Capítulo dos.
Para la hora de cenar ya me encuentro bien. Tal y como me había parecido, mi voz ha cambiado un poco, volviéndose grave. Opté por no darle importancia ni antes, ni ahora, ni nunca. Tengo que empezar a hacerme a la idea de que cinco años de mi vida fueron eliminados, de un plumazo.
Lucas me apremia con la mirada para que me ponga ropa de una vez, como si realmente tuviese una gran variedad para elegir. Hay cuatro conjuntos informales que se repiten un total de tres o cuatro veces cada uno y que se pueden combinar entre sí, pero no entre todos. Aparte, hay dos conjuntos formales que se repiten dos veces, dos pijamas repetidos tres veces, y un único modelo de ropa de deporte que se repite tres veces. Al final, mientras lanzo una mirada de desagrado a mi hermano, escojo una camiseta básica de color celeste con un bolsillo falso en el lado izquierdo, a la altura del corazón, unos vaqueros negros y unas converse totalmente intactas (como si ese "fin del mundo" no hubiera sucedido nunca) azules.
—¡Te va a encantar el comedor! Es enoooooooooooorme —me asegura Lucas mientras extiende todo lo que puede sus delgaduchos brazos.
—Podría haberlo sabido ya si me hubieras dejado leer el panfleto que dejaron en el cajón de mi mesita de noche con el mapa del lugar.
—¡Es que soy yo quien quiere hacer un tour! Solo por esta nochee, por fi —Lucas junta sus palmas a modo de plegaria mientras yo termino de vestirme por completo y me agacho para ponerme los zapatos.
—Que sí, pesado.
Da varias palmadas aprovechando su postura, y se acerca hacia la puerta de mi habitación para abrirla. Ni siquiera he visto aún cómo es el resto del apartamento en el que vivimos, pero, supongo desde hace rato que Lucas no me va a permitir investigarlo por mí mismo.
Termino de calzarme y me reincorporo, estirando mis brazos. Siento mis músculos totalmente adormilados a pesar de que desde hace rato puedo moverme con total libertad, y eso provoca que me tense un poco. Mi hermano lo nota, porque se pone a mi lado y me da una palmadita en la espalda.
—Me gusta ser el alto de los dos ahora. ¡Siempre me decías que era un maldito crío, y fíjate ahora!
—En lo que a mí respecta, eres un crío —objeto mientras me saca la lengua, juguetón. Pongo los ojos en blanco y alzo la mirada para verle mejor el rostro—. Por mucha altura que me saques.
—¡Yo parezco más mayor que tú! —replica, volviendo hacia la puerta que segundos atrás había abierto y que da a un pasillo.
—En tus mejores sueños, enano.
Le adelanto y salgo antes que él, pero me coge de la muñeca y tira de mí mientras me pone una mano en los ojos. Como no quiero empezar una discusión tonta con él, ya que he accedido al único y breve tour de hoy por algunas zonas concretas (pues dudo que me enseñe toooodo), me dejo guiar.
Sé que está diciéndome cosas, pero no le presto atención. Físicamente, Lucas ha madurado muchísimo. Y sí, aunque no solo la voz me ha cambiado (las facciones del rostro también han sido ligeramente afectadas por los años pasados), no puedo evitar pensar en mi hermano mayor. Ese del que no recuerdo absolutamente nada, a excepción de que existe. Si ambos nos acordásemos al menos de su nombre, podríamos preguntarle a alguien si estaba por ahí... Aunque algo me decía que no. ¿Por qué? Estaría con nosotros en el apartamento. ¿A quién se parecería más? ¿A mí? ¿O a nuestro revoltoso e infantil hermano menor adolescente? Si me pongo a pensar en eso... Es cuando realmente me doy cuenta de que Lucas es la única familia que me queda.
Se para durante unos instantes, pero luego vuelve a tirar de mí. Me quita la mano de los ojos y visualizo un ascensor enorme. Según un cartelito de madera que probablemente lleva muy pocos días ahí puesto, hay un total de veintinueve plantas. En ese ascensor caben un total de treinta personas, y al leer aquello, me percato de que mi hermano está hablando con una chica mientras sonríe.
—¡Sí, sí! ¡Ese ejercicio de matemáticas era bastante complicado! —logro oírle decir a mi hermano, pues mi verdadera atención está en los "botones" del ascensor.
Son lectores de huellas dactilares. Me da curiosidad, puesto que si eso está ahí es porque se nos limita a la hora de ir de una planta a otra. ¿Y por qué? ¿Acaso es para que los Trece Grandes puedan tener sus secretos ocultos? Quizá venga en el panfleto aquella información. Tengo que recordar echarle una ojeada antes de dormir sí o sí.
—¿Él? ¡Sí, es mi hermano mayor! ¡Iván!
—Qué.
—Quiero presentarte a una compañera de clase —doy media vuelta para encontrar mis ojos con unos marrones. Una chica rubia me sonríe al instante—. Sorn, él es Iván. ¡Iván, ella es Sorn!
—Mi nombre es Sorn Halum y soy hija de un miembro de los Trece Grandes. ¡Pero que eso no te asuste! —aclara al instante, algo nerviosa. Yo me mantengo impasible, pues, no me inquieta ni lo más mínimo saber aquel dato—. Lo que hace mi madre no tiene que ver conmigo.
—¿Y qué hace?
—¿No se lo has dicho aún? —pregunta la fémina, dirigiendo una mirada de reproche a mi hermano.
—¡Tanta información de golpe le va a dejar tonto! —replica él, tímidamente.
