𝓡| 11. HIPERVENTILACIÓN (I)
Hiperventilación: respiración más profunda y más rápida de lo normal.
No tenía ningún sentido. De alguna manera el mundo estaba del revés porque ahora era Adrián el que evitaba a Rebeca. Lo peor de todo es que a ella le importaba, mucho más de lo que estaba dispuesta a reconocer, y encima se sentía culpable. ¿Por qué? ¿No había sido la víctima de sus mentiras? En teoría, sí, pero había algo en la cara de pena de Adri, su silencio cada vez que se cruzaban en el salón o el pasillo de casa y los monosílabos con los que contestaba a sus preguntas que le hacía compadecerse de él. ¿Por qué actuaba como un conejito vulnerable cuando en realidad era un auténtico cabronazo? Desde luego sí que era débil de mente para acabar sintiendo pena por un tío dispuesto a serle infiel a su pareja y a complicarle brutalmente la vida a ella.
Le dio tantas vueltas al tema que terminó por dolerle la cabeza y el lunes a primera hora de la mañana, cuando se presentó bien puntual en el trabajo para que Elena Mayo no pudiese regañarla, tenía la mente dispersa. Si había algo bueno en esas dos trágicas semanas era que de tanto estudiar había mejorado un poco su papel en el laboratorio. Seguía siendo la persona más prescindible del equipo, pero al menos entendía cosas que antes no.
—¿Tienes algo que hacer después de trabajar?
Rebeca estaba limpiando con agua y jabón unas probetas y un tubo de ensayo cuando Elena Mayo se apoyó en la balda al lado de ella. Dio un respingo y la miró sin ocultar lo extraña que le parecía su pregunta.
—No...
—¿Quieres que salgamos juntas?
En dos semanas, Elena no había hecho otra cosa distinta a poner los ojos en blanco y hacer muecas cada vez que la veía, así que no era raro que Rebe sospechase de las verdaderas intenciones de su superior. Estaba claro que Elena pensaba que ella no merecía ser parte de la investigación porque no tenía la experiencia y aptitudes para un trabajo como ese. Lo cierto es que la joven de cabellos rizados estaba bastante de acuerdo con ese argumento, pero no iba a tirar una oportunidad semejante por la borda solo porque fuera la más inútil de todo el laboratorio.
—Yo... —Quería negarse, pero Dios sabía la urgente necesidad que tenía de trabar amistad con alguien que no fuera parte del círculo de Adrián—. Está bien.
—Perfecto. —Se giró sonriendo—. Voy a preguntarle a Lucía si quiere unirse.
A Rebeca se le resbaló el tubo de ensayo de las manos en cuanto escuchó el nombre de la novia de Adrián. De pronto un terrorífico pensamiento le vino a la cabeza, ¿sabía Lucía que su novio y ella eran compañeros de piso? Se dijo que sí, pues lo normal es que tuviese un mínimo de conocimiento sobre con qué personas vivía su chico, pero, por otro lado, ¿no sería más conveniente para Adrián haberle ocultado su existencia? Es decir, si realmente había pretendido ser infiel a Lucía con ella.
En el breve tiempo que llevaba trabajando para la diosa de tacones de aguja, Lucía no había mostrado un ápice de interés en Rebeca. Eso era porque no la veía una amenaza, así que probablemente no tenía ni idea de que entre ella y Adrián había tensión sexual no resuelta. Pero tampoco quería decir que no supiese que se conocían. Adrián podría haberse inventado algo, como que Rebeca era la novia de Manu, para desviar las sospechas. No había manera de saberlo y la duda se incrustó en su mente durante todo el santo día.
Al finalizar la jornada ya había pensado veinte posibles excusas para cancelar el plan, pero en cuanto se situó frente a Elena para soltar cualquier de ellas y escabullirse, una mano de uñas rojas acrílicas le estiró del brazo y le impidió hablar. Junto a ella estaba la diosa en persona, con sus sonrisa perfecta de labios carnosos pintados de un tono nude mate y el cabello bien sujeto en un recogido elegante.
—¡Qué ganas tengo de salir a tomar un gin tonic! —exclamó acercándose más a Rebe, como si fuese su mejor amiga—. He estado pensando que a lo mejor te sientes un poco sola en Madrid, ya que eres de Valencia y llevas poco tiempo en la capital. Se nos ha ocurrido que tal vez querrías salir de vez en cuando con nosotras, ¿te apetece?
