Capítulo 16
A las palabras de su madre siguió un espeso silencio, solo interrumpido por las respiraciones pesadas de ambas. Mei no entendía qué era lo que se suponía que debía pasar. Ella había gritado que...
Pero entonces lo sintió.
Comenzó como una vibración en las plantas de sus pies y pronto fue un hormigueo que se extendió por todo su cuerpo, poniéndole la piel de gallina. Era como si todo el aire a su alrededor se cargase de estática y un rayo estuviese a punto de caer directamente sobre su cabeza.
Miró asustada a su madre, pero ésta solo le dedicó una sonrisa cruel por toda respuesta.
—¡¿Qué me hiciste?! —chilló cuando el hormigueo se transformó de pronto en cientos de agujas invisibles aguijoneando su piel por todos lados.
—¿No decías que querías la verdad? —La voz de su progenitora fue repugnantemente dulzona mientras ella se debatía indefensa contra aquel enemigo invisible—. Pues ahora disfruta tu verdad, Mei.
Una presión comenzó a construirse en el centro de su pecho, como si algo cobrase forma en su interior, empujando los órganos a su paso, y un calor abrasador corrió a lo largo de su columna igual que fuego líquido. Sintió que su corazón y pulmones eran aplastados contra las costillas sin piedad, hasta el punto que creyó que podrían explotar.
Se dobló hacia adelante a la vez que los huesos de su cadera parecían estallar en llamas. Era como si unas manos invisibles la aferrasen desde adentro y amenazasen con desgarrarla en pedazos. Quiso gritar, desesperada, pero todo lo que brotó de su garganta fue un gañido inhumano.
—Suficiente. —La voz de su madre, ahora inexpresiva, se abrió paso hasta ella a través del dolor.
Fue cuestión de un segundo. Aquella tortura se detuvo tan abruptamente como había empezado, casi como si obedeciera a su orden.
Mei se dejó caer de bruces al suelo, sin fuerzas, y luchó por abrir los ojos. Todo le temblaba y aún no acababa de comprender qué ocurría. Su madre había dicho...
Abrió por fin los ojos y tardó un poco en enfocar las briznas de hierba agitadas por su aliento. Se sentía entumecida, como si lo estuviese percibiendo todo a través de un vidrio grueso y la realidad se difuminase por instantes a su alrededor.
Apoyó las manos en el suelo y se impulsó hacia arriba, pero no fue realmente consciente del esfuerzo ni del dolor, aunque sabía que debían estar ahí.
Enfocó un bulto lanudo y pardo a su derecha y tardó varios segundos en comprender que se trataba del abrigo de su madre, que seguramente lo habría arrojado allí sin que lo notase, ocupada como estaba retorciéndose de...
—Mei, céntrate.
Y se centró, pero manteniendo los ojos fijos en el abrigo. No la iba a mirar. Era impensable hacerlo después de que hubiera... Ni siquiera sabía cómo llamar a aquella tortura a la que acababa de someterla, pero era algo imperdonable.
En lugar de eso miró hacia abajo y lo que vio...
Su grito hizo eco a su alrededor, rompiendo momentáneamente la sensación de estar encerrada en una burbuja. Sus manos... No, esas no eran manos; eran...
Se echó hacia atrás, espantada, pero en lugar de dar contra el suelo por el impulso, su espalda chocó contra algo cálido y peludo y su trasero... Miró hacia atrás y sintió que el poco aire que aún retenía se le escapaba mientras todo comenzaba a girar furiosamente.
—Basta, Mei. No vas a desmayarte.
Apenas lo dijo, el mareo desapareció y el aire volvió a correr libre por sus pulmones.
—No se suponía que fueras consciente —oyó que mascullaba con fastidio su progenitora—. No soy tan mala como para hacerte eso... —Observó sus zapatillas ir de un lado a otro sin acercarse. Parecía estar hablando más consigo misma que con ella—. Pero claro, esa Feng tenía que venir a meter sus malditas narices en lo que no le importa... Y supongo que a estas alturas, da lo mismo si te enteras; igual ya lo más importante está hecho... —Hubo una pausa en la que su mirada fue tan pesada como una corona de hierro sobre su cabeza—. Mei, deja de mirar esas piedras asquerosas y atiéndeme.
Su cuello se torció como si tuviera voluntad propia y Mei se encontró mirando directamente a los ojos enrojecidos de su madre. El cabello oscuro se enmarañaba alrededor de su rostro, acentuando su palidez, y no había perdido del todo la expresión enloquecida, aunque ahora se viese mucho más calmada.
