𝓡| 19. SEROTONINA
Serotonina: es una hormona que, entre otras cosas, provoca un estado de placer y tranquilidad. Es llamada comúnmente «hormona del placer» o «hormona del humor».
Rebeca comprobó el horario de llegada del tren de Nuria y suspiró. Se había retrasado casi quince minutos. Cambió el peso del cuerpo de un lado a otro, apretando los labios y mirando en derredor algo nerviosa. Adrián le abrazó por la espalda y depositó un suave beso en su mejilla.
—¿Vamos a tomarnos un café? —propuso.
—Creo que no da tiempo. Además, Nuria no contesta mis mensajes. —Giró la cabeza y se encontró con sus brillantes ojos verdes—. Si baja del tren y no me encuentra, le da un ataque al corazón.
—Exagerada. —Rio él—. Aunque conociéndola podría haber perdido el móvil otra vez.
—Quiero pensar que se ha quedado sin batería, pero no descarto otras teorías.
Se dio la vuelta y apoyó las manos en el pecho de Adrián. Se había acostumbrado muy rápido a su cercanía y a la naturalidad de sus gestos de cariño.
—Creo que voy a dejar el trabajo —soltó Rebeca de repente.
Adrián dio un respingo ante tal sobrevenida confesión. Sintió una punzada de culpabilidad.
—¿Por qué? —La verdad es que sabía de sobra la respuesta.
Todo era consecuencia del último altercado con Lucía. ¿Quién en su sano juicio querría trabajar con una jefa que era también la ex de su pareja? Lo más razonable era salir huyendo de un empleo como aquel. Adrián frunció el ceño. Rebeca se había mudado solo para trabajar en esa investigación. Renunciar durante el primer mes de contratación debía de ser una decisión muy dura para ella.
—No sé que decir...
—Si vuelvo a poner un pie en ese laboratorio me muero del disgusto. —Rebeca se encogió de hombros, restándole importancia—. Estaba muy emocionada cuando me llamó Elena en su momento, pero no ha sido para nada como me lo imaginaba. Sinceramente, detesto lo que hago, todo el santo día analizando orina, y es evidente que a partir de ahora las cosas serán mucho peor para mí, dada mi relación de mierda con Lucía. Sé que hará todo lo posible por fastidiarme.
—Rebeca...
Adrián la miró con tristeza.
—¿Sabes qué me ha dicho esta mañana? —preguntó ella sin percatarse de la expresión lastimera del chico—. ¡Que se había estado portando muy bien conmigo! —Rio con sorna—. Enserio, Adri, ¿cómo deben ser entonces las cosas cuando se porta mal? Porque para mí ha sido un trabajo insoportable desde el inicio. No me miraba, no me hablaba, estaba olvidado en una esquina abriendo y cerrando botes de pipí con la silenciosa compañía de Felipe.
—Es todo culpa mía, joder, ¡es que soy un egoísta y un capullo!
Rebeca le miró, confusa. No alcanzaba a comprender por qué él estaba tan afectado por su decisión. Lo cierto es que ella había sentido un alivio abismal al verbalizar finalmente un pensamiento que llevaba rondando por su mente desde que pisó el laboratorio del Instituto Nacional de Toxicología y Ciencias Forenses. Prácticamente se había estado forzando a disfrutar un empleo en el que no había hecho más que limpiar utensilios y tomar notas para los demás. Y el pipí, no los olvidemos del pipí y las malas experiencias... La presencia de Lucía y Elena solo hacía que empeorar la situación.
—¿Por qué dices eso, Adrián? —le preguntó—. Si es por la bronca de Lucía de esta mañana, no podías evitarla. Tú no controlas sus actos.
—No es eso... —El joven se llevó las manos en la cabeza y bufó—. Después de conocerte, cuando volví a Madrid, no podía dejar de pesar en ti. Sabía que se me pasaría en unos días, pero no dejaba de darle vueltas a la idea de que si te daban el trabajo te vendrías a vivir aquí y quizá podríamos tener algo... Era una fantasía, ¿vale? ¡Joder, ni siquiera estábamos hablando por WhatsApp! Podrían haber fallado mil cosas y aun así...
Rebeca enmudeció. Seguía en sus brazos, absolutamente sorprendida. Ni en un millón de años hubiera podido imaginar que alguien como él se hubiera sentido tan atraído por ella después de una tarde en grupo.
—No sé, en principio solo soñaba despierto con la remota posibilidad de que ocurriera algo entre nosotros y justo el lunes siguiente mi superior me mandó a recoger un informe de toxicología —siguió relatando Adrián—. Me crucé con Lucía. Ella intentó una vez más acercarse a mí. Yo últimamente no había hecho otra cosa distinta a ignorarla, porque estaba muy cabreado por lo de Sergio, pero esa vez me acordé de ti.
—¿De mí? —Rebeca se señaló el pecho con el pulgar—. ¿Por qué?
