𝓐| EXTRA - LUCÍA Y ADRIÁN

Como prometí, aquí os traigo un poquito de salseo para celebrar las 10K de lecturas. Esta sería la conversación que mantuvieran Lucía y Adrián en la cafetería, después de que Elena y Lucía le ofreciesen a Rebe salir con ellas y antes de que Manu le contase a esta última que Adrián estaba soltero.

¡Disfrutad mucho! Mil millones de gracias por leer esta historia <3

—¿De qué quieres hablar?

A Lucía se le daba de maravilla hacerse la tonta cuando interesaba. Era una de las mujeres más listas que había conocido Adrián, por eso le daba tanta rabia verla fingir de esa manera. Insultaba a su intelecto.

—Me gustaría entender lo que acabo de ver —empezó él—. Me has pedido que viniera al laboratorio enseguida para entregarme unos informes muy importantes.

Recalcó las dos últimas palabras imitando el tono imperativo que había tenido Lucía al teléfono. La joven se irguió dignamente y miró al cielo enfatizando su forzada pose de estar cayendo en la cuenta por primera vez de ese pequeño detalle incoherente.

—¡Ah! Sí, eso... Es que el Dr. Ginés ha dicho que debía dártelos en mano de inmediato.

—¿A mí? ¿Tu superior sabe mi nombre? ¿Ha dicho expresamente que Adrián Herrero tenía que llevarse esos documentos antes de que terminara el día?

Lucía se ruborizó y Adrián exhaló un largo suspiro. No habían empezado a hablar todavía de su relación y ya sentía que iba a explotar de ira. Se obligó a sí mismo a recuperar el control. Aunque fuese desagradable, la conversación que mantendrían a continuación cerraría para siempre su historia.

—Al final, el Dr. Ginés cambió de opinión —mintió ella—. Y pensé que, ya que ibas a venir, podríamos aprovechar para salir a comer los cuatro.

—¿Los cuatro?

—Sí. —Ella parpadeó sin mostrar ni un atisbo de vergüenza—. Elena, Rebeca, tú y yo.

—¿En qué momento te ha parecido eso algo con sentido? Y encima incluir a Rebeca... ¿Por qué? Me consta que casi no le has dirigido la palabra desde que empezó a trabajar en la investigación...

—Bueno, no es mi amiga, pero sí la tuya.

—¿Y?

Él la miró sin entender. Un camarero distinto a la que les había tomado nota hacía pocos minutos trajo los cafés y los sirvió rápidamente. En aquel incómodo instante de silencio, Lucía y Adrián se miraron a los ojos. Nunca se habían sentido tan distantes.

—Cariño...

—Adrián —la corrigió él.

—Bueno, sí, eso... —Carraspeó—. Me pediste que la contratara. Te pusiste muy pesado con el tema. Hacía mucho que no hablábamos y, aunque fuese para conseguir algo de mí, me ilusionó que volvieras a dirigirme la palabra. Yo no puse pegas, ¿verdad? Te hice caso, la contraté a pesar de que esa chica es un desastre. Pensé que a partir de aquel buen gesto volveríamos a quedar, pero no te he visto el pelo en todos estos días. ¡No te lo reprocho! Entiendo que pueda ser raro al principio. Por eso, incluir a mi amiga y a tu amiga me pareció lo más idóneo para destensar el ambiente entre nosotros.

Adrián se revolvió en el asiento y miró su taza de café. El humo ondeaba casi invisible sobre la espuma. Las cosas se iban a poner muy feas cuando Lucía se enterase de que él solo había roto su promesa de no volver a relacionarse con ella para conseguir que Rebeca se mudase a Madrid. Esa certeza era algo de lo que ninguna de las dos implicadas tenía conocimiento.

Avergonzado, se limitó a abrir el paquetito de azúcar y a verter la mitad de su contenido en el café. Dio varias vueltas con la cuchara antes de responder a Lucía.