Verla hacía crecer un torbellino de ira, miedo y confusión en su interior, pero cuando quiso desviar la mirada, fueron sus propios ojos quienes se negaron a hacerlo.
—¡¿Qué...?! ¿Qué me has...?
—Soy yo quién tiene el control ahora, Mei —dijo ella y una de las esquinas de su boca se elevó, burlona—. Dije que vas a tener lo que querías y así será, pero a mi manera...
—¿Qué...? ¿Qué eres?
No lo entendía. Su madre controlaba su cuerpo usando tan solo palabras y ella... Ella tenía...
—¿Todavía no lo entiendes? Con todo lo que te he dicho, ¿todavía no lo acabas de ver?
Todo lo que le había dicho... Parecían los desvaríos de una loca, pero...
Miró hacia abajo, hacia su cuerpo, sus... No, ya esas no eran manos, eran...
Contra su espalda, las tres enormes colas se erizaron, haciéndose eco de los estremecimientos que la recorrían mientras finalmente contemplaba aquella enorme verdad que llevaba tanto tiempo evitando ver.
—Yo soy el zorro... —susurró y no supo si su voz era de espanto o de derrota al afirmar lo evidente—. Yo soy el demonio que...
—Que ha estado quemando viva a toda esa gente, sí —completó su madre por ella cuando le falló la voz—. Eres tan asesina como yo..., o quizás hasta más, si tenemos en cuenta que eres tú quien los ejecuta; yo solo los elijo.
La sonrisa que le dedicó hizo que la ira creciese dentro de Mei igual a una ola gigantesca, imponiéndose sobre toda la confusión reinante y destruyendo cualquier pensamiento coherente a su paso.
—¡¿CÓMO PUDISTE?! —rugió, abalanzándose contra ella—. ¡TE VO...!
—¡ALTO!
Fue como estrellarse contra una pared invisible. Mei se detuvo a dos pasos de su objetivo, aquellas zarpas que ahora eran sus manos, alzadas, listas para destrozar. Y sin embargo, no podía caer sobre ella. Algo más fuerte que sí misma la detenía, le impedía moverse como no fuera para retroceder.
—¡Niña del dem...! —Su madre convirtió la sarta de maldiciones en una cacofonía inteligible y se alisó el pelo hacia atrás con ambas manos, como invocando paciencia—. No sigas luchando —dijo en un tono mucho más contenido—; es en vano, ¿no lo entiendes?... Estás cansada de escuchar historias sobre ti; sabes que me debes obediencia.
Aquello fue la última gota que colmó el vaso. Mei sintió claramente cómo se rompía y desbordaba todo su contenido en su interior, derrotándola.
Bajó sus garras y retrocedió, dejándose caer sentada.
—¿Por qué? —Fue lo único que atinó a susurrar.
—¿Por qué, qué? —El desconcierto en la voz de su madre parecía genuino.
—Todo... ¿Por qué esto? ¿Por qué matar? ¿Por qué no...? Me tenías. Tu hija..., mi otra vida..., ella murió, pero me tenías a mí... Los espíritus te dieron otra oportunidad y tú solo...
—Yo solo luché por recuperar lo que me arrebataron —la interrumpió ella y esta vez su voz era trémula de la emoción—. ¿Acaso no lo entiendes? Tú jamás vas a ser ella. Si te ayudara a reencarnar, la niña que viniese luego tampoco sería ella... Yo no quiero otra hija, ¿por qué es tan difícil de entender? Quiero a la que me quitaron, la que nació de mí... —Se hundió las uñas en el vientre y gruesas lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos—. Ver cómo asesinaban a Chang y no poder hacer nada por salvarlo me destrozó, pero cuando finalmente me liberé y la... la vi en la cuna... La sangre...
El llanto la sacudió con fuerza, impidiéndole continuar, y con cada sollozo Mei sintió a su propio corazón contraerse de pena. Era extraño, pero aun después de todo lo que le había hecho esa noche, de lo que ahora sabía que llevaba tiempo obligándole a hacer, seguía siendo capaz de compadecerse ante su dolor. Conocía su historia; no solo la había oído, sino que también la había soñado. A su madre le quitaron cuanto amaba en una noche, sin elección, sin alternativas... Solo le dejaron un demonio y resignación...
