𝓡| 17. CEREBRO REPTILIANO
Cerebro reptiliano: zona más baja del prosencéfalo, donde están los llamados ganglios basales, y también zonas del tronco del encéfalo y el cerebelo, responsables del mantenimiento de las funciones necesarias para la supervivencia inmediata.
Estaba completamente traumatizada por lo que acababa de vivir. ¿Acaso Lucía se había vuelto loca? Su primer trabajo. La primera vez que firmaba un contrato laboral, cobraba un nómina, hacía la declaración de la renta... ¿Y tenía que librar una batalla por el amor de un hombre con su jodida jefa? ¡De verdad, esto no había quién se lo creyera! ¿Y cómo entraría el lunes siguiente al laboratorio? Con la cabeza agachada y las mejillas sonrosadas, seguro. ¿Se atrevería Lucía a mirarla directamente a los ojos? No, no tendría valor. Pero le haría la vida imposible, estaba claro. ¡Oh, no! ¿Y si la forzaba a analizar heces a partir de ahora? Miedo. Le pondría trabas hasta que no pudiera soportarlo más y ella misma se retirase.
El día había sido duro, pero había una buena noticia: Nuria llegaba a Madrid en el tren de las siete y media. Así que solo tenía que aguantar ocho horas de soledad y tendría a su lado a la aliada idónea para sujetarla y apoyarla en ese momento de incomprensión. Ya la estaba escuchando decir: «Si la pija psicópata te obliga a toquetear la caca de otra persona solo para putear, se la estampas en la cara, ¿me oyes? ¡Bebé, no permitas que te humille!». Mientras tanto, llegó a casa, vacía ya que Manu y Adrián estaban en comisaría trabajando, y recibió una agradecida llamada. Celia Pedraza había reaparecido de su periodo de ausencia prolongada, justo cuando más la necesitaba.
—¿Dónde estabas, tía? —Descolgó la llamada mientras dejaba el bolso sobre la mesa del salón—. Te fuiste al cumpleaños ese el sábado pasado y no he vuelto a saber más de ti. Y te mandé tres audios. ¿Se te ha roto el móvil o algo?
—Perdón, Rebe, es que he pasado por un periodo de crisis existencial bastante grave.
—¿Qué? —Ella se sentó en el sofá, desplazando primero una bola de ropa limpia y seca a la espera de ser planchada. Distinguió las sábanas de Adrián, entre las que ella misma había dormido la noche anterior—. ¿Por qué? ¿Estás bien?
Echó un vistazo en derredor. Se preguntó si algún día encontraría el salón en un estado de orden y equilibrio aceptable, sin ropa sucia de Manu por todas partes. Algo brilló desde la tierra de una de las macetas del balcón. Increíble. Eran unas gafas de sol. ¿De quién serían? Sabemos la respuesta.
—Estoy divinamente, lo que pasa es que no me entiendo a mí misma, tía, porque pienso una cosa y hago otra muy distinta.
Rebeca se rio. Estaba bien oír problemas distintos a los suyos para variar.
—Me siento muy identificada con esa descripción. ¿Cómo fue el cumpleaños? —preguntó.
—Bien, muy bien. —Percibió cierto sarcasmo en el tono de Celia—. Me demostré lo tremendamente simple que soy. Me había puesto guapísima, Rebe, ¿te acuerdas de mi vestido negro cortito, el que se me ajusta a la cintura y no tiene mangas?
Rebeca asintió. Se lo había pedido prestado tantas veces que empezaba a ser casi tan suyo como de Celia. Es que ese vestido le quedaba bien a cualquiera y transformaba a quien lo portara en una diosa más sexy que Afrodita.
—Bueno, pues me lo puse porque quería sentirme fuerte, ¿recuerdas eso de que íbamos a demostrarles a ellos que no nos paralizan la vida? ¡Ja! Rebeca, ¡ja! —Soltó una carcajada vacía—. Iván llegó y estaba tan guapo que prácticamente babeaba cada vez que lo miraba. Llevaba una camisa negra ligeramente desabotonada, con el cuello un poco levantado y las mangas arremangadas. Nada del otro mundo, ¿verdad? ¡Una simple camisa y mi fuerza de voluntad se fue de viaje y no volvió! Me repetí mentalmente todas las razones por las que habíamos roto y a pesar de todo...
—¡No me digas que os liasteis, tía! —Rebeca se irguió emocionada y su voz se volvió demasiado aguda—. ¡El equilibrio se restaura!
—Peor, me acosté con él. Además, sin hacerme la dura ni nada. Simplemente le miré toda la noche, empezamos a tontear suavemente y, de pronto, me estaba acompañando a casa. ¡Solos! ¡Los dos!
—Vida mía, que has estado cuatro años saliendo con él, ¿te daba miedo estar a solas?
—Pues sí, Rebe, porque sé de lo que es capaz. ¡Él me conoce! ¿Me entiendes? ¡Me conoce mucho! Sabe lo que me gusta, lo que me pone tonta, lo que necesito oír, sentir y ver para... Es que no pude resistirme... No. Rectifico: no quise resistirme.