—No creo que tú y yo podamos ser amigos —murmuró.

—Pero... —Ella, que también estaba revolviendo el azúcar en su café, soltó la cuchara con dramatismo y lo miró con dolor en sus ojos—. ¡Hice lo que me pediste! ¡La contraté!

—Y te lo agradezco muchísimo. —Él se apoyó sobre el respaldo de la silla. La pareja de novios acaramelados que había sentados cerca de ambos los miraron con poco disimulo y mucha curiosidad—. Te lo pedí como favor, no como precio para volver a ser tu novio.

Lucía agachó la cabeza. Iba a llorar. Él sacó un pañuelo de su bolsillo y se lo extendió, incómodo. Ella lo rechazó.

—Adrián, por favor... —Su voz sonaba suplicante, completamente quebrada—. Cometí un error y he pagado las consecuencias de sobra. No me sigas castigando, no seas cruel...

—¿Un error? Lucía, te acostabas con mi mejor amigo mientras salías conmigo.

La lástima que pudiera haber sentido por su ex desapareció en el preciso instante en el que ella simplificó el motivo de su ruptura. No tenía derecho a victimizarse; no era justo.

Lucía no dijo nada. Se pasó una mano por los ojos para limpiar sus lágrimas.

—Íbamos a mudarnos juntos —siguió Adrián, notando como sus palabras se empapaban de ira—. Te presenté a mi familia y a mis amigos. Te dije que te quería. Y tú te veías con Sergio a escondidas durante semanas.

El nombre de Sergio Fernández le sabía amargo. Normalmente intentaba no pronunciarlo: le quemaba en la boca. Aquel chico de cabello dorado y ojos azules había sido compañero de trabajo de Manu y suyo durante todo el tiempo que llevaban trabajando como policías en Madrid. Después de aprobar la oposición y mudarse a la capital, se vieron en la tesitura de reclutar a un tercer miembro con el que compartir piso. Por tanto, Sergio había ocupado la habitación de Rebeca mucho antes de que ella llegase. Los tres habían sido inseparables, casi familia. Al menos, eso pensó Adrián hasta que la verdad le estalló en las narices de la manera más desagradable posible. Nunca imaginó que Sergio sería capaz de follar con Lucía, por entonces su novia, en la habitación de al lado sin sentir un ápice de remordimientos. La traición de ambos había sido una de las experiencias más duras que Adrián había sufrido en toda su vida y afrontarla en Madrid, lejos de su familia y amigos, había sido insoportable.

Mucha gente caía en el error de prejuzgar a Manu cuando lo conocía. Con esas pintas de caso perdido, su continua mala elección de palabras y el cigarrillo entre los dedos a todas horas, conseguía de sobra ocultar su mayor secreto: era un policía cojonudo. Por eso, fue él y no Adrián, quien descubrió la infidelidad de Lucía. Se había fijado en mil detalles: la cantidad de veces que ella preguntaba por Sergio, el juego que se traían entre ambos riendo y picándose a todas horas, los planes que hacían juntos sin contar con en novio de ella, las miraditas con doble sentido... Manu comenzó su propia investigación extraoficial para buscar pruebas concluyentes que demostraran sus sospechas antes de revelarle nada a Adrián. No quería hacerle daño sin estar absolutamente seguro.

La táctica definitiva, aunque poco profesional, consistió en acceder a la agenda electrónica de Lucía para consultar sus horas libres y descubrir cuándo podía verse con Sergio a escondidas. A él era más fácil controlarlo: vivía en su propia casa, así que le bastó con tener un ojo abierto y escuchar atentamente sus excusas para encontrar contradicciones. Poco a poco, Manu labró un calendario perfecto que reducía las posibilidades de encuentros clandestinos. Su teoría principal era que Sergio y Lucía se acostaban en casa de ella. Sin emabargo, los martes Sergio no trabajaba y, hasta las once y media, Lucía tampoco. Según su agenda, en casa de ella iba a hacer limpieza a esas horas una trabajadora del hogar. ¿Podría ser que tuvieran el valor de verse en la propia casa de Adrián, Manu y Sergio? Habría que comprobarlo.

