Capítulo once.

Voy hacia mi habitación para coger mi pijama y ropa interior limpia. Nada más salir, antes de entrar al baño, me percato de que hay una nota pegada en la puerta de la habitación de Lucas. Me acerco para poder leerla mejor.

"Esta noche duermo en el apartamento de los Halum. Sorn me ha invitado. ¡Te veré mañana! Te quiero, hermanito".

Cabeceo al leerla, y casi arrastrando los pies del cansancio, me dirijo al fin hacia el baño. Cierro la puerta tras de mí y dejo la ropa sobre la tapa del váter. Me aproximo hacia una ruedecita que hay adherida en la pared, junto al espejo, y con el índice le doy una vuelta hasta que comienza a sonar música aceptable para mis oídos. Una de las ventajas de tener que soportar la alarma del despertador sonando tan fuerte durante estos días, o al menos, hasta que Lucas me enseñe a bajarle el volumen, es que cualquier canción suena igual de intensa.

Me desnudo y me meto en la ducha. Giro el regulador de agua caliente y la pongo templada, a mi gusto. Me coloco bajo la alcachofa y me masajeo la cabellera tras haberme echado champú en la palma de mi mano. Me animo a seguir la melodía de la canción con un tarareo alto, sin "temor" de que Lucas vaya a burlarse de mí por mi mala entonación, o mi actitud (aunque estoy seguro de que él hace esto también). Y, en realidad, aunque se burlase... ¡No estoy haciendo nada malo! Así que me defendería con uñas y dientes de ser necesario. A pesar de haber estado en un sofá la mayor parte del día, este momento es el que más me está relajando, sin duda.

Tras haberme lavado el cuerpo con esponja y gel, y haber cortado el agua, estiro mi mano para coger la toalla y secarme entero mientras pienso en lo rendido que voy a acabar una vez pise la cama. Incluso mientras me visto, contengo una risa porque me estoy imaginando a Lucas súper tímido aguantando las exigencias de la señora Halum. Creo que le gusta su amiga, ¡y me alegraría mucho por él de ser así! Como yo solo he tenido un amor (que recuerde) y... No sé siquiera qué cara tiene, ni por qué me fijé en ella, ni nada... Es como si no contase. Lucas se ha visto forzado a madurar más rápido, y mientras sea feliz, no me meteré de por medio. Aunque sí me burlaré si se me da la ocasión.

Dejo que la canción que está sonando termine, y, tras ello, apago el reproductor. Justo en ese momento oigo un portazo, y pensando que es Lucas, abro la puerta del baño rápidamente.

Para mi sorpresa, el respaldo del sofá está en el suelo y la mesita está pegada a la pared cuando ni Lucas ni yo la hemos movido del centro de la sala. La nota de Lucas está rota en cuatro pedazos, tirada en el suelo. Me agacho para recogerlos, extrañado, y miro hacia la puerta principal. Los únicos que pueden entrar son Lucas y los Trece Grandes, ¿no? Y obviamente, uno de los trece líderes no iba a provocar esto. Gruño, molesto, pues pienso que es una broma de mi hermano y, tras ir a mi habitación y dejar los trozos dentro del cajón de mi mesita de noche, vuelvo a colocar bien el sofá y la mesita.

¿Cuál es la gracia de venir aquí y revolver nuestro propio apartamento? ¿Es que se sigue creyendo, acaso, que tiene diez años? Porque no es así, y no estoy dispuesto a aguantar sus estupideces.

Exhausto, apago las luces y cierro la puerta de mi habitación tras de mí al entrar. Bajo las persianas para que no entre la luz y me acuesto, durmiéndome más rápido de lo que yo mismo esperaba.

—¿Sabef ya en qué Bafillerato te vaf a metef? —le pregunto al chico que está frente a mí con la boca tapada mientras mastico un pastelito de vainilla—. Yo fi.

—Pero tú tienes suerte, ya sabes en qué carrera universitaria te vas a meter —responde, tranquilo, el chico de tez morena que está frente a mí.

A diferencia de mí, está cortando con cuchillo y tenedor una crepe de nutella, y solo se lleva los trozos a la boca cuando yo estoy hablando.

—Vamos, que... No lo sabes.

—No —se encoge de hombros, llevándose tenedor a la boca. Hace una breve pausa para comer en la que espero con paciencia, y al tragar, habla—. Quizá haga Humanidades.

—¿Quieres dar latín y griego? Qué pereza.

—A mí sí que me la daría querer estudiar geografía —replica con ceño fruncido.

—¡Ef mavavillosa! —salto casi a la defensiva.

—Las salidas laborales deben de ser una mierda —su rostro se vuelve más molesto para mí por la expresión que pone.

—A mí con ser profesor me sirve —murmuro, recostándome en el asiento—. Se me ha quitado el apetito. Dile a tu madre que el pastelito estaba igual de rico que siempre.

—Iván, no te enfades. Es solo una opinión.