Lucía ni siquiera la saludaba cuando entraba al laboratorio, pero, por una condenada vez, Rebeca creyó que hablaba enserio. Necesitaba descubrir exactamente qué era lo que había detonado ese repentino cambio de actitud, porque era todo demasiado inusual, aunque estaba dispuesta a aprovecharlo igualmente.
—Pues sí... —respondió como pudo.
Una a cada lado, Lucía y Elena recorrieron junto a ella el edificio. Hablaban, pero Rebeca no las escuchaba. Solía creer que siempre que ocurría algo malo era porque pronto la vida equilibraría la balanza haciendo que otra cosa buena aconteciese. En este caso, Adrián había resultado una decepción, pero Lucía era de pronto encantadora. ¿Perdía un posible ligue a cambio de una nueva amiga? No era un mal intercambio. Es más, Rebe lo prefería. El trabajo era el motivo por el que se había desplazado a la capital. Si conseguía llevarse bien con Elena y Lucía... Nada habría sido en vano, ¿verdad?
—¿Tienes novio, Rebe?
—No.
Salió de su estado de hipnosis y miró directamente a Lucía. Percibió un ambiente extraño entre ellas. ¿Era cosa suya? Rebeca estaba tan obsesionada con la relación entre Adrián y Lucía que ya estaba viendo cosas donde no las había, como los protagonistas de las películas de Alfred Hitchcock. Era la maldición de cualquier criminal: como ella sabía el secreto que las unía, creía que Lucía iba tras su pista, a punto de atraparla y tacharla de bruja entrometida por encandilar a su novio. Se recordó que no había hecho nada malo, que la culpa era, en todo caso, de Adrián.
—¿No? —Lucía se hizo la sorprendida y Rebeca trató de leer entre líneas.
Definitivamente su jefa sabía quienes eran sus compañeros de piso. Quizá la poca lealtad de Adrián le había dado problemas en el pasado y ahora sospechaba que estaba liado con ella... A ver, desencaminada no iba, pero, gracias a Dios, no habían llegado a besarse. ¿Le creería Lucía si se lo contaba? Seguramente no. Empezó a agobiarse.
—Es verdad, Rebe, ¡si eres preciosa! —corroboró Elena—. ¿Seguro que no hay ningún chico? Algún amigo que hayas hecho aquí en Madrid...
—No. —Fue más tajante de lo que pretendía, pero se estaba poniendo muy nerviosa.
—¡Bueno, chica, no te enfades! —exclamó sorprendida Lucía—. Te lo decía porque tengo un amigo al que le encantarías. ¿Le llamo para que se venga ahora con nosotras?
—¿Me estás vendiendo como si fuera una cabra? —bromeó Rebeca, con la voz tan aguda que casi se quebró.
Lucía realizaba un detallado análisis de su cara. Detector de verdades. «Ay, lo sabe... Tiene que saberlo, me está poniendo a prueba. ¿Pero y si no? ¿Y si abro la boca, me declaro culpable y meto la pata hasta el fondo? Adrián y Lucía romperían por mi culpa. Yo perdería el trabajo. Tendría que volver a Valencia... Joder, qué agobio».
—¡Huy! ¡Mira! —exclamó de pronto Elena—. ¿Ese no es Adrián, Lu? ¿Ha venido a verte?
Rebeca vio de refilón como los labios pintados de su jefa se curvaban en una ilusionada sonrisa. Ella, por el contrario, empezó a sudar incontrolablemente. Lo estaba pasando realmente mal. Quería huir a otro planeta y no regresar a La Tierra jamás.
Se giró lentamente para encontrarse con su compañero de piso cruzando la puerta de entrada. Al principio, Adrián no reparó en ella. Parecía ensimismado. Luego, buscó con la mirada, seguramente a su novia, y terminó encontrándose con los ojos marrones de Rebeca. Su cara se contrajo en una mueca de sorpresa y acto seguido juntó las cejas y dirigió la vista hacia Lucía.
—¿Qué pasa aquí? —preguntó molesto—. ¿Por qué me has pedido que viniera?
Rebeca bufó y los tres la miraron. No dijo nada y se sonrojó. Sentía una imperiosa necesidad de mandar a la mierda a Adrián, pero no había valor para exponerle. Tuvo el decoro de actuar un poco para evitar ponerse en evidencia, aunque tampoco se le podía pedir que fuese una maestra de la interpretación como Ruy.
