1-La chica nueva
Albor. Valencia. 1983
—¿Has visto a la chica nueva? —Preguntó Rafa a Jaime, su compañero de pupitre. Hablaba casi con un susurro pues el profesor que escribía algo en la pizarra solía tener un"poquito" de mal genio.
—Sí —dijo Jaime y ambos niños se volvieron a mirar a su nueva compañera. Tenía once años cómo ellos, alta y muy delgada, con el pelo castaño recogido en una coleta y con la vista fija en el profesor. Al verles mirándola no pudo evitar sonreirles.
—¡Creo que me he enamorado!—dijo Rafa haciendo una mueca.
—Tú siempre te enamoras de todas...hasta de las feas —le contestó Jaime burlándose de él.
—Para mi ninguna es fea...¿Se llama Alejandra? ¿No?
Jaime iba a contestarle que sí cuando el profesor se volvió en ese momento y observó atentamente a los niños. Sabía que en cuanto se volvía de cara a la pizarra, comenzaban los murmullos y solo esperaba volverse a tiempo de pillar a alguno con las manos en la masa y entonces...
Todos los niños le miraban fijamente, callados cómo angelitos.
Don Rodrigo volvió a coger la tiza y siguió dando la lección de matemáticas.
—En cuanto salgamos al patio voy a hablar con ella —susurró Rafa mientras le daba un codazo a Jaime para que le hiciera caso.
—Vale, iré contigo —contestó Jaime.
—Muy bien tío, así aprenderás a ligar.
La clase continuó cómo todas las clases, todos los días,
aburrida, lenta y cómo siempre decía Rafa, "cómo el pedo de una vieja", imposible de aguantar.
Cuándo sonó el timbre que anunciaba el final de la clase, los niños salieron en estampida. En ese momento no había autoridad alguna que pudiera frenarles.
—Recordad, traed hechos los deberes de mañana. ¿O sí no...?
—Mañana es sábado Don Rodrigo —dijo Eduardo, el empollón de la clase y a quien todos llamaban "Cardo", aunque había quien le llamaba cosas peores.
—Sí...Ya lo sé —contestó el profesor atascado —. El lunes quiero verlos terminados...
Nadie le hizo caso y los niños salían ya en tropel por la puerta del aula. Todos menos "Cardo" que se encargaba de recoger la clase y hacerle la pelota al profesor.
Cuándo salieron al patio, Rafa y Jaime buscaron a su compañera entre los distintos grupos de niños que se habían formado. Algunos charlaban animadamente, otros se despedían ya para volver a sus casas y la mayoría gritaba, chillaba y jugaba a la pelota.
Jaime fue el primero en verla, estaba en un pequeño grupito de niñas y reía a carcajadas.
—Está allí ,Rafa —dijo señalándola.
—Observa y aprende, pequeño —dijo Rafa dándose mucha importancia.
Se acercó hasta la niña y le dijo algo al oído.
Ella asintió sonriendo.
Rafa le dijo algo más y ella volvió a asentir con la cabeza, mientras se volvía hacia donde estaba Jaime mirándole.
Rafa siguió hablando con ella y al despedirse se dieron un par de besos.
—¡Jo, tío! ¡eres un fenómeno! —dijo Jaime cuando su amigo volvió con él — ¿Se puede saber qué le has dicho?
—Un profesional nunca revela sus secretos —respondió el niño.
Jaime le retorció el brazo hasta que el otro imploro clemencia.
—Sólo le dije que mi amigo, o sea tú, estaba loco por conocerla y que la invitamos mañana a mediodía a dar un paseo.
—¡Serás imbécil! —le insultó Jaime persiguiendo a Rafa que había echado a correr riendo a carcajadas.
Cuándo Jaime le alcanzó los dos niños se pelearon medio en broma, medio en serio.
—¡Vale, para ya atonta! —Gritó Rafa empujando a su amigo—. ¿No te das cuenta? piensa venir mañana con nosotros.
—Bueno ¿y qué?
—¿Cómo? ¿No has visto lo buena que está? —Rafa meneaba la cabeza pensando qué su amigo era un pardillo.
—Sí vale, está bastante buena —Jaime se volvió buscando a la niña con la mirada pero ella se alejaba ya, sujetando los libros contra su pecho hacía la salida del colegio. Varias chicas la acompañaban charlando animadamente.
