𝓡| 16. FENILETILAMINA
Feniletilamina: neurotransmisor que se relaciona directamente con el enamoramiento. Actúa estimulando la sensación de alegría, euforia y exaltación.
Todo iba estupendamente bien. Estaban a viernes y Lucía todavía no había aparecido por el laboratorio. De vez en cuando a Rebeca se le pasaba por la cabeza que su jefa debía de estar absolutamente devastada por el rechazo de Adrián para haber llegado a tal extremo. Sentía un poquito de lástima. Además, algo debía saber al respecto Elena Mayo porque ella también había tomado mucha distancia de Rebeca. Así que el trabajo, finalmente, iba bien: sabía lo que hacía, trababa buena relación con los demás compañeros y las dos personas que más la incomodaban ya no estaban.
Sin embargo, lo mejor de las últimas cuarenta y ocho horas era Adrián. Durante el día se enviaban audios más largos que un podcast sobre cualquier cosa. Luego se encontraban en casa, comían con Manu y pasaban el resto de la tarde besándose y susurrándose secretos al oído. A las siete y media, Adri se marchaba a crossfit y cuando volvía, sudado con las mejillas rojitas, se duchaban juntos y seguían besándose y riéndose.
Cosa distinta era cómo había digerido la reciente relación de sus compañeros del piso el pobre de Manu. Al principió se alegró. Les gritó un tremendo: «¡Ya era hora!» cuando llegó a casa a las dos menos cuarto tras el cumpleaños de Lina y se encontró una camisa blanca de hombre junto a un sujetador y unos calzoncillos negros tirados en el sofá. No obstante, a la mañana siguiente amaneció asustado, diciendo que había soñado que Adrián se mudaba con Rebeca y que los dos le dejaban solo en aquel piso donde las prendas de ropa y los trastos se multiplicaban en cuestión de segundos hasta ahogarle en un mar de desorden. Ella le aseguró que nadie se iba a ninguna parte, pero que no podía controlar al problema de ser engullido por sus propias cosas porque el caos de Manu dependía solo de Manu.
En cuanto a Lina, se molestó un poquito por la ausencia de Adrián y Rebeca en la fiesta de su cumpleaños, aunque aceptó sus disculpas a cambió de una narración detallada de la intensa historia de amor entre ellos, incluyendo cualquier diálogo parafraseado, por muy insignificante que pareciera, gestos perceptibles e imperceptibles y pensamiento veraz, paranoico o imaginativo que hubiese tenido la de cabellos rizados desde que conoció al policía en Valencia.
Rebeca estaba en ese punto en que no podía dejar de sonreír. Se sentía caminando entre nubes de algodón. Ya ni siquiera dormía en su habitación, prácticamente se había mudado a la cama de Adrián, mucho más ancha y de colchón mullido.
Era absolutamente feliz y le fascinaba la velocidad con la que su vida había dando un giro tan drástico y positivo.
Aunque no todo puede ser un eterno sueño, ¿verdad? Sabía que Lucía debía regresar, pero cuando el viernes a primera hora la puerta del laboratorio se abrió de golpe y un par de tacones resonaron sobre el parqué, Rebeca comprendió que no estaba lista para enfrentar las consecuencias de sus actos. Ahí llegaba la dura dosis de realidad para compensar los tres días de ensueño.
—Rebeca, a mi despacho.
Lucía había vuelto y pocas veces había sonado tan autoritaria como esa. La aludida tuvo que dejar un experimento —relacionado con pipí ajeno, por supuesto, porque esa parte de su vida aún no había mejorado— a medias en manos de un compañero —Felipe, naturalmente— y salir corriendo detrás de su jefa mientras se quitaba los guantes de látex y los tiraba a la basura, así como la mascarilla quirúrgica. Se aseó un poco la bata y, a falta de un lugar donde depositarlas, dejó las gafas de seguridad sobre su cabeza como si fuesen una diadema. Las gafas de seguridad y la mascarilla quirúrgica tenía como única misión hacer sentir a Rebeca tranquila. Una de sus pesadillas más recurrente desde que le salpicó el pis de Judith Vallecas en la mejilla, era que la tragedia se repitiese, pero esta vez entrándole la orina en los ojos o en la boca. Tomaba precauciones extremas por esa razón.
Llegó al despacho de su superior. La puerta estaba entreabierta y pudo escuchar la voz de Elena Mayo dentro de la estancia. Tenía que reconocer que estaba aterrorizada.
—Lu, esto no está bien. —Parecía nerviosa—. No mezcles lo profesional con lo personal, por favor, pones en riesgo a todo el equipo.
—Nunca quisiste que la contratase, Elena, ¿ahora te preocupas por ella? —Lucía soltó un bufido, indignada.
—Porque no estaba cualificada para este trabajo y lo sabías, pero no me hiciste caso. Ahora ya está hecho y ha aprendido, prácticamente no tengo que corregirla.
—¡Es la peor de todos!
—No es verdad, se ha adaptado de maravilla. ¡Hasta Felipe está contento con su trabajo! ¿Cuándo has visto tú a Felipe elogiando a otro ser humano? Sabes que esto lo haces por rencor, Lu, para esta tontería antes de...