—¡Vaya, cariño! —le dijo Lucía agarrándole del brazo—. Se me había olvidado que habíamos quedado. ¡Qué cabeza la mía!
Y una mierda. De pronto a Rebeca se le ocurrió que toda esa pantomima estaba ensayada. Apretó los labios formando un fina línea. Lucía había provocado ese encuentro, lo que significaba que sabía que entre ella y Adrián pasaba algo. Entonces él se zafó del agarre de su novia y le espetó:
—Te dije que no me llamases más así.
¿Su actitud era bastante fría o eran imaginaciones de Rebeca? Puede que simplemente estuviesen enfadados o que fuese una mierda de novio, de esos que tratan mal a sus parejas y luego piden perdón jurando que no volverán a hacerlo. Pero también podía ser que Rebeca se hubiese equivocado. Ay, la esperanza, qué putada más grande que nunca desaparezca y que siempre nos agarremos a ella como a un clavo ardiente...
¿Y entonces por qué había quedado con Lucía?
—No entiendo nada —soltó—. Disculpad, pero voy a marcharme a casa.
—No, Rebeca... —empezó a decir Lucía. Parecía sorprendida por su reacción. ¿Sorprendida? Vamos a ver, ¿qué sabía Lucía? ¿Qué hacía Adrián? ¿Qué tenía que hacer Rebeca?—. Todavía podemos salir los cuatro, ¿no?
La joven de cabellos rizados la miró sin comprender. No veía malicia en su rostro, solo preocupación. Los ojos de Lucía saltaban de Rebeca a Adrián. Se preguntó qué esperaba de esa situación.
—¿Lo posponemos para otro día? —intervino Elena, la más incómoda del cuarteto.
Adrián bufó. Rebeca le miró con el ceño fruncido.
—Sí, mejor —dijo ella—. Yo me voy a casa.
—Te acompaño.
El chico se situó justo a su lado, pero Rebeca lo detuvo apoyando su mano en su pecho. El tacto le provocó un escalofrío.
—Tú te quedas a hablar lo que tengas que hablar aquí, que por algo has venido a ver a Lucía. —Él abrió la boca para reprochar. Ella no se lo permitió—. Enserio, Adri, hablad. Y luego, cuando vuelvas a casa, hablaremos nosotros.
Su mirada oscura todavía sostenía la verde de Adrián cuando terminó de pronunciar aquellas palabras. Antes de delatarse a sí misma aún más y dar muestras tangibles de lo vulnerable que se sentía por ser parte de todo ese drama, se dio la vuelta y se marchó.
🧡
👮🏼♂️CUATRO AÑOS ANTES👩🏽🔬
4 DE JUNIO
Rebeca hizo cálculos. Quedaban dieciséis días para la recuperación, así que podía permitirse una mañana en la playa para descansar. En el mes de junio, Valencia se convertía en un asador. Hacía un calor insoportable y estudiar era una tarea arriesgada. Así que, por salud física y mental, se plantó a las diez de la mañana en la Playa de la Malvarrosa con Nuria para respirar la brisa marina y mojarse los pies en la orilla.
—¡Ahí hay un hueco! —Su amiga apuntó a un lugar entre la multitud de bañistas—. ¡Corre! ¡Antes de que nos lo quiten!
Llegaron a tiempo para extender la toallas, plantar una sombrilla y dejarse caer sobre la arena agotadas. Cualquier esfuerzo parecía abrumador cuando una sudaba. Rebeca se quitó el vestido ancho de tirantes que llevaba sobre el bikini. Se puso gafas de sol y se recogió el pelo con una coleta. Sonrió. Estaba lista para tostarse como una hamburguesa a la plancha.
—¿Has traído protección solar? —preguntó Nuria—. No encuentro la mía.
—Creo que sí.
Pues resultó ser que no. Tras revolver un poco en el capazo que llevaba habitualmente a la playa para guardar las cosas, descubrió que lo más esencial se lo había dejado en casa.
—Mierda —masculló.
—¿Qué?
—No la he traído. Madre mía, me voy a quemar entera, ya verás...
Siguió buscando, por si acaso la había pasado por alto.
—¡Rebe! ¡Rebe!
Una voz masculina y alegre la obligó a levantar los ojos. Allí estaba en persona el culpable de su mal de amores: Vicent. Estaba mojado de pies a cabeza, con un bañador azul como única prenda de ropa. Rebeca cayó en la cuenta de que era la primera vez que le veía sin camiseta y le pareció que tenía una espalda espectacular. Vicent parecía eufórico, casi se lanzó encima de ella para darle un abrazo.