A Manu le daba miedo descubrir el pastel él solo y espantar a Sergio y Lucía. Adrián estaba tan enamorado de ella y se sentía tan cercano a él que fácilmente se dejaría convencer por las mentiras de ambos si negaran su relación secreta. Como no quería arriesgarse a perder semejante oportunidad, Manu les tendió a todos una trampa.

Aquel martes a las ocho en punto, cuando Adrián llegó a la comisaría y empezó a trabajar, Manu encargó dos bocadillos de calamares con mayonesa para almorzar. A las diez en punto, como cualquier mañana, salió con sus compañeros de trabajo a tomar un café en el bar de enfrente e invitó a Adrián a uno de esos bocadillos. Su amigo aceptó sin percatarse de que, minutos antes, Manu había intoxicado la mayonesa.

A la media hora, Adrián vomitó en el baño de la comisaría y Manu se ofreció voluntario para llevarlo a casa en el coche patrulla. En toda su vida no se había sentido tan nervioso y culpable: su mejor amigo no solo iba a descubrir una traición imperdonable, sino que se iba a pasar las próximas horas expulsando todo lo que había en su estómago por culpa de él. Aquel estaba predestinado a ser un día horrible, pero Manu confiaba en que liberarse de Sergio y Lucía sería bueno a largo plazo.

Tal y como había sospechado, Adrián entró en casa y se encontró con la realidad: Lucía desnuda encima de un Sergio a medio desvestir. Que ambos lo hubieran traicionado fue duro. Sin embargo, lo que más le dolió fue ser consciente de la frialdad con la que había ocurrido todo. Planeado en un calendario, sin remordimientos, sin culpabilidad.

Solo cuando las mentiras salieron a la luz y Adrián se deshizo en lágrimas delante de ellos, Lucía sintió arrepentimiento.

Él no había querido compartir la verdad con Lina, Carla y los demás. Manu era el único que lo sabía todo y tenía orden de no contarle a nadie nada nunca jamás. A Adrián le daba vergüenza. Se sentía un completo inútil por no haberlo visto venir. Su mejor amigo y su novia se gustaban y se enrollaban en su puta cara y él no había sido capaz de verlo. Estaba tan enamorado que se había quedado ciego.

Cuatro meses después, debía de reconocer que le costaba un esfuerzo titánico comprender por qué Lucía estaba tan segura de que algún día ellos podrían volver a ser lo que eran. ¿No era consciente de que no solamente le había roto el corazón sino también la imagen que tenía él de ella? Puede que Lucía se negase a aceptarlo, pero el día en que Adrián descubrió lo que ambos le habían hecho comprendió que la mujer a la quería en realidad no existía.

Y no se puede estar enamorado de una fantasía.

Miró a Lucía y, sin poder evitarlo, la comparó con Rebeca. No parecían tener nada en común, menos mal.

—No intento justificar mis actos —dijo la joven sorbiendo su café y limpiándose las lágrimas otra vez—. Sé que perdí tu confianza el día en que supiste la verdad. Ni siquiera sé por qué lo hice, debí volverme loca... Yo no lo he querido, ¿sabes? Siempre te he querido a ti...

—Por favor, Lucía, para —espetó Adrián—. No disfraces de amor lo que no lo es, ¿vale? Es un insulto.

—¡Pero es la verdad! —Ella lo miró, suplicante—. Te juro que nunca volveré a hacerte algo así. He bloqueado a Sergio de todas las redes sociales, llevamos desde que explotó todo sin hablarnos. Estoy dispuesta a darte el tiempo que necesites, hasta que te sientas preparado para retomar la relación...

