𝓡| 10. MIDRIASIS (II)
Rebeca fue al servicio después de terminarse su tercera consumición. Hacía ya una hora desde que Adrián se había largado y estaba enfadada. Por algún motivo percibía que él se había ido después de verla besar a Ruy. Había sido una tontería, a penas un roce de labios. Pero ¿qué más daba? Estaba soltera. Podía besar a quien le diera la gana sin sentir remordimientos. Y Adrián salía con Lucía. Se lo había confirmado, ¡reconoció que lo había ocultado!
Rebeca estaba enfadada con ella misma por ser idiota. Sentía que su cabeza era una espiral de ideas incoherentes. Besar a Ruy había herido a Adrián, estaba segura. Pero Adrián estaba siendo un capullo que en lugar de centrarse en su actual pareja trataba de seducir a Rebeca para beneficiársela. A veces ni se esforzaba en disimular que la deseaba y a ella le encantaba ser consciente de eso. En fin, otro motivo más por el que era tonta de remate. Sentía que tenían una conexión más allá de lo físico. Imaginaciones suyas; no era la primera vez que soñaba con que un chico era mejor de lo que parecía. Podía hacer una lista bastante larga con los nombres de todos los tíos que la habían decepcionado.
Se miró en el espejo. Estaba muy guapa. Aquel fue el momento el que Rebeca tuvo que reconocer que se había puesto tan despampanante para sorprender a Adrián, por mucho que hubiera fingido que no era así. Ahora que se había marchado, le daba igual ir tan sexy. Madre mía, Adrián le gustaba mucho, demasiado para considerarlo una atracción pasajera... Volvió a sentirse estúpida.
La puerta del servicio se abrió. Entre risas, con unas cuantas copas de más, entraron Lina y Carla, tambaleándose y apoyándose la una en la otra.
—¡Rebe! ¡Si estás aquí! —gritó Lina emocionada.
Al principio de la noche, cuando todavía había buen rollo entre ellos, Adrián le había aconsejado a Rebeca que hablase mucho con Lina. Le aseguró que era un encanto, muy atenta con la gente nueva, y había dicho la verdad.
Lina tenía la tez oscura, por lo que adoraba pintarse los párpados de sombra dorada para hacer brillar su mirada negra. Tenía el pelo más rizado que el de Rebeca, pero se lo recogía en gruesas trenzas muy largas que caían sobre su espalda de manera espectacular. No había conocido a nadie con una sonrisa tan sincera y repleta de alegría como la suya.
—¡Pensábamos que te habías marchado con Adrián! —añadió con su acento portugués. Estaba claro que iba borracha como una cuba—. ¿Por qué se ha ido?
—No sé —mintió Rebeca.
—¡Artista! —Carla aplaudió escandalosamente—. ¡Menuda actriz! Penélope Cruz se arrodilla ante ti.
A Rebeca se le escapó la risa. Carla era de Málaga y entonaba las palabras con el acento andaluz de su pueblo. A diferencia de la portuguesa, ella tenía un estilo arriesgado y tremendamente provocativo. Lo cierto es que a su lado, el top negro y la falda roja de Rebeca era muy poca cosa.
Carla vestía con pantalones de cuero de cintura baja con aberturas a los lados. Enseñaba el vientre, donde un piercing amarillo neón complementaba su outfit oscuro. Llevaba una camiseta negra totalmente trasparente de manga larga que apenas le cubría lo esencial. Debajo de ella se veía perfectamente un sujetador de copa que usaba para taparse el pecho. En el cuello danzaban varias cadenas plateadas y su maquillaje era básicamente delineador negro y pintalabios granate.
—Muchas gracias. —Rebeca hizo una inclinación algo cómica.
Lina se encerró en uno de los baños individuales. A los pocos segundos se la escuchó mear con claridad y a Rebeca le vinieron recuerdos de Vietnam: estaba desarrollando un trauma con la orina por culpa de Elena Mayo y su odiosa labor analizando el meado de los demás...
—¿Cuánto tiempo llevas viviendo con esos bombones? —preguntó Carla mientras se miraba en el espejo y se repasaba el eyeliner. Otra vez. Cuando una es capaz de delinearse el párpado bajo los efectos del alcohol, puede afirmarse que tiene un superpoder—. Chica, no sé si eres consciente de lo afortunada que eres...
Rebeca se abstuvo de comentar que ahora mismo no se sentía la personificación de la buena suerte. Todo lo contrario.
—Dos semanas.
—Están tan buenos... —Carla suspiró.
—Son unos guarros. La casa da miedo.