Jaime se sintió contento de que la niña hubiera hecho amigas tan pronto. Tenía unos sentimientos un tanto confusos, no sabría explicarlos. Por una parte le gustaba que la niña fuera el centro de atención y por otra detestaba que todos la miraran.
—¿Qué, damos una vuelta por ahí? —Preguntó Rafa.
—No tío, lo siento —contestó Jaime —me voy a casa, mañana nos vemos donde siempre...
—¿A casa? ¿Tan pronto?
—Sí, es que...tengo que hacer los deberes y...
Jaime echó a correr y dejó allí plantado a su amigo.
—¡Este tío es tonto! —dijo Rafa para sí —.¿Los deberes? ¿Y yo me lo creo?
Jaime no pensaba ir a su casa y desde luego tampoco iba a hacer los deberes. La excusa había sido malisima, eso lo reconocía, pero no quería que su amigo supiera lo que tenía pensado hacer, tampoco es que le importara mucho que lo supiera pero le daba un poco de corte.
Sentía curiosidad por la niña, por Alejandra, se dijo mientras saboreaba su nombre. Una curiosidad natural a esa edad y sobre todo esperaba volver a verla sonreír cómo le sonrió en clase.
Siguió al pequeño grupo de niñas por una estrecha calle rodeada de jardines e iba escondiéndose detrás de los árboles para que no le vieran.
El grupo se disolvió más adelante y las niñas se despidieron dándose abrazos y besos.
Alejandra continuó sola, subiendo por una empinada cuesta que llevaba a la parte alta del pueblo.
Jaime se cruzó de acera y la siguió ocultándose en los portales y agachándose detrás de los automóviles.
A esas alturas ni siquiera sabía porqué había tenido el impulso de seguirla, sólo deseaba saber donde vivía su compañera, tampoco tenía pensado hacer nada más. En cuanto la viera entrar en su casa, él daría media vuelta y volvería a la suya.
La chica dio la vuelta en una esquina y por un momento desapareció de su vista.
Jaime echó a correr pegado a la pared y cuando se aproximaba a la esquina para echar un vistazo notó cómo una mano le agarraba del cuello de la camisa del uniforme y una pierna le golpeaba justo detrás de las rodillas, haciéndole caer al suelo de culo.
—¡Vaya, vaya! —dijo la niña plantada frente a él y con las manos en las caderas —. Mira quién es el espía...
—¡Yo no te estaba espiando! —protestó Jaime sentado aún en el suelo y bastante sorprendido —.Iba a mi casa, vivo cerca de aquí.
—Ya, por eso te escondías detrás de los coches ¿no?
Jaime se había levantado y se frotaba el dolorido trasero, se sentía bastante humillado y muy enfadado.
—¡Yo no me escondo de nadie! —gritó y empujó a la niña con todas sus fuerzas.
Alejandra perdió el equilibrio y cayó al suelo arañándose las rodillas, una de ellas empezó a sangrar.
—¡Eres un bruto! —dijo la niña con lágrimas en los ojos.
Jaime se asustó, él no tenía intención de hacerle daño a la niña pero a veces cuándo se enfadaba se ponía muy bestia.
La niña se levantó la falda por encima de la rodilla lastimada con un gesto de dolor, mirando la herida.
—Lo siento Alejandra... —titubeaba él niño asustado y sintiéndose muy mal —yo no quería...
—¡Déjame en paz! —Gritó la niña —¡Eres un idiota!
Jaime no supo qué hacer ni qué decir.
La niña recogió los libros del suelo y se alejó cojeando sin volver la vista atrás, hasta un portal de esa misma calle y entrando en la casa.
"¡Soy un idiota, soy un imbécil y si fuera más tonto sería un gilipollas!" se dijo Jaime dándole de puñetazos a la pared.
Se sentó en el bordillo de la acera dándose de cabezazos contra las rodillas mientras seguía insultándose.
Estuvo allí sentado bastante rato, pensando en su estupidez profunda, mientras las sombras se alargaban y el sol tomaba un tono más anaranjado.
No se dio cuenta de que desde una de las ventanas de la casa y a través de los visillos, Alejandra le miraba con una misteriosa expresión en su rostro.
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