La casa que enloquece

La casa que enloquece

–Veamos... –Leni desplegó el mapa y se puso a examinar las rutas trazadas en este–. Lo unico que tengo que hacer es tomar el 15 al 2-20, subirme al P-110...

–Hola, Leni –la saludó su hermano, quien en ese momento llegó a reunirse con ella en la sala.

El mapa era tan grande que pensó estaba sentada del lado izquierdo del sofá; pero cuando dobló la esquina halló a Tania, la maniquí de la tienda departamental.

–De este lado, Lincoln –lo llamó Leni desde el lado derecho, a lo que este dobló el otro extremo del mapa.

–¿Qué están haciendo las dos? –le preguntó entonces. Sabía que Tania era un objeto inanimado, pero también sabía que debía seguirle la corriente a Leni al referirse a ella como a otra persona. Después de todo no hacía mal a nadie.

–Tratamos de entender las rutas porque nadie puede llevarnos al centro comercial –respondió a su pregunta, para luego seguir examinando el mapa–. Ahora, si tomamos la 40 a la linea D, nos cambiamos a la 180, tomamos la linea dorada hasta la 97 y subimos a la linea plateada, tendríamos que salir de aquí... ¡¿El día de ayer?!

La rubia suspiró exasperada.

–Ay, nunca vamos a llegar.

–Bueno, Leni –sugirió el peliblanco–, si tuvieras tu licencia podrías conducir.

–Lincoln, ya pase por eso –refutó con desanimo–. Conducir no es una opción para mi.

–Creo que sólo tienes que recuperar tu confianza –insistió su hermano para animarla. Dicho esto le mostró un compilado de videos grabados en su celular –. Por ejemplo, sólo mira a Rusty. Trata de hacer una voltereta desde segundo grado. Pero al final pudo hacerla.

¡Rusty pudo! –clamó el pelirrojo en la grabación.

–Y tú también puedes.

–Pero si se hacer una vuelta de carro.

–Habló de conseguir tu licencia.

La joven lo reflexionó en breve y al final si se animó a tomarle la palabra.

–Mmm... Tal vez tienes razón, Lincoln. Si Rusty hizo una vuelta de carro, yo pasaré mi examen de conducir... Ouh, pero hay otro inconveniente.

–¿Qué es?

–Pues que me vetaron de la escuela de manejo. Me dijeron que nunca me volviera a aparecer por allí y que me olvidara por completo de ponerme tras un volante.

–Eso si que no. Trabajé muy duro para enseñarte a conducir y no dejaré que unos burócratas amargados y sin nada de paciencia hagan de mi tiempo un desperdicio.

Por lo que Lincoln agarró de la muñeca a Leni y la guió afuera de la casa Loud, rumbo a la parada de autobuses más cercana.

–Vamos allá ahora mismo a decirles que te den otra oportunidad y todas las que hagan falta, que para eso mamá y papá pagan sus impuestos.

***

En cuanto llegaron al departamento de transito, Lincoln y Leni fueron hasta la ventanilla principal.

Apenas terminó de reconocer a la rubia, el empleado en turno se exaltó y le reclamó por haberse presentado allí.

–¡Eh, tú, niña, te dije que no regresaras! Vete o llamo a seguridad.

–Oigame, usted –lo confrontó Lincoln–, de aquí no nos vamos hasta que le permita a mi hermana sacar su licencia.

–¡¿Pero tú estás loco, niño?! –inquirió el empleado de la ventanilla–. Esa muchacha es un peligro al volante. Ya ha chocado más de veinte autos de prueba. Si la dejamos lanzarse a la carretera se va a llevar muchas vidas inocentes por delante.

–Nha, lo que pasa es que los instructores de aquí la confunden y la ponen nerviosa. Pero ahí donde la ve ella es buena conductora. Lo sé porque yo mismo le enseñé. Sólo necesita que le tengan confianza y mucha paciencia. Si así lo prefiere, a la próxima yo la acompañó en el auto junto al instructor para asegurarme que lo haga bien.

