𝓡| 10. MIDRIASIS (I)
Midriasis: es una respuesta del organismo que genera la expansión de la pupila como reacción a la luz tenue para intensificar la agudeza visual.
Apuntarse al plan de los chicos había resultado ser una decisión estupenda. Los amigos de Adri y Manu habían llegado a la capital de una parte u otra del mundo por contratos de trabajo, estudios universitarios o cualquier otro motivo semejante. Habían sentido la misma soledad que ella al abandonar sus hogares y adentrarse en una ciudad desconocida, lo que los convertía en jóvenes perceptivos a integrar a gente nueva en sus planes, de actitud acogedora y solidaria. En el mismo instante que Rebeca puso un pie en el bar del barrio de Malasaña en el que habían quedado, un par de chicas la rodearon con enormes sonrisas pintadas en la cara y la invitaron a sentarse junto a ellas.
—¿Te lo estás pasando bien? —preguntó Adrián.
Él se había mantenido cerca de Rebeca, a fin de servirle de refugio por si acaso en algún momento se sentía desplazada. Por muy agradables que fuesen los demás, lo cierto es que Rebe era una recién llegada y podía sentirse una intrusa con facilidad. Frente a ellos, Manu acaparaba a tres chicos que estaban estudiando el Máster en Data Analytics en la Universidad Alfonso X. Les estaba explicando detalladamente qué serios problemas tenía para pasarse una parte de un videojuego aclamado entre los estudiantes. A su lado, Ruy, que no era la primera vez que coincidía con esa gente, le contaba a una chica aspectos interesantes sobre su carrera como actor.
—Sí. —Asintió ella—. Son muy simpáticos, parece que están acostumbrados a recibir gente.
Adrián se encogió de hombros.
—Algunos vienen a Madrid temporalmente, así que siempre hay despedidas y nuevas bienvenidas. —Sonrió—. Mis colegas del trabajo son cosa distinta, pero sabía que te gustaría este grupo.
—Lina y Carla me incluyen como si fuésemos amigas desde siempre. —Miró a las chicas disimuladamente, la primera de nacionalidad portuguesa y piel oscura; la segunda, originaria de Málaga, de aspecto roquero, con el eyeliner bien marcado y el cabello teñido recogido en dos moños—. Me llama la atención lo diferentes que sois, es un grupo muy diverso.
—Tenemos en común que todos venimos de fuera, lo cual no es poco. —Rio.
Se quedaron un momento en silencio. Ella estaba agradecida por que Adrián la hubiese invitado a formar parte de ese círculo de ambiente casi familiar, pero no podía evitar recordarse lo que había descubierto sobre él. No le iba a quedar más remedio que aceptar la situación, aunque no le gustase. Si hubiese ocurrido en Valencia, Rebeca ya hubiese puesto fin a su reciente amistad y se habría centrado en pasar página fijándose en otras caras bonitas. Sin embargo, allí, en Madrid, debía reconocer que la compañía del policía le resultaba gratificante. Sonrió para sí: la primera vez que se ponía en guardia y era cautelosa para evitar encapricharse de un chico y resulta que no le había servido de nada. ¿Por qué se esforzaba en prevenir cosas sobre las que no tenía capacidad de control? La vida era más sencilla dejándola fluir.
—Vale, no puedo soportarlo más, así que te lo voy a preguntar —dijo Adrián de repente. Rebeca le miró con una ceja enarcada—: ¿qué te pasa conmigo? Llevo todo este tiempo intentando averiguarlo y no lo comprendo. ¿Qué he dicho o hecho para que prefieras la compañía de Manu a la mía? Mira que es mi mejor amigo y le quiero muchísimo, pero...
No terminó la frase, aunque su cara con los ojos bien abiertos y labios fruncidos lo decía todo.
—¿Enserio quieres hablar de eso ahora? —inquirió Rebeca, echando un ligero vistazo en derredor.
—Dame al menos una pista, ¡por favor!
