Capítulo XXII

Pasaron varios días desde el incidente con los cazadores fuera de la cantina. Para ese entonces, ya estábamos lo bastante lejos de la ciudad, además de que en un par de ocasiones aceptamos que nos llevaran unas bestias que viajaban en sus carretas.

En esos días, Sam y yo pasamos más tiempo juntos y, aunque no hablé mucho, me agradaba oír cada historia que él me contaba mientras caminábamos o recogíamos madera para hacer una fogata durante la noche.

Podría decirse que su compañía me distrajo bastante sobre el asunto con Moly.

—Creo que con esto tendremos suficiente para toda la noche —dijo al ver la carga que llevábamos —. ¿Sabes? Debo admitir que eso de las primeras no es siempre cierto.

—¿De qué hablas?

—Hablo de que no tuvimos la mejor primera impresión cuando nos conocimos. Bueno, yo no te di una buena primera impresión. La verdad es que me dejé llevar por mi pasado y me descargué contigo.

—Bueno... yo lamento haberte mordido. O al menos haberlo intentado.

—Descuida. En el fondo lo merecía. Anda, volvamos o empezarán a preguntarse qué pasó con nosotros.

Por alguna razón, comencé a ver a Sam como una especie de hermano mayor al cual seguir sus pasos. Lo cual me parecía extraño porque nisiquiera tenía familia y apenas tenía que creer la idea de que quizás mis padres estaban en alguna parte de ciudad de Kura. Suponiendo que después de veintiséis años sigan en ese lugar.

Recordaba haber preguntado por mis padres cuando era cachorro. Solo tenía cuatro años y al amo no le importó responderme con crueldad.

—Tus padres querían deshacerse de ti porque eras un estorbo. Necesitaban dinero y yo se los di.

En ese momento llegó Danna y me sacó del lugar levantándome del suelo. Se veía molesta y creí que había hecho algo malo, pero luego me dejó en mi habitación y se acuclilló frente a mí.

—Lo siento, mamá —respondí creyendo que me regañaría.

—No debes disculparte por eso, hijo. Nada de esto es tu culpa, pero necesito que me prometas que no volverás a hacerle esa clase de preguntas al amo Reginald.

—¿Por qué?

—Porque el amo no va a dudar en decirte una mentira para hacerte sentir mal.

—Pero mi mamá y mi papá...

—No tuvieron opción, cachorro. Tuvieron que entregarte para estar a salvo.

—¿No me querían?

—Te amaban más que a nada, pero a veces el mundo es cruel e injusto. Ellos tuvieron que entregarte para estar a salvo, y que tú estuvieras a salvo.

Nunca entendí eso. Siempre había querido saber qué les había hecho pensar a mis padres que estaría a salvo lejos de ellos. Me preguntaba qué pensarían si les dijera por todo lo que tuve que pasar en casa del sujeto al que me habían entregado pensando que estaría bien.

Nuevamente nos tocó dormir a la intemperie, aunque nadie se quejó por eso debido a que estábamos cerca de un río y Sam encontró un par de excavaciones a un lado con agua caliente.

—Mira eso, aguas termales gratis —comentó Jack.

—¿Qué estamos esperando? —dijo Sam, comenzando a quitarse la ropa sin ni una gota de vergüenza.

Quien hubiera sido el que hiciera esas piscinas, se había dado el trabajo de separarla con un pequeño muro de piedras. Por lo que Moly podía estar tranquilamente en un lado mientras que Sam, Jack y yo compartíamos el otro lado.

No diré que no quería estar en ese lugar. Digo, sí quería undirme en el agua y sentirme tan a gusto como Sam y Jack con el agua hasta el cuello; pero si entraba en el agua, significaba que debía quitarme la ropa, y dejaría al descubierto las cicatrices en mi espalda, y no quería responder preguntas sobre ello ni ver esa expresión de lástima en sus caras.

No habría sabido cómo manejar eso realmente.

Pero a pesar de todo, debía admitir que el agua estaba a una temperatura muy agradable, y mejor aun cuando habíamos viajado por tanto tiempo con apenas la escasa posibilidad de poder tomar un baño.