—Me quitaron todo lo que tenía. ¡Todo! —siguió sollozando ella—. ¿Y para qué? ¿Para llevarse unos billetes miserables? No teníamos joyas, ni oro, todo nuestro dinero estaba en el banco... ¿Y así tú y Feng quieren hablarme de segundas oportunidades, de justicia...? —Hizo una inspiración aguda y se enjugó las lágrimas con un movimiento violento. Cuando volvió a hablar, el rencor se imponía por encima del dolor en su voz—. ¿Dónde quedó mi justicia? Esos asesinos quedaron libres... La policía investigó el caso un tiempo y luego lo archivaron; dijeron que probablemente habrían huido del país. ¿Eso es justo? ¡Dime si acaso debía conformarme con eso!
Hizo una pausa, como si esperase una respuesta de Mei, pero ella no sabía qué decir. Lo que había hecho estaba mal, sin embargo...
—Antes era como tú, ¿sabes? —La mirada que Mei le dirigió debió ser bastante confusa, pues la hizo sonreír brevemente—. Me obsesionaban los espíritus... Cuando era pequeña acosaba a Feng para que me contase todo tipo de cosas sobre ellos. No me cansaba... Creo que llegué a aprender más sobre sus asuntos que cualquier otra persona de aquí... Y por eso supe qué hacer cuando te tuve en mis brazos.
En su rostro volvía a aparecer aquella expresión de sádico orgullo y Mei se estremeció ante el pensamiento de lo que diría a continuación.
—Yo no estoy loca, cariño. No mato por placer ni por cualquier otro motivo que puedas imaginarte... Ninguna de esas muertes me pertenece; todas han sido ofrendas. —Se movió, yendo hasta unos arbustos bajos para recoger una rama, que comenzó a pasarse distraídamente de una mano a otra—. Feng me lo contó en un descuido, cuando era niña. Estoy segura de que supuso que yo lo había olvidado, y quizás fue así por un tiempo, pero cuando realmente lo necesité, el recuerdo estuvo ahí... Hay un ritual para deshacer la muerte, un ritual para devolverme a la hija que perdí...
—¿Qué hiciste? —susurró Mei, espantada, aunque suponía la respuesta.
La observó alejarse un par de metros para dibujar algo en el suelo con la rama antes de contestar:
—Lo que era necesario, por supuesto. —Le sonrió unos instantes y siguió con sus trazos—. Para recuperar a mi niña tenía que reunir mil almas mortales y consagrarlas por el fuego a Xi Wangmu, la protectora la vida eterna, y de los demonios zorros en especial.
—¡¿Mil...?! —A Mei le falló la voz.
Ya suponía que eran muchas las muertes, pero esa cantidad... Eran demasiadas...
Mil almas... Mil asesinatos...
Y toda esa sangre en sus manos... Todo aquel tiempo...
Mil inocentes...
—¿Qué te pasa? —inquirió su madre al fijarse en su rostro—. ¿Quieres vomitar?
Mei a duras penas podía contener las náuseas. Eran tantos...
—Oye, no vas a vomitar, ¿me escuchas?
Los deseos desaparecieron al instante, pero eso no hizo nada por menguar la repugnancia que estaba sintiendo hacia sí misma. Ya era suficientemente malo enterarse de que había sido ella quién tomaba las vidas en lugar de su madre, pero saber que eran tantas... Haber estado durante tanto tiempo ignorante, no haber sospechado nunca...
—Quita esa cara ahora mismo. Sé lo que estás pensando y no tienes idea de lo equivocada que estás. —Su madre arrojó a un lado la rama que había estado usando para dibujar y se acercó a ella. Se veía ofendida—. ¿Qué tipo de persona crees que soy? Ninguno de esos hombres era inocente.
—Pero...
—Los primeros fueron una venganza... Tardé un poco, pero logré encontrar a los asesinos de mi niña. Se escondían, con otros nombres y otro aspecto; sabían lo que hicieron y su castigo fue... —Suspiró con una sonrisa soñadora—. Les hice sentir cada gramo del sufrimiento que me provocaron... En cuanto a los otros... Los elegí con cuidado. Pensé que, ya que eran necesarios tantos, ¿por qué no hacer un poco de limpieza, matar dos pájaros de un tiro? Llamamos "demonios" a los espíritus como tú, pero los verdaderos demonios son tan humanos como yo... Ese médico estadounidense violó a una de sus pacientes antes de mudarse; la chica estaba fuera de la lista de trasplantes, le quedaban cinco meses de vida, y él le ofreció el órgano que necesitaba y la operación a cambio de que hiciese lo que él quería. Y ese chico, Fong, llevaba casi un año acosando a una antigua compañera de escuela. Lo último que hizo antes de que tomáramos su alma, fue enviarle por correo a su gato degollado, envuelto en papel de regalo. La chica llevaba tiempo quejándose, pero nadie, ni en la policía ni en su propia familia, creía que realmente fuese él quien la molestaba... Y como ellos, todos los demás. Se lo merecían, cariño; de lo contrario, jamás los hubiese elegido.
