𝓡| 15. OXITOCINA🔥
Oxitocina: hormona que modula comportamientos sentimentales y sexuales.
Había cierta urgencia en sus gestos, en la fuerza con la que se sujetaban el uno al otro y se atraían cada vez más. Para Rebeca debía de suponer un alivio haber resuelto todos sus problemas con Adrián, pero todavía percibía la ansiedad de su interior temiendo que aquella realidad fuese de cristal y se quebrase en cualquier momento. Le besó con intensidad y él le devolvió los besos con la misma pasión. Sus respiraciones estaban aceleradas.
—¡Ay!
Adrián tropezó con la pata del sofá. Fue un instante de interrupción, pero suficiente para que Rebeca tomase conciencia de la realidad: lo tenía delante de él, semblante confuso por el reciente golpe, con la camisa arrugada en las zonas en las que ella lo había agarrado con violencia para acercarle. Sintió una inexpresable satisfacción al verle en ese estado, tan desaliñado por haberse liado con ella.
—¿Estás bien?
—Sí, sí... —El chico esbozó una traviesa sonrisa en la cara.
Se miraron a los ojos, como si ambos regresasen al mundo real al mismo tiempo. Rebeca se ruborizó.
—No me esperaba que pasara esto...
—Yo lo estaba deseando. —Se pasó la lengua por los dientes en un gesto inconsciente—. Tienes los labios rojitos...
Rebeca quiso contestarle que lo mismo le pasaba a él, pero no tuvo tiempo porque la boca de Adrián volvía a estar sobre la suya y poco después bajaba hasta su cuello para tatuarlo con rojeces a base de débiles mordiscos. Un escalofrío le recorrió la espalda y se apretó más a él, sintiéndose desfallecer.
Rebeca empujó a Adrián y lo sentó en el sofá. Antes de que él pudiese interrogarla con su mirada verde, se subió a horcajadas sobre sus piernas. El lenguaje no verbal lo explicaba todo con absoluta claridad. El vaivén de sus caderas marcándose sobre los pantalones del chico; las manos de Adrián cada vez más atrevidas, acariciándole por debajo de la camiseta y subiendo hasta palpar sus senos. Rebeca ahogó un gemido, pero le dio tácita licencia para seguir por el mismo camino.
Hacía tanto calor que sus mejillas empezaron a colorarse. La respiración de ambos era cada vez más agitada. Adrián no tomó la iniciativa, esperó a que ella le desabotonase el primer botón de la camisa para después facilitarle la tarea. No quería arriesgarse a cometer un error y dar por sentado algo que la incomodara. Se lo tomó con calma.
Rebeca alzó los brazos y se dejó retirar la camiseta, quedándose con el sujetador blanco todavía cubriéndole.
La besó del cuello a la superficie visible de sus pechos con suavidad, mientras situaba sus manos en sus caderas y las estrechaba contra su dureza. Quería que sintiera lo que su presencia le provocaba y ella dejó escapar otro gemido cuando lo hizo.
—Joder, me pones tanto que me va a reventar el pantalón... —murmuró, deslizando los tirantes del sujetador y dejando cada vez más piel a la vista.
Ella le desabrochó el cinturón, deslizó la cremallera e introdujo su mano dentro de la ropa. Le tocó y entonces el que gimió fue él. Rebeca esbozó una orgullosa sonrisa y volvió a besarle.
—Qué puedo decir, tengo un don —bromeó encogiéndose de hombros.
—¿Sí? —Él la tumbó sobre el sofá de un solo gesto y se incorporó sobre ella, ayudándola a quitarse el resto de la ropa hasta quedarse únicamente con la interior—. Pues voy a comprobar si yo tengo el mismo don...
Rebeca no se había preparado para la ocasión. Sus braguitas eran grises y de algodón, ni siquiera combinaban con el sujetador. Tampoco estaba completamente depilada ni se había puesto crema hidratante por la mañana. Sintió una sobrevenida inseguridad, pero al mirar a Adrián a los ojos esta se desvaneció. Lo que veía reflejado en sus pupilas era absoluta admiración por ella misma; la deseaba tal cual era.
—Estás buenísima, Rebe, te quería follar desde el primer día —susurró entre beso y beso—. Llevo semanas sin pensar en otra cosa y tú creyendo que yo salía con otra...
—La culpa es tuya por no hablar claro, idiota.
Volvió a perderse en sus besos y sintió como él la terminaba de desnudar y exploraba su entrepierna.
