𝓡| 15. OXITOCINA (II)
🧡
👮🏼♂️CUATRO AÑOS ANTES👩🏽🔬
1 AL 5 DE AGOSTO
Le creyó. La Rebeca de dieciocho años que estaba de pie en mitad de la calle, sufriendo un calor abrasador, con las manos todavía sujetando el tallo sin espinas de la rosa de Vicent, decidió creer. Y pensó que lo hacía porque el razonamiento de él era coherente. Seguramente ella hubiera actuado igual en su lugar. Entendía lo que era sentir miedo de perder a alguien que te importaba. Comprendía por qué había tardado en sacar a la luz la verdad.
Rebeca eligió confiar en Vicent y, tras tomar esa decisión, todo empezó a ir como debía. Él la abrazó. La rodeó con esos largos brazos y la estrechó con tanta fuerza que Rebeca se emocionó. Le dijo tantas cosas bonitas al oído que consiguió que la sonrisa de enamorada renaciera en su moreno rostro. Así de fácil quedaba erradicado el problema y cada cosa retornaba a su sitio.
Rebeca pasó el fin de semana de ensueño que esperaba. Vicent decía que se sentía tremendamente feliz a su lado. La sorprendía con besos espontáneos, abrazos por la espalda y caricias inesperadas. Era perfecto.
—¿Sabes una cosa? Siento que hemos derribado un tremendo obstáculo —le dijo Vicent dos días después mientras cenaban pizza en el salón y veían una comedia romántica de los años noventa—. Parece que gracias a aquella discusión que tuvimos el primer día, hemos evolucionado a otro nivel. Ya no hay secretos entre nosotros, hemos aclarado la situación y creo que me gustas más que nunca. No sé qué pasa, Rebeca, pero me siento embelesado por ti.
Ella sonrió, conmovida, y le besó con ternura en los labios. Luego él la abrazó y dirigió su atención de nuevo al televisor.
Y pasó algo raro dentro de Rebeca. A pesar de tener todo lo que siempre había querido y ni más ni menos que con su amor platónico de la universidad, se sintió embustera. ¿Por qué? Desde la discusión, estaban genial juntos. En eso él tenía razón. Había despertado algo mágico y maravilloso, tan precioso que el mero hecho de reconocer que Rebeca dudaba, sonaba imposible. En ocasiones una sensación de tristeza se apoderaba momentáneamente de ella, pero en una sacudida de cabeza conseguía expulsar la negatividad antes de que Vicent se diera cuenta. ¿Acaso no podía sentirse feliz y punto?
La última noche que Rebeca pasó en Calatayud, tuvo una pesadilla. Despertó a de madrugada sin ser capaz de recordarla, pero sabía con total certeza que había sido terrorífica. Después no consiguió volver a conciliar el sueño. Dio vueltas y vueltas sobre sí misma, pensó en cosas bonitas, miró al techo, dejó pasar las horas... Cuando no supo qué más hacer, decidió ponerse en pie y meterse en el baño. Se lavó la cara con agua y jabón y tuvo una revelación.
La mente de Rebeca había decidido creer en Vicent, perdonarle y confiar, pero su corazón tenía otros planes. Dudaba. Anticipaba un problema, veía el riesgo con claridad. Sonia estaba enamorada de Vicent, y él había mantenido una relación con ella bastante larga —aunque intermitente— durante toda su vida. A los nueve años empezaron, ¿no? Eso eran diez veranos sintiendo algo especial por la misma chica. No se tragaba que las cosas hubiesen terminado así como así. No hacía ni dos meses que se había enrollado con Sonia y drásticamente la había reemplazado por Rebeca.
Sonia y Vicent no habían terminado y ella lo sabía.
No importara lo que él le dijera ni las promesas que hiciese. Rebeca dudaría igualmente, puede que durante mucho tiempo, porque era algo demasiado incómodo, demasiado importante y demasiado reciente como para creer que con unas cuantas palabras bonitas y sinceras el miedo desaparecería. De hecho, puede que ni Vicent fuese consciente de lo que realmente sentía por su amiga de infancia. ¿Qué pasaría cuando lo descubriera? ¿Qué ocurriría si Sonia se interponía entre ambos? O peor, ¿qué ocurriría si no lo hacía, mantenía las distancias y Vicent la echaba de menos? ¡Qué inocente había sido! No podría evitar preocuparse; a la mañana siguiente volvería a Valencia sola, mientras él se quedaría en Calatayud el resto del verano con Sonia. Se forzaría a confiar, pero en el fondo dudaría. Y dudar significaba sufrir en silencio.
