𝓡| 14. ENDORFINAS (II)

Endorfinas: hormonas encargadas de crear una sensación de placer, bienestar y motivación.

Por la noche el grupo celebraba el cumpleaños de Lina. Cualquier otro día Rebeca hubiera estado encantada de complacerla organizándole veinte fiestas de cumpleaños. Ese, sin embargo, había sido una catástrofe y no tenía ganas de hacer nada que no fuera encerrarse en su habitación y dormir durante horas. ¿Podría comprenderla Lina o se molestaría con ella? Rebeca esperaba que fuera la primera opción. Adrián llegó anoche de madrugada. Algo pasó. Esa mañana Lucía no había ido a trabajar. Sabía que una cosa estaba relacionada con la otra. Elena Mayo eludía la compañía de Rebeca mucho más de lo habitual. Sinceramente, ni una buena película inspirada en un libro de Stephen King podría haberle puesto los pelos de gallina tanto como los acontecimientos insólitos de aquel día.

—¡Chicos! —Escuchó a Manu gritar por la casa cuando ella entró—. ¿Habéis visto mi americana negra?

—No. —Rebeca ni se molestó en mirar a su alrededor. Entró en su habitación y dejó su bolso encima del escritorio.

—¡Está hecha una bola encima de la lavadora! —respondió Adrián desde el baño. Hubo silencio durante cinco minutos—. No tengas la poca decencia de ponértela así, tío, plánchala un poco.

Tumbada en su cama con el cuerpo molido, Rebeca sonrió. Lo de Manu era digno de investigación. Habrase visto cerdo semejante, no sabía ni dónde tenía la cabeza el pobre. Alguien llamó a la puerta de su cuarto un par de veces.

—¿Puedo pasar?

—Sí.

Era la voz de Adrián. Rebeca se incorporó con el corazón latiendo a mil. Tenían una conversación pendiente, pero parecía que el momento nunca era el apropiado para ello. Quería preguntarle por qué anoche no la despertó.

Se quedó sin aliento cuando el chico se hizo paso. Llevaba una camisa blanca que le quedaba espectacular, vaqueros anchos que aportaban un estilo desenfadado al conjunto y las zapatillas granates de Adidas que tanto le gustaban. Estaba más guapo que de costumbre, para desgracia de Rebeca.

—¿No estás vestida? —No, no lo estaba.

—Creo que paso de ir, tengo sueño.

Se dejó caer de nuevo en la cama y notó como Adrián se sentaba en el borde. Eso le produjo un extraño cosquilleo en el abdomen. Podía oler su colonia, siempre tan embriagadora.

—¿Es por mi culpa?

Rebeca giró la cabeza y le miró a sus ojos verdes. Era inevitable, deseaba abalanzarse sobre él como una salvaje para comerle enterito. El autocontrol estaba llegando al límite. ¿Por qué tenía que ser todo tan complicado?

—No, de verdad que estoy cansada. He tenido un día eterno. Me han explotado, literalmente. Me sabe mal por Lina, la llamaré mañana para disculparme.

—¿Lucía...? —preguntó él con timidez.

—No ha venido a trabajar. —Ella estudió su rostro mientras pronunciaba esas palabras. Le pareció que él se sentía... ¿culpable?—. Así que el resto del equipo hemos tenido que hacer lo nuestro y lo suyo. Te prometo que no es por ti.

Adrián se mordió el labio y salió del cuarto. No parecía convencido y posiblemente eso fuera porque Rebeca no estaba siendo del todo sincera. Todavía se preguntaba qué demonios hizo él anoche para volver a casa de madrugada y por qué su jefa no se había presentado en el laboratorio. En su cabeza existía una única explicación con sentido y era horrible. Pero ya se había equivocado antes y sabía que la verdad solo podría averiguarla hablando con él.

A los pocos minutos, Manu gritó un «adiós» bastante sonoro y Rebeca escuchó la puerta de la entrada cerrarse. Se abrazó a la almohada y cerró los ojos con fuerza.

