!

Rebeca se reía, alternaba el sonido sinfónico de su risa con gemidos y alaridos de placer.

—Cuando me lo ordenes, paro. —Adrián fingió serenidad.

—Te ordeno que me lo hagas contra la pared —le susurró ella al oído con voz pícara.

Una sonrisa gatuna curvó los labios de Adrián hacia arriba. Plantó un beso de película sobre los labios de Rebeca y se alejó. Tan solo un minuto que utilizó para bajarse los pantalones, quitarse los calzoncillos, buscar un condón en los cajones de su habitación y ponérselo. Para cuando volvió a estar delante de Rebeca, con su virilidad erguida y dura cubierta de látex tocando sus muslos, ella preguntó:

—¿Pero somos amigos con derechos o...? —No fue capaz de terminar y agachó la cabeza. Sabía que las mejillas se le acababan de pintar de rojo—. Entendería que después de Lucía no quisieras nada serio durante una temporada...

—Quiero conocerte más —la interrumpió. Adrián centró su mirada en la cremallera de la falda de Rebeca. Tan pronto como la deslizó hacia abajo, cayó exponiendo a la chica en lencería negra, torcida hacia un lado por las grandes habilidades que había empleado él para masturbarla antes. Se las quitó, cayeron a sus pies, exponiendo su desnudez—. Quiero que sigamos riéndonos como siempre, quiero acostarme solo contigo, pero también quiero que me cojas de la mano cuando salgamos a la calle, que me beses cuando te apetezca y sin esconderte de la mirada de los demás, que me llames «amor» si te nace hacerlo... Quiero que cuando alguien te pregunte quién soy digas que estamos juntos y no lo dudes. Quiero que no nos pongamos límites y que intentemos averiguar hacia dónde va lo nuestro. Sin presión, con naturalidad.

Dejó de hablar para besarla otra vez y la espalda de Rebeca, que se había arqueado ligeramente hacia él, volvió a chocar con violencia contra la pared del salón. Le tenía tantas ganas que dolía esperar, estaba que explotaba de energía. Abrió las piernas y le condujo a su abertura.

Adrián pasó una mano sobre la parte de atrás de su rodilla. La sujetó bien para evitar que cayera. Y cuando sintió que estaban oportunamente colocados, empezó a entrar en su espacio con lentitud, disfrutando del gemido de placer que escapó de la boca entreabierta de Rebeca mientras tiraba la cabeza hacía atrás, con los rizos indomables aplastados en la pared.

—¿Tú qué quieres, leona? —murmuró.

Totalmente metido, Adrián se quedó inmóvil esperando una respuesta. No la miró a los ojos, sino que enterró su rostro en el cuello de Rebeca. Luego, cuando la respiración de ella se relajó, empezó a salir para volver a entrar con un poco más de fuerza.

—Quiero lo mismo —jadeó Rebeca en la segunda estocada—. Quiero todo lo que has dicho...

Rebeca volvió a gemir, retorciéndose de placer mientras Adrián la tomaba. Movió las caderas a un ritmo acompasado con las de él, gritó su nombre al oído. Y se deleitó con sus jadeos, la respiración agitada por el esfuerzo que invertía cada vez que entraba y salía de ella.

El cosquilleo se hizo fuerte, Rebeca sintió que estaba a punto de llegar al orgasmo y ahogó un alarido de satisfacción cuando, al cabo de un rato, el esperado momento llegó. Al poco de sacudirse con él todavía dentro y gemir arqueando la espalda y apretando las uñas en su espalda, Adrián gruñó más alto y paró.

—Me he corrido —dijo jadeando.

—Yo también.

—El mejor día de mi puta vida.

—Dices eso siempre que lo hacemos.

Adrián se rio, con la cara todavía escondida en en hombro de ella. No se aparto hasta unos pocos minutos después. Y aun así, se quedó parado delante de su novia —porque habían oficializado lo suyo de la manera más placentera posible—, con un brazo sosteniéndole en la pared, respirando con fuerza, mirándola a los ojos sin decir una palabra.

—¿Adrián? —preguntó Rebeca

—¿Qué?

—¿Alguna vez habías sentido que te iba a explotar el pecho de amor mientras follabas?

Rebeca ya no le miraba. Estaba ahí de pie, desnuda, recién despertada de una experiencia placentera, con su ropa desperdigada por el suelo. Sus mejillas, rojas por la vergüenza de su pregunta. Se abrazó a sí misma, cubriendo parte de su desnudez.

Adrián siguió contemplándola sin moverse.

—No. —Le cogió de la barbilla con los dedos y la beso con dulzura en los labios—. Esta es la primera.

Ella sonrió.

—La mía también.

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