Esa era la única verdad.
Necesitaba tiempo para entender, distancia para pensar y paciencia para poder aceptar la realidad.
Y necia de ella, al amanecer se sinceró con Vicent.
👩🏽🔬🧡👮🏼
—Me dijo que eran paranoias mías. Repitió todo lo del primer día, pero yo no cedí. —Rebeca tenía la mirada perdida en algún lugar del pasado—. Me acusó de ser irracional y desconfiada. Eso me hirió mucho, de repente estaba avergonzada. Me arrepentí de haberle contado mis miedos y quise arreglarlo corriendo. «Solo dame tiempo», le pedí. «Acabaré por aceptarlo, enserio, pero tienes que reconocer que es difícil para mí marcharme y dejarte aquí con ella. No puedo hacerlo de un día para otro». Nunca me olvidaré de su cara cuando me dejó en la estación. Su mirada estaba vacía, como si no me viera. Sentí su decepción. En el viaje de vuelta lloré en el tren, me odié por haberlo destrozado todo.
Adrián no le había soltado la mano en la media hora que Rebeca había estado hablando sin parar sobre su pasado con Vicent. Le acariciaba la palma con el pulgar y estaba tan callado, que durante un instante ella se olvidó de su presencia. La escuchaba.
—A pensar de todo, creí que podíamos solucionarlo. Pensé que por mi culpa el viaje había terminado con un sabor amargo, que estaríamos un poco distantes durante los próximos días, pero que al final las cosas se irían calmando poco a poco.
—¿Y no fue así? —preguntó Adrián en un murmullo—. Es decir, entiendo que él hubiese sido más feliz si tú aceptases su realidad con Sonia a la primera, pero no podías obligarte a fingir una despreocupación que no sentías. Es comprensible que estuvieses disgustada, necesitabas tiempo para pensar y digerirlo todo.
—Me alegra que tú lo veas así. En ese momento yo ya no sabía si las decisiones que tomaba estaban bien o mal. En mi cabeza todo parecía lógico, pero cuando vi cómo la alegría de aquellos meses se deshizo en un segundo, me sentí tan destructiva como una bomba nuclear. Yo no quería romper con él, solo se lo dije para que entendiera que me costaría un tiempo acostumbrarme a ella. Si realmente él no quería a Sonia, solo era cuestión de ser paciente, ya está. Quizá no debí contárselo.
—O quizá él debió hacer un esfuerzo por ponerse en tus zapatos. A veces las cosas no fluyen a la primera y hay que buscar el camino adecuado. Tú y yo somos el ejemplo perfecto. Cada uno necesita sus tiempos y espacios para reflexionar. —Adrián se puso serio—. ¿Te dejó por eso?
—Él no me dejó.
—¿Le dejaste tú, entonces?
Llegaba la parte dura de esa historia, el verdadero trauma de Rebeca. Oh, cuánto lloró. Bañó de lágrimas la almohada de su habitación durante aquel doloroso mes de agosto. Nunca se había vuelto a desmoronar tanto como aquel verano, estuvo irreconocible. Sus padres se preocuparon muchísimo. Rebeca estaba perdida en un laberinto, ahogada en medio del océano, atrapada en un caverna sin un ápice de luz.
Hizo una larga pausa antes de contestar a Adrián.
—Quise hacerlo todo bien, ¿entiendes? —dijo por fin—. Creí que Vicent necesitaba un par de días para tomar distancia de todo. Igual que yo necesitaba tiempo para digerir lo de Sonia, entendía que él lo necesitara para aceptar mi reacción. Esperé a que me escribiera, pero no lo hizo.
Miró a Adrián. Estaba enfadada. Siempre que lo recordaba la ira ardía en su interior. Siguió hablando:
—Así que le escribí yo para preguntarle qué tal estaba. No me contestó. Veía el doble tic de los mensajes, es decir, los recibía, pero intencionadamente no me daba respuesta. Fui paciente durante una eterna semana en la que no hice otra cosa que llorar, mirar el salvapantallas cada cinco minutos y sentirme culpable. ¿Por qué había tenido que decirle cómo me sentía? ¿Por qué no había ignorado mis dudas? Le llamé veinte veces. Y fui tan ridícula que pensé: «No te agobies, Rebeca, se le habrá estropeado el móvil».
