Capítulo 8: El parque
Todos iban al parque en que Mark y su amiga habían acordado verse. Eliza tenía un auto lo suficientemente grande para que todos lograrán acomodarse, el cual era de un modelo un tanto viejo, pero Eliza se había acostumbrado a él.
Eliza conducía, Jade iba a su lado, Penny y Javier iban en el maletero, Lucy iba sobre las piernas de Ackerley, pues era la más pequeña, y Dominic y Amelie iban en los otros asientos.
Cuando llegaron al parque, Eliza se estacionó y todos bajaron rápidamente. Hacía un calor inmenso adentro, era verano y ocho personas en un auto no era algo agradable aún con las cuatro ventanas abiertas.
—Bien, este es el plan —Jade se puso unos lentes de sol y colgó los binoculares en su cuello—. Fingiremos que somos gente normal que vino al parque y evitaremos que Mark nos vea.
—Eres brillante —dijo irónica Lucy.
Todos comenzaron a caminar por el lugar, pero Penny jaló de la mano a Ackerley y comenzó a llevarlo a otro lado.
—¿Qué haces, Penny?
—Quiero ir a los columpios y necesito que alguien me empuje.
Cuando llegaron a los juegos, Penny se sentó en un columpio y Ackerley se puso detrás de ella.
—¡Empuja! —pidió con emoción.
Ackerley comenzó a empujarla de mala gana. Definitivamente él no estaba de acuerdo con ir al parque, primero, porque odiaba salir en verano y que la gente viera sus brazos desnudos y segundo, porque estaba lleno de niños jugando, ellos eran los únicos adultos en esos juegos.
Penny amaba los niños, por algo estudiaba obstetricia, quería ayudar a traer bebés al mundo... Ackerley pensaba que ese mundo no necesitaba más población de la que tenía.
Ackerley observaba todo a su alrededor con desconfianza. No era como que jamás saliera de la casa, cuando no estaba de vacaciones iba cinco días a la universidad, pero simplemente iba, se sentaba en un puesto y hacía lo que tenía que hacer. El problema de los lugares como el parque, además de que el sol en verano quemaba su pálida piel, era que estaba lleno de personas desconocidas gritando y haciendo cosas impredecibles.
De pronto, una adolescente se sentó en un columpio frente a ellos y un chico, que debía ser de su edad, la comenzó a empujar. Ambos reían felices y parecían divertirse con una actividad que para Ackerley era tan ridícula. Después de unos minutos, la chica tiró la cabeza hacia atrás y el chico se agachó un poco para darle un pequeño beso en los labios.
Ackerley dejó de empujar a Penny.
—¿Por qué te detienes?
Penny se giró a verlo con algo de tristeza.
—Tienes pies, puedes hacerlo sola.
—El chico de allá la empuja a ella —dijo, apuntando a la pareja de enfrente.
Claro, ellos eran una pareja. Jugar en un juego infantil les parecía romántico, a él en cambio, no le parecía agradable empujar a Penny.
Sin decir nada, Ackerley comenzó a alejarse y Penny salió corriendo detrás de él.
—¿Qué pasó, Acky?
—Ni siquiera Amelie me pone apodos, evita hacerlo.
A él jamás le habían gustado los apodos, pero cuando salían de la boca de Penny, era mucho peor para él. A todos los demás podía dejarles pasar esos apodos horribles, pero a Penny siempre le pedía que no los usara.
Penny agachó la cabeza, sabía cómo era su amigo, por lo que simplemente camino en silencio a su lado.
Ackerley se detuvo de golpe.
—Penny —la nombrada lo miró con una sonrisa de ilusión—. Deja de caminar a mi lado, me molesta.
La sonrisa de Penny se borró.
—Somos amigos, no hay nada de malo en que camine a tu lado.
Ackerley la quedó mirando sin saber que decir. ¿Era muy cruel decirle que "amigos" era muy exagerado para su relación? Sí, lo era. Él era algo inútil e insensible cuando se trataba de emociones, pero no era un monstruo.
No era que Ackerley odiara a Penny, más bien, no tenían una relación muy estrecha. Ackerley no sabía bien la razón, pero había algo que lo ponía nervioso respecto a Penny y no había mejor solución para él que evitarla.
Desde que la había conocido, Ackerley se sintió particularmente incómodo a su lado y no conocía la razón... Quizás era por su personalidad extrovertida que contrastaba demasiado con la suya.
—Da igual —dijo haciendo a un lado el tema.
Mientras tanto, en otro lado del parque, los otros seis compañeros de vivienda caminaban buscando una señal de Mark. Por petición de Jade, todos iban con lentes de sol.
Si bien, Mark no los conocía realmente, ya les había visto las caras y Jade temía que las recordara.
—Si alguien pregunta, venimos a observar aves —recordó Jade, por quinta vez en diez minutos.
Ninguno sabía para que lo hacía. Dudaban que a alguien le importara lo que un grupo de extraños hiciera en un parque.
—¿Quién observa aves con lentes de sol? —preguntó Javier.
—¿Somos ciegos? —preguntó Amelie.
—¿Qué clase de observador de aves es ciego? —siguió Dominic.
—¿Y por qué si somos ciegos llevamos binoculares? —Lucy miró los binoculares que tenía Jade—. No debí mirarlos, olvidé que soy ciega.
—¡Ya cállense! —pidió Jade, ya harta.
