Capítulo I
Nunca conozcí otra cosa que no fuera el tener las manos encadenadas mientras seguía a alguien a una distancia prudente.
No recordaba la cara de mis padres, pero sí el grito de dolor cuando me arrebataron de los brazos de mi madre.
Suponiendo que era ella.
No recordaba cuándo fue la última vez que sonreí o me sentí a salvo con alguien.
No sabía si algún día dejaría ese lugar. La persona que me había comprado siempre estaba observándome, buscando una razón para castigarme de una u otra forma.
Hace años que había dejado de intentar escapar.
Creo que nunca lo intenté realmente. Pero lo pensé.
Hace años que había dejado de anhelar mi libertad.
Para alguien como yo, era claramente imposible.
Pero, un día solo pasó, mi amo soltó mi cadena y me pidió llamar por ayuda. Se estaba muriendo y solo dependía de mí.
Pensé en correr y abandonarlo por un momento. Pensé en acabar con todo de una vez por todas y matarlo con mis propias manos. Pero también pensé en que algo podía salir mal; en que podría salvarse y castigarme de la peor manera posible. Así que lo ayudé, lo llevaron al hospital y yo me quedé en casa, encadenado como una mascota hasta que regresara.
Como una "buena mascota".
Durante días estuve solo, en la oscuridad, con hambre y frío. Hasta que un hombre llegó y me llevó con él diciendo que era por petición de mi amo.
Nunca olvidaré sus últimas palabras. Aun sabiendo que moriría pronto, fue tan cruel como cuando lo conocí siendo tan solo un cachorro.
Así había sido siempre. Fue estúpido de mi parte creer que, por las circunstancias, eso podía cambiar.
—Quizás deje de ser tu amo. Pero no olvides que eres un sirviente. Terminarás siendo vendido al que le apetezca comprarte para su conveniencia, y no serás más que una simple e inmunda mascota que nunca podrá deshacerse de sus cadenas, porque tu especie solo vive para eso y para nada más. ¿Te quedó claro?
—Sí, amo —respondí mirando al piso. Tenía miedo de ver sus ojos. Le tenía mucho miedo.
—Luego de que yo muera, serás subastado junto con mis otras pertenencias. Y solo Dios sabe si te tocará alguien igual o peor que yo.
Con eso último, fue suficiente como para que me hiciera sentir terror. Aun más miedo sobre mi futuro. Si él ya había sido un hombre horrible, ¿cómo sería la persona que me compraría?
Cuando al fin murió, me obligaron a ir a su funeral. A todos nos hacían eso y no entendía porqué. Así como tampoco entendía el porqué siempre llorábamos.
Quizás era por el mismo miedo a nuestro futuro. O quizás era porque de alguna retorcida manera, formábamos un lazo con nuestros amos.
La verdad es que no conocía a muchas otras bestias, ni mucho menos a otra persona que nos vieran como a iguales.
—Camina, bestia —me dijo el hombre que me llevaría al estrado para ofrecerme en la subasta.
Se notaba que había hecho eso antes.
—Adiós, Rex —me dijo Rita, la sirvienta del amo.
—Adiós, Rita. Que tengas buena vida.
De verdad esperaba eso. Que al menos uno de los dos tuviera una buena vida.
Ella había sido mi única amiga en ese lugar. Pero siempre nos metíamos en problemas cuando el amo nos veía cruzar palabra alguna. A ella la regañaba, y a mi me castigaba.
Siempre era así.
—¡Nuestro décimo objeto de la tarde es esta bestia! —anunciaron apenas me subieron al estrado —¡Una bestia lobo de tan solo veintiséis años, anteriormente hacía todo lo que le pedía su amo. No es agresiva, tiene todas sus vacunas al día, es obediente, no está castrado, es fuerte y hábil en todas las tareas! ¡¿Les parece comenzar la subasta con cincuenta Lunas?! ¡No olviden que una bestia lobo es una rareza!
Fue una buena forma de decir que valía menos que una mesa de centro.
Vi a varios interesados en mí. Muchos murmuraban cosas con la persona que tenían al lado. Me asustaba pensar en quién podría ser mi próximo amo.
—¡Cincuenta! —dieron la primera oferta. Un hombre de vestimenta bastante elegante.
—Setenta —dijo otro.
—Ciento veinte —otro.
—Ciento ochenta —y otro.
—Doscientos veinte—y otro.
—¡Doscientas veinte Lunas a la una, a las dos...!
—Cuatrocientas Lunas —todos voltearon a mirar a la chica que apenas venía entrando.
Yo también lo hice.
—Señorita, ¿segura que quiere pagar tanto por una bestia? —la chica comenzó a acercarse.
—¿Quién pagaría tanto por una bestia como esa? —oí un murmullo —. Yo no pagaría más de doscientos. Se ve prometedor, pero sabiendo su procedencia, debe tener unos cuantos traumas que podrían devaluarlo.
—Además de lo flaca y débil que se ve... no me sorprendería que enfermara o muriera dentro de poco.
—Pagaré cuatrocientas lunas por esta bestia —repitió —. ¿Alguien quiere pagar más? —de nuevo los murmullos —¿Y bien?
—No pagaré más por una bestia.
—Que se la quede.
—No vale tanto.
—Bien. ¡Cuatrocientas lunas a la una! ¡Cuatrocientas lunas a las dos! y... ¡Cuatrocientas lunas a las tres! ¡vendido en Cuatrocientas lunas a la señorita...!
—Rodson, Emily Rodson.
—¡Vendido en Cuatrocientas lunas a la señorita Emily Rodson! Haga el favor de pasar a la sala para firmar el papeleo por la compra. Lleven a la bestia a la sala de ventas hasta que todo esté hecho.
