Un pastelito nada más


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Daeron era pragmático, no iría por la capital vistiendo su traje, necesitaba otra cosa, así que le pidió a Forja que le consiguiera una ropa más de chico trabajador, unos pantaloncillos, botas y un saco con muchos bolsillos además de una gorra donde ocultar su trenza platinada. Puesto que era amante de los libros y revistas, su opción más viable fue ir a trabajar a una imprenta. No le tuvo miedo al trabajo rudo, además, la imprenta a donde entró era grande, un crío Omega pasaría desapercibido entre las enormes máquinas trabajando todo el tiempo y el lugar apestando a tinta y pegamento.

Ayudaba a un Maestro, como le decían a los más expertos en la materia, era un anciano de lentes redondos que hacían ver sus ojos saltones y ridículos, pero que podía distinguir entre una copia mal hecha y otra cuando los demás no notaban nada. Daeron acomodaba materiales, organizaba los pedidos, cargaba con algunos paquetes, le mostraba las pruebas al Maestro y limpiaba las máquinas luego de ser usadas. Al principio, sus manos se llenaron de llagas, pero con el tiempo aprendieron a resistir el trabajo duro. Si se quedaba unas horas más, ganaba un extra que servía muy bien para los medicamentos de su madre.

Si no llovía o el tiempo era bueno, evitaba tomar el carruaje de pasajeros, caminando para ahorrar otro poco. Eso mismo hacía con sus alimentos, Forja le ponía su almuerzo, así no gastaba en comprar comida, teniendo un poco de reserva para un día comprarse uno de esos pastelitos de una pastelería nueva que abrieron cerca de la imprenta, frente a un parque. Se decía que era un lugar con los mejores chefs pasteleros, el precio de sus productos así lo confirmaba. Tuvo que hacer auténticos ahorros para lograr comprarse uno solo en uno de los recesos en la imprenta, casi corriendo emocionado a comprar su rebanada de pastel relleno de durazno y nuez.

Esa felicidad de tener en sus manos algo tan exquisito le duró poco, al salir de la pastelería otros cachorros le empujaron simplemente por maldad, tirándolo a la avenida entre sus carcajadas. Nobles Alfas de ropas elegantes que estallaron en risas cuando un carruaje pasó por encima de su pastelito que tantos sacrificios le había costado pagar. Daeron se levantó del suelo sucio, apretando sus labios al sacudir sus ropas manchadas de lodo, también se había raspado sus palmas y rodillas además de su mentón. Apretó sus puños, queriendo darse media vuelta y tumbarles sus colmillos, pero no podía hacer eso porque le pegarían, lo castigarían por ser Omega, así que solo apretó sus labios, alejándose de ahí con los cachorros burlándose a sus espaldas.

—¡Eso, Omega! ¡Aquí no perteneces!

—¡Buuuuuuuuu!

—¡Apestas a pobre! ¡Ja, ja, ja, ja!

No iba a llorar, no lo haría, solo caminó al parque buscando la primera fuente que encontró para lavarse con el ceño fruncido. También se lavó sus rodillas, sintiendo que veía algo borroso, por lo que se talló con fuerza sus ojos, revisando que ya no tuviera más heridas que limpiar. Estaba por terminar de quitarse el lodo y lavar su cara justo en el momento en que una voz suave le habló.

—Um, ¿hola?

Cerró sus ojos con fastidio por unos segundos, porque el aroma de su interlocutor gritó Alfa. ¿Cuántos Alfas iba a tener que soportar ese día? Ya bastante aguantaba en la imprenta. Se giró para toparse con un chico en un uniforme de esos de escuelas exclusivas para hijos de nobles, que le tendió otro de esos pastelitos con ojos bien abiertos.

—Lamento lo que esos niños te hicieron, son mis compañeros, pero no mis amigos. No me gustan esa clase de amistades.

Daeron recordó al acto las indicaciones de sus hermanos mayores, bajándose la gorra como su mirada, apenas si notando los cabellos castaños y ojos verdes del otro cachorro, sin levantar las manos para tomar ese regalo de un desconocido.

—Por favor —insistió el Alfa adinerado.

—Estoy bien.

—Eso fue grosero, no fue correcto, perdiste tu pastelito por su culpa.

—¿Y tú por qué quieres darme uno si no tienes nada que ver?

Aquello había sido muy grosero, pero Daeron se sintió de malas, como si estuviera recibiendo una limosna y si algo le dolía mucho era eso, recibir limosnas. Toda su vida lo había pasado allá en Oldtown, siempre esperando por la compasión de otros porque no tenían nada. El extraño chico se le acercó, levantando otro poco el pastelito.

—Porque hay que recompensar las injusticias, mi tutor dice que un Alfa que se comporta como ellos, solo trae desgracias. Los auténticos caballeros no hacen distinciones.

Daeron bufó. —¿Eres un caballero?

—Lo seré si me esfuerzo. ¿Por favor?

Tenía hambre, así que por el bienestar de su estómago en aras de poder trabajar mejor, aceptó el pastelito, sentándose a la orilla de la fuente junto con el otro cachorro que lo miró atento, sonriendo al verlo morder ese postre.

