Ulises y la Bestia

Disfrutaban corriendo descalzos tras las liebres por el bosque, como lo haría cualquier niño de su edad, solo que ellos buscaban rincones escondidos para hacerlo de la mano.

Uno era hijo de cazadores y el otro de los reyes del castillo, pero detrás de sus risas imberbes no había diferencias, sino una fuerte amistad que pugnaba por ser algo más en el momento de decirle adiós a la infancia.

Pasaron los años y, en cuanto las obligaciones le daban tregua, el príncipe solicitaba salir de caza en compañía de su amigo Gastón. Compartían largos paseos a caballo por las vastas tierras del reino. Colocaban trampas para no regresar con las manos vacías, pero tampoco desperdiciar ni un segundo de su escaso tiempo de intimidad. Dos grandes rocas vestidas de hiedra y una pared de cipreses mantenían a salvo un pequeño claro rodeado de rosales en el que, tumbados sobre el mullido pasto, Adam le leía la Odisea a quien gustaba llamar «mi Ulises», mientras este le acariciaba el pelo dorado y las pieles de los dos amantes buscaban unirse, como siempre lo habían hecho.

Hasta que un extraño otoño nevado trajo el momento más temido por ambos: el príncipe Adam debía dar un baile para encontrar esposa entre las nobles casaderas.

Como era de esperar, aquella noche ninguna doncella fue de su agrado y, cuando más malhumorado estaba por protagonizar semejante farsa, una anciana andrajosa apareció pidiendo cobijo. Como único pago ofreció una rosa que no hizo más que recordarle la desgracia de no poder anunciar nunca al mundo cuál era su verdadero amor. Palabras burdas escaparon por su boca e hirieron a aquella mujer al interpretarlas como un desprecio.

De repente, los hermosos rasgos masculinos pasaron a ser los de una bestia y la corte entera fue convertida en objetos inertes, pero lo más terrible fue que todos los súbditos del reino olvidaron que alguna vez habían tenido un príncipe, todos incluso Gastón. La vieja resultó ser una poderosa hechicera y había maldecido al apuesto heredero para darle una lección de humildad.

Ebria de venganza, la bruja anunció que cuando el último pétalo de la rosa despreciada cayera muerto, con él se llevaría la vida de Adam, a no ser que antes consiguiera un beso de amor correspondido.

La bestia rompió cada espejo, agotó sus lágrimas y se encerró entre los muros del castillo engullido por la maleza. Gastón ya no lo recordaba y ¿cómo iba a querer besarlo así?

Acostumbrado al silencio, pronto percibió la entrada a hurtadillas de una curiosa joven que al acto quedó prendada de la enorme biblioteca abandonada. La soledad puede ser muy dura y, poco a poco, deseando no asustarla con su aspecto, el monstruo fue tomando confianza con aquella humilde chica a través de profundas conversaciones sobre literatura. Bella, que así se llamaba, empezó a albergar sentimientos cada vez más intensos por la misteriosa bestia del cautivador halo de melancolía y sensibilidad. Se obsesionó con él y no dejó de visitarlo ni un día. Iba y venía del castillo al pueblo, cargada de libros prestados, hasta que un trágico atardecer, en su camino de vuelta a casa fue atacada por un oso.

Una partida de hombres liderada por el cazador, salieron a buscarla alarmados por las declaraciones del padre de Bella. Aseguraba que su hija había sido raptada por una horrible bestia que vivía escondida en las ruinas del bosque y que la había hechizado con palabrería envenenada.

Mientras tanto, Adam había arrancado a Bella de las garras del oso y la había llevado a su cama para curarle las heridas. Creyéndola inconsciente, le habló a la rosa que ya solo contaba con dos pétalos. Desveló cuál era su embrujo y ella deseó demostrarle que la solución estaba en sus propios labios. Él quiso creerla, le tenía un cariño especial, cerró los ojos y se besaron.

En ese instante, las puertas se abrieron de golpe e irrumpió el cazador, armado con una escopeta que apuntaba directo a la bestia.

Un disparo, y un pétalo cayó.

Se acercó a socorrer a la joven cuando se sorprendió al oírla gritar:

—¡Adam, no he podido salvarte! ¡No te mueras, todavía queda un pétalo!

Lloraba desconsolada, sosteniendo la cara ensangrentada del monstruo que solo logró balbucear:

—Mi Ulises...

En aquel crítico momento, Gastón consiguió ver con claridad el rostro de su amado detrás de los ojos azules de la bestia moribunda. Para sorpresa de Bella, lo abrazó con determinación y, mientras cada recuerdo regresaba, lo besó como solo se besa al amor de tu vida.

El último pétalo se desprendió y cuando tocó el suelo halló tres amores muertos: un hermoso príncipe sin vida, un cazador con el corazón desgarrado de dolor y una joven rota por los celos.

NOTAS:

Este relato de 800 palabras fue escrito para participar en la Antología Buena Fortuna del perfil AntologiaLight

Se trata de mi versión de la idea planteada por MeryTwang en su obra «La Bella siempre fue una villana». Como ya habréis adivinado, es un retelling de «La Bella y la Bestia» en el que he intentado darle todavía más si cabe una vuelta de tuerca más a tan conocido cuento.

Espero que os haya gustado y muchísimas gracias por estar siempre ahí. 

Os quiero ❤️

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