Rebeca llamó a la puerta con los nudillos e interrumpió la conversación. Descubrir que su contratación no tenía nada que ver con su formación o capacidades le había parecido muy ofensivo aunque sorprendentemente coherente. Al menos ahora entendía qué hacía ella en esa investigación. Además, había sentido un poquito de orgullo al escuchar cómo Elena Mayo reconocía sus esfuerzos. ¿Y Felipe la había elogiado? ¿Enserio? Sonrió sin darse cuenta.
—Adelante.
Cuando entró en el despacho sus ojos fueron directos a la mesa de Lucía. El marco seguía ahí mismo, pero la foto con Adrián no estaba. Ahora veía una de un paisaje rural. Sintió un gran alivio. Luego, al mirarla a ella, tragó saliva. Su jefa no tenía un pelo de tonta y se había dado cuenta del análisis de Rebeca. Tenía la cara contraída en una mueca de disgusto. A su lado, Elena era la viva imagen de la preocupación.
—¿Nos das un momento, Elena?
—Lucía, por favor... —suplicó la aludida.
—Sigo siendo tu superior. Déjanos solas.
Lucía ni siquiera se dignó a mirarla. Su amiga apretó los labios, molesta. Dedicó una escueta mirada de lástima a Rebeca y salió de la habitación dando un portazo. Normalmente Elena actuaba con fineza y elegancia. Estaba claro que aquel día era una excepción a la regla. Rebeca dudó sobre si debería sentarse en la silla vacía que había frente a ella o no. Finalmente optó por permanecer de pie y esperar.
—Cuando me llegó tu currículum solicitando trabajar en esta investigación pensé que estabas loca —dijo lentamente, mirándola con rabia—. ¿En qué momento se te pasó por la cabeza que estabas capacitada para este puesto? ¡Si no sabes hacer nada!
Se le ocurrieron unas cuantas respuestas mordaces. No soltó ninguna porque Lucía seguía siendo su jefa. Respiró hondo y miró al suelo. No podía despedirla por salir con Adrián. Eso incumplía las leyes, ¿no? Sí, estaba segura. No obstante, podía convertir su estancia en el laboratorio en un infierno.
—¡Te he dado la oportunidad de tu vida, Rebeca! —continuó la otra—. Este trabajo ha sido un regalo caído del cielo para ti y ¿así es como me lo agradeces?
—No sé a qué te refieres.
Una táctica arriesgada. Levantó la vista y se preguntó si Lucía tendría el valor de reconocer en voz alta que toda esa bronca se debía a un chico. Supuso que no, puesto que, teóricamente, era una persona lista que a sus veintiocho años estaba ocupando un puesto prestigioso y codiciado. Sin embargo, Rebeca no había padecido todavía los devastadores efectos de un tan corazón roto como el de Lucía y se equivocó.
—¡No te hagas la tonta! —bramó su jefa dando una palmada en la mesa—. Me he portado bien contigo, ¿no? No te he llamado la atención ni una sola vez, he tenido paciencia infinita con tus continuas meteduras de pata y el otro día te invité a salir con Elena y conmigo. ¿Tenías que meterte en medio de mi relación?
Así que sin tapujos, directa al tema.
—Yo no me he metido en medio de nada —se justificó al instante Rebeca.
—Qué casualidad que aparecieses y él rompiese conmigo, ¿no?
—Adrián y tú rompisteis hace meses. —A Rebeca le tembló la voz—. Yo no le conocía cuando pedí el trabajo y ni siquiera sabía que habíais estado juntos cuando me mudé.
—¡Oh, por favor! ¿A quién quieres engañar? —Lucía rodó los ojos y se dejó caer en su silla soltando una carcajada vacía—. Las parejas a veces se toman tiempos, ¿sabes? Pero nuestra historia no había terminado, ¡no hasta que te conoció!
Dijese lo que dijese, no serviría de nada. Que Adrián le hubiese seguido prestando atención a Lucía después de romper había sido un tremendo error por su parte, puesto que esa conducta no había hecho más que acrecentar la esperanza de ella por recuperar su moribunda relación algún día.
—No es culpa mía, Lucía. —Se revolvió en su sitio, nerviosa—. Por favor, sé razonable, sabes que no es conmigo con quién estás enfadada.
Lo dijo con la boca pequeña, pero fue el comentario necesario para terminar de abrir la herida de Lucía. Sin poder evitarlo, la exnovia de Adrián se echó a llorar. Qué situación tan violenta...
—¡Él me pidió que te contratase y lo hice! —dijo con la voz quebrada—. ¡Me pidió que no fuera dura contigo y no lo he sido! ¿Qué más necesita para saber que le quiero? Cometí un único error, no he vuelto a ver a Sergio desde entonces...
Si le hubiesen dado la oportunidad a Rebeca de ser tragada por la tierra en ese mismo instante, la habría aprovechado de sobra. No había vivido un momento tan incómodo como aquel en toda su vida. Entendía el dolor de Adrián al descubrir que su amigo y su novia se habían acostado a sus espaldas, pero veía el llanto desconsolado de Lucía, el sincero arrepentimiento, y no podía evitar compadecerla. ¿Era estúpido querer ayudarla? En cierto modo sí, ya que Rebeca también quería estar con Adrián y una cosa era incompatible con la otra. Le daba mucha pena verla desmoronarse, hundirse en su tristeza sin tener ningún sentido de la vergüenza.