—¿Te gusta?

—Es mi sabor favorito.

—¿Estás mejor?

—Sí, gracias. No quise ser grosero, pero... ¿tú no quieres un poco?

El muchachito negó. —Es para ti.

—Bueno.

Pareció sentirse mejor después de terminarse el pastelito, todavía le dolían las rodillas y las palmas de sus manos, pero no como al principio. Descuidándose, Daeron levantó su mirada, topándose con los ojos verdes de ese Alfa cuya sonrisa se extendió en su rostro al hacer eso, teniendo el atrevimiento de acercarse a él, para ofrecerle ahora un pañuelo.

—Tus manos.

Estaban un poco manchadas de betún blanco, Daeron se sonrojó por semejante desliz, madre siempre decía que la limpieza era la mayor elegancia. Tomó el pañuelo, limpiándose antes de caer en la cuenta de que ahora había manchado la prenda de alguien más, un noble Alfa, nada menos.

—Oh, lo siento...

—Está bien, te lo obsequio, yo tengo demasiados —rió el otro jovencito— Eres un Omega muy bonito, um, es decir, no quiero ser grosero. No debí decir eso... ¿podríamos...?

Las campanadas igual que en el cuento de Cenicienta, le recordaron a Daeron que era hora de volver al trabajo, levantándose en el acto.

—No puedo, tengo que regresar. Gracias.

—¡Oye...!

No escuchó lo que quisiera decirle aquel extraño caballeroso, corrió aprisa para no llegar tarde. Pasarían unos días antes de que volviera a topárselo, fue sin pensarlo, había ido al parque a tomar sus alimentos porque notó los patos del lago y les convidó migajas de su pan. Así lo encontró de nuevo aquel chico, que corrió emocionado al verlo.

—¡Hola!

—Hola.

—Qué bueno has vuelto.

—¿Vuelto?

—Sí, a este parque, quería... solo quería conocerte más.

—¿Por qué? —Daeron frunció su ceño, ese cachorro Alfa era raro.

—¿Por qué no?

—Yo soy un ayudante de imprenta, por si no lo has notado.

—Sí me di cuenta de que no estudias... es decir, no estoy...

—No puedo, mi madre está demasiado enferma y sus medicamentos son caros.

Iba a decirle que no todos habían nacido en una familia noble, pero se sintió mal de solo pensarlo. El muchachito se sentó a su lado, sacando de su mochila un paquete envuelto en papel que le tendió.

—Reservé mi almuerzo, bueno, lo he estado haciendo desde que nos conocimos esperando que te volviera a encontrar.

—¿Te has quedado sin almuerzo por mí?

El Alfa se encogió de hombros, tendiéndole como aquel pastelito ese almuerzo que olía más que delicioso. Daeron se lo pensó, no sintió que fuese algo grave, así que lo recibió, dividiendo todo para darle su mitad a su alegre compañero de almuerzo.

—Podemos compartir.

—¡De acuerdo!

Así nació una extraña amistad o encuentros amistosos. Daeron iba al parque donde lo esperaba ese muchachito, platicaban de las nubes, de los libros, de los pastelitos que le compraba de cuando en cuando, de los castigos en casa, de los circos... de muchas cosas en esos breves momentos de descanso que tenía antes de que las campanadas una vez más rompieran con su sueño, volviendo a la dura realidad, despidiéndose de aquel noble Alfa de uniforme escolar. Alguien completamente diferente a un compañero de la imprenta, un Beta llamado Holt que siempre lo molestaba cada que podía al verlo regresar tan emocionado.

No le contó a nadie de esos encuentros, porque no lo consideró algo relevante, no sabía su nombre ni el otro chico el suyo, solo estaban compartiendo un momento en el parque. Eso se dijo muchas veces. Daeron era demasiado joven para notar lo bien que se sentía en compañía de ese educado Alfa en ciernes. Más de una vez su madre tuvo que llamarle la atención al encontrarlo distraído, o recibir un coscorrón de Aegon por no escuchar. Uno de esos encuentros, tuvo algo diferente, el otro jovencito platicaba con él cuando un Alfa ya grande de canas y vestido más o menos como Forja, pero mucho más elegante, se les acercó, inclinándose sobre su amo.

—Alteza Joffrey, es demasiado tarde.

Daeron se quedó con su sonrisa congelada, como si algún ser mágico lo hubiera hechizado, viendo alejarse a su compañero de almuerzo que subió a un carruaje con el escudo de los Velaryon. Sintió algo muy feo en su pecho, que se desgarraba, todo alrededor se hizo frío, los sonidos perdieron fuerza y tuvo muchísimas ganas de llorar. Aquel dulce y encantador chico Alfa era nada menos que un Velaryon, el hijo de la princesa Rhaenyra, su media hermana. Después de unos largos minutos ahí cual estatua, se levantó con calma y regresó a la imprenta antes de las campanadas, arrastrando los pies.

—¡HEY, OMEGA!