–De ninguna manera –volvió a negar el funcionario–. ¿Qué vas a saber tú?, si ni edad para conducir tienes. Váyanse ya, o les juro que esta vez si llamo a seguridad para que los saquen.

–Escúcheme, imbécil –amenazó Lincoln cuya mirada se ensombreció–, esta es su ultima oportunidad para retirarle el veto a mi hermana. Tal vez sea un niño, pero también soy una de las dos caras más influyentes de Nickelodeon de la actualidad junto a esa ridícula esponja amarilla. Será un estudio mediocre, pero se mantiene. Por tanto tengo con que aplastarlo a usted y a este lugar con tantas demandas que hasta sus abogados necesitarán abogados, ¿me oyó?

–Está bien, está bien –terminó por acceder el empleado de la ventanilla–. Tienen suerte que nuestro sistema gubernamental esté tan j*dido hoy en día que dejan conducir hasta un mono con Alzheimer. Pero tendrán que hacer todo acorde al reglamento. De otra forma no se puede.

–De acuerdo –concedió el peliblanco.

–Necesito que me llenen un formulario que me permitirá retirarle el veto a la joven. Vayan a la oficina central y pidan la forma A-38. Una vez la tengan regresen aquí y estará hecho... Si es que pueden... Les daré la dirección.

–¿Ya ve? No fue tan difícil.

En lo que su hermano de blancos cabellos recibía el papel con la dirección escrita en él, la muchacha rubia se rascó la cabeza algo confundida.

–¿A que se refiere con "si pueden"?

–Descuida, Leni –la tranquilizó Lincoln–. Se trata de una simple formalidad administrativa.

–Si, eso mismo... –asintió el empleado de la ventanilla con disimulo–. Una "formalidad administrativa".

Para cuando ambos se retiraron del lugar, el empleado aquel esbozó una sarcástica y descarada sonrisa.

–Buena suerte, chicos... Créanme cuando les digo que la necesitarán.

***

Al otro lado de la calle donde se alzaba la oficina central, Lincoln leyó el papel con la dirección.

–Aquí es, vamos.

No obstante, en el camino se les cruzó un señor que actuaba de forma muy extraña. En su cabeza llevaba puesto un embudo para diesel a modo de casco e iba haciendo sonar un silbato kazoo repetida y rítmicamente.

Después de él, por el lado contrario pasó marchando un sujeto que lucía un gorro hecho de papel periódico con una N grande pintada en el centro con crayón café. Este otro marchaba con una mano por delante y la otra por detrás.

Le siguió un tipo que iba a gatas y usaba una correa para perro, cuyo otro extremo era sostenido por un pastor alemán que caminaba a su lado desplazándose sobre sus patas traseras.

Luego llegó una señora gorda que cacareaba y aleteaba agitando los brazos, mientras era correteada por un anciano delgaducho y barbón que iba disfrazado como el coronel Sanders, quien entre sus manos empuñaba un hacha de carnicero.

Estos últimos dos rodearon dos veces a Lincoln y Leni en su carrera y se alejaron corriendo. Al seguirlos con la mirada, en la siguiente cuadra avistaron a un hombre bañándose en una fuente en medio de la vía publica.

–Pero que gente tan rara –comentó Leni. Hasta a ella todo eso le pareció bastante extraño.

Nha, seguro vienen de ver a un hipnoterapeuta que tiene su consultorio cerca de aquí –sugirió Lincoln, que en cambió prefirió no prestarles atención–. Vamos a conseguir tu licencia.

–Bueno.

A escasos metros de las puertas del edificio, por delante de ellos pasó una fila de ocho personas que iban arrastrando los pies. El de atrás sujetaba el hombro del de adelante y entre los ocho emulaban el ruido de una locomotora.

¡Chuchu...! ¡Chucu chucuchucu chucuchucu chucuchucu...! ¡Chuchu...!

Bha, ignóralos –indicó Lincoln, ni bien Leni abrió la boca para comentar algo más, y siguieron adelante.

