𝓡| 13. SISTEMA LÍMBICO (I)
Sistema límbico: grupo de estructuras en el cerebro que dirigen las emociones y el comportamiento.
Dejó las cosas en su cuarto y se sentó sobre la cama a esperar el regreso de Adrián. Lo hizo todo tan deprisa que apenas escuchó a Manu saludarle desde el salón. No es que le importase mucho al implicado, pues el chico había vuelto de comisaría hacía veinte minutos y estaba enfrascado en una compleja misión de un videojuego. No apartaba sus ojos marrones de la pantalla del televisor y portaba en la cabeza unos cascos mal puestos. Demasiado ocupado para ver la carita preocupada de Rebeca.
Le diría la verdad a Adrián, aunque eso supusiese confesar lo que sentía por él. Lo que pasa es que tanto valor y energía le estaban produciendo una montaña rusa de emociones. Lloró un rato, escuchó música triste, se duchó, se armó de valor otra vez... Pasaron las horas y ni rastro de Adrián, ni tan siquiera un mensaje. Empezó a imaginar escenarios aterradores: Lucía y Adrián comiéndose a besos mientras Rebeca derramaba lágrimas por él; Adrián quejándose ante Elena y Lucía de la actitud infantil e inmadura de su compañera de piso; Lucía burlándose de ella junto a Elena, planeando cómo fastidiarle el resto de la semana en el laboratorio...
No. Se acabó. Estar sola en su habitación era igual que echar sal en una herida abierta. Con el pelo húmedo tras la ducha y su pijama azul de nubes y solecitos, se dejó caer en el sofá al lado de Manu.
—Te lo suplico, hazme caso y deja la endemoniada consola, Manuel —soltó sin pensar.
El chico dio un respingo, maldijo en alto a todos sus muertos y abrió la boca traumatizado.
—¡No, no, no! —Tiró el mando con violencia sobre uno de los almohadones—. ¿Por qué me has desconcentrado? ¡Me han vuelto a matar, joder! Estaba a punto...
—Siempre estás a punto.
Manu se había tumbado sobre ella, apoyando su cabeza entre las piernas de Rebeca. Fingía el mayor disgusto de la historia y se tapaba los ojos con dramatismo. Al comprobar que su compañera de piso no le seguía el juego, le dedicó una mirada afligida. Fue entonces cuando percibió las profundas cuencas de sus ojos, la rojez de un llanto reciente. Se levantó rápidamente y preguntó con voz profunda:
—¿A quién tengo que partirle la cara, Rebe?
Estaba serio, preocupado. Sin querer, ella estalló en una carcajada.
—Qué adorable eres —dijo pellizcándole la mejilla—. No tienes que pegar a nadie. Si eso ya me apaño yo solita.
—No me cabe duda, pero es que haces una cara de mierda... —La sonrisa de Rebeca se desvaneció y la pícara de Manu resurgió—. ¿Mal día en el trabajo? ¿O has estado cortando cebollas en el laboratorio?
Ella rodó los ojos y se acomodó. No le había contado a nadie más que Nuria y Celia sus sentimientos por Adrián. Si bien ya consideraba a Manu un buen amigo, su relación era demasiado reciente, por no decir que había conflicto de intereses: se trataba al mismo tiempo del mejor amigo de Adrián. La lógica le decía que no era la persona adecuada en la que apoyarse. Así que desvío la mirada y se toqueteó las uñas algo tímida.
—No me apetece hablar, ya he llorado suficiente por hoy.
—Entiendo. —Manu asintió como lo haría un terapeuta en una sesión con su paciente—. ¿Esto es por Adri, no?
Rebeca dio un respingo y notó que le ardían las mejillas. Tragó saliva e intentó escapar de esa conversación sin ningún éxito.
—Es complicado.
—No veo por qué. —Él se acercó a la estantería del salón y sacó de una caja un mando de consola adicional al que ya había sobre el cojín—. Os gustáis desde el primer día. Me cuesta entender qué os impide pasar horas en la cama follando como conejos.
—¡Manu! —Rebeca le dio una palmada en el hombro, visiblemente consternada—. ¿Estás de broma o qué?