Entonces Eliza apuntó hacia un lugar.
—Ese chico es pelirrojo.
—No porque sea pelirrojo... Ah, sí es él —Jade se agachó.
—¿Qué haces? —preguntó Lucy—. Está de espaldas, genia.
—Creo que tengo miedo.
—¿De qué? ¿De qué tu dulce y frágil corazón se destroce? ¡No seas cobarde, toma los binoculares y espía al hijo de puta ese!
—Que valiente observar a alguien a lo lejos... —dijo, con ironía, Dominic.
Jade comenzó a mirar uno por uno a todos los presentes y entonces, le entregó el otro par de binoculares a Amelie.
—Eres la elegida.
—Oh, por la mierda.
Amelie no sabía espiar en la vida real, solo en el mundo tecnológico, por lo que no estaba segura de si podría hacerlo lo suficientemente bien como para que Jade no se quejara.
Jade jaló a Amelie consigo mientras los demás iban a sentarse a una banca cercana a esperar.
Mark estaba sentado en el pasto con la chica apoyada en sus piernas, parecía escena de película romántica. La chica era de piel morena, tenía el pelo amarrado con trenzas boxeadoras y tenía unos ojos cafés claros preciosos.
—Me la hubiera ligado yo —se quejó Jade.
Amelie tomó los binoculares y apuntó al trasero de la chica.
—Debe sentirse bien sentarse con tales amortiguadores... yo puedo casi sentir la silla rozar mis huesos.
A Amelie nunca le había gustado ser tan flacucha y débil, a veces envidiaba a Eliza o a Lucy, ya que ambas tenían mucha más carne que ella.
Ambas chicas estaban ocultas detrás de un arbusto cuadrado. Toda la gente que pasaba las miraba como si fueran acosadoras, ¿pero que sabían ellos? ¿Cómo sabían que no eran dos oficiales del FBI en medio de una investigación?
Jade comenzaba a relajarse, no había pasado nada extraño, podían ser solo amigos. Ella se había recostado en las piernas de sus amigos algunas veces, eso no decía que fueran otra cosa, pero entonces, ambos cambiaron de posición y se recostaron en el césped para comenzar a besarse.
—Iugh —dijo Amelie—. Estamos en un parque, hay niños acá... Degenerados.
Los ojos de Jade se aguaron, no había llorado porque si la noche anterior, al menos sabía que no había perdido el tiempo del todo.
—Oye, Jade.
—¿Qué?
—¿Eras tú la que les tenía miedo a los abejorros?
—Sí, ¿por qué?
Amelie fingió una sonrisa, pero no podía dejar de mirar los binoculares de Jade. Esta, al ver la extraña actitud de Amelie, miró sus binoculares y un chillido de terror emano de su ser.
Jade había caído al piso y se revolcaba mientras Amelie intentaba espantar al pequeño insecto, incluso lanzó los binoculares al árbol en que se posó, causando un lío peor.
—¿De casualidad las abejas te dan miedo también?
Jade se levantó del piso de golpe.
—Sí, ¿por qué? —preguntó, temerosa.
En ese momento, un panal de abejas calló al suelo y un enjambre salió disparado. Ambas chicas gritaron y comenzaron a correr lo más rápido que sus pies les permitían, con el grupo de insectos detrás de ellas.
—¡Lo siento mucho, señoras abejas! —gritó Amelie mientras daba vueltas sin sentido, igual que Jade.
La gente que estaba en el parque comenzó a correr despavorida al ver el grupo de abejas volando y dispersándose.
—¡Destruimos la casa de uno de los seres vivos que más aporta a nuestra existencia! —gritó, nuevamente, Amelie.
—¡Tú lo hiciste!
—¡Yo no convivo con el medio natural jamás, solo con el tecnológico!
Para cuando llegaron con los demás, las abejas se habían dispersado casi por completo.
—¿Qué diablos les pasó? —preguntó Eliza.
—Bueno, descubrí que mi novio me engaña —dijo Jade—. Y Amelie tiró al suelo un panal de abejas... abejas vivas.
—¡¿Qué hiciste qué?!
—No debiste decir eso frente a la ecologista y animalista —masculló Amelie, para luego sonreírle a Eliza fingiendo inocencia—. Las tontas abejas deberían construir un hogar más estable.
Eliza estaba a punto de darle una charla a Amelie, pero ella se quejó de dolor por una razón. Una abeja salió de entre la blusa de Amelie y cayó al suelo centímetros más allá.
Amelie comenzó a sobarse a la vez que miraba aterrada la enrojecida piel de su hombro.
Eliza se tiró de rodillas al suelo y comenzó a hablarle a la abeja.
—Que Dios te tenga en su santa gloria.
—Ahora si cree en Dios, ¿no? —dijo Lucy.
—Amelie es alérgica a las abejas —dijo Ackerley, llamando la atención de todos—. Bueno, supongo que lo es porque yo lo soy...
Ackerley había descubierto su alergia cuando una abeja lo había picado a los ocho años, mientras estaban de vacaciones en la playa.
Eliza se paró del suelo.
—¡Al auto, ya!
—¡Al batimovil! —Penny rio de su propia broma.
Todos comenzaron a correr y por accidente, Jade piso a la abeja moribunda. Dominic quedó boquiabierto al notarlo, igual que ella.
—Agradece que los demás están lejos.
Jade lo miró apenada y ambos comenzaron a correr.
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