—No puedo creer que no te quitaras la camisa —dijo Sam —. Aquí todos somos machos y tenemos lo mismo. Unas cosas más grandes que las otras, pero nada que los otros no tengan.

—Sam... —dijo Jack, golpeándole el brazo con la mano —. Quizás solo no se sienta cómodo estando desnudo con otros. Ya déjalo en paz.

—Se dejó la camisa y la ropa interior

Antes de que Sam siguiera discutiendo con Jack sobre porqué me había dejado la camisa, decidí hablar sobre el asunto, y dejaría en claro que no me la quitaría.

—La verdad es... que no me quito la camisa frente a ustedes porque no quiero que vean las cicatrices que tengo en la espalda. Sinceramente, aun siento vergüenza de mis marcas y trato de que los demás no las vean.

Ambos se quedaron en silencio por unos segundos. Creí que comenzarían a invadirme con preguntas o con el típico "lo siento, debió ser horrible" o cualquier otra frase que demostrara lástima hacia mí.

—Debió ser duro aguantar a un sujeto tan desagradable como él —Sam caminó con el agua un poco mas arriba de la cintura hasta llegar a mí lado.

Algo en mi interior me decía que si Sam me abrazaba lo acabaría golpeando y posiblemente casi ahogando. Mi "instinto" comenzaba a asustarme un poco.

Me tensé un poco cuando Sam me abrazó el hombro y me dio un par de sacudidas antes de mirarme.

—¿Te digo algo? No estoy seguro de haber podido soportar tanto tiempo algo como lo que debiste haber pasado —lo miré algo sorprendido por sus palabras. Era algo que no esperaba —. No suelo decir esto pero... tienes todo mi respeto, Rex. De verdad.

—Miren eso, me alegra de que ya sean amigos —ambos volteamos a ver a Moly, quién se acercaba usando mi capa para cubrirse.

—No puedo creer que salieras del agua tan pronto; si fuera por mí no saldría de aquí jamás, el agua está muy agradable.

—No es divertido sin compañía. Además, si me quedo más tiempo en el agua me congelaré durante la noche.

Al principio no tomamos en serio sus palabras. Pero a medida que avanzaba la noche, nos dimos cuenta por las malas a lo que se refería.

—No es justo, pudiste habernos dicho antes —dijo Sam, buscando desesperadamente entrar en calor junto a la fogata.

—De hecho lo dijo —respondió Jack, bebiendo un poco de vino caliente a su lado.

—Fuiste el único que aseguró que no pasaría nada —continué.

—De todos modos no es justo.

Reímos mucho esa noche.

Al final, tuvimos que darle un poco de ropa extra a Sam para que pudiera entrar en calor, aunque Jack no pareció estar muy tranquilo con eso.

Al día siguiente nos dimos cuenta de por qué. Desperté por los regaños de Jack hacia Sam para que se colocara un poco más de ropa.

Por lo visto, es más enfermizo de lo que esperaba, pensando en que debía de tener una mejor calidad de vida que yo. Aunque, ahora que lo pienso, yo también pasé un poco de frío y me sentí un poco congestionado. Pero me sentí mejor al despertar.

—Tendremos que llegar a un pueblo para que Sam descanse —dijo Jack —. Podría complicarse si le da fiebre.

—Para tu suerte, estamos por llegar a donde vive un muy buen amigo —anunció Moly.

Aquella frase volvió a hacerme sentir incómodo. Fue la misma molestia que sentí cuando habló de Sam la primera vez.

—No he ido en tres años a ese lugar. No voy mucho hacia el sur —comenta Moly —. O al menos no más allá de Zhia.

—Por eso somos tan buenos amigos. Porque nos vemos más seguidos.

—Claro. Bueno, eso y que Ron tiene más edad que nosotros. Creo que es el más viejo de los lobos que conozco.

—¿Qué tanto?

—Ahora debe tener unos cincuenta y tres años. La última vez que lo vi estaba algo... deprimido.

—¿Deprimido? —preguntó Sam.

—Bueno... Ron quería mucho tener una familia, pero hasta la fecha no había logrado encontrar una loba para ser su compañera.