***

Ya una vez dentro, los dos se acercaron a la recepción.

–Disculpe, señor –llamó Lincoln al encargado en turno, un anciano escuálido con la cara muy arrugada y de cuyas orejas brotaban unas frondosas cerdas de pelo cano.

–¿Qué quieren? –contestó con aspereza.

–Queremos la forma A-38 –pidió el peliblanco, en contraste, de forma muy educada.

–¿Quieren contraer matrimonio? –refunfuñó el anciano de orejas peludas–. No, aquí no es. Las bodas se ofician en el registro civil.

– ¡Oiga! ¡¿Qué le pasa?! –reclamó Lincoln de lo más asqueado. Lo mismo que Leni que torció la cara en una mueca de repudio total–. ¡Ella es mi hermana!

≪Viejo cochino≫, añadió la rubia para sus adentros.

–En ese caso tendrán que ir al registro civil de Alabama –sugirió el anciano recepcionista.

Ante lo cual Lincoln tomó aire, se serenó y empezó de nuevo.

–No, señor –aclaró con una sonrisa de lo más cordial–, no queremos contraer matrimonio, queremos la forma A-38.

–El registro civil está al otro lado de la calle –contestó el viejo refunfuñante–, siempre ha estado ahí; pero van a perder su tiempo, que lo que quieren hacer no es legal en este estado.

–Que no queremos el registro civil –protestó el chico, que cada vez se exasperaba más y más–, queremos la forma A-38.

El recepcionista entrecerró sus ojos cargados de lagañas y puso una mano junto a una de sus orejas extra peludas.

–¿Qué?

–¡La forma A-38! –bramó Lincoln.

–¡Bha, que modales! ¡No griten! ¿Que creen que estoy sordo? Vayan a la ventanilla 1 por el pasillo de la izquierda, ultima puerta a la derecha.

***

Cuando llegaron a donde les indicó el anciano recepcionista, Leni miró a lado y lado y se encogió de hombros.

–¿Ultima puerta a la derecha?... Oye, Lincoln, no hay ninguna puerta a la derecha.

–Debe haberse equivocado –sugirió su hermano–. Probemos en la de la izquierda.

Al entrar por la única puerta al final de aquel pasillo, se encontraron a un hombre obeso meciéndose en un columpio que colgaba en medio de la estancia, el cual era empujado por una mujer delgaducha en uniforme de secretaria.

En cuanto se percató de la presencia de ambos niños, el obeso hombre de traje y corbata frenó el balanceo de su columpio y se dirigió a ellos con enfado.

–¿Quién les dio permiso para entrar en mi oficina?

–Eh... Buscamos la ventanilla 1 –se explicó el peliblanco.

–Consulten el plano en el sexto piso y cierren la puerta. ¡Ja! Que insolencia.

Y en cuanto los niños se retiraron pidió a su secretaria que lo siguiera empujando en su columpio.

–Continuemos, señorita.

***

Al cabo de una ardua subida de más de cincuenta escalones, dado que el ascensor estaba descompuesto y el diseño de la edificación contaba con entrepisos en cada piso, Lincoln y Leni se pararon un momento para descansar.

Ouch... –se aquejó la rubia sobándose la espalda baja–. Ya me duele la cintura.

–Sigamos –jadeó el peliblanco, igual de fatigado que ella.

En el siguiente piso se detuvieron a descansar otra vez.

–¿Aquí? –jadeó la joven, como suplicando.

–No –negó su hermano con voz sofocada, y señaló el rotulo con el numero de piso–, esté es el cuarto, nosotros vamos al sexto.

Cuando por fin llegaron a donde querían, Leni apoyó las manos en sus rodillas para tomar aire y recuperar fuerzas. Lo mismo hizo Lincoln por un rato, tras el cual se acercó a examinar el plano en la pared.

–Aquí está el plano.

Leni también se acercó a examinar la gráfica con montones de flechas y señalamientos que se enredaban entre si, hasta que sus ojos se le pusieron bizcos y tuvo que apartar la vista.

–Bha... Yo no entiendo nada.

