Capítulo 26: Hambre
Habían pasado quince minutos, los cuales Amelie había sentido como una hora entera. Ni siquiera estaba disfrutando su comida, pues no tenía cerebro para pensar en algo más que en los nervios que le provocaba la existencia de Tiare.
Tiare aún no se había dado cuenta de su presencia, pero era cosa de tiempo para que pasara, pues el restaurante no era un lugar grande y no había suficientes personas para hacerla pasar desapercibida.
Amelie intentaba mirar a Tiare disimuladamente cada cierto tiempo, con la intención de saber qué hacía y si ya la había notado, hasta que sus miradas se cruzaron.
«Maldita sea», maldijo Amelie en su interior, pues era obvio que la había reconocido.
Amelie agarró la mano de Eliza, quien estaba a su lado, lo que llamó la atención de todos en la mesa. Las dos eran amigas, pero no solían tomarse de las manos. Al único que Amelie tomaba de la mano era a su mellizo.
—No se queden en silencio... finjan normalidad.
—¿Qué pasa? —preguntó Eliza.
—Por favor no miren..., pero la chica morena de la mesa en la esquina de la derecha es la chica que me gusta.
Todos giraron sus cabezas a la derecha de Amelie.
—Dije que no miraran —masculló.
Todos volvieron a enderezar sus cabezas, comiendo su comida y fingiendo que nada pasaba.
—Dame un beso —le pidió Amelie a Eliza.
Eliza casi se atraganta con un pedazo de su hamburguesa.
—¿Qué? —preguntó en voz baja.
—Solo por hoy... finge que eres mi novia.
Eliza miró hacia todos lados.
—¿Yo?
—Nadie más aquí puede hacer eso.
—Lucy o Jade.
—Lucy está al frente, no la puedo besar sin pasar por encima de la mesa y Jade... —Amelie le dio una mirada a Jade—. Jade es muy heterosexual.
—¿Eso se ve? —preguntó Jade.
Amelie se volteó para verla y se acercó a su cara.
—Dame un beso.
Jade se sonrojo, nerviosa.
—¿Ves? Eres demasiado obvia —le dijo, para luego volver a ver a Eliza—. Te lo pido como amiga...
Eliza bufó.
—Solo por hoy —accedió de mala gana.
En ese momento, Tiare se levantó de su asiento, iba en dirección al baño. Amelie agarró la cara de Eliza y le dio un beso. Tiare les dio una mirada algo confundida, pero siguió su camino.
Cuando Amelie se separó de Eliza, miró a los demás.
—¿Nos vio?
—Sí —respondió Lucy—. Aunque no pareció muy dolida.
—La chica con la que está es su novia... yo no le gusto —aclaró Amelie.
—¿Entonces para que este show? —preguntó Eliza.
—Pues para que sepa que no me importa.
—Bueno, sí te importa... —le dijo Dominic.
—Pero ella no tiene porque...
—Viene —avisó Ackerley.
Lucy carraspeó.
—Que terrible, ¿no? No puedo creer que el combustible suba de precio de esa manera, es un abuso...
Todos hicieron sonidos de afirmación mientras Tiare pasaba por cerca de ellos. Cuando se sentó, volvieron hablar del tema que les incumbía realmente.
—Ella no tiene por qué saber que me importa —terminó Amelie—. Es demasiado egocéntrica, no puedo subirle más el ego.
—Por Dios, que complicada eres, niña —reclamó Lucy.
Después de que todos terminaran de comer y Eliza pagara la cuenta, se pararon de sus asientos para salir del lugar. En ese momento, Amelie vio cómo Tiare le dio una sonrisa ladina.
«Oh, por Dios... ¿estoy alucinando?», Amelie iba tan absorta en sus pensamientos que chocó contra la puerta de cristal del restaurante.
Al otro lado de la puerta, Lucy comenzó a reírse estruendosamente, mientras los demás intentaban aguantar la risa. Eliza se dio un golpe en la frente con la palma de su mano y le abrió la puerta a Amelie, quien había quedado un tanto aturdida, aunque no sabía si por el golpe o por la sonrisa de su interés romántico.
Amelie salió tapándose la nariz, la cual era la que más había sufrido con el golpe.
[...]
Javier despertó encontrándose con Chad a su lado. Sonrió y se estiró complacido. ¿Había algo más lindo que despertar junto a la persona que te gustaba? Tal vez, pero a Javier no se le ocurría nada en ese momento.
Javier se pegó más a Chad y al moverse, sintió un leve dolor en el trasero. Por suerte, ese dolor no se comparaba con la primera vez que lo había sentido.
«Maldición, Lucy se reirá de esto», pensó Javier.
Chad hizo un sonido y abrazó a Javier, apretándolo contra él.