No tenía prisa, era paciente y observaba sus reacciones. Jugó primero con el exterior, dejando que sus dedos se embadurnaran de los fluidos que la excitación de Rebeca no dejaba de producir. La tocó con suavidad y ella le fue guiando entre gemidos y besos. Se obsequiaron recíprocamente; aprendieron poco a poco los gustos de cada uno. Ella le manoseó el torso con ansias.
—Tus abdominales son de verdad.
Adrián se detuvo un instante y enarcó una ceja. Sonreía de medio lado, divertido, esperando una explicación.
—Es que la primera vez que vi tu foto de perfil no me lo acababa de creer... —Se calló, sintiendo que se sonrojaba—. Bueno, ¿qué más da? ¡No pares, sigue!
Rodeó su cuello con los brazos y le atrajo. Le besó antes de que tuviera tiempo de soltar algunas de sus respuestas pícaras. Adrián se puso manos a la obra e introdujo sus dedos dentro de ella. La sensación de placer se amplificó y Rebeca se centró en disfrutar, tratando de complacerle a él simultáneamente.
—¿Tienes condones? —le murmuró en el oído—. Ponte uno y lo hacemos ya...
Adrián se detuvo en seco y la miró preocupada.
—Joder, no tengo. —Se mordió el labio—. Es que desde Lucía no he vuelto a hacerlo con nadie, ni se me había pasado por la cabeza comprar...
Rebeca se levantó del sofá rápidamente, buscó dentro de su bolso y sacó un preservativo. Se lo mostró satisfecha.
—Siempre llevo uno encima por si acaso —explicó.
—¿Muchas oportunidades de sexo espontáneo? —Adrián sonrió de medio lado y atrapó el condón que ella le lanzaba—. No me extrañaría en absoluto.
—Pues no, pero basta una única vez sin anticonceptivos y mucha mala suerte para que me pasen una infección o me quede embarazada. Así que mejor prevenir.
—Sabia decisión.
Rebeca se situó frente a Adrián, que terminaba de ponerse el preservativo. Volvió a subir a horcajadas encima de él. Se miraron a los ojos y ella le acarició del cabello, primero con suavidad y después sujetándole con fuerza.
—Prepárate para el polvo de tu vida —le advirtió.
A milímetros sus labios y escuchándose respirar, se sentó sobre Adrián.
Ahogó un grito mientras entraba dentro de ella. Cerró los ojos y las manos él le agarraron las nalgas con violencia, ayudándola a bajar. La mantuvo un rato totalmente introducida, esperando a que el cuerpo de Rebeca se acostumbrase al suyo, excitándose al oírla retorcerse sobre él.
—Me vuelves loco, leona.
Entonces dio inicio el concierto de gemidos, besos y jadeos cada vez más rápidos y sonoros, hasta que ambos terminaron en la explosión de placer que llevaba previéndose desde el día en que se conocieron.
👩🏽🔬🧡👮🏼♂️
A pesar de haber pisado aquel suelo de madera ya tres veces, el cuarto de Adrián se le antojaba un mundo desconocido visto desde la cama. El techo tenía pequeñas grietas de pintura resquebrajada. Había un ventilador en una de las esquinas con el cable enroscado a los pies. En su última expedición nocturna husmeando habitaciones ajenas no había visto el perchero colgado detrás de la puerta con un puñado de chaquetas, unas encima de otras, ni tampoco la cantidad de zapatillas tiradas debajo del escritorio.
Rebeca buscó algo con lo que taparse. Vio una camiseta blanca de manga corta talla XL sobre una silla y se la puso. Después fue a la cocina.
Lo que empezó en el salón con una copa de vino y música indie había terminado en la cama de Adrián por comodidad. Rebeca estaba cansada, llenando un vaso de agua del grifo. No sabía cómo sentirse. Por una parte, satisfecha —era lo que tenía llegar al orgasmo tras el polvo más deseado del año—, pero por otro, incómoda. Acababan de terminar y Adrián se había metido en el baño para quitarse el preservativo y limpiarse un poco lo que tenía entre las piernas. No queda romántico decirlo, pero el sexo es así. Y durante ese escaso minuto y medio de soledad, Rebeca se sintió rara porque no sabía qué vendría después. Bebió del vaso un largo trago. Estaba deshidratada. ¿Dormirían juntos? ¿Repetirían la experiencia? Se preguntó si a Adrián le había gustado acostarse con ella más que con Lucía. Vaya pensamiento de mierda... ¿Y qué pintas llevaba, por cierto? Después de retozarse por la cama, no quería imaginarse cómo narices estaría su cabello de enredado y sucio.
