La Casa en el Bosque

La tormenta golpeaba con toda su furia sobre los caminos. Por los agrestes senderos, esquivando las huellas de las carretas que ahora estaban llenas de agua amarronada, un viajero avanzaba con lentitud en el lomo de su caballo. La intensa lluvia apenas lo dejaba ver unos metros por delante. A los lados del camino, el bosque extenso e impenetrable, se extendía con sus altos árboles que parecían seres silenciosos observando el paso del jinete.

El viajero lucía cansado. Su rostro pálido, poblado una espesa barba gris y por arrugas que recorrían todo su rostro, hacían notar que se trataba de un hombre en la última etapa de su vida. Cubría su cabeza con un sobrero negro mientras que vestía una chaqueta negra de fino cuero. Había recorrido los campos durante días. Intentaba encontrar un lugar donde descansar cuando fue sorprendido por la tormenta.

Su viejo caballo estaba igualmente cansado. Avanzó apenas unos kilómetros más cuando cayó rendido. El animal se desplomó y el jinete fue arrojado a las lodosas aguas de un charco. El viejo caballo dio su último aliento frente a la entristecida mirada de su amo.

El viajero tomó su bolso y continuó caminando. Sus piernas estaban exhaustas. Ya no podía seguir avanzando. La noche se le venía encima. Entonces, en la cercanía vio un pequeño claro en el bosque. Los arboles parecían abrirse formando un sendero. Al mirar, el viajero observó una vieja casa, allí en medio de la nada misma.

Un rayo iluminó el cielo oscurecido. No le quedaba otra opción que pasar la noche en aquella morada. La casa parecía ser muy antigua. Era de dos plantas, hecha con maderas que ahora parecían grises y maltratadas por el paso de los años. El viajero se acercó con cautela. De su bolso sacó un viejo revolver y se detuvo junto a las grandes puertas principales. Los grandes ventanales con vidrios rotos y la oscuridad que se dejaba ver a través de ellos, hacían presuponer que nadie había habitado allí en mucho tiempo, pero de todas formas, él era cauteloso.

Golpeó tres veces con fuerza y se alejó unos pasos. El eco de los golpes retumbó en el interior. Nadie contestó. El viajero se acercó nuevamente. Apoyó sus manos en las puertas y las empujó. Las viejas y oxidadas bisagras rechinaron.

El interior era oscuro como la boca de un lobo. Un rayo surcó los cielos en ese momento permitiendo ver por un instante el desolado lugar. Había algunos viejos muebles, cubiertos por polvo y telarañas. En la pared colgaba un viejo cuadro de una familia aristocrática. A lo lejos, contra la pared, pudo ver una chimenea. Algunos troncos resecos aguardaban a ser encendidos.

El viajero se aproximó con cautela. Se acercó hasta la chimenea y, empleando unos cerillos que permanecían secos bajo su abrigo de cuero, encendió el fuego. Su cuerpo temblaba de cansancio. Sus piernas finalmente cedieron y el viajero cayó sentado frente a la calidez de la fogata.

El naranja de las llamas iluminó el interior de lo que antiguamente era una casa familiar. Pronto el viajero comenzó a sentir mucho sueño. Sus parpados comenzaron a pesarle. Finalmente, cayó dormido bajo el sonido relajante del crepitar del fuego y de la lluvia cayendo sobre el techo de la vieja casa.

Cuando el viajero despertó, el fuego casi se había apagado por completo. Todavía era de noche. No sabía cuánto tiempo había dormido. Quizás habían sido horas o quizás tan solo unos minutos. Buscó en los alrededores y encontró más leña para volver a encender el fuego.

Mientras colocaba los leños sintió una fría sensación en su espalda. Esa extraña sensación de que algo lo observaba fijamente con ojos penetrantes lo hizo voltearse. La puerta principal estaba abierta. Pensó que quizás el viento la hubiera abierto. Se dirigió hacia ella y la cerró. Volvió a sentarse junto al fuego. Miró fijamente el danzar de las llamas. Quizás fue producto del cansancio, pero en ellas vio dibujarse figuras. Figuras amorfas y demoniacas parecían formarse. Al mirarlas, su mente se pobló de pensamientos angustiantes. Recordó el motivo por el que se encontraba viajando. En realidad no estaba viajando, estaba escapando. Escapando del terrible acto que había cometido.

A su mente vino el rostro de una niña llorando frente al cuerpo inerte de su padre. La pequeña lo miraba con ojos suplicantes, pero el nada podía hacer. Le había visto el rostro, no podía dejarla ir. Levantó su arma y le apunto justo en medio de sus ojos celestes como el cielo. Su mano tembló por unos segundos en los que la culpa casi hizo que desistiera de su funesta tarea, pero finalmente, el dedo jaló del gatillo y la vida se escapó del cuerpo de la niña cuando el candente plomo entró en su frente.

Entonces un sonido lo sacó de sus pensamientos. Allí, dentro de la habitación donde se encontraba creyó oír un lamento. De un salto se puso de pie apuntando con su revolver en todas direcciones. No pudo ver nada. Por un instante pensó que todo era obra de su mente cansada y se tranquilizó, pero luego sintió nuevamente esa inquietante sensación de que algo lo miraba fijamente.