«Los chicos podrán desayunar sin mí, ya son grandes».
Entonces Javier se acurrucó para volver a dormir un rato más. Era sábado y realmente no tenía ganas de separarse de Chad en ese momento, en especial porque sabía que lo extrañaría en unos minutos.
En la casa, a diferencia de lo que esperaba Javier, todos lo estaban esperando desesperadamente.
—¡Me muero de hambre! —se quejó Lucy.
Eliza buscaba en la cocina algo fácil de preparar, pero el refrigerador estaba bastante vacío.
—Tengo que hacer las malditas compras —se recordó.
Ackerley estaba acostado junto a Penny en su cuarto, ambos muriendo de hambre igual que Lucy, pero habían decidido subir cuando notaron que Javier no volvería pronto. Habían sacado unos yogurts por el momento, para no tener el estómago completamente vacío, pero todo lo que quedaba en la cocina, nadie en la casa sabía prepáralo.
—¿Si yo fuera a Corea, irías conmigo? —preguntó Penny.
—¿A vivir?
—No, me gusta aquí —aclaró—. Iríamos de paseo.
—Iría a cualquier parte contigo.
Penny soltó una risita.
—Que cursi.
—Así son en tus series chinas.
—¡Coreanas! —corrigió con brusquedad—. Aunque hay una china que es muy buena.
Ackerley rio divertido y le comenzó a dar besos a Penny en el cuello.
—Podemos verla si quieres.
—¡Sí!
Penny saltó fuera de la cama y fue por su computador a su cuarto para conectarlo a la televisión de Ackerley y ver el drama chino.
Ackerley no disfrutaba tanto de esas series realmente, en especial porque el romance no era lo suyo, pero por Penny era capaz de aguantar cinco capítulos por día y a ella haciendo comentarios con cada escena. Al menos, si Penny no conseguía trabajo en el área de la obstetricia, podría tener un podcast o ser comentarista.
Jade estaba con Dominic en su cuarto, buscando recetas fáciles de preparar.
—¿Sabes usar una waflera? —preguntó Dominic.
—No... ni siquiera sé cómo se ve una.
Dominic la miró decepcionado.
—Por favor, es esa cosa redonda con cuadros... ¿cierto?
—Te dije que no sé.
Lo que habían logrado sacar de la cocina ellos dos, había sido una caja de cereales integrales bajos en calorías... los cereales que nadie se comía a menos de que fuera de vida o muerte. Dominic ni siquiera sabía por qué Eliza compraba esas cosas, si nadie en esa casa tenía un régimen alimenticio muy bajo en calorías.
Dominic cerró la laptop y se sentó junto a Jade en la cama.
—¿Qué harás hoy?
Jade se encogió de hombros, mientras metía cereal a su boca. Odiaba el sabor, pero su estómago rugía exigiendo ser llenado y no se lo podía negar, aunque sus papilas gustativas sufrieran en el proceso.
—Tengo que estudiar un poco y luego nada.
—Ah.
—¿Por qué?
—Por nada.
—¿Me quieres invitar a salir?
Dominic fingió una risa.
—Claro que no. Sabes que no me gustan las relaciones serias.
Jade asintió con un poco de decepción.
—Hablaba como amigos —mintió.
—Mentirosa.
Jade lo miró molesta.
—No estoy mintiendo.
Dominic se acercó más a ella con una sonrisa divertida en el rostro.
—Claro que sí. Que mentirosa eres.
Jade rodó los ojos.
—No me gustan los hombres como tú.
—Deja de mentir.
—¡Que no estoy mintiendo! —Jade se levantó de la cama para salir, pero Dominic la jaló del brazo para dejarla frente a él.
Jade no dijo nada, solo evitaba bajar la mirada para ver a Dominic.
Dominic se rio al ver como Jade miraba para arriba intentando evitarlo. Levantó la camiseta de Jade y comenzó a dejar besos por su abdomen. Jade no decía nada, en realidad le gustaba eso, pero no quería ser tan fácil.
—Para.
—¿Segura?
Jade se quedó en silencio Dominic comenzó a bajar sus besos al abdomen bajo de Jade. Cuando llegó al borde de sus pantalones, miró hacia arriba para ver la expresión de Jade. Esta tenía los ojos cerrados y mordía su labio inferior, lo que Dominic tomó como un "me gusta, sigue así".
Dominic bajó los pantalones de Jade y comenzó a dejar besos sobre su ropa interior.
—Hijo de... —Jade apretó más sus ojos y soltó un suspiro.
—¿Quieres salir conmigo más tarde? —preguntó Dominic.
Jade iba a decir que no, pero entonces sintió la lengua de Dominic pasar por sobre su ropa interior, humedeciendo su entrepierna.
—Me encantaría... —dijo como un suspiro.
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