Por la expresión de su rostro pudo adivinar que no. Manu creía fervientemente que ya iba siendo hora de que sus amigos dejasen de hacer el tonto y empezasen a actuar acorde a sus deseos. Rebeca abrió los ojos y las palmas de las manos con intensidad.
—¡Que tiene novia! —estalló—. ¿Crees que voy a consentir que le ponga los cuernos conmigo? Yo no soy así...
Se interrumpió a sí misma en cuanto percibió la expresión de confusión en la cara de su amigo. Supo al instante que estaba equivocada y fue horrible porque de repente la esperanza se hizo fuerte y el corazón le empezó a latir velozmente. Un rayito de luz entre tanta oscuridad; el ansiado malentendido que pudiera justificar todo lo que había pasado en los últimos días. Pero también sintió miedo. ¿Y si se volvía a equivocar? ¿Y si se llevaba otra decepción?
¡¿Y dónde narices estaba Adrián?! ¡Que viniera a aclarar todo eso él mismo, por el amor de Dios!
—Adri está soltero —aclaró Manu cuidadosamente—. Yo creo que lleva dos o tres meses sin follar porque no se oyen gemidos de su cuarto desde hace bastante... ¿De dónde has sacado que tiene novia?
—¿Qué? Pero si...
En su cabeza las conclusiones eran coherentes, pero ahora que quería explicárselo a Manu, todo le sonaba ridículo. Aun así se lo contó. Atropelladamente, con saltos temporales que confundieron un poquitín la mente simple del policía y volcando el sufrimiento de las últimas semanas en un monólogo sin fin. Para su sorpresa, el chico no la interrumpió. La escuchaba con atención, asentía y de vez en cuando fruncía el ceño.
Al concluir su exposición, Rebeca miró fijamente a Manu suplicando respuestas.
—¿Por qué cojones tiene Lucía un foto con Adrián en su despacho? —preguntó este—. Fueron novios durante casi un año, pero rompieron hace cuatro meses. Adrián la dejó.
—Pues él me dio a entender el otro día en el bar que estaban juntos y que no me lo había contado para no incomodarme.
—No, tienes que haberlo entendido mal. —Manu frunció el ceño—. Hasta dónde yo sé, Adri sabía que Lucía era tu jefa y le daba miedo que contarte que era su ex pudiera ponerte nerviosa en el trabajo. Así que no te dijo nada mientras te adaptabas. No pensaba ocultártelo eternamente.
—Joder... ¡Pues me lo tendría que haber dicho! Yo pensé... —Rebeca se llevó las manos a la cabeza—. ¿Estás seguro de que no se acuestan a veces? Venga, que Lucía no está loca, tiene que haber un motivo por el cual no ha quitado la foto.
Manu jugueteó con el mando de la consola, pensativo. Inició una partida nueva, seleccionando a Rebeca como contrincante. Ella le miró sorprendida, preguntándose si había dejado de escucharla.
—Te estoy haciendo caso, nena —dijo el chico como si pudiera leerle la mente—. Es que jugar me ayuda a pensar. Coge el mando y pelea contra mí.
—Me vas a ganar enseguida, soy malísima.
Manu la ignoró y, en un segundo, los dos estaban enfrascados en una batallita. El personaje de Rebeca era una mujer con armadura azul y una espada plateada. Tenía el cabello rubio sujetado con trenzas. El de Manu, un chico de pelo negro y ojos azules vestido con un atuendo perfecto para un funeral.
—Lucía no quería terminar con Adrián. —Manu empezó a hilar información mientras asestaba un golpe al personaje de Rebeca. Le quitó un cuarto de vida y la línea verde que la medía pasó a ser amarilla—. Por lo que me cuentas, creo que todavía tiene esperanza, ¿no? Se piensa que pueden volver. —Hizo una mueca cuando intentó abatir a Rebe de nuevo, pero ella le esquivó a tiempo. Acababa de aprender que el botón con el círculo rojo hacía que su personaje diera volteretas en el suelo y no dejaba de pulsarlo—. ¡Coño, Rebe! No eres tan mala... En fin, sé que Lucía le busca a veces con excusas del trabajo, como que si le puede enviar un informe o no sé qué. Son llamadas de atención. Adrián le hace caso por lástima, pero yo creo que así solo la está ilusionando.