No me sentía enfadado, pero sí es cierto que me había picado un poco con él. A fin de cuentas, ¿qué más le importaba que la carrera tenga más o menos salidas? El afectado sería yo.

—Eres mi mejor amigo. Tendrías que alegrarte porque me planteo hacer algo que me gusta y me apasiona.

—Y me alegro, pero también quiero que tengas un futuro y no acabes mendigando dinero por ahí, ¿sabes?

—Siempre puedo irme a vivir contigo cuando tengas un súper trabajo bien renumerado, y vivir mantenido por ti —cruzo mis brazos sobre mi pecho y le miro, expectante.

—Ah, ¿sería algo así como un Sugar Daddy para ti? —alza las cejas, sonriendo pillamente.

—No puedes ser eso porque me sacas pocos meses nada más —frunzo mis labios y acabo por poner los ojos en blanco y medio sonreír—. Tonto del culo.

—Este tonto ha hecho que dejes de estar molesto.

—Es posible —dejo de cruzar mis brazos, puesto que ya que he dejado el orgullo a un lado, otro pastelito cojo entre mis manos para comerlo—. Por cierto, Matias...

—Dime.

—Aunque estemos en bachilleratos diferentes, seguiremos siendo mejores amigos, ¿no?

—Estás en broma, ¿no?

Pestañeo mientras le miro, hincando mis dientes en el sabroso dulce que su madre ha preparado, pero que no he llegado a morder. Él me mira serio, como suele mostrarse con la gran mayoría de personas, y bufa.

—Iván, tío. Por supuesto que sí. Llevo soportándote doce años. Estoy seguro de que podré aguantarte el resto de nuestras vidas.

—¡Oye! ¡Que el que tiene que soportarte aquí soy yo! —mastico sin querer el pastelito y me atraganto con él.

Empiezo a toser y Matias se levanta para abrazarme por la espalda. Me dice cosas, pero, no las entiendo y estoy al borde de la asfixia como para querer entenderlo. Sé que está haciendo algo conmigo, pero no sé el qué hasta que de mi garganta sale el trozo de pastel; la maniobra de Heimlich. Toso, pero sigo sin entenderle. Cuando alzo la mirada con los ojos entrecerrados, veo a la versión adulta de mi mejor amigo frente a mí.

—No me estás buscando.

—¿Cómo voy a buscarte si probablemente estás muerto?

—Estoy en el edificio, como tú —se aproxima a mí y pone ambas manos sobre mis hombros. Me zarandea, desesperado—. Necesito que me ayudes. Por favor, Iván.

—¿Es esto una obsesión que siento hacia ti de manera inconsciente porque sé que he perdido a mi mejor amigo? ¿Por eso solo sueño contigo?

—Sueñas conmigo porque están invest...

El ente adulto de Matias desaparece y se me nubla la vista durante unos instantes. Me tambaleo, pero mi mejor amigo, el del sueño, me coge a tiempo tras rodear mi cintura con sus brazos. Ambos nos miramos mientras me acaricia la espalda.

—Ten más cuidado al comer, hombre. Te llegas a morir y entro en una depresión permanente.

—Lo he pasado mal por un momento. Ni siquiera he notado que hayas hecho presión en mí.

Aunque eso probablemente se debe a que estaba manteniendo una conversación con un ente que sale de su pecho, de su espalda, o de yo que sé qué sitio.

Matias me suelta cuando una chica idéntica a él entra en la cocina y me saluda con la mano con una sonrisa. Incluso se aproxima a la bandeja de los pastelitos para robar uno. "Robar".

—Iván, que sepas que eres el consentido de mamá. Te quiere más a ti que a Matias o a mí.

—Pues me gusta eso. Chupaos esa —lengua les saco.

—Ah, pero eso se soluciona matándote —Matias pone el cuchillo apuntando a mi dirección.

—Tienes suerte de que Matias no sea capaz de hacerte daño —su hermana se tapa la parte de la boca que da en su dirección, como si estuviese susurrándome un secreto, solo que lo dice a los cuatro vientos.

—Sí, tiene suerte. En fin, Anna, dile a mamá de parte de su niño mimado que le encantan sus pastelitos de vainilla.

—Cuando venga lo haré. ¡De momento, me voy a hacer deberes! Hasta lueeeeego.

Coge agua de la nevera y se va, dejándonos a Matias y a mí solos de nuevo. Se sienta para terminarse su crepe, pero yo me quedo de pie, mirándole de soslayo. Es como si se me hubiese encendido una bombilla en la cabeza...

—Matias.

—Dime, de nuevo —alza la mano del cuchillo mientras lleva tenedor a su boca, sin meter la crepe, a modo de advertencia—. Aunque si vuelves a decirme alguna tontería como la de antes, te robo los dulces que quedan.

—Creo que no deberías hacer Humanidades.

—¿Ah? ¿Por qué?

—Creo que deberías ser médico —le digo tras un silencio de incertidumbre.

Me espero una contestación en contra, pues la medicina es justo lo contrario a Humanidades, pero para mi sorpresa, me mira mientras se ríe.

—Me lo pensaré.

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