—No, Lucía, ¡no! —Sin darse cuenta, Adrián subió el volumen. Cuando sintió la mirada de varios clientes posarse sobre ellos, volvió a mantener la compostura y a bajar la voz—. Eso ya lo intentamos, ¿recuerdas? A la semana de pillarte en la cama con él, te di una segunda oportunidad. Hice como que no había pasado nada y me forcé a conformarme con tirarle a él del apartamento y saber que tú estabas arrepentida, pero no funcionó.

—Porque lo intentamos demasiado pronto, no estabas preparado, era todo tan reciente...

—¡Estabas desnuda encima de él! ¿No te das cuenta, Lucía? Cada vez que te miro, revivo todo una y otra vez.

—Lo sé, lo sé... Metí la pata hasta el fondo pero ¡todavía nos queremos! ¿No lo ves? Hay un motivo por el que en estos cuatro meses no has vuelto a salir con alguien.

Claro que lo había: Adrián estaba aterrorizado. No se fiaba ni de su sombra. Le dolía tanto el pecho que había empezado a pensar que no valía la pena enamorarse. Cuanto más amase, más dolería después la decepción. Se había tomado esos cuatro meses para él mismo. Quería pensar en cualquier cosa que no fuese su vida sentimental. Al menos así había sido hasta que conoció a Rebeca. Ella ni siquiera era consciente, pero lo había cambiado todo.

—Lucía, yo ya no te quiero —se sinceró—. Antes sí. Después de romper todavía te quería. Por eso le di una segunda oportunidad a nuestra relación. Pero es que ya no siento eso. Quiero pasar página.

Ella lo miró con el corazón hecho pedazos. Las lágrimas se deslizaban por sus mejillas creando diminutos ríos salados, arrastrando sobre su piel restos de máscara de pestañas.

—No, no... Me estás mintiendo. —Sorbió por la nariz—. ¿Y lo que pasó hace tres meses? Nos volvimos a acostar y todo surgió sin estar planeado. Nos vimos de fiesta por pura coincidencia, en esa discoteca. Tú ibas con Manu y tus otras amigas, la sevillana y la brasileña. ¡No me negarás que no sentiste el impulso de estar conmigo! A pesar de todo, me besaste con tanta intensidad que pude sentir que me querías. La manera con la que me hiciste en amor... Fue real, aunque lo niegues, yo sé que lo fue.

—Aún te quería —reconoció él—. Todo lo que sentimos durante esa noche fue real, sí. Pero también lo fue lo que sentimos por la mañana. Amanecí en tu cama odiándome, llamándome estúpido a mí mismo, preguntándome por qué insistía en atarme a una mujer que no tuvo reparos en mentirme durante semanas. Te deseaba, te quería, pero al mismo tiempo sabía que no era bueno que volviéramos a salir. A diferencia de ti, Lucía, yo fui sincero y te lo dije. Tú te pusiste a llorar.

—Bueno, ¿cómo esperabas que me tomase algo así? Todavía estaba desnuda a tu lado, por si no lo recuerdas... —espetó.

—Por eso te prometí que no me volvería a acostar contigo. No quiero vengarme por lo que me hiciste, no pretendo convertirme en el malo de la película y hacerte daño. —Adrián apoyó la cabeza en sus manos y se tiró el pelo hacia atrás—. Solo quiero cerrar esta relación y poder empezar una nueva sin arrastrar ninguna carga.

Lucía dio un respingo. Alzó la mirada lentamente y la fijó en la de él.

—¿Una nueva? —murmuró—. ¿Con quién?

Él cerró el pico. Ella abrió ligeramente los ojos y transformó su expresión cuando comprendió la verdad:

—Dios mío, te gusta Rebeca.

Y así fue como lo que iba a ser una seria y madura conversación entre adultos, se convirtió en una dura escenita repleta de reproches, insultos, gritos y lágrimas.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top