—¿Por eso hoy ha venido al laboratorio? Es que parecía que iba a recoger a su novia... —Ella se mordió el labio. No podía pensar con claridad mientras jugaba, así que apretó el botón con la cruz y sacudió a Manu. Él se quejó al ver su línea de vida menguar—. ¡Ja! Oye, ¿y Lucía qué pretende?
Esa información era totalmente desconocida para el policía. Manu apretó los labios y se encogió de hombros. Rebeca suspiró y se lamentó. De alguna manera volvió a golpear a su oponente. Si conseguía hacerlo un par de veces más, ganaría ella. Le estaba encontrando el gusto al videojuego.
—Mira, tres cosas son seguras —dijo el chico—: Adrián no ha estado con nadie desde que te conoció, mucho menos con Lucía; te ocultó su relación con ella provisionalmente, tenía miedo de que si te lo decía desde el principio te negases a vivir con nosotros, y la noche del bar, cuando besaste a Ruy, le dieron unos celos más tontos...
Rebeca se sintió de pronto incómoda. Miró de refilón a Manu, sin poder evitar que él volviera a quitarle vida. La verdad es que le daba bastante igual el condenado combate. Lo pausó, nerviosa.
—¡Estábamos interpretando un papel! No fue nada.
—Lo sé, pero ponte en su lugar. —Manu reanudó la partida y trató de terminar con el personaje de Rebe, pero ella retomó la costumbre de pulsar el botón del círculo incansablemente para esquivar todos sus ataques—. Llevabas tiempo evitándole y él no hacía otra cosa que esforzarse para complacerte. Intentó hablar esa noche para decirte la verdad, y no le dejaste. —Ahogó un grito. Rebeca le había vuelto a golpear y su línea de vida estaba ya de color rojo—. ¡La que no sabía jugar! ¡Mentirosa!
—Resulta que eres peor de lo que creía.
Manu ignoró el comentario y siguió con el asunto que atañía a su amigo.
—En fin, sabiendo lo que pensabas, te entiendo perfectamente, pero Adrián no estaba teniendo su mejor semana y verte besar a su colega no ayudó a subirle el ánimo.
—Yo no tengo la culpa. Si hubiese sido sincero desde el principio...
—Ya, pues no lo hizo y se puso celoso por tonto, qué le vamos a hacer... —Manu achicó los ojos, increíblemente concentrado. Consiguió abatir a Rebeca una tercera vez. Estaban a un golpe de decidir el ganador—. Lo que pasa es que los celos son reales, ¿no? Por muy desagradables que sean, es una emoción más y Adrián la sintió cuando te vio besar a alguien que no es él. ¡No pasa nada! —Apretó al botón del triángulo para defender un ataque—. Además, ¿tú no te pones celosa cuando te lo imaginas follando con Lucía?
Ella enarcó una ceja y no le preguntó si era tonto por respeto. Intentó abatirle de nuevo, pero no lo consiguió.
—¿Y eso a qué viene? ¡Ni lo había pensado!
—Nada, solo digo que los celos son algo natural mientras no se conviertan en una paranoia, ¿sabes? —Golpear, defender, golpear, esquivar—. Deberías hablar con él porque es todo un malentendido. Seguro que el resto de tus dudas se resuelven enseguida.
—Eso es justo lo que pretendo. Quiero hablar ya, ¡pero no puedo hacerlo si no viene a casa!
Rebeca frunció el ceño y movió a su personaje con rapidez. De pronto estaba pulsando la cruz y lanzando el golpe definitivo contra Manu. End game, ganadora: Rebeca Mendes.
—¿Pero qué cojones? —masculló el chico—. ¡Me has matado! ¿Cómo coño lo has hecho? ¡Si pareces un pato mareado jugando! No sabes hacer otra cosa que esquivar ataques, ¡me cago en la hostia!
