Una muñeca jamás grita

Amely se despertó sobresaltada al notar que algo le tocaba el rostro, tenía los labios resecos y le pitaban los oídos, sus ojos se abrieron desmesuradamente al notar la habitación en la que estaba, completamente diferente a su cuarto iluminado y bellamente decorado. No es que aquel lugar fuera feo, al contrario, destacaba con una fina y delicada belleza oscura.

El tapiz de las paredes era de espinas y había grietas en él, largas rajaduras que lo hacían ver maltratado y fuera de lugar. Su cama sencilla había sido reemplazada por una gran cama, de barandas metales y dosel, Amely acarició la tela, suave al tacto. 

El colchón sobre el que estaba acostada era duro e incomodo. 

Escuchó una risa, suave, como un tintineo y aún así, maniática y espeluznante. 

  — ¡Bienvenida! — de las grandes sombras que rodeaban la habitación surgieron cinco figuras, de escaso y forzado movimiento, extremidades largas y delgadas, inmaculada piel pálida y tersa, ojos enormes, labios finos, pómulos altos, largas pestañas y cejas con un sutil arqueamiento. 

Las sonrisas en sus labios eran antinaturales, muecas forzadas para lucir amigables. Parecían ocultar gran crueldad, albergar locura en sus mentes y obsesión en sus opacos ojos. Una de ellas, más alta que las demás, se acercó con delicadeza, a pesar de sus extremidades tiesas se movía con bastante elegancia. 

En su mano llevaba un cuchillo, como si aquel artefacto corto punzante no resultara útil como arma. Lo sostenía como si apenas lo notara, los dedos largos y delgados aferrándose al mango. 

Amely comenzó a gritar, incesante y alterada ante la visión de aquellas cinco muñecas. El terror inundó su cuerpo, el corazón le latía con vehemencia y sus ojos comenzaron a moverse por todo el lugar, en busca de una ruta de escape, pero no había posibilidad.

Estaba atrapada e indefensa, en las manos finas de aquellas muñecas, para que hicieran con ella lo que les complazca y sin lugar a dudas incluiría sangre y sufrimiento, pensó Amely, la habían raptado aquellas psicópatas que claramente se habían sometido a procedimientos estéticos para lucir como muñecas de porcelana. 

Sus atuendos eran diferentes, aunque todos tenían un estilo victoriano. Los colores variaban en sus prendas, ojos y cabello. 

  — Una muñeca jamás grita — reprendió la que se acercó, mirándola con odio y repulsión. 

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