Se miraron. Era la primera vez que Adrián no llevaba una mascara de humor y hablaba directo. Cogía el toro por los cuernos y se enfrentaba al problema de frente, cosa que Rebeca tendía a evitar habitualmente. Pues muy bien, si él quería la verdad, la tendría.
—Lucía —dijo Rebe—. Me pasa que sé lo tuyo con Lucía.
Le dolió en el alma la reacción de Adrián. En el fondo, una parte de ella se había aferrado a la diminuta esperanza de haber interpretado mal la realidad y de que hubiese una razón de peso que fundamentase la foto del despacho de su jefa. Se habría conformado hasta con la existencia de un hermano gemelo idéntico a Adrián. Pero, cuando el chico palideció y apretó los labios sin decir nada, todos sus temores se confirmaron: le había sorprendido en un engaño.
—Lo siento —se disculpó—. Te lo tendría que haber dicho antes de que empezases a trabajar.
Ella le miró con expresión incrédula. «¡Será idiota! ¡Me lo tendría que haber dicho desde el primer momento en que empezó a tontear conmigo! Es más, ¡no debería haber tonteado conmigo jamás!». Se mordió la lengua. No podía ponerse a discutir con Adrián delante de los demás y tampoco quería volver a casa con un cabreo monumental encima. Eran compañeros de piso; si no tenían cuidado, la convivencia podría ser una auténtica tortura.
—Mejor lo hablamos después —dijo Rebeca, alzándose de su silla con la intención de ir al servicio. Quizá poniendo un poco de distancia entre los dos dejaría de sentir ganas de degollarle.
—Bueno, podré explicarme, ¿no? —La detuvo, sujetándole del brazo con suavidad—. Rebeca, lo habré gestionado mal, pero pensé que decírtelo te perjudicaría en el trabajo. Lo hice por ti. ¡Es que es tu jefa!
¿De qué narices hablaba este pedazo de burro? Rebeca no daba crédito y se le estaba empezando a hacer muy complicado no mandarle a la mierda. ¿Cómo conseguía disfrazar de altruismo lo que realmente era intentar que la amante y la novia no se enterasen del jueguito que se llevaba él entre manos? Y lo que era más frustrante, ¿por qué, a pesar de todo lo que sabía, la carita de inocencia de Adrián le estaba enterneciendo el corazón?
Afortunadamente, el destino intercedió a tiempo para evitar que explotase.
—¡Rebeca, Rebeca! —gritó Ruy—. ¿Quieres casarte conmigo?
Adrián y ella fruncieron el ceño simultáneamente. Los dos se giraron a mirar al invitado, que en algún momento le había quitado protagonismo a Manu y lideraba una conversación con la mayor parte del grupo.
—¿Perdón? —inquirió ella, confusa.
—Que si te quieres casar conmigo —repitió sonriente, ajeno al conflicto entre su amigo y la chica—. Estamos jugando a prueba o verdad. Lina me ha retado a interpretar una boda, para ver cómo de buen actor soy, y necesito colaboradores. Vamos a representar la típica escena en la que una pareja se casa y de repente aparece la chica de la que realmente él está enamorado y lo detiene todo.
—¿Y tienes que hacerlo con Rebeca? —interrumpió Adrián algo consternado—. ¿No puede ser Carla?
—No, no —negó la aludida, repasándose el delineador con el reflejo de la cámara interna del móvil—. A mí me da vergüenza. Yo, como mucho, hago de cura.
El grupo estalló en carcajadas. Todos salvo Rebeca y Adrián. La primera todavía estaba procesando la petición, y el segundo necesitaba arreglar las cosas con ella con tanta urgencia que no tenía tiempo para bromas. Adrián estiró un poquito el brazo de Rebe y le suplicó con la mirada. La chica suspiró. No tenía fuerzas para esa conversación. Llevaba dos semanas lamentándose y el objetivo de salir con toda esa gente era socializar, no acabar en un mar de lágrimas escuchando las excusas de Adrián.
—¿Qué tengo que hacer? —le preguntó a Ruy.