Mei no sabía qué decir a todo aquello. Matar estaba mal, pero si era cierto lo que esas personas habían hecho...
Hacía años que conocía que el mundo era un conjunto de matices, en lugar de solo tonos blancos y negros, pero esto... Esto la superaba y lo peor de todo era que...
—¿Por qué me hiciste esto? ¿Por qué me hiciste creer que era tu hija, que éramos una familia?
Prefería mil veces que la hubiese dejado como un espíritu encadenado ciegamente a su voluntad, pero al menos sin conciencia, sin emociones ni pensamientos humanos como los que tenía ahora mismo y que la estaban destrozando con cada nueva verdad que descubría.
¿Por qué darle una conciencia? Si hubiese seguido siendo simplemente un espíritu, ahora mismo nada de esto le importaría, no se sentiría como si andara en una cuerda floja en medio de dos precipicios.
—Ah, eso... —Su madre se encogió de hombros con indiferencia—. Fue necesario... Feng me fue a visitar poco después del asalto. Yo vendí la otra casa; eran demasiados malos recuerdos... La otra que compré estaba en las afueras. Tenía un pequeño jardín interior, donde pasabas la mayor parte del tiempo, que se podía ver perfectamente desde una de las ventanas exteriores. Feng se asomó y me vio alimentándote... Para que el ritual funcione debes comer hígados humanos, como los otros zorros, pero los tuyos no pueden ser de hombres que hayas matado. Descubrí que comerlos una vez al mes es suficiente para ti, así que me he mantenido comprándoselos a un... conocido, que los saca de la morgue. ¿Ves? Nada de muertes inocentes... —Le dedicó una sonrisa que Mei no fue capaz de imitar. ¿Acaso se escuchaba a sí misma mientras decía todas esas cosas? ¿No veía todo lo que estaba mal en ese cuadro?—. Como sea, el caso es que Feng me vio alimentándote y enseguida supo lo que eras. Se molestó al principio, pero creo que luego entendió que no podría haber actuado de otro modo. Me dio un montón de instrucciones que ya sabía y por los siguientes mil días estuvo pendiente a todo lo que hacía contigo de un modo insoportable. No podía dejar que supiera mi plan; para ella todo esto es una aberración. Así que fingí que te ayudaba a cumplir con el ayuno y cuando acabó el plazo, te ordené convertirte en la niña que mi hija hubiese sido de haber reencarnado... Tú aún no controlabas tu magia muy bien en ese momento; acabaste transformándote en una bebé de meses, en vez de en una recién nacida, pero Feng dijo que eso pasaba a veces con las reencarnaciones de los zorros y no sospechó nada... Después de eso había que mantener la mentira y... No voy a mentirte, Mei —La miró brevemente con una sonrisa triste—, es fácil encariñarse contigo, en especial porque puedo ordenarte que hagas y pienses lo que yo quiera, pero jamás serás mi hija... Por más que me esforcé, tu personalidad es otra y cada vez que te dejaba escribir tu propio guión, hacías justo lo que no debías hacer. El amuleto que te dio Feng solo lo volvió peor, borrando mi influencia sobre ti... —Dejó escapar un suspiro y se arrodilló frente a Mei, quedando casi al mismo nivel—. Lo que quiero que sepas es que nuestros momentos juntas han sido reales; he llegado a quererte de verdad... Pero como ya dije, no eres mi hija, y ella no puede volver mientras tú sigas aquí.
Sus palabras activaron una nueva alarma en Mei.
La observó, pero esta vez sin que el revoltijo de emociones en su interior le nublase la vista: aquella sonrisa triste, las mejillas húmedas, la mano derecha sobre el corazón...
Se estaba despidiendo.
Le había contado toda la verdad y ahora se despedía.
Había dicho que ya no importaba que lo supiera, que ya lo más importante estaba hecho...