Pasó el tiempo y, poco a poco, fue sintiendo los brazos de Morfeo arroparla. Estaba prácticamente dormida cuando escuchó un ruido. Como si se hubiera caído una olla. Se levantó de la cama velozmente y salió al pasillo con el corazón en un puño. ¿Quién andaba por ahí? Los chicos se habían marchado al cumpleaños.

—¿Manu? —preguntó.

—No, él se ha ido, pero yo me he quedado —respondió Adrián.

Rebeca entró en la cocina despacio, preguntándose por qué su compañero de piso estaba sacando una sartén del armario vestido todavía en camisa. Le miró con los ojos bien abiertos.

—¿Qué haces aquí?

—Me quedo contigo.

El chico casi no la miraba. Colocó la sartén en la vitro y encendió el fuego. Después caminó de un lado a otro de la cocina preparando la mesa, sacando ingredientes de la nevera, cortando verduras y fregando platos sucios. Rebeca contemplaba la escena anonadada.

—¿Y el cumpleaños de Lina? Creía que cenarías allí.

—¿Quieres que me vaya? —preguntó echando huevos batidos con la patata troceada en la sartén. No la miró.

Ella no contestó. Le estaba poniendo nerviosa verle cocinar con tanta tranquilidad. Además, la camisa peligraba. Iba a manchársela si no se ponía un delantal. Le hizo a un lado y se apropió de la espátula.

—Déjame a mí y cámbiate de ropa, por favor.

—No me has contestado. —Rebeca bajó el fuego y apoyó ambas manos en la encimera. Adrián se había quedado a su lado, tan cerca que podía oír su respiración—. ¿Quieres que me vaya? Porque yo quiero quedarme contigo esta noche.

A pesar de haberse repetido mil veces que no podía fiarse de él, Rebeca casi no tenía fuerza de voluntad para resistirse. Solo quería besarle, olvidar los últimos días y dejar de preocuparse. Sus ojos marrones viajaron a los labios de Adrián. Estaba tan cerca...

Empezó a oler a quemado.

Él apagó los fogones y retiró la sartén. La comida estaba bien, un poco tostada, pero perfectamente comestible. El chico se alejó para servir los platos, dejando a Rebeca con el regusto amargo del casi beso.

—No quiero que te vayas —respondió al final.

Entonces Adrián la miró. Una sonrisita se asomaba en su rostro. Asintió con la cabeza y luego sacó del armario una botella de vino tinto.

—Ves abriéndola —le dijo entregándole un sacacorchos—. Yo pongo la música. Cenamos y contesto a todas tus preguntas, ¿vale?

Rebeca agarró la botella y el sacacorchos. Se permitió obsequiarle con una sonrisa sincera.

—Trato hecho, pero cámbiate de ropa. —Señaló la camisa blanca—. La vas a manchar.

—Ni de broma, leona, estoy demasiado guapo esta noche y eso es una parte de esencial de mi estrategia de seducción.

—¿Estrategia de seducción? —Rebeca arqueó una ceja y sus labios se curvaron levemente hacia arriba—. Eso tengo que verlo.

—Sí. —Él salió de la cocina—. Vas a comprobar que soy irresistible.

Oh, pero eso ella ya lo sabía.

👩🏽‍🔬🧡👮🏼‍♂️


—Lucía y yo nos conocimos hace tres años —Adrián cortó la tortilla de patatas en cuatro cuartos y los repartió entre Rebeca y él. Hizo lo mismo con las verduras de guarnición—. Yo entonces trabajaba en la Unidad Central de Droga y Crimen Organizado con Manu. Luego solicité el traslado a la Brigada Central de Investigación Tecnológica, donde trabajo ahora.

—¿Por qué? —Rebeca pinchó con el tenedor dos trozos de zanahoria y uno de pimiento.