—Eso puedo perdonárselo. —Carla se encogió de hombros—. Me encanta Ruy.
—¡Pues te vas a tener que aguantar las ganas! —gritó Lina. Al segundo se la escuchó tirar de la cadena—. El día que te follaste a Manu, cerraste esa puerta.
A Rebeca no le sorprendió descubrir que la técnica de Manu para ligar —esa que se basaba en probar con cualquier ser humano que respirase hasta que uno dijese que sí— surtiera efecto de vez en cuando. Lo que la dejó anonadada es que hubiese funcionado con la despampanante Carla. Ella podría tener a cualquiera a sus pies.
—¿Te has acostado con Manu?
Carla asintió. Estaba orgullosa de su hazaña.
—Dos veces.
—¿Por qué? —Rebeca se arrepintió al momento. Su pregunta podría ser ofensiva y no quería llevase mal con ella—. Quiero decir... ¿cuándo?
Lina salió del baño casi revolcándose de risa. Su amiga, sin embargo, no parecía molesta. En todo caso, estaba acostumbrada a escuchar esa clase de preguntas por parte de Lina.
—No voy a ser tan ingenua como para decir que Manu no es el peor partido de los tres —reconoció—. Pero eso no lo hace un mal partido. Es un desastre y coquetearía con una alfombra si no le quedase más remedio, pero está buenísimo, es guapísimo y, por si os lo preguntáis, folla de maravilla. A mí me sirve, no pretendo presentárselo a mis padres ni formar una familia con él.
Rebeca tuvo que conformarse con conocer información que prefería no haber sabido nunca.
—Vaya.
Carla se encogió de hombros otra vez.
—Ruy es el más reservado de ellos. Las veces que ha venido a Madrid nunca se lía con nadie cuando salimos. —Miró a Rebeca sonriente—. Tú eres a la primera que besa delante nuestro.
—Estábamos actuando —se justificó.
—Claro, es que yo creo que si no fuera por eso, no lo habría hecho —dijo Lina mientras se limpiaba las manos—. Ruy no es de líos de una noche. Ruy es un Romeo.
—¿Y Adrián?
Un modo estúpido de delatar sus intenciones. Rebeca se maldijo por dentro y miró a otro lado, nerviosa.
—¡Ah! —aplaudió Carla—. ¿Te gusta Adri, no? Es normal. A mí también.
—A cualquiera con ojos le gustaría tirarse a Adrián —corroboró Lina. Solo que Rebeca no quería solo sexo, quería la historia completa de amor y pasión. Aunque todavía no era plenamente consciente de sus deseos—. Pero cuesta, Rebe, no te negaré que en este grupo se ha intentado y no muestra mucho interés.
—No es tan romántico como Ruy, pero sí que tiene un lado enamoradizo... —Carla se pasó la mano por la barbilla, pensativa—. Cuando le conocimos era un poco salvaje, nunca ha llegado al extremo de mi Manu, aunque sí que le hemos visto enrollarse con alguna de fiesta.
—¡Eso lo hacemos todos! —dijo Rebeca con el ceño fruncido. ¿Por qué se sentía tan nerviosa por descubrir cosas del verdadero carácter de Adrián?
—No, Rebe, Ruy no. Pero los demás sí —bromeó Lina.
Carla rio y Rebeca se forzó a hacerlo para no evidenciar más lo ridículamente pillada que estaba de Adrián.
—Luego conoció a la chica esa de los tacones... —Carla miró a Lina—. ¿Cómo se llamaba?
—Lucía.
Carla y Lina miraron al mismo tiempo a Rebeca. A pesar del alcohol que todavía recorría sus venas, ambas captaron el ligero temblor en su voz.
—Sí, ¿te la ha presentado ya?
Rebeca se mordió el labio. No se sentía cómoda para contarles las razones que le habían llevado a descubrir la relación entre Lucía y Adrián. Estaba nerviosa y bebida. A lo mejor se echaba a llorar delante de esas dos chicas y montaba una escena vergonzosa. Así que simplemente asintió.
—A mí me cae fatal —dijo Lina—. Solo ha venido dos veces con nosotros, hace meses. No encajó muy bien.
—Bueno, a mí me miraba como si fuese una aberración. —Rio Carla—. A Doña Dior no le gusta mi estilo.
—Actúa como una marquesa, mirándonos a todos por encima del hombro. —Lina hizo una mueca de disgusto—. La llamamos Doña Dior a las espaldas, se lo inventó Carla.
La aludida asintió enérgicamente, claramente orgullosa. Rebeca tuvo que reconocer que le sentó bien descubrir que no era única que pensaba que Lucía era imbécil.