Apuró el agua y dejó el vaso vacío en la pila. Volvió a la cama y se tumbó, ligeramente incorporada. Fingiría indiferencia mientras miraba TikTok, así parecería que en realidad no estaba preocupada.
Adrián entró en la habitación vestido con un pantalón de deporte. La miró con una sonrisa en los labios. Eso la tranquilizó.
—Qué bien te queda mi camiseta. ¿Te ha gustado? —preguntó.
—¿La camiseta? Sí, es muy cómoda.
—Me refería a lo otro. Lo que hemos hecho antes de que te la pusieras.
—¡Ah! Pues claro, muchísimo. —Ella le devolvió la sonrisa—. ¿Y a ti?
Adrián se sentó en el borde de la cama, apoyando una mano al lado de sus piernas.
—Me ha encantado. —Y depositó un beso fugaz sobre su boca—. ¿Te quedas a dormir aquí?
—Vale. —Menuda sonrisa de enamorada se le quedó pintada en la cara.
Así deberían ser las cosas siempre. Preguntas sencillas, naturalidad, sin planear estrategias para saber cuál debería ser el siguiente paso. Rebeca hizo hueco a Adrián a su lado y él se tapó con la sábana y la abrazó. Ella se quedó apoyada sobre su pecho, deslizando los dedos sobre la piel desnuda de su torso, mientras sentía la mano de Adrián acariciándole el pelo.
—¿Te puedo preguntar una cosa? —susurró Rebeca.
—Faltaría más.
—A parte de Lucía, ¿con cuántas chicas has salido? Me refiero a una relación seria, una pareja. —Levantó la cabeza—. Es para saber a dónde no debo enviar mi currículum la próxima vez que busque trabajo.
Adrián se rio a carcajadas y ella sonrió. Le gustaba su risa.
—Técnicamente he tenido tres novias.
—Eso son muchas.
—Bueno, es que la primera fue a los catorce.
—Entonces no vale.
—¿Por qué no? —Adrián se movió para poder mirarla a los ojos—. Perdí la virginidad con ella, para mí sí que cuenta.
—¿Y cuánto tiempo estuvisteis juntos?
—Cuatro meses, y eso a los catorce es todo un logro.
Rebeca se rio, aunque sintió que se ruborizaba. ¿Cómo le decía ella que tenía veintitrés años y no habría durado ni cien días con el mismo chico? Carraspeó, incómoda.
—¿Cómo se llamaba?
—Patricia García, iba conmigo al instituto. Tenía un año más que yo.
—¡Mírate! ¡Relacionándote con chicas mayores! —Usó un tono de burla al decirlo—. Seguro que eras el más popular en clase.
—Lo cierto es que sí. —Sonrió, estrechándola—. Al menos hasta que ella me dejó para salir con uno de último curso. No podía competir contra un chaval al que ya le crecía el bigote, ¿sabes?
—Entiendo. —Rebeca se dio la vuelta completamente, hasta tener la mitad superior de su cuerpo encima del de Adrián—. ¿Y la segunda quién fue?
—María Huerta, una amiga de Ruy. Esa sí que fue una novia de verdad.
—¿Se la presentaste a tus padres?
—Claro. Con ella estuve un curso entero de la universidad, pero discutíamos mucho y al final la relación se quemó. —Se encogió de hombros—. Aunque la recuerdo con cariño.
—¿Sobre qué discutíais?
—La mayoría de las veces, sobre lo inmaduro que era yo. Puede que tuviera razón. En ocasiones esporádicas también discutíamos sobre la mala manía que tenía ella de contarle absolutamente toda nuestra relación a su madre. Incluso las veces que nos acostábamos y lo que hacíamos. ¿De verdad una madre quiere saber eso de sus hijos?
—Dios mío.
—Lo sé.
Adrián se rio. Rebeca sintió una calidez familiar mientras apoyaba los brazos sobre su pecho y lo miraba en silencio. Si tuviera que elegir lo más bonito de Adrián, sería su risa. Era una mezcla perfecta entre la travesura de un niño y la picardía de un adulto. Como si hubiese leído sus pensamientos, Adrián deslizó un dedo sobre la mejilla de Rebeca, de abajo hacía arriba.