—Porque soy ingeniero informático y vivo más feliz entre ordenadores. —Adrián comió y sonrió al ver a Rebeca hacer lo mismo más tranquila—. La cuestión es que en aquel momento llamaba mucho al Instituto Nacional de Toxicología y Ciencias Forenses para pedir análisis de drogas. Lucía era quien me cogía siempre el teléfono y... Bueno, tonteábamos un poco.

Rebeca tragó y le miró con expresión divertida.

—Adrián, ya te he visto en acción. —Rio—. Me lo puedo imaginar.

—Pues eso. —Él se encogió de hombros—. Le dije de quedar alguna vez, nos gustamos, nos acostamos una temporada sin compromisos y al final...

—Empezasteis a salir.

—Sí.

Adrián terminó su plato y se quedó mirando a Rebeca ultimar los últimos trozos de tortilla. A ella no le importaba que la observase comer, estaba demasiado hambrienta para sufrir por tonterías.

—Estuvimos juntos diez meses y entonces me enteré de que se estaba liando con otro a mis espaldas.

Rebeca tosió. Menudo giro de los acontecimientos. Había estado tan convencida de que el infiel era Adrián que descubrir que había sido a la inversa la dejaba completamente descolocada. Bebió un buen trago de vino y frunció el ceño.

—¿Por qué?

—Yo que sé. —Adrián no parecía dolido ni airado. Se levantó y metió sus cubiertos en el lavavajillas. Luego hizo lo mismo con los de Rebeca—. Eso se lo tendrás que preguntar a ella.

—¿Y quién era él?

—La persona que dormía en el cuarto en el que ahora duermes tú.

Rebe tenía la boca abierta y no daba crédito. A decir verdad, nunca se le había ocurrido preguntarle por qué tenían una habitación vacía. Era lógico pensar que antes de ella hubo otra persona pagando el alquiler con Manu y Adri.

—¿Amigo vuestro?

—Sí. —Se rellenó la copa de vino y dio un sorbo—. Sergio Fernández, compañero de unidad. Todavía trabaja con Manu.

—¡Por eso pediste el traslado! —comprendió al instante.

—No, lo hice porque me gusta más investigar delitos tecnológicos, pero reconozco que dejar de verle la cara a Sergio era un punto a favor. —Salió de la cocina seguido por Rebeca, que sostenía entre ambas manos su copa y permanecía expectante al relato—. A la semana, Manu y yo le pedimos amablemente que se largara y después estuvimos tres meses sin volver a alquilar la habitación. En ese tiempo, Lucía se arrepintió de todo y me pidió perdón unas ochocientas veces.

Los dos se sentaron en el mismo sofá donde el día anterior Rebeca le había pegado una paliza virtual a Manu.

—¿Alguna vez...? —Rebeca se pensó bien si realmente quería la saber la respuesta a su pregunta—. ¿Os volvisteis a enrollar?

—Sí, en dos ocasiones, ambas al mes de romper —reconoció Adrián—. La primera fue un momento de flaqueza por mi parte. Volví con ella durante unas semanas, pero luego me di cuenta de que las cosas habían cambiado demasiado entre nosotros y la dejé. Cuatro días después nos acostamos tras coincidir en una discoteca. No lo pensé, simplemente bailó conmigo y nos apeteció. A la mañana siguiente, Lucía me pidió volver con ella. Le dije que no y se echó a llorar. Me dijo que se había sentido utilizada. De alguna manera, las tornas habían cambiado: ahora era yo el que le hacía daño a ella si seguíamos acostándonos. Por eso decidí que no volvería a pasar nunca más. 

—¿Y por qué fuiste ayer a recogerla al laboratorio? ¿Sois amigos?

Adrián dio otro trago al vino y frunció el ceño. Dejó la copa sobre la mesa del salón.

—No fui a recogerla. Ella me envió un mensaje diciendo que tenía los resultados de un informe que le pidió mi superior. Fui por trabajo y de pronto te vi... —Suspiró—. Conozco a Lucía y era todo una encerrona.