Sin saber bien el por qué, su cuerpo comenzó temblar, como si se tratara de un chiquillo asustado. Permaneció de pie mirando en todas direcciones, pero no pudo ver nada.

Luego de un rato volvió a sentarse frente al fuego. Había algo en ese lugar que lo dejaba intranquilo, pero era mucho peor estar allí afuera en aquella tormenta.

— ¡Cálmate estúpido! —Se dijo a sí mismo intentando tranquilizarse. — Está todo en tu mente. Solo debes calmarte. Estar calmado te ha mantenido vivo. Debes seguir así.

Pero nuevamente escuchó el sonido, ese lamento espectral sonaba cada vez con más claridad. Parecía ser el llanto de una niña.

— ¿Quién anda ahí? —Gritó. Pero nada respondió. —Todo está en tu mente. Solo cálmate. —Volvió a repetirse a sí mismo.

Intentó tranquilizarse pero no pudo. Se sentía demasiado asustado y lo peor de todo es que no sabía la razón. Siempre fue un hombre valiente y de sangre fría como el hielo, pero allí, en aquella antigua casa se sentía como un niño atormentado.

Su cuerpo continuaba temblando como si estuviera en la intemperie en una fría noche invernal. De su boca eran despedidas bocanadas de un vapor grisáceo.

Cuando el miedo finalmente fue demasiado para él, decidió marcharse. Al dirigirse hacia la puerta esta se abrió bruscamente. El viajero se detuvo. Un rayo cayó en la cercanía. La escena se iluminó por tan solo un segundo, pero fue suficiente para que el viajero viera el horror oculto en la oscuridad junto a la puerta.

Intentó gritar pero ningún sonido salió por el nudo que se había formado en su garganta. Allí pudo ver una figura completamente negra como la noche más oscura. Era alta, mucho más alta que él. Dos ojos rojos como el fuego mismo resplandecieron mirándolo fijamente. Una sonrisa macabra se dibujaba en aquel rostro cadavérico.

El viajero retrocedió preso del pánico. Aquella figura avanzaba hacia él. El hombre sacó su revólver y comenzó a disparar, pero aquella cosa no era de este mundo. Las balas simplemente lo atravesaban mientras aquel ser continuaba avanzando con aquella sonrisa demoniaca capaz de enloquecer hasta al más valiente de los hombres.

El viajero miró hacia todas partes. Divisó la escalera que se dirigía a la planta alta. Corrió hacia ellas lo más rápido que le permitieron sus cansadas piernas. Pero al subir, la madera de uno de los escalones, crujió y luego se partió. La pierna del pobre hombre se hundió en el hueco que se formó haciéndolo caer. Repentinamente una ráfaga de dolor recorrió su cuerpo. Al mirar vio el blanco de un hueso sobresalir de su pierna bañada en sangre. Su pierna se había roto por completo. Gritando, con un dolor espantoso, se arrastró hacia arriba mientras aquel ser se acercaba cada vez más.

— ¡Aléjate de mí maldito demonio! —Gritó desesperado mientras el ser subía los escalones lentamente, sin decir ninguna palabra, solamente sonriendo macabramente.

Con dificultad pudo llegar a la planta alta. Intentó ponerse de pie pero no lo consiguió. El dolor era demasiado. Tras de sí, iba dejando un rastro de sangre. Continuó arrastrándose con desesperación. Aquella cosa continuaba detrás de él, avanzando lentamente, disfrutando de su sufrimiento.

El viajero sintió que sus fuerzas le abandonaban. Cada centímetro que avanzaba era una agonía absoluta. Finalmente ya no pudo continuar. Permaneció allí temblando sobre un charco de sangre que se formó a su alrededor. Cerró sus ojos con resignación esperando que aquella cosa lo alcanzara. Entonces sintió una dulce voz en su oído. La voz de una niña.

— Has sido un hombre malo. Ha llegado la hora de que pagues.

Al abrir los ojos vio el rostro de aquella niña. Allí estaba la misma niña que él había matado desalmadamente. Su rostro era pálido y grisáceo. Era el rostro mismo de la muerte.

—No puede ser. —Dijo al borde de las lágrimas. —No puedes ser tú.

El demoniaco ser se detuvo a los pies del hombre. La niña se paró junto a él y lo tomó de la mano huesuda y oscura. —Llegó la hora de que todo el mal que has hecho regrese a ti. —Volvió a decir la niña.

De las paredes de la vieja casa comenzaron a emerger todo tipo de seres. Todos eran negros como la noche misma, con sus rostros deformes y mandíbulas desencajadas, como si estuvieran gritando en un alarido de sufrimiento eterno.

Aquellos seres se abalanzaron sobre el hombre mientras este no dejaba de gritar. Lo tomaron y comenzaron a arrastrarlo hacia la oscuridad eterna, mientras aquel ser lo observaba con aquella macabra sonrisa dibujada en su rostro espectral. 

FIN

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