Se me escapa un bufido a la par que el ascensor suena. No me da tiempo a percatarme de en qué planta estamos, pues Lucas se encarga de taparme los ojos de nuevo. Oigo una risa tonta y yo me pregunto, mentalmente, cómo es posible que tenga tanta paciencia.
—Pues díselo antes de mañana. Si no, podrían castigarle.
—Looooo sé —le responde mientras tira de mí—. ¿Quieres cenar con él y conmigo?
—Me encantaría, pero he quedado con los demás, como siempre. ¿Mañana vendrás con nosotros?
—¡Sí! Seguro que en unas horas, Iván tiene amigos.
—Me he cansado de fingir que no existo —digo—. Estoy aquí.
Y en unas horas estaré durmiendo. No sé qué clase de amigos pretende que haga. Me empieza a cansar mucho la actitud de Lucas. ¿Se cree interesante por ocultarme cosas? ¿O se cree guay por ir diciéndole a sus amiguitas que soy tonto y no puedo asimilar mucha información de golpe? Porque puede ser que tanta información de primeras se me olvide, pero no me hace tonto.
—Nos vemos mañana a la hora de estos días —escucho el sonido de un beso que provoca estupefacción en mí.
—¡C-Claro! ¡Hasta mañana, Sorn!
Oigo pasos alejándose de nosotros, y entonces, tras caminar recto durante unos minutos, por fin tengo visión otra vez. Ambos estamos en una sala gigantesca, en la que hay dos mesas que miden metros y metros (abarcan desde el inicio hasta el final de aquel salón) y en las que una centena de personas se alimentan entre risas y charlas amigables, o viceversa. En las paredes hay... ¿Buzones de pared? O al menos, eso parece. Pero cuando veo a lo lejos a una chica abrir uno de ellos, me sorprendo, pues saca una bandeja con un plato de comida, un vaso de agua, y cubiertos. Lucas me hace una señal para que le siga hacia un estante de buzones que está cerca de la única puerta de entrada y salida, y cuando se planta frente a uno, sonríe orgulloso.
—¡Rosales, Iván! Te han puesto en el que está debajo de mí —Lucas me da una palmadita en la espalda, aunque le noto algo más feliz por ver mi nombre en aquel buzón—. Los ponen por estatura. Yo estoy arriba de ti por ser más alto.
—Igualmente, parece que va por orden alfabético, ¿no? —pues me fijo que hacia nuestra derecha se encuentran los apellidos por la Q, y a mi izquierda, los que empiezan por S—. ¿Por qué tienen comida aquí guardada?
—Lo mandan desde la cocina. Es como si estos compartimentos fuesen un canal de basura, pero conectado con la cocina, en vez de con un vertedero.
Lucas abre su puertecita y da un salto de la alegría al sacar su bandeja. Opto por imitarle, pero cuando veo el plato de ensalada, no sé cómo reaccionar. Durante aquellas horas no he recordado absolutamente nada que tenga relación con mis gustos alimenticios.
—Imagino que tendremos que devolver la bandeja, ¿no? Y ahí sí haría de vertedero... Dudo que según el día, te comas todo lo que pongan.
—¡Tienes razón! —asiente, dirigiéndose a una de las dos mesas alargadas, y sentándose en el primer sitio que ve. Me siento a su lado, agradeciendo que no haya gente a nuestro alrededor, sino más lejos—. También es bastante usual que las comidas entre unos y otros no se repita.
—¿Los trece grandes comen aquí? —cojo el tenedor y remuevo la ensalada con este, sin despegar la vista de la comida.
—No. Es muy raro verles. Excepto a aquellos que dan clase —mi hermano coge su cuchara y empieza a cenar la sopa que le han dado—. Pero eso no implica a sus hijos. Como dijo Sorn, no tiene nada que ver con su madre.
—Sigo sin saber qué hace su madre. Y eso de las clases no sé lo que es.
—Es una de las profesoras... ¡La tuya, concretamente! Es que, a pesar de que tenemos cinco años más, ¡seguimos teniendo casi la misma mentalidad que cuando nos quedamos en coma! El no recordar nuestro pasado ha modificado nuestras actitudes, según Sorn. Por eso el "casi".
Pero eso tiene sentido. Es lógico que Lucas se comporte como un niño pequeño, pues es lo que tendría que haber sido de no haber sido por el pasar del tiempo y el coma. Pero incluso así, ya es consciente de cosas que yo con su edad no sabía.
—¿Y cuál es el punto? —para mi asombro, noto que la lechuga y el tomate me gustan, pero el resto de lo que se encuentra ahí, no. Así que, lo aparto.
—Están dando clases generales e intensas para que nuestros conocimientos alcancen el nivel que deberían tener con nuestra edad actual. ¡Yo ayer descubrí que los bebés no vienen de la cigüeña...! —y puedo ver su expresión tímida y aterrorizada tan solo de pensar en el tema—. Y que cierto hombre barbudo no existe. Increíble...
—Bienvenido al mundo adolescente, crío —le revuelvo el pelo, y él me saca la lengua en respuesta—. ¿Tan mala es la madre de Sorn?
—Sí. Es la profesora más estricta. Y por encima, estás en el segundo grupo de clases más reducido. El primero es el de los niños entre seis y diez años. Eso te deja con menos opciones a la hora de desahogarte con alguien.
—Siempre te tengo a ti, ¿no? —pregunto en tono burlón.
Mi hermano no me responde, pero, por cómo le brillan los ojos de la ilusión, sé que decirle aquello le ha emocionado y hecho ilusión. Vuelvo a enfocarme en mi comida, pensando en cómo será eso de dar clases intensivas de conocimientos que tuve que ir adquiriendo con el pasar de los años... Y solo deseo que no sea todo tan duro como lo pinta Lucas.
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