—¡V-vicent! —Rebeca se puso de pie y sintió que se ruborizaba—. Q-qué casualidad.
—¿Sí, verdad? ¿Qué tal estás?
—Bien, ¿y tú?
No mentía. Rebeca estaba tranquila. Había pasado apenas un par de días desde que le dijo a Arnau todo lo que la había enfurecido, pero, poco a poco, el mal genio había ido desapareciendo. Ver a Vicent le producía un ligero malestar, aunque ya no le provocaba ganas de llorar.
Él empezó a hablar emocionado. Rebeca creyó que ni siquiera era consciente del daño que le había hecho a ella cuando se enrolló con otra, pues actuaba como si todo entre los dos fuese perfecto. Además, tuvo que presentarle a Nuria y la muy boba no se percató de quién era realmente Vicent. Nuria a veces se despistaba.
—Oye, ¿por qué no venís a bañaros con mis amigos? —las invitó—. Solo somos tres.
—Eh...
—¡Ah! Sí, qué buena idea —respondió Nuria rápidamente.
Rebeca quiso que el océano la engullera y se la llevase bien lejos. Intentó explicarle a Nuria con miraditas que Vicent era su amor platónico de la universidad; el chico que le había roto el corazón al liarse con otra cinco minutos después de tontear con ella. Su amiga no entendió nada. Así que, condenada por la mala suerte, Rebeca se vio arrastrada unos metros a la derecha, donde puso su toalla justo al lado de la de Vicent y conoció a sus amigos. Se pasó el rato en silencio, dejando que Nuria brillase libremente y acaparase la atención. No se sentía cómoda. Aquella no era la mañana que había planeado para descansar antes de volver a estudiar como una loca.
Cuando tuvo la oportunidad, se levantó y paseó hasta la orilla. Los amigos de Vicent le habían dejado la crema solar y la piel de Rebeca olía estupendamente. Se llevó las gafas a la cabeza y miró al horizonte. No sabía si bañarse o no, porque luego el pelo se le quedaba fatal, pero es que hacía tanto calor... Decidido. Al agua. Era cuestión de no morir deshidratada.
—¿Te puedo hacer una pregunta?
Rebeca dio un respingo. ¿Cuánto tiempo llevaba Vicent detrás de ella? Se giró sonrojada.
—¡Qué susto! —Se pasó un rizo por detrás de la oreja—. Sí, claro. Pregunta.
Él rio. Tenía una risa muy bonita.
—Arnau dice que te pusiste celosa cuando te enteraste de que aquella noche me lié con otra chica, ¿es cierto?
—Eh... —«¿Eres imbécil?»—. No.
Vicent la miraba con una sonrisa traviesa. Sabía que mentía porque, tal y como le dijo también Rebeca a Arnau en su momento, aunque ella no lo hubiese dicho nunca en voz alta, todos sabían que estaba más que pillada por Vicent. Era un secreto a voces.
—Si te digo la verdad, no me acuerdo de casi nada... Así que no debió ser para tanto. —Vicent se acercó un poco a ella y después murmuró—. Bueno, de lo que sí me acuerdo es de cómo bailamos juntos...
Y otra vez. Las mejillas más rojas que un tomate. Rebeca se alejó un poco de él.
—¿Enserio? —Lo miró desafiante y espetó—: Pues cuando le estabas metiendo la lengua a esa chiquilla no me pareció que lo tuvieses muy presente.
¿Demasiado rencorosa? Bueno, en eso no mentía.
—Sabía que estabas celosa. —Él sonrió.
—¿Puedes parar de decir eso?
—Solo si mañana quedas conmigo. Iremos al cine. Tú eliges la peli, cualquiera me vale. ¿A las seis y media?
—N-no. —Dios, deseaba contestar que sí. Le latía el corazón a mil—. Tengo que estudiar.
—Pues cuando termines de estudiar.
—Vicent...
Rebeca agachó la mirada. Ojalá le hubiese propuesto ese plan antes de enrollarse con otra. Creía que si aceptaba se convertiría en una persona patética. Entonces sintió la mano de Vicent en su barbilla, alzándola levemente para obligarla a mirarle. Se le derritió el corazón.
—Venga, Rebe —murmuró—. Sal conmigo.
Suspiró.
—Vale.
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