La realidad la sacudió con fuerza. ¿Cómo no lo había visto venir? Su mente tenía tantas cosas que procesar, que trabajaba lento, deteniéndose en cualquier piedrecilla, sin ver la verdadera avalancha hasta que ya la tenía encima.
—¿Por qué estamos aquí? —le preguntó, adivinando su respuesta.
—El ritual solo puede realizarse en tierra bendecida por los espíritus y esta es la única que conozco. —La observó levantarse y andar hacia donde había estado dibujando en el suelo con la rama—. Cuando vi que ya casi reunía todas las almas, decidí que lo mejor era mudarnos aquí... Hace un par de horas que recolectamos las últimas cinco y ya falta poco para el amanecer; tiene que hacerse mientras el nuevo día nace.
De algún modo Mei reunió fuerzas para ponerse de pie y con paso vacilante se acercó a la zona donde ella estaba.
Su madre había dibujado, formando un círculo, los hanzi¹ para "Xi Wangmu", "Alma", "Vida", "Muerte" y "Renacer".
Un frío inhumano descendió sobre ella, envolviéndola y abriéndose paso hasta sus mismísimos huesos. La boca se le llenó una vez más del sabor de la bilis y sintió como si su corazón iniciase una caída en picado.
Era aquí. Y era ahora.
El final de su camino.
Mei iba a morir para darle vida a...
—No. —Se giró hacia su madre y la miró suplicante a los ojos—. No puedes hacer esto.
—¿Ah, sí? —Su expresión se tornó peligrosamente fría—. Y por q...
Una oleada de voces enfurecidas ahogó su respuesta y ambas voltearon hacia el origen del sonido, que iba y venía con el viento. La muchedumbre ya había llegado a aquella zona de la ciudad y, por lo que podían oír desde allí, registraban los callejones y locales en busca de la asesina oculta.
—Si te quedas, te matarán. —Mei fue la primera en romper el momentáneo silencio entre ellas, esgrimiendo un argumento desesperado—. No puedes hacer el ritual.
Su madre tardó aún algunos segundos en devolverle la atención y cuando lo hizo, su mirada era de desdén.
—¿Qué tiene que ver una cosa con la otra? Esos idiotas no saben a quién buscan y Feng no me delatará; tardarán todavía mucho en darse cuenta de mi escondite y para entonces, ya habrá amanecido.
—Pero..., pero...
—¿Pero qué? ¿No quieres morir? —La miró con algo que solo podía ser lástima en los ojos—. Cariño, reacciona. Eres un demonio; nunca debiste tener esta vida en primer lugar. Vas contra todas las leyes y lo sabes; tu destino es morir para que nazca alguien que realmente lo merezca. Acéptalo y todo será más fácil... Mira —Señaló hacia arriba y, al alzar la vista, Mei descubrió que el cielo comenzaba a clarear—, ya casi es la hora. Deja de luchar y entra al círculo.
Por unos segundos solo se quedó mirando el lugar señalado sin realmente ver.
¿Eso era todo? ¿Era ése su final?
Tal vez sí. Después de todo, ella sentía y pensaba como humana, pero no lo era. Solo se veía así por conveniencia, una tapadera para su madre. Su vida entera..., lo que creía que había sido su vida y que ahora estaba rota en cientos de pedazos, no era más que una fachada, una ilusión.
Realmente, si lo quería, podía tomar distancia y pensar en todo aquello como en un sueño muy largo, que ahora se transformaba en pesadilla segundos antes del momento del despertar. El sueño debía llegar a su fin para dejar paso a la vigilia, a la realidad.
Mei no era más que una mentira, una ensoñación que luego del ritual se desvanecería para siempre, sin dejar huellas, tan solo el eco de un recuerdo que tampoco tardaría mucho en desaparecer. El ritual era la puerta hacia la verdad. Y esa verdad...
Sintió el jalón interior del vínculo cuando su madre repitió la orden, esta vez en un susurro impaciente, y se dejó llevar por él.
¿Para qué resistirse? Su madre tenía razón: ella no era más que una aberración, algo que jamás debió haber existido. El mundo tenía reglas, y éstas no incluían a fenómenos como Mei.
Lo mejor era acabar con todo ya. Cerrar los ojos y simplemente irse a dormir... para siempre...
Escuchó a su madre empezar a recitar la invocación, aunque las palabras llegaban hasta ella en forma de murmullo lejano, incapaces de atravesar la espesa bruma que formaban ahora mismo sus pensamientos.