—Llevan juntos mucho tiempo —continuó Lina.
—En realidad hace bastante que ya no la trae...
—Porque Manu le dijo que la odiábamos.
Rebeca no pudo evitarlo y estalló en una carcajada. Habitualmente sentía la necesidad de ahogar a Manu con un almohadón, pero en momentos como ese recordaba por qué en realidad le caía simpático.
—La verdad es que esa relación me tiene un poco desorientada, creo que no están bien juntos, ¿no, Lina?
—Sí. Hace unos cuatro meses rompieron —dijo Lina—. No sé qué pasó, pero era grave si Manu no me lo quiso contar. Sabe qué cagadas Adri no le perdonaría y, al parecer, hablar de eso con los demás era una de ellas. Sin embargo, a las semanas nos la encontramos con sus amigas en una discoteca y Adrián se enrolló con ella. Así que si rompieron, fue temporal. Yo creo que siguen juntos y que no la trae porque no se siente cómoda con nosotras.
—Qué se joda —soltó Carla.
—Sí que siguen juntos —confirmó Rebeca. La foto del despacho de Lucía y su anterior conversación con Adrián eran prueba de ello.
A Rebeca se le revolvió el estómago, pero supo recomponerse rápidamente. No quería amargarse la noche pensando en él. Había tenido la suerte de conocer a esas dos encantadoras chicas y sentía que su vida en Madrid podía ser mucho más amena en compañía de ellas.
—Adrián me gusta —reconoció—. Pero si le va salir con Doñas Dior me parece que no soy para él.
Sonrió ligeramente y de pronto se encontró los brazos oscuros de Lina abrazándola con fuerza.
—Claro que no, Rebe, tú eres mil veces mejor que esa tirana de tacones elitista.
—Y si te sirve de consuelo —añadió Carla—, tú también le gustas a Adrián. No dejaba de mirarte esta noche.
El corazón le dio un vuelco. Rebeca trató de fingir que no le afectaba nada de lo que oía, pero dolía sentir algo por alguien que no era sincero.
—Yo pensaba que iba a intentarlo contigo hoy —afirmó Lina. Lo que le faltaba por escuchar...—. Enserio, te comía con la mirada y no se separaba de ti.
—Pues se ha marchado —dijo Rebe algo tajante—. Y, lo que es más importante, sale con Lucía. Así que si hubiera intentado algo, estaría mal por su parte.
Pretendía dar por terminado el tema de conversación, pero estaba claro que esas dos chicas no funcionaban a base de indirectas. Tenían que explotar el chisme hasta que no quedase hipótesis por comentar.
—A lo mejor se ha largado porque si se queda no es dueño de sus actos. —Rio Carla—. Quizá lo ha hecho para evitar ponerle unos cuernos gigantescos a Doña Dior contigo.
—Si es por eso, la convivencia va a ser dura para Adrián —se desternilló Lina.
—Debe ser jodido tener novia y pillarse de otra —dijo Carla.
—Cuando la novia es Lucía y la otra es Rebeca, la decisión no tendría que ser tan complicada —observó Lina—. Es como elegir entre sentir ansiedad o alegría. ¿Quién elegiría la ansiedad?
Desde ese momento, Rebeca sonrió y no le dio más importancia a lo que decían las chicas. Estaba claro que llevaban una borrachera encima que no podían ni controlar.
—Bueno, se terminó este debate. ¿Vamos a bailar? —les preguntó.
Las dos gritaron que sí y empezaron a cantar. Mientras salían al bar y se reunían con el grupo, Carla se aproximó a Rebeca y preguntó:
—Entiendo que te haya decepcionado que Adrián no esté disponible, pero teniendo en la habitación de al lado a Manu, ¿cómo puedes resistir la tentación de caer en sus brazos?
—Si te soy sincera, no me supone un esfuerzo abrumador.
—No deberías prejuzgarle, Rebeca. —Carla sonrió—. Abre tu mente.
—Creí que Manu te gustaba a ti.
—No me importa compartir.
Oficialmente la malagueña no tenía ni idea de lo que estaba diciendo. Rebeca le apretó el brazo en un gesto cómplice y luego se sentó junto a Ruy, tratando de no seguir pensando de Adrián.
👩🏽🔬🧡👮🏼♂️
La vuelta a casa fue una tortura. Manu se había pasado cuatro pueblos bebiendo alcohol. Se le había ido de las manos completamente y se encontraba fatal. Había pasado de tambalearse y danzar en una especie de visión nublada y espesa del mundo a quejarse de un dolor de cabeza horrible.