De nuevo estaba solo en una habitación vacía. No dejaba de pensar en qué clase de amo sería esa chica.
No parecía ser mayor que yo, pero eso no me tranquilizaba en lo absoluto. Sabía que los humanos podían ser crueles en cualquier momento de sus vidas.
—Ya deja de pensar —me dije en un susurro quebrado. Apenas audible hasta para mí —. Él tenía razón. Solo eres una mascota, nada más.
No pasaron ni treinta minutos cuando la puerta se abrió dejando pasar a mi nuevo amo y a un par de hombres que traían una caja de madera, un juego de llaves y un bozal que mi amo solía obligarme a usar cuando invitaba gente a la casa.
Siempre decía que era por seguridad. Aunque nunca lo entendí realmente.
—Esto es todo lo que la bestia trae. Si gusta colocarle el bozal antes de salir...
—No será necesario —interrumpió ella —. Dejaré esa cosa aquí y me llevaré lo demás.
—Nuestro protocolo dicta...
—Conozco bien el protocolo, señor. Pero no le colocaré esa cosa. ¿Los haría sentir bien si lo mantengo con su cadena hasta salir de aquí?
—No olvide que es un animal.
—No por eso lo trataré como basura —le sonrió a los hombres, sujetó mis cadenas e hizo que me levantara —. Ahora me retiro con él.
Caminamos en silencio todo el tiempo hasta llegar a su transporte.
Parecía no importarle manchar sus delicadas manos con las cadenas. Entonces las soltó y me "invitó a subir".
—¿Cómo te sientes? —nunca supe si la miré sorprendido o asustado al oírla hablar tan suavemente. No se parecía en nada a la chica que estaba frente a esos hombres que me vendieron —. Fue una gran actuación, ¿no?
—Yo...
"¡Habla como se debe! ¡sin tartamudear!"
—Sí, estoy bien —respondí algo alterado.
—¿Sabes? En todos los papeles que tuve que firmar, no vi tu nombre. El hombre solo escribió "bestia lobo" en donde debiera ir tu nombre.
—Puede llamarme como quiera, señorita —dije sin dejar de mirar mis cadenas.
Ahora le pertenecía, podía hacer lo que se le diera la gana.
—¿Tienes algún nombre? —la miré confundido —. Si puedo llamarte como quiera, quiero llamarte por tu nombre.
—Yo... me llamo Rex, señorita —ella sonrió.
Me sentí extraño. Incómodo.
—Es un gusto conocerte, Rex. Mi nombre es Emily Rodson, espero que te guste tu nuevo hogar.
Era la primera vez que oía esa palabra. ¿Qué era realmente eso de "hogar"?
Cuando el transporte se detuvo, vi por la ventanilla una gran casa, en medio del campo. Vi a varias bestias caminar por ahí, hacer trabajos en el jardín delantero, limpiando parte de la casa. Aunque me pareció extraño verlos, no entendía por que está mujer tenía tantas bestias a su servicio.
"¿Porqué tantas?", no dejaba de pregúntamelo.
—Bienvenida, señorita Emily —saludó una bestia oso.
Era extraño. Se veía genuinamente feliz de verla.
—¿Tuvo un viaje tranquilo? —preguntó otra bestia gato mientras la ayudaba a bajar.
—¡Señorita Emily! —un par de cachorros corrieron hacia ella hasta abrazar sus piernas. No entendía nada.
—Gracias por recibirme, Ursa. El viaje estuvo sin novedades, Gan. ¿Cómo han estado, Miky, Aska?
—¿Es verdad que traerá a otra bestia? —preguntó uno de los pequeños.
—Así es, Aska.
Todos comenzaron a acercarse.
No dejaba de estar asustado.
—Chicos, él es Rex, el nuevo integrante de esta familia. Sean buenos con él y ayúdenlo en lo que puedan, por favor. Su amo murió hace poco y me gustaría que sintiera este como su nuevo hogar.
—¡Waw! ¡eres un lobo! —dijo uno de los cachorros.
—Son bastante raros hoy en día.
—¿De qué familia vienes?
—Apuesto a que...
Todos guardaron silencio cuando vieron las cadenas y los grilletes en mis muñecas una vez que bajé del transporte.
—Déjame ayudarte con eso —sacó el juego de llaves y abrió las cerraduras —Gan, deshaste de esto, por favor.
—Enseguida, señorita.
—No lo entiendo —dije confundido.
—En esta casa no hay cadenas, Rex. Aquí no tengo sirvientes ni mascotas. Ellos son mi familia y pueden hacer lo que quieran con sus vidas —dos bestias abrieron las puertas hacia el exterior —. Aquí eres libre de hacer lo que quieras. Incluso irte a donde se te plazca.
Miré sorprendido el exterior. ¿De verdad podía hacer todo eso? ¿De verdad podía ser libre?
¿De verdad?
—¿Qué dices, Rex? —volví a mirarla, a ella y a mi alrededor —¿Qué quieres hacer?
¿Qué quería hacer?
¿Qué quería? Desde ese momento supe que me tomaría tiempo descubrirlo. Quizás demasiado tiempo.
Tenía muchas preguntas y muchos sentimientos que no sabía lo que eran realmente. No sabía nada.
Todo era nuevo.
—¿Así se siente? —todos me miraron en silencio.
—¿Qué cosa? —preguntó ella.
—¿Sentirse a salvo? —ella me sonrió con calidez y tomó mi mano. Pude ver lágrimas en sus ojos.
¿Porqué?
—Sí, Rex. Así se siente. Y estás a salvo de ahora en adelante.
Eso me hizo llorar de inmediato.
No tuve miedo de eso.
Y nadie me castigó por ello.
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