Comenzaba a acostumbrarme a sobrepensar todo lo nuevo para mí. Oír sobre esa bestia lobo que conocería prontamente, me hizo pensar en lo difícil que debía ser su búsqueda por una compañera.

¿Qué tan complicada era la vida para un lobo libre? ¿Y para una bestia promedio?

Mi vida era bastante complicada sin la necesidad de vivir fuera de la casa del amo Reginald. Nunca aspire a ser libre, y mucho menos a tener una pareja.

—Oigan... —todos volteamos a ver a Sam.

Para cuando llegamos a la ciudad, la salud de Sam decayó considerablemente. Jack estaba muy preocupada porque nadie nos ayudaba. De hecho, parecían ignorarnos.

—Maldita sea... —dijo Moly.

—No lo entiendo —dije mirando a la gente.

—Lo había olvidado —continuó Moly —en este lugar no suelen ayudar a otros, mierda. Síganme.

Ayudé a Sam a moverse por el camino mientras seguiamos a Moly. Se veía muy decaído y parecía que en cualquier momento se desplomaría.

A pesar de que Moly no me explicó el por qué las personas nos ignoraban, ver a mi alrededor me dio un indicio de la razón. El lugar lucía bastante pobre; las casas estaban deterioradas, con agujeros en el tejado y ventanas rotas; los habitantes vestían ropa desgastada y parecían desconfiar de otras.

—Tengan cuidado —advirtió Moly —. Este lugar está mucho peor que la última vez que estuve aquí.

Minutos después, un par de niños se nos acercaron, un humano y una bestia. Tenían la cara llena de tierra y sus ropas estaban rotas.

—¡Hola! —saludó el cachorro —. ¿Podrían ayudarnos?

—Papá nos dio dinero para comprar comida y nos la robaron —continuó el niño humano —. Papá nos va a regañar otra vez. Nuestros hermanos nos esperan para comer algo el día de hoy.

—Por favor, ayúdenos.

Jack y yo estuvimos a punto de sacar nuestras bolsas para darle dinero a esos niños cuando Sam volteó y sujetó a un tercer cachorro que no dejó de forcejear hasta que Moly se acercó con una mirada seria y sostuvo a los otros dos niños antes de que huyeran.

—¡Oye, sueltanos! —dijo el pequeño humano —. ¡Suelta a mis hermanos!

—Vaya que tienes agallas para ser tan pequeño —respondió Moly —. Ahora, quiero que le devuelvan el dinero a este par de bobos. Y más les vale que sea rápido si no quieren que me enoje.

Ni Jack ni yo nos dimos cuenta de que el pequeño zorro nos había robado el dinero que teníamos guardado en nuestras bolsas.

—Sorprendente. Yo no logré eso hasta que cumplí diez...

—No es momento, Jack —dijo Sam, sujetando al niño con un poco de dificultad.

—Bien, aquí tienen. Ahora dejen a mis hermanos.

—Muy bien. Ahora, les tengo un trato.

Los niños miraron a Moly con algo de recelo.

—Nuestro amigo se siente mal y no tenemos un lugar en donde descansar. Si ustedes pueden encontrarnos un lugar para quedarnos, les daré cinco lunas a cada uno si lo hacen.

—¡¿Cinco?! —dijeron los tres.

—Sí, cinco a cada uno. ¿Pueden hacerlo?

—Claro que sí —respondió el niño humano, que parecía ser mayor que los demás —. Síganme, los llevaré a casa.

—¿A casa? —preguntó uno de los cachorros.

—Kara sabrá cómo ayudarlos. O papá si regresa hoy.

—Pero...

—Recuerden que papá nos enseñó que debemos ayudar a los forasteros cuando lo necesiten.

Me causó algo de gracia oír eso cuando hacía menos de cinco minutos nos estaban robando a Jack y a mí.

—Ustedes vayan al mercado por lo que pidió Kara y nos vemos en casa.

—Está bien.

Los dos cachorros asintieron y corrieron en dirección al mercado. Mientras, el otro niño nos comenzó a guiar hacia donde estaba su casa. De verdad esperaba que no hubiera problemas para ayudar a Sam.

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