Le habría gustado dejar la mente en blanco, pero todos sus recuerdos parecían empeñados en acudir en tropel.
Imágenes en las que normalmente ni pensaba, como la primera caja de crayones que le regalaron, insistían en invadirla. Se vio a sí misma jugando al teatro de sombras con su madre a medianoche, cuando el sueño no quería venir; a su madre enseñándole las constelaciones; recordó las cacerías imaginarias que organizaba para complacerla en su obsesión con los zorros, las leyendas que se pasaba tardes enteras contándole, los paseos improvisados, solo porque sí...
¿Realmente había sido mentira todo aquello?
Y si era así, ¿entonces por qué dolía tanto?
¿Por qué su final no podía llegar de improviso, tan rápido que no alcanzase a darse cuenta?
Los recuerdos le estaban haciendo demasiado daño. Tal vez si abría los ojos...
Lo primero que vio fueron los fuegos, flotando uno en cada hanzi trazado, cerrando el círculo a su alrededor. Lo segundo, fue lo que ardía dentro de ellos: un amasijo sanguinolento que solo podían ser los corazones e hígados de todas sus víctimas.
Su estómago se rebeló mientras la voz de su madre se alzaba, alcanzando un punto jubiloso.
Bajó la vista hacia sus manos con garras. Se sentía en medio de una locura... Y tal vez lo estuviese, de hecho.
Después de todo, ¿qué estaba haciendo? ¿De verdad era buena idea rendirse, dejarse matar así como así?
¿En serio iba a cumplir con los deseos de su madre, con aquellos delirios de venganza y negación? ¿Era a eso a lo que quería entregar su vida? ¿Al sueño de una asesina? ¿Se iba a sacrificar a sí misma por...? ¿Por qué? ¿Por algo aún más antinatural que ella?
Su madre...
Por más que entendiera sus motivos, lo que hacía estaba mal. Y lo peor era que no se arrepentía. Porque sí, podía aceptar que viese todas esas muertes como alguna clase de limpieza social, pero lo que no podía comprender era que no sintiese el más mínimo remordimiento por todo lo que le estaba haciendo a ella.
A ella, que no había pedido nada de eso que ahora se le echaba encima. Ella, que tuvo que hacer el trabajo sucio de otra sin siquiera saberlo, que fue manipulada desde su mismísima creación, que ahora se daba cuenta de que nunca tuvo elección de nada y que toda su vida no solo había sido una mentira, sino que además su único objetivo, la única razón de su existencia, era servir de sacrificio para que alguien más, alguien que ya había tenido su turno sobre la tierra, volviese a la vida, violando todas las reglas.
Su madre hablaba de injusticias, de derechos... Pero, ¿y Mei? ¿Qué pasaba con Mei? ¿Acaso ninguna de esas cosas importaba con ella porque era un demonio?
Todo de lo que su madre se quejaba que le habían hecho –quitarle lo que más amaba, arrebatarle su razón para vivir, querer obligarla a resignarse–, ahora mismo lo estaba proyectando en Mei. De algún modo retorcido acabó pasando de víctima a agresora y ahora era Mei quien veía desmoronarse todo lo que amaba, a quien le estaban arrebatando todo, incluido su derecho a decidir sobre sí misma, y de quien no se esperaba otra cosa que no fuese cerrar la boca y aceptar aquel destino que alguien más escogió por ella.
¿Y por qué? ¿Porque era un demonio?
Sí, esa era su naturaleza, pero al mismo tiempo no. Ella era distinta. Su madre la hizo distinta, con sentimientos, emociones... Mei era un demonio, sí, pero se sentía humana, pensaba como humana... Eso tenía que contar para algo.
Aquel no podía ser su fin. Ella merecía mucho más que eso.
—No me puedes hacer esto. —Su voz salió como un graznido, pero fue suficiente para llamar la atención de su madre.
—¿Qué dijiste?
Por un segundo solo se escuchó el crepitar de los órganos ardiendo.
—No puedes hacerme esto —repitió, esta vez con más firmeza—. No es justo y lo sabes.
—¿"Justo"? —Su madre la miró unos instantes con incredulidad y luego volvió la vista hacia el cielo. Ya las nubes estaban de un brillante rosado. Si no continuaba ahora mismo con el ritual...
Volvieron a cruzar miradas y Mei vio el miedo entrelazado con una salvaje determinación en sus ojos. Para su madre, era ahora o nunca. No iba a rendirse sin luchar. La había llevado hasta el interior del círculo con manipulaciones, pero si tenía que mantenerla allí adentro usando la fuerza, lo haría.