—Pensé que Lucía podía hacer que tú vinieras a Madrid —reconoció—, así que le pregunté si le había llegado tu currículum. Al principio ella sospecho la verdad y quiso saber si me gustabas. —Interrumpió sus palabras para taparse la cara con una mano, avergonzado—. Le mentí en toda la cara diciéndole era a Manu quien quería algo contigo.
—¡Dios mío, Adrián! —Rebeca se alejó escandalizada, con los puños apoyados en las caderas.
—¡Lo siento! —Él trató de acercarse a ella—. Vi la oportunidad y la aproveché, pero no pensaba que fuese a funcionar de verdad. ¿Qué probabilidades había, Rebe?
—¿Le diste esperanzas a Lucía porque se te había metido en la cabeza una fantasía? ¡Eso está fatal!
Adrián sacudió la cabeza con energía.
—No le di esperanzas a Lucía, tan solo le agradecí el favor, sonreí y le dije algo así de que me alegraba de poder contar con ella como amiga. —La miró suplicante—. Recalqué mucho eso último, aunque uno ve lo que quiere ver...
—La utilizaste Adri —repitió ella—. En realidad no la habías perdonado y fingiste. ¿Sabes cómo debió sentirse ella? ¡No me extraña que me odie! Le he robado al novio y encima ella me dejó entrar en su laboratorio porque pensaba que así te ganaría. ¡Es normal que se sienta engañada! Yo también me enfadaría...
—¡¿Que le has robado al novio?! Rebe, se folló a mi amigo. Estoy solo en Madrid, mi familia sigue en Valencia. Mi círculo íntimo eran Manu, Sergio y Lucía. —Él transformó su rostro en una mueca de disgusto. Le dio la espalda, airado, y buscó una pared en la que apoyar su cuerpo. Se sentía agotado—. Así que perdona si en ese momento soltarle una mentira insignificante para que te contratase no me pareció un acto ni la mitad de grave comparado con lo que ella me hizo a mí. Y, por cierto, no vuelvas a hablar así de lo nuestro, ¿vale? No has robado nada, yo decido solito con quien quiero estar.
Sin más remedio que admitir su derrota, Rebeca enmudeció. Adrián parecía tan fuerte y entero que se le olvidaba que había sufrido mucho más que Lucía. Al fin de cuentas, su jefa estaba pagando por las consecuencias de sus propios actos y se negaba a aceptar la realidad: la pérdida del hombre al que amaba. Sin embargo, lo de Adrián era distinto. Dos de las personas en las que más confiaba le habían traicionado. ¿Cómo debía ser eso de sentir que casi todo tu mundo te falla al mismo tiempo?
La noche en la que Rebeca y él se acostaron por primera vez dijo que estuvo casi cuatro meses sin volver a alquilar la habitación. Se cambió de unidad, entre otras cosas, para eludir la compañía de Sergio. No tenía condones porque desde que rompió con Lucía no había vuelto a quedar con nadie. De pronto se daba cuenta de lo herido que estaba el corazón de Adrián y lo valiente que había sido al llegar incluso a compadecerse de la misma persona que le partió el alma.
—Tienes razón —reconoció Rebeca—. No es comparable. Lo siento.
—Me aseguré de que te contrataba, pero todo lo que vino después ha sido una completa casualidad. —Adrián tragó saliva y se acercó a ella. Le recogió las manos y jugó con sus dedos, girando sus anillos en un gesto nervioso—. No esperaba que me escribieras preguntando por una habitación en Madrid y, francamente, no me negarás que es justicia poética que tú, la persona que ha sanado parte de mis heridas sin darse cuenta, acabases durmiendo en el cuarto del tío que me jodió la vida... ¿Es gracioso, verdad?
Dejó escapar una carcajada vacía y Rebeca esbozó una leve sonrisa. Entrelazó sus dedos con los de Adrián y se quedó mirando sus manos unidas.
—Bueno, pues gracias por contármelo, pero no entiendo qué tiene que ver eso con lo de dejar el trabajo.
—Quiero que sepas que eres importante para mí y que estoy convencido de que lo nuestro irá bien. —Adrián la miró a los ojos y Rebeca se emocionó. El corazón de latía a una velocidad sobrehumana—. Por eso tengo miedo de que dejes el trabajo para que estemos juntos, es decir, por culpa mía y de mi relación con Lucía, y un día te arrepientas y me lo reproches. Tú no te mudaste aquí por mí, sino por la investigación.
Rebeca no sabía si sentirse halaga u ofendida. Por un lado se moría de ilusión por haber escuchado a Adrián verbalizar que ella era importante para él. Por otro, le dolía que pensase que ella sería tan inocente como para condicionar su futuro por un chico. ¿Tenía cara de niña vulnerable que intercambiaba la oportunidad de su vida por acostarse con un tío guapo que le susurraba frases dulces al oído? No. Tomaba esa decisión porque estaba segura de que era lo mejor para su tranquilidad y sus salud mental. Abrió la boca para aclarar la situación, pero pronto un gritó la despistó.
—¡Bebé! ¡Bebééééé!