»Pero sabía que no. El día que subió una publicación a Instagram bañándose en la piscina de su casa con Sonia y sus amigos de Calatayud, me desplomé. Le escribí un mensaje de WhatsApp kilométrico suplicándole que me perdonara. Dije que había pensando en todo y que ya no tenía dudas. Aceptaba a Sonia y su pasado con ella. No me importaba que siguiese siendo su amiga, ni que hiciera menos de sesenta días desde la última vez que se enrollaron. Ignoré mis verdaderos sentimientos en un ataque de pánico, ¿te das cuenta? ¡Me humillé! No sabes cuánto me arrastré. Estaba tan necesitada de su perdón que hubiera tolerado hasta tener una relación abierta con él para que pudiese liarse con Sonia bien tranquilo. Y siguió ignorándome, castigándome con su indiferencia. Perdí la paciencia y le grité a la pobre de mi madre que no tenía culpa de nada. Derramé todas las lágrimas del mundo y rompí mi propio teléfono al tirarlo al suelo. ¡Siento vergüenza al contarte todo esto!
—No te atormentes tanto, Rebeca. —Adrián decidió hablar porque había visto el brillo en los ojos en ella. Sabía que estaba a punto de llorar, la notaba respirar cada vez con más dificultad—. No eres ni la primera ni la última persona que se humilla por amor. ¿No has oído lo que te he contado antes? Lucía se tiró a mi mejor amigo y yo intenté volver con ella. Estuvimos una semana saliendo como si nada hubiera pasado. Preferí engañarme y no hablar del asunto pensando que si hacía como que no existía al final quedaría todo en el olvido. ¿Lo ves?
—Tienes razón, ya lo sé, pero... —Se abrazó más a él, enterrando la cara en su pecho—. Tú al menos hablaste con ella.
—Más que hablar, nos gritamos.
—Pues ojalá Vicent me hubiera gritado. Al menos así, podría haber entendido algo. Él no me dio la oportunidad. Desapareció como si nunca hubiera existido. Me hizo el mayor ghosting de la historia. Me bloqueó de todas redes sociales, ¡bloqueó hasta mi número de móvil! ¿Tú crees que hice algo tan grave como para borrarme de su vida de semejante manera? ¿No te parece desproporcionado? Yo no lo comprendía. No sabía qué narices estaba haciendo. Ese jodido demente me expulsó de su vida como si fuese un saco de basura, sin pensar en el daño que me haría sentirme tan menospreciada.
—¿Qué? ¿De verdad? ¿No pudiste hablar con él? Joder, pero si dos días antes había actuado contigo como si fuese tu puto prometido, ¡no me lo puedo creer! —Adrián la miró intensamente, con las cejas juntas en una expresión furiosa—. ¡Eso es cruel! Dios, un poquito de responsabilidad afectiva, ¿no? Al menos te merecías una conversación, yo que sé... ¿Y en la universidad qué pasó? Tuviste que volverlo a ver al año siguiente.
—Las clases empezaban a mitad de septiembre. Yo vi a Vicent por última vez el 5 se agosto, así que cuando nos volvimos a ver había pasado más de un mes. Ya no lloraba a todas horas, pero sabía que reencontrarnos me iba revolver todos los malos recuerdos. Me preparé mentalmente. De hecho, mi amiga Celia estuvo a mi lado como un guardaespaldas preparada para detener cualquier bala que fuese a salir de los labios de Vicent directa a mi corazón. —Sonrió—. Si algo saqué bueno de todo aquello, fue comprobar hasta dónde llegaba la lealtad y el amor de mis amigas. Estuvieron a mi lado con una fiereza admirable, no me sentí sola ni un segundo.
»Como te decía, volví a clase y nos vimos. Noté que él estaba incómodo y me evitaba. Pero yo llevaba demasiados días negros como para actuar con indiferencia. Me planté delante suyo y le dije: «Si me querías dejar al menos haber tenido el valor de decírmelo a la cara, cobarde».
Rebeca enmudeció. Por un instante, en la habitación había crecido un aura poderosa, la fuerza que transmitía Rebeca cuando se enfadaba, la dignidad de su esencia manifestándose con ímpetu. Adrián estaba expectante, atento al final de aquella historia como si la estuviese viviendo él mismo en primera persona.