—Mei, no te muevas de ahí. ¡Te lo ordeno!
Una fuerza invisible tiró de sus pies hacia abajo, anclándola al suelo, pero Mei ya no pensaba seguir sometiéndose ciegamente a su voluntad. No cuando lo que estaba en juego era su propia vida.
—¿Qué es lo que le vas a decir, eh? —la increpó—. ¿Qué mentiras le vas a contar a tu hija cuando la recuperes?
—¿De qué hablas ahora? Mei, te lo advierto, no hay tiempo y...
—¡NO ME IMPORTA! —rugió, dejándola sin habla con su estallido—. ¡Lo que me importa soy yo! ¡Mi vida!—Se golpeó el pecho con rabia—. ¿Qué es lo que le vas a contar a esa niña cuando crezca? ¿Que tomaste a un ser inocente y lo obligaste a asesinar a centenares de personas para ti? ¿Le vas a decir que después de darle sentimientos, recuerdos, una jodida vida humana..., la obligaste a morir? ¡¿Que me sacrificaste por tu maldito egoísmo?! ¡¿Eh?! ¡¡¡DIME!!!
A su alrededor los fuegos zumbaron como si estuvieran vivos y elevaron sus llamas hasta el nivel de los árboles. Su madre retrocedió atropelladamente y esta vez en sus ojos había pánico.
—Dices que no eres mala —continuó Mei—, que no estás loca, que solo buscas justicia, pero, ¿qué justicia me estás dando tú a mí? ¿Qué derecho tenías a hacerme esto? Me hiciste humana, me hiciste pensar y sentir por mí misma, ¿y todo para qué? ¿Para criarme como oveja para el matadero? ¿Para que acepte que ahora tengo que morir así como así, solo porque tú lo quieres, porque no eres capaz de aceptar la realidad que te tocó vivir? Pues te tengo noticias: ¡La gente muere todo el tiempo y no siempre es justo! ¡La vida no es justa! ¡Te dieron una segunda oportunidad de tener una familia, de amar a alguien, y mira lo que hiciste con ella! ¡LA DESTROZASTE! ¡Me destrozaste...!
La voz se le quebró bajo la fuerza de los sollozos. Al otro lado del círculo, su madre negaban con la cabeza y se cubría el rostro con las manos en un intento por controlar su propio llanto.
—No... —La escuchó gimotear—. No es así, te equivocas.... Nada de esto... Yo... ¡¡¡Yo también merezco ser feliz!!! —chilló y avanzó a tropezones hasta que solo un par de pasos la separaban del borde del círculo—. ¡Tú no me vas a quitar mi felicidad! —Alzó un dedo acusador contra Mei—. ¡¿Me oyes?! ¡He esperado años por esto! ¡He trabajado, me he esforzado, he ido contra cualquier principio para...! ¡¡¡NO!!! ¡NO ME LO VAS A QUITAR!
Tartamudeando se volteó y quiso volver a sus invocaciones entre murmullos, pero parecía haber perdido el hilo. Lo intentó un par de veces y luego empezó a maldecir y a dar patadas en el suelo, furiosa.
—¡Esto es tu maldita culpa! ¡Voy a tener que empezar de nuevo y no hay tiempo y...! —Lanzó un grito de ira hacia el cielo, que ya era de un gris azulado con pinceladas doradas.
Mei solo la observó con lástima. No podía perdonar lo que había hecho, pero pensar en lo que se había convertido, en el por qué de lo que hacía... Llevaba una carga tan pesada sobre sus hombros...
—Yo no te puedo quitar nada porque tú misma lo dejaste ir —le dijo, aunque no podía asegurarse de que la estuviera escuchando desde ahí.
Algo cálido rozó su mano y, al bajar la vista, se encontró con un zarcillo de fuego enredándose en el filo de su garra. Tardó un segundo en darse cuenta de que habían algunas enredaderas y rosas ígneas reptando alrededor de sus pies, y varias más naciendo de las puntas doradas de sus colas.
Se quedó sin aliento.
Estaba haciendo magia. Tenía sus poderes de espíritu y eso quería decir que...
Contuvo la respiración mientras levantaba un pie.
No pasó nada. La resistencia por la orden de su madre no estaba.
Dio un paso y luego, dos.
Podía caminar. ¡Era libre!
No sabía cómo, pero el vínculo debía haberse roto en algún momento.