Rebeca gritó y saltó de alegría. Se podía ser fan de una relación y luego estaba la enfermiza obsesión que tenía ella por la pareja que representaba su amiga con Iván. Más monos que Blake Lively y Ryan Raynolds. Danzó por la casa y se volvió a dejar caer en el sofá. Ni siquiera recordaba que su jefa le había gritado barbaridades media hora atrás.
—¿Ves? Por eso no te llamé —le reprochó Celia—. Sabía que te ibas a alegrar y no es una buena noticia, Rebe. Rompimos por un motivo.
—¿Cuántas veces? —interrumpió la otra indiferente a la reprimenda.
—¿Cuántas veces qué?
—Habéis follado.
Celia se calló de golpe. Así que no había sido un desliz de una noche, más bien de varias... Y conociéndola no se trataba solo de sexo. Su amiga era toda una romántica y todavía estaba enamorada de Iván. ¡Ay, necesitaba más detalles!
—No te hace falta saber el número concreto, Rebe, eso es información confidencial.
—¿Y cómo fue? ¿Qué hicisteis?
—¿Pero por qué siempre quieres saber esas cosas? ¡Eso no le importa a nadie!
—Es que Celia, nos conocemos, cariño mío. —Rebeca paseaba por el baño. Había recogido las gafas de sol de Manu de la maceta y se las estaba probando delante del espejo. Le quedaban estupendas, ¿las echaría el de menos si se las quedaba?—. Tú no eres de las que tiene un polvo esporádico con su ex, eso suele ser cosa mía, tú eres de las que antes de meterse en su cama ha vivido una discusión apasionada y ardiente bajo la lluvia. Después él te ha besado como nunca antes y has subido a su piso sintiendo que tu corazón estaba a punto de explotar de amor. ¿A que te ha dicho que te quiere?
—Pues claro que me lo ha dicho, tonta. Y es normal, ¿no? Quiere volver conmigo. ¡Por algo hemos sido novios durante cuatro años! Si no me quisiera de un día para otro, tendríamos un problema muy serio.
—Ay, qué bonitos sois... —Usó deliberadamente un tono enternecedor que sin duda estaba poniendo de los nervios a Celia—. ¿Pero a que he acertado con lo demás?
La otra gruñó.
—No llovía. El cielo estaba despejado. —Luego añadió entre dientes—: Aunque sí que hubo una intensa discusión antes de subir a su casa y sí que me sentí impulsada a besarle después porque en el calor del momento me pudieron las ganas y, por cierto, menudo beso el que nos dimos... ¡Ay, madre mía, tienes razón! Vivo en una película.
Rebeca sonrió satisfecha.
—¿Habéis vuelto?
—No lo sé, por eso te llamaba. —Suspiró nerviosa—. Llevo toda la semana en su casa, estábamos en un paraíso, como antes... Él quiere estar conmigo y yo con él, pero todo lo que te conté de Fede... A ver, lo hablamos después de... hacerlo.
—De follar.
—Bueno, sí, en la cama. Le dije todo lo que opinaba de su desconfianza. Fue como si toda la pasión del momento despareciese para volver a instaurar una barrera impenetrable entre los dos. Aunque... No, impenetrable, no. Queríamos escucharnos, los dos estábamos haciendo un esfuerzo por entendernos. Iván seguía bastante en desacuerdo porque, según su punto de vista, no está dudando de mi fidelidad, sino que... —Se interrumpió, dubitativa—. Joder, es un lío. Él piensa que no sé ponerle límites a Fede.
—¡Lo sabía! —Rebeca sonrió—. Sabía que había algo más, Iván se enfada enseguida pero no por cualquier cosa, ¿de qué límites habla, Celia?
—Es que vas a pensar que soy idiota. ¡Y te vas a poner de su parte! Siempre lo haces.
—No, tía, cuéntame. —Intentó sonar diplomática—. Y no vuelvas a decir una tontería así. Yo siempre estaré de tú parte, no de la de él. Ahora, eso no significa que te dé la razón a lo loco. Cuando me pidas mi opinión, te diré lo que pienso con sinceridad. Y si luego decides tomar otras decisiones distintas a mis consejos, te apoyaré igualmente, ¿vale? Venga, suéltalo todo.
Escuchó un largo suspiro. A Celia le costaba reconocer sus errores. Cuando se le metía una idea en la cabeza, solía tardar bastante en dar paso a otras alternativas. Había que tener paciencia con ella. Normalmente, después de llevarse varias decepciones por cabezota, acababa aprendiendo la lección. No obstante, el proceso era pesado.
—Un día Iván fue a comprarme un regalo con mi amiga Sara, no sé si la recuerdas... —Rebeca le dijo que sí y la animó a continuar—. Al parecer Fede les vio por la calle y creyó que Iván estaba saliendo con otra a mis espaldas, así que me llamó para decírmelo, y luego Iván y yo tuvimos una pequeña disputa. ¡Sé lo que vas a decir y no, no tenía malicia! Actuó como un buen amigo y me lo dijo, peor hubiese sido que guardase el secreto y que...