–Es fácil –le explicó Lincoln señalando un punto en la gráfica–: La ventanilla 1 está en la planta baja entrando por el pasillo de la derecha.

***

Allí los atendió una mujer de facciones afiladas.

–¿Qué quieren?

–La forma A-38 –pidió Lincoln.

–Les informaron mal. Deben ir a la ventanilla 2.

El chico tragó saliva y, a nada de echarse a llorar de la desesperación, señaló a la ventanilla de al lado en la que una señora muy robusta estaba hilando una bufanda, como si no tuvieran mejores cosas que hacer.

–¿Es la de junto?

–No –negó la empleada de facciones afiladas–. Esa es la 8. La 2 no sé donde la habrán puesto. Pregunten en recepción.

–Pero...

***

¡Plaf!

Lincoln azotó el puño contra la superficie del escritorio, en afán de despertar al recepcionista que cabeceaba amenazando con quedarse dormido.

–¡La ventanilla 2! ¡¿No oyó?!

–¡Ya les dije que el registro civil está al otro lado de la calle!

–¡Que no quiero el registro civil!

–Calma, niños, calma. ¿Qué es lo que pasa aquí?

En eso acudió a intervenir otro señor de traje y corbata, cuyos cachetes recordaban a los de un perro buldog, y que llevaba una carpeta bajo el brazo.

–Amigo mio –se dirigió al recepcionista–, ¿qué quieren estos niños?

–No lo sé, licenciado Valdez –respondió encogiéndose de hombros–. Me dicen cosas incomprensibles.

–Buscamos la ventanilla 2 –pidió Leni formando una V con los dedos.

–¿La ventanilla 2? –el hombre con cara de buldog se rascó la barbilla pensativo–. Mmm... Veamos... ¿Dónde la habrán puesto?

–Cuando yo era pequeño recuerdo que estaba en el tercer piso –contestó el recepcionista, con él si de forma muy educada. Lo que lo delataba como todo un lambiscon–, pasillo B, puerta 6, señor licenciado.

–Ya están informados, niños –sonrió complacido el hombre con cara de buldog–. Creo que no hay razón para perder la calma.

***

–Esto empieza a arreglarse –dijo Leni, segundos después que iban subiendo por las mismas escaleras–. ¿No?

–No se... –objetó Lincoln–. Yo lo dudo todavía.

***

Finalmente llegaron a la ventanilla 2, que a esa hora estaba siendo atendida por una muchacha joven, a la que hallaron chismorreando con su vecina de la ventanilla de junto, la número 26.

–Pues, ya te digo, se compró un vestido rojo precioso de esos que traen del extranjero.

–Pero el rojo no le queda –comentó la vecina.

–Ya la conoces, no le importa lo que piense la gente, siempre se pone lo que a ella le gusta.

–Señorita... –llamó Lincoln a la encargada.

–No es como tú, linda –siguió esta en su chismorreo, sin hacerle caso–, que siempre te pones lo que más te favorece. Además su marido no está...

–¡Señorita! –la volvió a llamar.

Lo que valió que esta le devolviera una mirada fulminante.

–¡¿No ves que estoy ocupada?!... –sin mas volvió a su platica frívola–. Ahora, ¿en que iba?

–En su marido, querida –dijo la vecina.

–Ah si, el pobre Claudio. ¿Ya sabes que tenía un negocio de construcción y que le iba muy bien?...

En su siguiente intento, Lincoln se vio forzado a alzar la voz.

–¡SEÑORITA!

–¡Ash! Pero que niño tan mal educado. ¿Qué quieres?

–La forma A-38.

–¿Tienen el formulario azul?

–¿Qué?... ¿Cuál formulario azul?... No.

–Sin él no puedo darte la A-38.

–¿Y dónde puedo conseguir el formulario azul?

–En la 1.

Leni exhaló un bufido y Lincoln alzó los brazos.

–¡Otra vez!

***

De regreso en la planta baja, a la entrada por el pasillo derecho, se toparon con que la suerte no estaba de su lado ese día, pues la ventanilla 1 estaba cerrada.

