Capítulo XI

—Rita —ella sonrió y yo hice lo mismo. Estaba tan feliz de verla otra vez, que no pude evitar apresurarme para abrazarla. Como era más alto que ella, sus pies se levantaron del suelo y solo se echó a reír.

—Estoy tan feliz de verte, Rex. Me enteré de que ahora vives aquí. ¿Cómo has estado? Tu pelaje se ve más brillante, hasta te ves un poco más robusto —le dio unos golpes suaves a mi estómago. Eso me hizo reír.

Era cierto y lo había notado. Desde que llegué a la casa de la señorita Emily, mi pelaje se había vuelto más suave y hasta había crecido un poco de pelaje nuevo. Tenía que cepillarme constantemente, y el único lugar en donde no creció pelo fue sobre las cicatrices de mi espalda.

Y en cuanto a mi estómago, también había crecido un poco. No tanto como para decir que comía mucho, pero me veía mucho menos delgado que como cuando llegué. Podría decirse que ahora tenía una contextura normal para una bestia de mi tamaño.

—Es verdad —respondí riendo —. He estado muy bien aquí desde el primer día en que llegué.

—Apuesto a que sí.

Estaba seguro de que a ambos se nos hizo nuevo el vernos sonreír. Estábamos felices con nuestro nuevo estilo de vida

—¿Y qué hay de ti? ¿Cómo has estado? ¿Qué pasó contigo después de la subasta?

—No pasó mucho. Me quedé sin trabajo después de eso y el hombre ordenó que limpiara su casa en el testamento —levantó los hombros, restándole importancia al asunto —. Encontré algunas cosas que pensé te gustaría quedarte. Es todo lo que pude rescatar sin que lo notaran.

—¿Robaste estas cosas?

—El nos robó mucho más que esto. Supongo que no le importará que nos quedemos con algunas de "nuestras" cosas.

—¿Nuestras?

Rita tomó el bolso que tenía en su hombro y me lo ofreció.

Tenía miedo de ver en su interior. Temía encontrar algo como lo que había en la caja.

—Ven —colgué el bolso en mi hombro y la sujeté de la mano con suavidad —. Vamos adentro.

La guié hacia el segundo piso, a mi habitación.

—Es muy bonita —me miró con una sonrisa —. Tienes el lugar que mereces.

Volví a mirar el bolso y lo dejé sobre la cama.

Antes de abrirlo, necesitaba romper la promesa que yo mismo me hice.

Saqué la caja de su lugar y la puse frente a ella.

—¿Habías visto esto? —ella miró la caja fijamente —. La señorita Emily me la entregó cuando llegué aquí. Dentro hay... cosas.

No sabía cómo llamarlas exactamente.

—Dentro habían cosas de... ¿mis padres? ¿Sabes algo de eso? —me miró con tristeza.

—¿Danna nunca te dijo nada? —me sorprendí.

Ya en la nota se había declarado que Danna sabía mi origen, pero ella nunca me dijo nada.

Rita sí lo hizo. Danna se lo había contado un mes antes de que muriera, pero le pidió guardar el secreto, que ella me lo diría.

—El señor Reginald contrató a Danna para criarte, pero él no esperaba que ella te amara tanto como lo hizo. Dijo que muchas veces había amenazado con despedirla, pero ella sabía que no lo haría, porque él no se ocuparía de ti.

—Danna...

—Rex, ella te amó de verdad. Nunca dudes de eso, ella siempre fue...

—Mi madre... lo sé.

—Lo que hay dentro de esa caja, son pertenencias que tus padres quisieron que te entregaran algun día, pero el hombre le prohibió a Danna hacerlo —no dije nada —. Ella de verdad esperaba que algún día fueras libre y que pudieras conocerlos.

—No creo que eso vaya a pasar...

—¿Tienes miedo?

Siempre tenía miedo.

—No conozco nada del exterior. No creo que llegue muy lejos.

Rita me mostró una sonrisa compasiva antes de abrir el bolso y buscar algo en su interior. Luego de unos segundos, pareció encontrarlo.

—Encontré esto entre las cosas del señor Reginald cuando limpiaba su habitación —me enseñó un sobre —. Cuando te animes a salir, quizás podrías ir ahí.

No abrí el sobre de inmediato. Rita comenzó a sacar cosas que no había visto desde que era un cachorro. Mas de una de esas cosas me sacó una sonrisa.

Eran cosas con recuerdos felices.

—A pesar de ser un infierno con el amo, hubieron momentos felices.

—Y ahora los podrás tener cada día, Rex. Disfruta de esta oportunidad para hacer lo que quieras, para ir y venir a donde quieras, para estar con quien quieras —su sonrisa me hizo sentir algo extraño —. Vi a una loba por los alrededores. Es muy bonita —sentí calor en mi rostro.

—Le desagrado...

—Entonces cambia eso.

—Soy... ni siquiera puedo hablar bien con ella —rio por lo bajo —. Debe creer que soy un idiota cobarde.

—No lo eres. Puedes demostrarle eso, Rex. Yo sé que sí.

Ya no quería hablar sobre ese asunto.

—Y dime, Rita. ¿Tú qué harás? —su sonrisa triste me preocupó.

—Me voy a casa. Después de tanto tiempo sin ver a mi familia, volveré a casa.

—Entiendo.

Una vez me dijo que su familia vivía del otro lado del mar. Eso solo significaba una cosa.

—Entonces, ¿esto es un adiós? ¿Para siempre?

—No estoy segura. Realmente no tengo un plan. Quizás regrese algún día, o quizás me quede allá.

—Entiendo.

Rita se sorprendió de ver que me inclinaba hacia ella y la rodeaba con mis brazos.

Siempre había sido pequeña y delgada. El único que había cambiado era yo.

—Solo promete que estarás bien.

—Solo si tú también lo haces.

Ambos nos hicimos la promesa de dar lo mejor de cada uno en nuestra vida.

—Que tengas buena vida, Rita —dije sin deshacer el abrazo.

—Que tengas buena vida, Rex.

El resto de la tarde le mostré la casa, le presenté a Thomas, a Mizzy y a otras bestias. Luego regresamos al invernadero.

—Siempre te gustaron las flores —comentó mientras veía una orquídea —. Es tan bonita.

—Puedes quedártela —volteó a mirarme —. Llévatela.

Levanté la maceta y la puse en sus manos. Se veía algo avergonzada.

—¿Sabes? Creo que debería hacer lo mismo que estas flores. Deberían salir de su zona segura y conocer otros ambientes y saber que estaran bien. De todos modos se marchitarán algún día. Y prefiero que sea en otro lugar —toqué uno de sus pétalos —. Que se marchite o que aprenda a sobrevivir en donde sea que te la lleves.

—Rex...

—Los buscaré. Pero me tomaré mi tiempo para dejar de tenerle miedo al mundo.

Rita sonrió con lágrimas en sus ojos, dejó la maceta sobre la mesa y me abrazó unos minutos.

Al caer la noche, Rita se marchó con la compañía de un hombre que, a simple vista, no parecía una mala persona.

Ella conoció a la señorita Emily antes de irse.

Ninguno de los dos pudo evitar derramar lágrimas durante la despedida.

No nos dijimos "adiós", nos dijimos "hasta luego", con la esperanza de volver a vernos algún día en un futuro lejano.

Nunca más supe de ella. Pero siempre esperaré que se encuentre bien.

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