—¡No lo soporto! ¿Por qué me encuentro tan mal? —masculló. Su voz sonaba pastosa—. Tengo mucha sed. ¿Compramos agua?
—Sí, claro, a las seis de la mañana todos los supermercados están abiertos para ti, Manu —bromeó Ruy.
—No quiero ser maleducado, ¡pero te puedes meter el sarcasmo por el culo! —espetó el intoxicado—. ¡El día que te encuentres tú mal...!
Enmudeció. Tuvo un espasmo. Se giró y vomitó en mitad de la acerca todo lo que tenía en su estómago.
—Hostia. —Ruy se acercó a él y le miró como si fuese un contagiado en cuarentena—. ¿Estás bien, tío?
Le dio un palmadita en la espalda.
Rebeca se caía de sueño. Había bostezado ya tres veces, le dolían los pies de caminar y hubiese dado un riñón a cambio de teletransportase a su cama con un chasquido. Miró de reojo a Manu. Tenía un aspecto deplorable.
—Te dije que no pidieras más copas —le recriminó—. Estamos ya en casa, ¿crees que podrás subir sin ponerlo todo perdido?
El edificio estaba justo enfrente de ellos. Lo único que tenían que hacer era cruzar por el paso de cebra, pero las pintas de Manu eran tan lamentables que Rebeca dudó que pudiese dar un solo paso más. Lo vio vomitar otra vez.
—Venga, Manu, un último esfuerzo y vas directo a la ducha hasta que se te pase todo —insistió Ruy—. Agárrate a mí.
Y así, pasito a pasito, el prestigioso agente de policía llegó al portal con la cara blanca, los ojos llorosos, el cuerpo sudado y el espíritu echo polvo. Rebeca deseo que durante el minuto de ascensor Manu tuviese la fuerza de voluntad suficiente para no devolver de nuevo. Contuvo el aliento hasta que metió la llave en la cerradura, abrió la puerta y Manu la empujó como un salvaje para ir de cabeza al cuarto de baño.
—Al menos lo está haciendo en la taza del váter y no en mitad de la cocina —dijo Ruy—. Voy a ejercer de buen amigo. Buenas noches, Rebeca.
—Si necesitas ayuda, despiértame.
Bostezó mientras caminaba hacia su habitación. Necesitaba entrar en el baño también para desmaquillarse. Desafortunadamente, Manu no saldría de allí en mucho tiempo. Se tendría que apañar como pudiera con el espejo de su armario, aunque la luz fuese malísima.
Pensando en eso estaba, cuando Adrián salió de su habitación. Le habían despertado. Normal, el sufrimiento de Manu resonaba en el eco de todo el apartamento. Y Ruy diciéndole: «Tranquilo, tío, en algún momento tienes que parar», también.
Adrián tenía el pelo revuelto y los ojos achicados. Llevaba una camiseta amarilla de algodón y calzoncillos negros. Se pasó la mano por la cara, desorientado.
—¿Qué pasa? —preguntó con la voz áspera.
—Manu está vomitando todo lo que ha bebido. Mañana será un día de mierda para él.
Como si reparase en ella por primera vez, Adrián miró a Rebeca. Y entonces se tensó.
—Voy a buscar la fregona. —Sonaba a excusa para alejarse de ella.
A Rebeca no le gustó el tono cortante con el que le había hablado. Se puso rígida y abrió la boca para decir algo.
—¿Por qué te has marchado tan pronto?
Adrián se detuvo en medio del pasillo un instante y giró la cabeza para mirarla. De fondo, las arcadas de Manu y la desesperación en la voz de Ruy armonizaban una banda sonora para nada agradable.
—Porque me aburría.
—Podrías haberte despedido al menos. En lugar de desaparecer sin decir nada a nadie.
Adrián la miró a los ojos. Rebeca percibió indignación.
—Estabas ocupada. —Ahí estaba la pullita. Todo tenía que ver con el beso.
—Me divertía interpretando —dijo Rebeca suavemente—. Nuestra conversación estaba tomando un rumbo peligroso y no me apetecía discutir delante de todos.
—A ti no te apetecía discutir y a mí no me apetecía estar allí, ¿no? Pues ya está. Cada uno a lo suyo.
Se marchó sin permitirle responder. Si no fuera porque Manu necesitaba a sus amigos de verdad, hubiese obligado a Adrián a dar la cara para poder llamarle mentiroso, hipócrita e infiel a gritos. No tenía ningún derecho a molestarse con ella. ¡No era justo!
Entró en su habitación y se tiró en la cama como un saco de patatas. Estaba que echaba humo por las orejas.
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