–Salió a comer –informó la otra señora en lo que seguía hilando la bufanda, que para ese rato ya alcanzaba los dos metros de longitud–; pero vayan a la ventanilla 35, pregunten en recepción.

***

–¡Ya les dije que el registro civil está al otro lado de la calle!

***

Otra tediosa subida escaleras arriba, la que atendía la ventanilla 35 les entregó un papel morado. No azul, morado.

–Con esto podrán obtener el formulario color rosa.

–¿El formulario color rosa? –gimió el peliblanco.

–Que es necesario para obtener la forma A-38. Ventanilla 12, segundo piso, escalera 8, pasillo J...

En lo que les explicaba el tramite que debían hacer, una vena se marcó en la frente de Leni y el mechón de cabello de Lincoln se hinchó tanto que acabó por exhalar una bocanada de humo cuál volcán en erupción.

***

Y así los tuvieron toda la tarde, mandándolos a subir y bajar escaleras, yendo de una ventanilla a otra y de regreso, y en cada una entregándoles formularios de colores diferentes a los que pedían.

–Para el formulario amarillo, ventanilla 7, quinto piso, escalera F, pasillo B.

–Para el verde, ventanilla 14, primer piso, escalera K, pasillo C.

–Marrón, ventanilla 56, segundo piso, escalera P, pasillo H.

Hasta que Leni ya no pudo soportarlo y acabó por arrojar todos los formularios al aire.

–¡Ya basta! ¡Ya basta! ¡YA BASTA! ¡ESTO ES INSOPORTABLE! ¡NO PUEDO MÁS!...

Y en el acto echó a correr en círculos y aletear con sus brazos como una gallina descabezada, hasta que sus zapatos se salieron de sus pies y echaron a correr por cuenta propia.

–¡Vengan acá!

Por suerte se lanzó justo a tiempo para atraparlos y ponérselos otra vez. De ahí se puso unas veces a correr a gatas y ladrar como un perro y otras a brincar y aullar como un mono.

¡Guau! ¡Guau! ¡Guau! ¡Guau!... ¡Uh uh ah ah! ¡Uh uh ah ah! ¡Uh uh ah ah!...

Luego empezó a darse de topes contra la pared, por lo que Lincoln tuvo que sacudirla de los hombros y abofetearla un par de veces para tranquilizarla.

–¡Cálmate, Leni, cálmate, por favor, cálmate ya!...

–No tiene caso, Linky –se aquejó su hermana, que se dejó caer al piso de rodillas, derrotada–. A este paso nunca vamos a salir de aquí. Nos volveremos locos para cuando llegué el fin de semana y ya no podré ver a Lori y, peor, nos perderemos las rebajas.

–Eso no –juró su hermano–, jamás. Tú vas a conseguir tu licencia y podrás ir de compras con Lori este fin de semana, te lo aseguro. Aunque será un poco más difícil de lo que creíamos, pero no te preocupes...

De súbito, una picara y maliciosa sonrisa asomó en su rostro salpicado de pecas.

–Ya está, se me acaba de ocurrir un plan.

–¿Y cuál es? –preguntó Leni.

–Pelearemos con sus propias armas. Vas a ver.

***

Para lo que regresaron a su punto de partida en la ventanilla 2. Lugar donde Lincoln se dirigió a la muchacha parlanchina.

–Disculpe, señorita, ¿es aquí donde se consigue la forma A-39?

–A-38 –contestó esta–; pero no está aquí. Tienes que ir a...

–No, no, señorita –interrumpió el peliblanco entre risas cordiales–. Me refiero a la forma A-39 como está estipulado en la nueva circular B-65.

Esto desconcertó a la encargada de la ventanilla 2.

–¿La nueva circular B-65? –repitió con expresión confusa–. Espera.

Entonces consultó a su compañera de la ventanilla de al lado, al tiempo que Leni se rascaba la cabeza tratando de entender lo que se proponía a hacer Lincoln.