—No seas crío y afronta las derrotas con honor —se burló Rebeca. Manu se quejó, pero ella le dedicó una sonrisa de suficiencia y se levantó para ir a la cocina a por algo de comer—. ¿Qué crees que hace Adri tantas horas con Lucía? Ya verás que he perdido la oportunidad y esos dos se han reconciliado...
Manu se rio y Rebeca le fulminó con la mirada. Al menos había sacado algo positivo de aquella conversación: Adrián no era un condenado mentiroso infiel, sino un borrego de pésima comunicación. Aunque, bueno, tampoco es que ella fuese transparente como el agua, ¿no?
—¿Te acuerdas del juego de besar, casar y matar? —preguntó Manu repentinamente.
Rebeca salió de la cocina con una bolsa de papas y le ofreció unas pocas a Manu. Los dos se sentaron alrededor de la mesita del salón. En la calle empezaba a llover.
—Ya te has casado con Ruy y me has matado a mí. —Manu arqueó las cejas un par de veces y esbozó una sonrisa socarrona—. Solo te queda una cosa...
—Eres tonto.
Su compañero de piso se apoyó en la mesa y apagó el televisor con el mando a distancia. Luego miró el reloj de su muñeca. Eran las ocho y media. Adrián seguía sin aparecer.
—No sé dónde se ha metido este. —Miró fugazmente hacia la puerta—. Pero me juego el cuello a que mañana a esta hora, los dos estaréis follando.
Rebeca se atragantó, Manu se partió de risa y ella le lanzó un almohadón a la cara. No tenía remedio.
🧡
👮🏼♂️CUATRO AÑOS ANTES👩🏽🔬
1 DE AGOSTO
Vicent y Sonia llevaban siendo amigos desde los ocho años. El padre de ella estudió en la facultad con el de él, así que se conocían de toda la vida, pero no fue sino cuando la familia de Sonia se compró una casa en Calatayud que empezaron a ser amigos de verdad.
Al principio no se aguantaban. Básicamente porque Vicent era chico, gritaba mucho y se pasaba el día jugando a fútbol como una bestia loca, mientras que Sonia era chica, dulce, tranquila y prefería leer libros de romance al contacto social. No obstante, con el tiempo crecieron, cambiaron y se hicieron inseparables.
Según lo que Vicent le confesó a Rebeca aquel 1 de agosto que preveía ser un día magnifico, aunque había terminado trasformándose en una catástrofe, Sonia fue su primer de todo. Primer abrazo de una chica que no fuera su madre cuando tenían nueve años. Primer beso en la mejilla de una chica que no fuera su madre, a los diez. Primer beso en los labios, a los doce. Primera vez liándose y manoseándose como un par de adolescentes, a los trece. Primera vez dándole placer a alguien que no fuera él mismo, a los catorce. Primera vez practicando relaciones sexuales, a los quince. Y, al parecer, después de las primeras veces hubieron segundas y terceras, pues ambos se gustaban, eran jóvenes y todos los años volvían en verano a Calatayud sin pareja.
Salvo en esta ocasión en la que Rebeca irrumpía en la ciudad que había sido testigo de cómo dos niños se convertían en adultos, trastocando de forma sobrevenida los planes de la pobre Sonia.
Vicent le dijo que nunca había sentido por Sonia lo mismo que por ella.
—Y sé lo que estás pensando —afirmó con seguridad—. Crees que miento porque me enrollé con ella en la discoteca después de bailar contigo casi toda la noche, pero eso no sería justo. Llevaba todo el año detrás de tuyo y...
—Por favor, no digas que no sabías que a mí me gustabas —interrumpió Rebeca—. Era de dominio público.
—Me olía que sentías algo por mí, pero no lo sabía con certeza. —Suspiró—. Lo intenté, Rebe, te prometo que hice todo lo que se me ocurrió para que notaras lo que sentía por ti. Pero no dejabas de evitarme, siempre te marchabas con Celia por ahí. Cada vez que tenía la sensación de que iba a ocurrir algo ente nosotros, me llevaba una decepción. ¡No ponías de tu parte y yo ya no sabía qué pensar!