—Por Dios, Celia, qué inocente eres —murmuró Rebeca poniendo los ojos en blanco—. ¿Les vio besarse o abrazarse? ¿Entiendo que no, verdad? —Su amiga negó al otro lado de la línea—. ¿Pues a quién narices se le ocurre darte una noticia como esa que puede tambalear los cimientos de tu relación? Es una manera muy sucia de meterte la duda en la cabeza y generar un conflicto entre vosotros. Si encima es verdad la acusación de Iván y le gustas a Fede, está claro que pretende malmeter para provocar que rompáis, ¡justo como ha pasado! ¿A que Fede ha estado muy atento contigo últimamente? Seguro que ha sido el hombre perfecto consolándote...
—Bueno, sí, se ha portado muy bien... —Celia se quedó sin palabras durante una breve pausa, pero enseguida desechó la idea y siguió en sus trece—. Rebe, ¡que no! Iván y yo rompimos por culpa de la insistencia de él en no querer ni ver a Fede. ¡Si me reconoció que estaba celoso porque yo pasaba más tiempo con el otro que con él! Y los celos son desconfianza.
—No, Celia, los celos son naturales, proyectan inseguridades. Yo siento celos y seguro que tú también los has sentido alguna vez. —Rebeca casi podía ver la cara de su amiga sorprendida al oír como le decía lo que socialmente estaba aceptado como una conducta tóxica—. Si Iván se ha convertido en un controlador que duda de ti a todas horas, entonces no vuelvas con él. Yo solo digo que tiene un motivo de peso para odiar a Fede. Lo que hizo estuvo muy feo y el problema es que tú no paras de justificarle.
—¿Yo? —Celia se puso a la defensiva—. ¿Qué se supone que tenía que hacer?
Suspiró. Su amiga era muy habituada a encerrarse en una opinión y no salir del bloqueo en mucho rato.
—Celia, ponte en su lugar y júrame que no te molestaría que Iván dudase de tu lealtad por lo que otra le ha susurrado al oído.
—Sí que me molestaría, eso no lo he negado en ningún momento, pero Fede lo hizo porque estaba preocupado por mí... ¿Qué harías si vieras a Iván con otra chica y creyeras que me está siendo infiel? ¿No me lo dirías Rebeca? Porque si es así, me preocupas.
—Me aseguraría de que es verdad lo que he visto y no una mera suposición mía. Investigaría un poquito más. ¡No te vayas por las ramas, Celia! Siguiendo mi hipótesis anterior, ¿te sentaría bien que la misma chica que actuó de esa manera siguiese a su lado? ¿No sentirías miedo por lo que pudiese volver a decirle? Creíste a Fede, tía. —Celia enmudeció. Rebeca siguió hablando ahora que había captado completamente su atención—. Dices que Iván no confía en ti, pero has sido tú la que has desconfiado de él primero cuando Fede se entrometió. ¿No ves el bucle en el que estáis entrando?
—Y-yo... —Volvió a enmudecer. Rebeca se imaginó la bombilla en el interior del cerebro de Celia encendiéndose repentinamente—. ¿Y cómo lo arreglo? ¿Mando a Fede a la mierda?
—No hace falta. Creo que con asegurarle a Iván que no volverás a permitir que Fede se meta en medio y reconociéndole que lo que él hizo no estuvo bien, es suficiente. Conociendo a Iván, solo busca reconocimiento. —Rebeca se incorporó y miró el reloj. Llevaba ya un buen rato intentando convencer a Celia—. Has roto con Iván por este problema, así que es importante que le hagas saber que entiendes lo que pasó y que la próxima vez que Fede abra la boca le dirás: «Mira, chaval, salvo que tengas veinte fotos de mi novio comiéndole la boca a otra, no pienso dudar de su lealtad nunca». ¿Vale?
—Vale.
Celia se calló durante un rato más. Estaba bastante pensativa, asimilando el consejo de Rebeca. La otra, por su parte, estaba deseosa de transmitir su situación sentimental. A diferencia de Celia, Rebeca era más comunicativa y no se iba a limitar a un: «me he acostado con Adrián». Pensaba hacerle un exhaustivo análisis de todas las veces que habían tenido sexo, las palabras que se habían dicho, los gestos, las miradas y, muy importante, la última conversación con Lucía. Todos los detalles necesarios para sacar un diagnóstico definitivo sobre su intensa relación con su compañero de piso.
—Bueno, hablaré con Iván. Y, desde luego, voy a estar mucho más atenta a los comentarios de Fede —dijo finalmente—. ¡Me estoy dando cuenta de que ha cuestionado mi relación con Iván un montón de veces! ¿Pero cómo he podido estar tan ciega? ¡Seré imbécil!
—Todos somos imbéciles de vez en cuando, tía. Además, Iván está deseando arreglarlo todo contigo, así que estate tranquila: hay solución.
—Es verdad, pero me da rabia... —Celia suspiró, cansada de tanto pensar—. ¡Qué mala amiga soy, llevamos todo el rato hablando de mí! ¿Tú qué tal con Adrián? ¿Saliste de fiesta con sus amigos al final?
—Ponte cómoda, Celia, porque va para largo.
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