Rebeca sintió una punzada de culpabilidad cuando vio de refilón el rostro decepcionado de Adrián. Tan pronto como ocurrió, se recordó que toda esa incómoda situación la había provocado él. ¡Que asumiera las consecuencias de sus actos!
—Tú vas a ser la que irrumpe cuando el cura diga: «Quien tenga algo que decir, que hable ahora o calle para siempre». —Ruy le dirigió una mirada socarrona—. Tienes que reconquistarme, amor.
Ni de broma. Bastante tenía con sentirse la tercera en medio de una relación en la vida real como para ahora replicarlo en la ficción.
—No, no, no... El actor eres tú. —Le señaló con el dedo índice—. Yo seré la novia en el altar y tú el que interrumpe para reconquistarme a mí.
—Rebeca tiene razón, Ruy —afirmó Lina con un profundo acento portugués—. Te he retado a ti, no a ella.
Él no pareció muy disgustado con la sugerencia y aceptó de inmediato. Como un niño pequeño cuando quiere algo que requiere permiso de sus padres, Manu le pidió a Ruy con las manos juntas y carita de perrito abandonado que le dejase ser el cura. Esta vez, hasta Rebeca rio de imaginarse al desastre con patas simulando ser un siervo de El Señor. Ruy le concedió su deseo a regañadientes. Solo faltaba el novio plantado en el altar y la escena estaría lista para ser interpretada.
—¿Quieres ser el novio, Adri? —ofreció Manu.
—No.
La respuesta seca de Adrián era una clara muestra del enfado que se esforzaba en ocultar sin mucho éxito. Rebeca se tensó. No le gustaba discutir, pero en este caso tenía que mantenerse fuerte. ¿Qué esperaba? La cosa era muy simple: él salía con otra chica, le había engañado y ella lo había descubierto todo a tiempo. ¡Mala suerte, traidor! Deja de mentir y no tendrás tantos problemas.
—Si queréis lo hago yo.
La propuesta vino de parte de uno de los tres chicos del Máster de Data Analytics, un tal Óscar. Rebeca apenas había intercambiado un saludo con él, pero, en fin, si había que fingir que estaban prometidos para evitar la confrontación con Adrián —confrontación que acabaría teniendo tarde o temprano por mucho que intentase eludirlo—, estaba dispuesta a actuar.
En un lateral del bar había una tarima con instrumentos. Rebeca se fijó en el cartel de la pared que anunciaba música en directo los miércoles y jueves por la noche. Tras ganarse el afecto de un camarero prometiéndole pedir otra ronda para todos, Manu se plantó sobre el escenario y se irguió, serio, preparado para su gran papel como ministro de culto. Rebeca se dejó llevar por las risas y subió junto a Óscar. Se pusieron uno enfrente del otro: Manu en el centro, con las manos sujetas y la espalda recta; Rebeca y Óscar mirándose mutuamente, con la risa escabulléndose de sus labios sin remedio.
Sentado en la mesa, Adrián miraba la escena sin un ápice de humor.
—¿Empiezo ya? —Manu buscó la aprobación del grupo—. Bueno, pues callaos. —Carraspeó y volvió a ponerse serio—. Queridos amigos aquí presentes, nos hemos reunido hoy en este bar de Malasaña que ha sido testigo de tantas juergas, para unir a este hombre y a esta mujer en sagrado matrimonio. ¿Óscar, recibes a esta mujer para ser tu esposa, para amarla, honrarla, y respetarla, en salud y en enfermedad, guardándole fidelidad, hasta que la muerte os separe?
—Joder, lo ha dicho de puta madre —comentó alguien de fondo.
Óscar cogió a Rebeca de ambas manos y la miró con intensidad. Por el camino se le escapó una risita y al final terminó diciendo:
—Sí, quiero.
Manu, que se sentía demasiado responsable de su papel como para permitir que saboteasen su interpretación, alargó un brazo y le pegó un golpe a Óscar en la nuca para acallar las risitas.
—Te has saltado la parte de «Quien tenga algo que decir, que hable ahora o calle para siempre» —dijo Rebeca entre risas—. ¡Eso va antes del sí quiero!