–Oye, ¿has oído hablar de la circular B-65?

–¿La circular B-65? –repitió la vecina igual de confusa.

–Respecto a la formula A-39.

Y mientras tanto, Lincoln se acomodó en una silla, invitó a su hermana a que se sentara a su lado y con un gesto le indicó que esperara.

–Mmm... No, habrá que informarse en la oficina del jefe de coordinación de los archivos si está abierta –dijo la empleada de la ventanilla 26.

–Creo que está en el quinto piso, escalera Z, pasillo B –señaló la de la ventanilla 2.

–No, me parece que ahora está en el segundo piso, escalera H, pasillo Z.

–Bueno, vamos.

***

–¿La circular B-65, respecto a la forma A-39? –repitió el jefe de coordinación cuando las dos mujeres esas fueron a consultarlo en su oficina–. No, no nos las ha entregado el servicio de mensajes y nuevas circulares. Está en la planta baja, escalera 2, pasillo U.

***

–¡¿Cómo?! –exclamó indignado el hombre gordo del columpio cuando acudieron a consultarlo a él–. ¡¿Una nueva circular y no estoy enterado?! Vamos a ver al coordinador general.

–¿Dónde está? –preguntó el jefe de coordinación de los archivos.

–Preguntaremos en recepción.

***

Pronto, el lugar entero bullía en actividad, por no decir que se había vuelto una olla de grillos. Los empleados subían y bajaban escaleras yendo de una oficina a otra a preguntar a sus compañeros por la dichosa circular de la que no daban razón.

–¿La circular B-65? No.

–¿Cuál circular B-65?

En dado momento, Lincoln y Leni bajaron de vuelta a recepción, a encontrarse con una revuelta masiva entre oficinistas. Los mocasines, las corbatas, los lentes de montura gruesa, las plumafuentes y los formularios de colores variados volaban por doquier entre reclamos, protestas y artículos de reglamento recitados de memoria, mientras el recepcionista de orejas peludas se mantenía agazapado bajo su escritorio con las manos en la cabeza como a la espera de una redada. Incluso ya habían empleados que se daban de topes contra la pared y otros que balaban como becerros.

–Calma... ¡Calma!... ¡Gente...! ¡Compostura...!

Cuando vio que el licenciado en jefe trataba de poner orden, el chico peliblanco supo que era momento de poner en marcha la siguiente fase de su plan, por lo que se acercó a hablarle con toda confianza.

–Disculpe, señor.

–Estoy ocupado, niño –refunfuñó el sujeto con cara de buldog–; ¿pero que deseas?

–Tan sólo la forma A-38 –pidió Lincoln de forma muy educada como al principio–. Es para que le quiten el veto a mi hermana en la escuela de manejo y pueda sacar su licencia de conducir, si es tan amable.

A lo que el licenciado rodó los ojos, sacó un papel de su carpeta, le puso su firma y un sello y se lo entregó en mano.

–Tengan, y ya no molesten. Los empleados están ocupados.

–Gracias. Listo, Leni, vamos a sacar esa licencia. Agradécele al señor.

–Muchas gracias, señor –se despidió la rubia.

–Si, si... ¡¿Pero qué ra...?!

Para cuando el licenciado cayó en cuenta de lo que había hecho, es decir facilitar un trámite así de importante sin seguir el reglamento establecido, aquel par de niños impertinentes ya se habían marchado.

Lo unico que le quedó por hacer entonces fue subirse a una de las mesas y ponerse a bailar entre enloquecidas risotadas. Nada fuera de lo común en un día típico de trabajo en la oficina.

Mi amigo el brujo fue y me dijo cómo hacer... Mi amigo el brujo fue y me dijo cómo hablar...Y el pobre infeliz ahorita es un don Juan, favor de... ¡UH HI! ¡UH! ¡AH AH! ¡TING TENG! ¡BADA BADA! ¡BIM BEN!... ¡UH HI! ¡UH! ¡AH AH! ¡TING TENG! ¡BADA BADA! ¡BIM BEN!...

FIN

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