Soltó una exclamación de júbilo y las flores de fuego estallaron a su alrededor, haciéndose eco de su alegría.
Su madre ya no la controlaba. No tenía que hacer el ritual. Saldría de aquel horrible círculo y...
Su madre...
Volvió su atención hacia ella. Seguía dándole la espalda, murmurando la invocación, por completo ajena a que ya no la controlaba.
Con cautela abandonó la zona del ritual y avanzó hasta quedar a unos pocos pasos de ella.
—Mamá...
Su susto fue mayúsculo. Dio un grito y retrocedió trastabillando antes de dar con su trasero en la hierba.
—¡¿Qué...?! ¿Qué haces? ¡Regresa inmediatamente! ¡Te ordené que...!
—Que no me moviera de allí —terminó Mei por ella.
Se sentía extrañamente calmada, sin ira, ni dolor... Únicamente... paz.
Ahora que sabía todo, solo le quedaba una decisión por tomar... O más bien, por informar. La decisión estaba tomada desde el preciso instante en que obtuvo el control de sí misma.
Ahora era ella quien tenía el poder allí y pensaba mantenerlo.
—El vínculo está roto —le dijo, recibiendo a cambio una mirada de horror—. Por primera vez en mi vida, ya no me controlas... Creo que esto lo sabes, pero de todos modos es bueno que lo escuches: no va a haber ritual. No me voy a sacrificar para que resucites a tu hija. No merezco que me hagas eso y tú no te mereces ese regalo.
—No... No puedes... Mei, por favor... —Su madre se puso de rodillas y aferró el bajo de su bata de dormir. La desesperación en su rostro hizo que algo se retorciese desagradablemente en su interior.
—No lo hagas... No me supliques. —Utilizó su fuerza para arrancar la tela de sus manos y luego se arrodilló para igualarla. Ver las lágrimas inundando sus ojos de algún modo la convenció aún más de que hacía lo correcto—. Ahora eres tú quien tiene que escucharme... No te odio. —Sonrió al ver su sorpresa—. Jamás podría odiarte; eres mi madre... Yo... No creo que alguna vez sea capaz de volver a confiar en ti, ni de vivir contigo, pero eso no quiere decir que no quiera verte de nuevo... Y cuando lo haga, me gustaría encontrar que... Que vuelves a ser esa persona que me enseñaste a adorar, la que me contaba leyendas y jugaba y bromeaba conmigo, la que me enseñó a no perder la esperanza y a sonreír porque en todo, siempre, hay al menos una pizca de algo bueno que hace que valga la pena... Yo creo que en ti todavía hay algo bueno que vale la pena, y que crecería, si tan solo dejases ir tu pasado... —Sus uñas se retrajeron, regresando sus manos a su aspecto normal cuando las alzó para acariciarle las mejillas—. De verdad que me gustaría ver esa parte de ti convertirse en tu todo... —Ahogó un suspiro y continuó—. Ahora... Ahora debemos separarnos... Tú necesitas escapar antes de que la gente de esta ciudad te mate y yo necesito estar lejos de ti... Creo que el saber que no hay ninguna posibilidad de que tu hija vuelva es castigo suficiente. Ya has sufrido demasiado... —La tomó de los codos y empujó hacia arriba, poniéndola de pie—. Debes irte.
Retrocedió varios pasos y dejó que las enredaderas de fuego brotasen de ella libremente, sin preocuparse por el daño que pudieran causar. Esta vez su calor no debía responder a un consuelo, sino a una necesidad de distracción. La hierba comenzó a arder al primer contacto.
—Vete ya —le dijo a su madre, que aún la contemplaba, temblorosa—. Los voy a entretener para que escapes.
—Mei, yo... —Pareció estar a punto de acercarse, pero en el último segundo debió pensárselo mejor—. ¿En serio me dejas ir, después de todo lo que hice? ¿De verdad quieres volver a verme después de esto?
Asintió con una sonrisa, arrancándole un sollozo.
—¿Por qué?
—¿No lo entiendes? —Se le escapó una risa suave ante su confusión—. Es muy simple: Aun así, te amo.
La vio echar a correr entre los árboles antes de cerrar los ojos y dejar que el fuego la envolviera, convirtiéndola en el centro de su propio tornado ardiente.
¹Hanzi: Son la escritura china en símbolos, que no se corresponde con un alfabeto tal y como lo conocemos, sino que cada uno y los trazos que lo componen tienen su propio significado.
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