—Lo sé. —Rebeca cruzó las piernas sobre el sofá—. Quería que pensase que estabais juntos para marcar límites como lo haría un león meando en la sabana.

Adrián soltó una carcajada. Se levantó y caminó hasta el ordenador. Estaba reproduciendo una playlist de música indie que Rebeca no conocía. Tecleó algo en el buscador de Spotify.

—No, Rebe, Lucía no estaba haciendo eso. —Dudó—. No creo que sepa... O sea, se enteró de que vivimos juntos, antes no tenía ni idea, y pensó que tú serías una buena excusa para acercarse a mí. ¿Entiendes? No quería fastidiarte, quería ser tu amiga.

—Amiga de mentira, querrás decir, porque al que quiere de verdad es a ti —rebatió ella en un tono enfurruñado.

—Yo ya no la quiero.

Adrián dejó de hablar y pulsó una canción. Los acordes de una guitarra empezaron a reproducirse por el altavoz inalámbrico. El chico se quedó un rato delante del ordenador, tarareando.

Me arden las mejillas cuando dices "quédate"

Miénteme bonito, di que todo saldrá bien

—Ayer hablé con Lucía toda la tarde y sentí que se había terminado para siempre —murmuró—. Lloró durante horas, me partió el corazón verla así, pero es la verdad. Hace mucho que dejé de quererla. Ahora tengo en la cabeza a otra persona.

Rebeca tragó saliva. Ni siquiera era consciente de que llevaba un buen rato machacándose las uñas. Adrián se acercó y le tendió la mano. Casi sin pensarlo, ella la cogió y se levantó del sofá hasta quedar el uno frente al otro. Sus dedos se entrelazaban suavemente, la respiración de Rebeca se entrecortaba.

Siempre que me encuentro a un latido de tu voz

Se me olvida todo fuera de esta habitación

—¿Por qué llegaste de madrugada a casa?

De alguna manera se estaba meciendo en brazos de Adrián, siguiendo con suavidad el ritmo de la música. Él la guiaba y ella se dejaba hacer. Sentía el corazón a punto de estallar, a cada segundo bombeando más deprisa.

—Fui a ver a Sergio. No sé por qué tuve esa necesidad, llevaba desde que lo tiramos del piso sin verle.

—¿Y?

Adrián se encogió de hombros sin dejar de mirarla. Colocó una mano en su cuello y acarició con la punta del pulgar su mejilla.

Dame bien de lleno

No siento dolor

—Creo que le odiaré toda mi vida —contestó con simpleza—, pero me sorprendió ser capaz de hablar con él sin querer partirle la cara. Sentí que ya no era algo tan importante.

—Eso es bueno, ¿no?

Él asintió.

—Te tengo tan metida en mi cabeza que le has quitado hueco a todo lo demás. —Sus ojos verdes se detuvieron en la boca de Rebeca—. ¿Qué me pasa contigo?

No pudo responderle que ella se preguntaba lo mismo todos los días porque los labios de Adrián ya estaban sobre los suyos. La había besado, atrayéndola bruscamente hacia sí de un empujón. Su mano derecha se introdujo bajo su camiseta, acariciándole la columna, descendiendo peligrosamente hacia sus pantalones. Con la izquierda, Adrián le sujetaba el rostro y enredaba su lengua con la de ella.

Hay algo pendiente entre tú y yo

Te he pensado tanto que es delito

No tiene remedio, no me tengas compasión

Quédate, leona, quédate

Es todo lo que siempre he querido

Muérdeme y aráñame la piel, te lo dedico

Rebeca se dejó llevar, presa de sus sentimientos por Adrián. Por fin todo lo que llevaba reprimiendo durante tanto tiempo se liberaba.

La canción que se transcribe es mi favorita del grupo Veintiuno, no la he compuesto yo (ya me gustaría jeje). Es la canción que ha inspirado esta historia, así que os dejo el video otra vez aquí abajo por si la queréis eschar:

[Aquí debería haber un GIF o video. Actualiza la aplicación ahora para visualizarlo.]

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