Los Omegas no peleaban, decía su madre con el ceño fruncido, pero en esos momentos, cuando Holt vino a empujarlo, haciéndolo caer sobre su trasero, Daeron estalló. Se le lanzó con un gruñido, repartiéndole cuantos golpes pudo darle con lágrimas en los ojos, cayendo encima del chico Beta quien gritó por ayuda al no poder quitárselo.

—¡DEJA DE BURLARTE DE MÍ! ¡YA NO QUIERO QUE TE BURLES DE MÍ!

Si se lo dijo a Holt o a Joffrey, no estuvo seguro, lloró entre gruñidos, sus puños manchándose de sangre igual que su nariz al recibir golpes de defensa hasta que el Maestro vino a separarlos, dándoles de varazos en sus traseros por igual. Por castigo, Daeron tuvo que quedarse a limpiar más máquinas junto con Holt, ambos con labios partidos un ojo morado y despeinados. Ninguno de los dos habló mientras terminaban su penitencia, luego quedándose sentados en el suelo muy cansados porque las tintas habían sido muy difíciles de retirar.

—Lo siento, Dylan —el Beta se disculpó luego de un rato— Ya me arrepentí ¿vale?

—No quise pegarte —también se disculpó, sorbiendo su nariz— Lo siento.

—¿Amigos? —Holt le tendió su mano con una sonrisa torcida.

—Amigos.

Esa fue otra amistad inusitada, luego de esa pelea, Holt y él parecieron inseparables. Claro que Forja tuvo que mentir diciendo que se había resbalado del carruaje al volver del supuesto colegio donde estaba tomando clases al regresar con la cara pinta. No mintió, si les dijo a sus hermanos que se había peleado con Holt pero que ya habían fumado la pipa de la paz, no les habló sobre el príncipe Velaryon, de todas formas no tenía caso porque se propuso nunca más volver al parque ni a la pastelería. Ese dolor en su pecho fue menguando con el paso de los días, si bien cuando Helaena le traía un pastelito no podía evitar recordar a Joffrey y su amabilidad.

—Dylan, ve con Holt a entregar este paquete del periódico vespertino, olvidaron llevarlo.

—Sí, Maestro.

—Usen la bicicleta o tardarán.

La entrega fue cerca del centro, como Holt era buenísimo pedaleando y esquivando carruajes, llegaron pronto al local de periódicos y revistas, el dueño les obsequió un caramelo, decidiendo volver a pie en lo que lo comían, haciendo bromas tanto que Daeron estaba de pronto carcajeándose. Dio un empujón a Holt, quien lo empujó de vuelta y de pronto ya se pasaban los brazos por los hombros haciéndose caras. Un gruñido Alfa los separó, topándose de frente con nada menos que Joffrey Velaryon, un príncipe que tenía la frente perlada de sudor por haber corrido hasta alcanzarlos.

—Pastelito —le llamó así con un jadeo.

—¿Quién es este niño rico? —murmuró Holt sorprendido.

—¡Tú no te le acerques!

—¿Y quién me lo va a impedir? ¿Tú?

Daeron no entendió, asustado de que esos dos comenzaron a provocarse. Holt lo puso detrás de él, gesto que enfadó al principito, mostrando sus colmillos.

—Déjalo.

—Oblígame, dandi.

—¡Holt!

Este escupió al suelo el caramelo restante en su boca antes de lanzarle tremendo puñetazo a Joffrey, el Alfa respondiendo con la misma ferocidad en una pelea que hizo a los demás alejarse, señalándolos con ceño fruncido. Daeron abrió sus ojos, si la policía los veía, le echarían la culpa a Holt aunque el otro hubiese sido el causante, así que tiró la bicicleta queriendo separarlos, pero un brazo de su amigo lo envió sin querer al suelo, cayendo de costado con un quejido por el golpe tan brusco. Un nuevo rugido del príncipe Velaryon anunció un pequeño dominio Alfa brotando, cambiando la riña a un forcejeo salvaje en el suelo.

—¡No! —Daeron miró alrededor, de pronto sin ideas— ¡Deténganse!

Inesperadamente, el campeón fue Joffrey quien se puso de pie con un labio sangrando, manchando su impecable uniforme y la acera. Daeron también se levantó, corriendo hacia Holt pero siendo detenido por una mano fuerte que lo tironeó de vuelta.

—¡No!

—¿Cuál es tu maldito problema? —exclamó, intentando zafarse— ¡Suéltame!

—¡Tú eres mío!

Era demasiado joven para controlarse, así que cuando ese Alfa lo reclamó de forma tan inesperada, Daeron no supo reaccionar, congelándose de nuevo y abriendo sus ojos tanto como pudo, estremeciéndose ante ese dominio que golpeó su nariz. Vio el rostro rojo por la rabia del príncipe sin entender qué estaba pasando. Solo pudo gemir, sin despegar la vista de Joffrey que le pareció más alto o fueron sus rodillas queriendo vencerse, notando que los ojos del Alfa estaban demasiado cerca de los suyos. Daeron contuvo la respiración cuando unos labios se estamparon contra los suyos con un ligero sabor metálico a sangre.


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Daeron bebé.

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