Los dos se giraron para encontrarse con la escena más inesperada de la historia. Lo primero era que, por algún desconocido motivo, Nuria se había teñido las puntas del cabello de rojo, lo cual le favorecía muchísimo aunque era, a su vez, desconcertante. Lo segundo, es que arrastraba con dificultad y chorreando gotas de sudor por la frente, tres maletas de más de veinte kilogramos cada una. Era un equipaje demasiado exagerado para un fin de semana.
Rebeca se apresuraró a ayudarla con las cosas y, en cuanto la tuvo enfrente, Nuria saltó a sus brazos como hacía siempre que llevaban mucho tiempo sin verse. Le besó las mejillas con fuerza.
—¡Nuria! ¿A qué viene todo esto? —preguntó Rebe, incapaz de quitársela de encima—. ¿Qué narices llevas en tres maletas? ¿Te has traído todo tu armario o qué?
—¡Es una sorpresa! —Nuria se separó y después miró a Adrián con desconfianza—. Hola.
—Hola —saludó él con timidez, luego se dirigió a Rebeca—. ¿Por qué me mira como si fuese a acabar conmigo a puñaladas?
—Todavía no le he contado lo nuestro —aclaró la otra con una sonrisita inocente—. Lo último que le dije es que tenías novia y...
Rebeca tragó saliva. Había insultado mucho a Adrián a sus espaldas, mientras creía que jugaba con ella. Pero tan pronto habían empezado a enrollarse, ni se había acordado de poner a su mejor amiga al día con el tema. Nuria se paró en seco y los miró de arriba a abajo. Parecía empezar a procesar la información que iba llegando sesgada entre los comentarios de la pareja. Abrió la boca y dejó escapar una exclamación de sorpresa.
—¡Joder! ¡Que habéis follado! —gritó eufórica.
—Varias veces —concretó Adrián orgulloso.
—¿Queréis callaros? —espetó Rebeca poniéndole la mano en la boca a Nuria—. ¡Que se está enterando toda la estación!
—Estarán pensado que soy el tío más afortunado del universo, leona.
Adrián sonrió y le guiñó un ojo a Rebeca. Ella se limitó a poner los ojos en blanco, pero no pudo evitar que se le escapase una risita traviesa.
—Es más que eso, Nu... —La miró con un ligero rubor tiñéndole las mejillas—. Estamos juntos.
Adrián la agarró de la mano.
👩🏽🔬🧡👮🏼♂️
Nuria estaba sentada sobre la cama con las piernas cruzadas mientras sostenía una taza de café con ambas manos. Sonreía más ampliamente que el Joker y miraba directamente a Rebeca con unos ojos transparentes. Su mejor amiga acababa de obsequiarle con la información clave de los últimos días y desde que había empezado a hablar, Nuria no había dado signos de respuesta más allá de aquella cara de loca.
—¿Qué? —inquirió Rebeca—. Pareces una psicópata.
—Soy muy feliz —dijo mirándola con dulzura—. Me hiciste caso.
—¡La última vez que hablamos me dijiste que le pegase un guantazo de tu parte a Adrián!
—Eso fue un malentendido.
La invitada paseó por el cuarto de Rebeca y escrutó su estantería. Dio en un instante con la novela de romance que le había regalado el día que su amiga marchó a Madrid, hacía tan solo unas semanas. Buscó la dedicatoria que hizo en su momento y se la enseñó.
—Aquí te pedí que disfrutaras del cuerpo serrano de tu compañero de piso, ¿ves? —Apuntó con el dedo índice varias veces en la página—. Sabía que era un buen consejo.
Rebeca releyó el texto y sonrió con picardía.
—Y lo que no te he contado todavía...
Se echaron a reír. Fuera se escuchaba a Manu y Adri pelear por culpa de otro videojuego. La competitividad del primero cuando cogía un mando inalámbrico se volvía bastante peligrosa y a su amigo le encantaba provocarle durante su estado de máxima tensión.
—Tengo que darte una sorpresa, bebé. —Nuria se sentó en el suelo y empezó a sacar la ropa de una de las maletas.
—Es verdad. —Rebeca se acomodó a su lado y la ayudó—. ¿Qué pasa con el pelo y todo este equipaje, Nu?
Estaba dispuesta a oír una alocada explicación, pero lo que escuchó la dejó más estupefacta de lo esperado.
—Es un cambio de aspecto para enfrentar una nueva fase de mi vida. —Sonrió Nuria, pasándole un suéter naranja a su amiga para que lo guardase en un cajón—. ¡Bebé, me han dado trabajo en una editorial como traductora y me vengo a vivir a Madrid! ¡No permitiré que te alejes de mí nunca más!
—¡¿Cómo dices?!
—¡Sí, sí, sí! Es mi primer trabajo y el salario no es muy envidiable, así que te suplico que me dejes vivir con vosotros. El alquiler entre cuatro será mucho más barato para todos y nosotras podemos dormir en la misma cama, ¿verdad?
—¡Por supuesto, Nuria! ¡Cabemos de sobra!
A Rebeca le explotó el corazón de alegría y gritó tan fuerte de emoción, que Adrián y Manu corrieron a su cuarto pensando que debían auxiliarla.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top