—¿Qué? No debí entenderte porque si hubiese sabido que te gustaba desde el principio, te aseguro que no hubiera jugado a hacerme la dura contigo. ¡Por ahora no leo la mente, Vicent! Tendrías que haber sido más explícito.
—Mira, eso es lo que me molesta de las tías: creéis que por mostrar un par de señales de las que se pueda deducir que os gustamos, es suficiente para que lo tíos hagamos todo el trabajo. ¡Pues no! A ver si te crees que solo le tengo miedo a las arañas... Es aterrador decirle a una chica lo que sientes por ella y que luego te rechace, ¿sabes? ¿Y si te malinterpretaba? ¿Y si había dejado de gustarte? ¡Tú también podrías haber sido más clara!
—¿Entonces es culpa mía que te liases con ella?
—¡No es culpa de nadie! —Vicent se llevó las manos a la cabeza y se tiró el pelo hacia atrás en un gesto desesperado—. Aquella noche bailamos y fue genial, pero, otra vez, te marchaste pronto con Celia y las demás. Me rendí. Pensé que me había equivocado contigo. Creí que si yo de verdad te gustaba, hacía tiempo que ya habrías dado el paso. Después me encontré con Sonia y no sé. Supongo que volví a los viejos hábitos.
Cuando empezaron a quedar, Rebeca había sentido celos de Sonia, a pesar de no tener ni idea de qué cara tenía. En la foto de Arnau se apreciaba un cabello dorado y ondulado, pero nada más. Así que la mente de Rebeca se encargó del resto: la imaginaba perfecta, preciosa, una chica que tenía todo lo que le faltaba a ella. Sin embargo, pronto dejó de sentirse amenaza y aquello había sido, en realidad, gracias a Vicent. Su forma de actuar cuando estaba con ella le había resultado tan auténtica y sincera que no podía cuestionar la veracidad de sus sentimientos. Sentía cuanto significaba para él. Pero jamás imaginó que la chica de la discoteca tendría un papel tan importante en su vida. Un papel perpetuo e irremplazable.
—Me lo tendrías que haber contado antes.
—¿Sabes lo que me costó que confiases en mí? —Vicent soltó una carcajada vacía—. ¿Crees que no me daba cuenta de que ibas con pies de plomo porque no te quitabas de la cabeza lo que hice? Si te decía la verdad, todo se desmoronaría antes de empezar.
—¿Y qué pensabas hacer? ¿Ocultármelo para siempre? —estalló Rebeca.
—¡No! ¡Claro que no! ¿No te das cuenta de por qué estás aquí? He insistido tanto en que vinieras para decírtelo. Podría haber ido yo a Valencia, pero quería que la conocieras. Su familia siempre viene durante la primera semana de agosto. Quería que entendieras que no es una amenaza, de otra forma no me creerías. —Vicent tanteó la correa de su reloj de mano con nerviosismo, impaciente—. No puedes culparme por tener pasado. ¿Con cuántos chicos has estado tú? No tengo ni idea, pero imagino que alguno habrá sido importante, ¿no?
—No es lo mismo.
—¿Por qué? Yo acepto que hayas tenido historias con otros antes de conocerme, ¿es que esperabas que yo no las tuviese?
—No seas idiota, sabes que el problema no es ese... Sonia no es solo una relación pasada, también es presente. Es importante para ti y tú eres importante para ella, le ha dolido verte conmigo.
Vicent la miró a los ojos. Estaba serio, aunque había cierto brillo en su mirada que daba a entender que contenía su verdadero estado de ánimo. Se estaba esforzando por arreglarlo.
—Todo lo que ha ocurrido estos meses entre nosotros ha sido real —dijo suavemente—. Y lo que siento por ti es de verdad. Desde que salimos juntos soy la persona más feliz del mundo. Sonia lo ha dicho antes delante tuyo: ni siquiera he hablado con ella tras aquella noche que, sinceramente, si pudiera volver atrás en el tiempo eliminaría de mi memoria y de la tuya. ¡Es mi amiga y nada más! ¿Me crees, Rebeca?
¿Le creía?
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