—Tienes unos ojos muy bonitos.
—Son marrones.
—¿Y por eso no pueden ser bonitos?
—Los tuyos son verdes, Adri. Son preciosos.
—Es que en ningún momento he dicho que los míos no fuera bonitos.
Se rieron un rato, jugando a decidir qué hacía a unos ojos bonitos, si el color o la forma con la que esos ojos miraban el mundo. Rebeca se sentía tranquila, relajada, escondida en una urna de cristal que les aislaba a ambos del mundo exterior y de sus problemas. No existía Lucía. No existía Elena. No existían las decenas de botes de pis apilados en la balda del frigorífico. La vida era maravillosa. Había fantaseado con acostarse con Adrián unas mil veces, pero no había tenido la osadía de imaginarse lo que vendría después, la confianza que nacería entre ambos poco a poco.
—Vamos a dejar el tema porque no hay forma de que nos pongamos de acuerdo —sentenció Adrián.
—Vale, ¿de qué quieres hablar? Yo no tengo sueño.
—Ni yo tampoco. —Él miró al techo, pensativo—. Hemos hablado de los fantasmas de mis relaciones pasadas. Les toca a los tuyos. ¿Cuántos exnovios tienes?
—Ah, ninguno.
—¿Nunca has tenido una relación seria?
Rebeca sonrió y se miró la uñas. Nunca le había avergonzado su eterna soltería y ahora, de pronto, se ruborizaba. Quizá tenía miedo de parecerle a Adrián una chica extraña.
—No. No me he enamorado de nadie nunca, así que...
—¿Y con quién perdiste la virginidad?
—Contigo. Ahora mismo.
Adrián puso los ojos en blanco.
—Qué graciosa. —Le sacó la lengua.
—Es broma, tonto.
—Ya lo sé.
—Fue un amigo de mi prima. Nico Lluch. En un campamento de verano, dentro de la tienda de campaña, con una fila de hormigas paseándose por ahí. Fue un amor de verano, solo que no fue amor de verdad. No puedes enamorarte de un chico que acabas de conocer en poco menos de un mes.
—Lo dices con una indiferencia... —Adrián juntó las cejas y se movió. Rebeca aprovechó para tumbarse bocarriba, con el brazo de él detrás del cuello. Entrelazaron sus dedos en un gesto natural, sin pensar en lo que hacían—. Seguro que ahora el pobre Nico le está hablando a sus amigos de aquella pequeña leoncita a la que desvirgó con una ternura infinita sin saber que para ti no tuvo importancia.
—Sobrevaloras a Nico. —Rebeca rio—. No volví a verlo después del campamento, pero mi prima me contó que en septiembre ya estaba con otra chica, así que dudo que me echara en falta.
—Pues entonces es que era idiota.
—Solo un chaval de dieciséis años.
Rebeca enmudeció, como si aquel argumento lo justificase todo, y Adrián pareció entenderlo porque no replicó. Se giró hacia ella, apoyando la cabeza en un brazo y tumbando su cuerpo de perfil.
—¿Algún otro chico importante del que me quieras hablar? —murmuró—. Prometo no sentir celos y ser mejor que todos mis predecesores.
Ella apretó los labios, toqueteándose ahora un rizo con la mano libre.
—Hubo uno muy importante, pero perdimos el contacto hace años.
Adrián la miraba con la preciosa sonrisa de siempre, pero Rebeca se había perdido entre las memorias de un verano lleno de emociones, hacía cuatro años. Madre mía, ¿cuándo fue la última vez que habló con alguien de Vicent? Normalmente no pensaba en él, por lo que le sorprendió ver que todavía sentía la espinita clavada en su corazón por cómo terminaron las cosas entre ellos. Se preguntó si algún día llegaría a recordar lo que sucedió con total indiferencia, como le pasaba con Nico.
—Creo que fue la primera vez que tuve sentimientos muy fuertes por alguien, pero todo se acabó demasiado rápido. Tres meses tan intensos que todavía me enfado cuando pienso en él.
—¿Qué ocurrió entre vosotros?
—No lo sé.
Y después de enterrar aquel mar de recuerdos en lo más profundo de sus ser durante los últimos cuatro años, Rebeca lo contó todo con una facilidad inexplicable. La historia ansiaba ser narrada, emerger al mundo exterior, para así liberarla y ponerle un punto y final de una vez por todas.
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