—Me he esforzado en cambiar —dijo Lucía limpiándose las lágrimas con las manos—. Pero después de lo que me dijo el lunes... —La miró fijamente con esos ojos avellana enrojecidos por la tristeza y repletos de dolor—. Si tú no hubieses aparecido, jamás lo habría dicho.
Era difícil defender ese ataque sin saber qué narices le había dicho Adrián a Lucía que fuese tan traumático. Rebeca no se atrevió a preguntar, bastante violenta era la situación tal y como estaba. Su jefa tenía los ojos rojos del llanto clavados en ella. Sorbía por la nariz y tenía la respiración agitada.
—Lucía yo nunca he pretendido hacerte daño, de verdad. —Miró en todas direcciones, completamente aturdida—. Si pudiera hacer algo...
—Puedes. —Ella seguía mirándole en total seriedad. Su voz sonaba congestionada—. Retírate.
Rebeca dio un respingo.
—¿De dónde? ¿V-vuelvo al laboratorio...?
—¡No, de ese puto triángulo amoroso! —Sorbió por la nariz otra vez—. No le des esperanzas, ignórale, vete del piso... Sal con otros chicos, deja de rondar por su alrededor para que vuelva a centrarse en mí y en lo que teníamos. Te juro que te recompensaré, Rebeca, ¿qué quieres? ¿Firmar un contrato más beneficioso? ¿Un aumento? ¿Participar en futuras investigaciones? ¡Lo que sea con tal de que desaparezcas de la vida de Adrián!
No podía creerse que le pidiera aquello. La joven de cabellos rizados había abierto la boca y la miraba anonadada. No encontraba palabras para contestar, lo único que sabía es que la propuesta de Lucía estaba mal. Tartamudeó incoherencias.
—Venga, Rebeca. —Su jefa se mordió el labio inferior y sus cejas formaron una expresión de tristeza—. ¿Ha pasado algo entre vosotros? ¿No, verdad? El lunes me juró que ni siquiera os habíais besado, ¿tan importante es un chico al que conoces desde hace un mes? ¿Qué hay de tus ambiciones laborales?
Siguió sin decir nada. Ni de broma le reconocería que desde la última vez que hablaron a Rebeca y Adrián les había dado tiempo a acostarse varias veces. Ese tipo de información era mejor que Lucía no la conociese jamás, corría el riesgo de explotar de furia si conocía la verdad. Nunca pensó que su jefa la sobornaría con sacrificar su vida sentimental a cambio de un ascenso laboral, pero aquí estaban las dos.
Abrió la boca sin tener muy claro qué decir y, gracias al universo, Elena Mayo irrumpió en el despacho de Lucía totalmente afectada: había estado escuchando toda la conversación detrás de la puerta.
—¡Te dije que te marchases! —le gritó la exnovia de Adrián al instante—. ¿No ves que no hemos terminado de hablar?
—¡Se acabó, Lu! —dijo la otra muy airada—. No pienso permitir que destroces la carrera que tanto tiempo y esfuerzo has dedicado en labrar durante años por un chico, ¿entendido? ¡Te estás poniendo en evidencia! Un poco de amor propio, por el amor de Dios.
—Esto no tiene nada que ver contigo, ¡déjame en paz!
—He dicho que no. Adrián no quiere estar contigo, ¿me oyes? No quiere estar contigo y punto, ¡no importa! No le necesitas para nada, así que deja de actuar como una desquiciada y acéptalo de una vez.
Dejó caer las manos sobre la mesa y alzó su rostro firme justo delante del de Lucía. Las dos amigas se enzarzaron en una batalla de miradas airadas mientras Rebeca seguía callada, blanca con un fantasma, en medio del cuarto. Tenía un calor sofocante, se asfixiaba.
—¡Puedo arreglarlo! —gritó Lucía, su rostro empapado de lágrimas—. He cambiado, no volverá a pasar... Lo arreglaré.
—No, Lu, no puedes. Metiste la pata y estas son las consecuencias. ¡Se acabó! —Elena se giró y miró a Rebeca—. Ignora todo lo que te ha dicho, tiene el corazón roto, seguro que tú también los has tenido alguna vez y puedes comprender cómo se siente. Te pido disculpas en nombre de ella, tienes el resto del día libre.
—Eh, sí, vale... —balbuceó Rebeca.
No se hizo de rogar. El corazón le latía a mil, estaba tan nerviosa que le temblaba todo el cuerpo. En menos de cinco minutos, Rebeca se había puesto el abrigo y salía del Instituto Nacional de Toxicología y Ciencias Forenses respirando agitadamente. Ni siquiera respondió a Felipe cuando este, siempre ajeno a lo que acontecía en el mundo real, le dio la enhorabuena por unos informes que había redactado antes de que todo estallase.
¿Qué iba a ser de su trabajo a partir de ahora?
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