—¡Joder, es verdad! —Manu se llevó las manos a la cabeza y luego se rascó la barba—. Bueno, da igual, pues lo digo ahora: ¡quien tenga algo que decir, que hable ahora o calle para siempre!
—¡Yo tengo algo que decir!
Ruy intervino en la escena con la cara contraída en una expresión de angustia. Teóricamente, Óscar tendría que haberse sentido ultrajado o, como mínimo, desconcertado, pero solo podía reírse y taparse la boca.
—¿El qué? —preguntó Manu, que no podía permitir que el resto de la actuación se desarrollase sin su participación—. ¿Qué te preocupa, hijo mío? ¿Conoces un motivo grave por el que esta unión no puede llevarse acabo ante los ojos de Dios, nuestro Señor?
A pesar del humor, Ruy estaba totalmente metido en su personaje. Ni siquiera mostró signos de haber escuchado las tonterías de Manu, sino que subió a la tarima y miro a Rebeca con una pasión en sus ojos marrones irresistible. Ruy se aproximó lentamente, sin romper el contacto visual, mientras Rebeca notaba que un severo rubor se apoderaba de sus mejillas y desviaba la mirada al resto del grupo, nerviosa. Adrián enarcaba una ceja, sin perderse un detalle.
—Rebeca, amor mío, no puedes casarte con él —dijo pronunciando cada sílaba con dolor.
—¿N-no?
—No, mi vida. ¡Tú no le amas! ¡Nunca le has amado! —Con cada frase se acercaba un paso más a ella y alzaba la voz. El resto del grupo se debatía entre la risa y la intriga—. Sé que no te he dado motivos para confiar en nosotros. Sé que te he fallado, que te he mentido... Comprendo que quieras casarte con él porque es una decisión segura. Óscar puede darte todo lo que te mereces, mientras que yo... —Aquí ya volvieron las carcajadas, pero Ruy seguía dentro de la historia y le cogió de ambas manos, aproximándola a su cuerpo—. He pensado en ti cada día de mi vida desde que te conocí. Tú me complementas, Rebeca. Siento haberme dado cuenta ahora, pero te prometo, ¡te juro que no volveré a hacerte sufrir! Rebeca, te lo ruego, cásate conmigo.
Se quedó paralizada, con la mirada clavada en los ojos de Ruy. El discurso no era nada del otro mundo, pero la intensidad de sus actos, la pasión en su voz, la cercanía de su cuerpo —puede que hubiese estado encaprichada de Adrián, pero no estaba ciega y Ruy parecía un príncipe más que un policía en ese momento— le pusieron la piel de gallina. Rebeca trago saliva y, con un hilo de voz, aceptó.
—Sí, quiero.
—¡Pues yo os declaro marido y mujer, me cago en la puta, qué bonito ha sido esto! —bramó Manu dando un aplauso—. ¡Puedes besar a la novia, cojones!
El grupo empezó a vitorearles y a Rebeca le pareció que Ruy dudaba por un segundo. Esbozó una escueta sonrisa y simplemente preguntó:
—¿Puedo?
¿Y por qué no? Era mentira. Solo estaban actuando y los demás gritaban cánticos pidiéndoles un beso para consumar las nupcias.
—Puedes —concedió Rebeca entre risas.
Rápidamente, Ruy agachó la cabeza y la besó. Fue un algo fugaz, apenas unos segundos en los que presionó sus labios contra los de ella y la sujetó por la parte baja de la espalda para sostenerla. Rebeca no sintió nada, tan solo percibió cierto olor a cerveza y se le atragantó una risa. Cuando Ruy se separó, el grupo aplaudía; el camarero suplicaba que dejasen de hacer el imbécil, que había más clientes a parte de ellos, y su esposo ficticio le cogió de la mano, se situó casi en el borde de la tarima junto al resto de actores y se agachó en una breve reverencia.
—Ya nos vamos, perdón —le gritó al camarero.
Rebeca buscó con la mirada a Adrián.
Se había marchado.
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