—¿Qué te contestó?
—Me dijo: «¿Dejarte? Rebeca, nunca fuimos nada. Nos lo pasamos bien durante un par de meses, pero eso es todo. Siento haberte hecho daño, aunque no es culpa mía que te ilusionaras».
Adrián se levantó de la cama con los ojos abiertos como platos.
—¡PERO QUE HIJO DE LA GRAN...!
Rebeca hizo lo mismo y llevó sus manos a la boca de él para obligarle a callar.
—¡Adrián, no grites que es la una de la madrugada y tenemos vecinos! De verdad, ya pareces Manu soltándole insultos a la tele, contrólate un poco...
Adrián apartó sus manos, todavía afectado por lo que un niñato de diecinueve años le dijo a Rebeca hacía tanto tiempo.
—¡Pero Rebe, menudo gilipollas! Es para partirle la cara, ¿cómo se atreve? Una cosa es cambiar de opinión por quién sabe qué motivo y otra cosa muy distinta hacer polvo a alguien sin tener un ápice de empatía... ¡Tío, qué capullo!
—Ya lo sé, Adri, ya lo sé...
—¿Le mandaste a la mierda, verdad? Dime que le metiste una hostia delante de toda la clase.
—Si no te calmas, no te lo cuento.
A Rebeca le estaba pareciendo adorable el cabreo de Adrián, pero no pretendía avivar la llama de su ira. El chico asintió con pesadez y se tumbó de nuevo, con los brazos cruzados sobre el pecho y el ceño fruncido. Parecía un niño enfurruñado.
—Ya me calmo... Es que es indignante. ¡Ese tío era un puto psicópata! Después de todo lo que te dijo durante el verano, ¿cómo pudo tratarte así? Debiste sentirte como una mierda. ¡Yo me siento como una mierda ahora mismo y ni siquiera lo he vivido!
—Obviamente me dolió lo que me dijo, pero en lugar de enfardarme o llorar pensé que nada tenía sentido. Me quedé paralizada, la situación era surrealista, ¿verdad? Esa persona que tenía delante de mí no era el Vicent que yo conocía, sino un auténtico cabronazo sin escrúpulos. Me di cuenta de que él tenía razón en una cosa: no éramos nada porque dos meses es tiempo insuficiente para conocer a una persona. Yo había sentido algo my fuerte por el Vicent de antes de Calatayud, pero después de conocer ese lado cruel y egoísta suyo, me alegré de que no hubiésemos llegado más lejos. Compadecí a Sonia. Imagínate estar diez años enamorada de una persona como él.
—Pobre chica.
—Así que se lo dije. Le dije: «Ojalá Sonia escape de ti algún día. Ojalá se dé cuenta de la mierda que eres».
—¡TOMA YA! ¡ESA ES MI LEONA!
—¡Que no grites! —Rebeca le golpeó suavemente en el brazo, aunque se le escapó una sonrisa traviesa—. Luego mi amiga Celia añadió: «Eres más tóxico que un cubo de lejía».
—Estuvisteis fantásticas las dos .—Aplaudió con fuerza y se rio a carcajadas—. ¡Me encanta que le pusierais en su sitio! Sois las mejores.
Contagiada por el escándalo de Adrián, Rebeca empezó a reír. La historia llegó a su final. La narradora se sentía ligera, cansada del viaje al pasado. De vuelta al presente, se percató de que no podía haber elegido mejor compañía para compartir su liberación. Los labios de Adrián buscaron los suyos y Rebeca se dejó querer, acariciándole el pelo mientras se besaban. Después, se quedaron abrazados en silencio, sintiéndose cerca el uno del otro.
—Empiezo a darme cuenta de que llevo cuatro años queriendo enamorarme y, al mismo tiempo, saboteando todas las oportunidades de conocer a alguien nuevo. Cuando vine a Madrid me imaginé mil escenarios sobre cómo podrías decepcionarme tú.
—Rebeca —murmuró Adrián—, yo te decepcionaré alguna vez, no voy a negarlo, pero nunca te trataré como lo hizo ese hijo de... Satán. No trataría así a nadie, me parece algo de nivel básico sobre cómo ser una persona decente.
—Eso espero, mi querida gacela. Sino tendré que devorarte.
Adrián dejó escapar una risita. Abrazada a él, Rebeca cerró los ojos y sonrió.
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