Un buen estudiante
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Daeron estuvo cabizbajo pese a que las cosas lucían más prometedoras para todos ellos. Era por mero recuerdo de su madre. Había estado observando a un cachorrito jugando con su madre en el parque a donde fue con Forja para caminar un poco, y recordó cuando Alicent jugaba con él pese a haber estado en cama el día anterior, todavía con el rostro pálido y ojeroso, más sonriéndole igual que si nada sucediera. La extrañó en esos momentos, así que anduvo suspirando por la casa, a veces limpiándose una lágrima a escondidas. Algo que le ayudó a estar de mejor humor fueron las cartas que Joffrey le enviaba con Tyraxes, leerlas le traía una sonrisa al rostro, recordándose ser feliz para honrar la memoria de quien le diera vida.
También fue que extrañaba montones a su hermano Aemond, con todo y sus regaños, era con quien luego estudiaba, ya no andaban juntos ni sostenía su mano al ir de compras siempre dándole lecciones de todas las cosas que él sabía porque decía que un Omega inculto era un Omega que podía ser embaucado fácil. Su ausencia también golpeó su tierno corazón, andando taciturno por las habitaciones, obedeciendo prácticamente en silencio cualquier orden de Aegon o de Helaena. El primero notó su comportamiento tan sumiso, buscándolo en su recámara para saber qué le sucedía.
—¿Te sientes mal?
—No, lo siento, no quería preocuparte.
—Sabes que cuentas con nosotros, Daeron.
—Es solo que... —apretó sus labios, sintiendo que sus ojos se humedecían— Es que extraño mucho a mamá... y a Aemond.
—Oh, hermanito, es normal sentirse así.
—Yo no quiero ser una carga para ustedes, por ser así.
—¿Así cómo?
—Débil.
—Jamás lo has sido ni lo serás —Aegon negó, abrazándolo y besando sus cabellos— ¿Qué tal si vamos a la librería? Y de ahí pasamos por unas golosinas.
—Bueno.
Al regresar, Forja les tenía una noticia que los puso como locos, Aemond quería verlos, había pedido que fueran a una dirección donde se reunirían. Daeron hasta se puso nervioso al arreglarse para la cena que tendrían con él, pidiéndole al mayordomo Alfa que le ayudara con su sombrero y guantes porque no podía ponérselos de la emoción. Cregan llevaría a Helaena, así que tomaron su carruaje -porque ya tenían uno muy bonito- removiéndose en sus asientos por la emoción de ver luego de tanto tiempo a su hermano. Esperaron por su hermana, quien casi saltó del carruaje al llegar, un restaurante de esos a los que jamás se habían parado porque eran muy caros y exclusivos.
—Suerte —los animó Lord Stark, él se quedaría porque era algo entre hermanos.
Forja los acompañó, subiendo las escaleras alfombradas, ese pasillo que parecía arrancando de algún palacio y luego, las mesas vacías, solo una estaba arreglada, donde se encontraba Aemond. Todos gritaron su nombre al mismo tiempo, corriendo hacia él. Daeron lo admiró desencajado, porque se veía increíble. Quien sabe qué tanto le habían dado allá en aquel lejano palacio, su hermano lucía diferente, con un porte elegante mucho más del que tenía. El cachorro no pudo evitar sollozar de alegría cuando fue su turno de abrazarlo, estampándose en su pecho.
—¡Hermano! ¡Hermano! ¡Nos has hecho mucha falta!
Aemond le dio un fuerte apretón, besando su sien y acariciando su espalda al mecerlo un poco, nunca pensó que su aroma le haría tan bien el olfatearlo, no queriendo soltarlo más.
—Yo también los extrañé, hermanito.
Luego de saludarse, incluyendo a Forja, Aemond les presentó su acompañante, una mujer que a leguas se notaba tan brava como su hermano, la Dama Vhagar. Tenía una mirada penetrante, y no hablaba mucho. Fueron invitados por ella a sentarse para que les sirvieran la cena, todos ya más contentos, Aegon siendo quien comentara sobre el aspecto de su perdido hermano con sus bromas habituales mientras probaban unos platillos que en la vida Daeron había comido, notando de nuevo que Aemond sí los conocía e incluso sabía muy bien qué cubierto usar, platicando con ellos de sus días mientras no estuvo en casa.
—¿Qué sucede? —le preguntó este al sentir su mirada.
—Nada —Daeron sacudió su cabeza— Es que luces más...
—Raro —terminó Aegon con una risa— Quiero decir, muy bien. La comida está buena en el palacio de Marcaderiva por lo que veo. Estás más rosadito.
—Sería una ingratitud quejarme, me han tratado mejor de lo que esperaba.
—Parece que no todo es tan malo con los Velaryon —comentó Helaena.
—Al menos no en comparación con nuestra media hermana.
—Oh, demonio —Aegon bufó, tomando un largo trago de vino— Ni me lo recuerdes, tenemos ese lío de la herencia sobre las cabezas.
—Yo no entiendo por qué tanta pelea —Helaena miró a todos— Es que nunca fuimos importantes, ¿y de repente ahora así?
—Lo he pensado, tengo una teoría.
—Quisiera escucharla, Aegon.
—Pues bien, Aemond, se supone que Rhaenyra estaba en el testamento de padre ¿no es así? Era su heredera, la única. Luego, de pronto ya no lo es porque padre se casó de nuevo y aunque no hubo una boda religiosa para cumplir con todo el jodido requisito para ser de la nobleza, si existió la unión civil, la que pesa en este momento porque aunque nuestra media hermana se revuelque todo lo que quiera, mamá fue la esposa legítima de Lord Targaryen.
—Continúa.
—El tío Gwayne sospecha que padre nos puso en su testamento y debe ser verdad donde se nos aparecen esos dos buitres.
—¿Dos? —Helaena parpadeó.
—Daemon y Rhaenyra —asintió Aemond un poco más serio— Los otros herederos de padre.
—Seis herederos en total, según las reglas, nuestro tío solo debiera contentarse con su parte al ser el hermano pequeño... PERO —Aegon torció su boca— Es el único Alfa Targaryen. Ahora, eso no le basta, quien se convierta en el heredero de Lord Targaryen tiene que poseer forzosamente la mayoría de la herencia.
—¿Es decir que somos como unas rebanadas de pastel? —Daeron parpadeó, haciendo reír a su hermano mayor.
—Una excelente metáfora. Sí, somos seis rebanadas y quien se lleva el premio es quien junte más rebanadas. Nuestra media hermana está jugando la carta de no presentación para nosotros de modo que nuestras rebanadas queden sin dueño y ella pueda tomarlas. Nuestro tío, por otra parte, sabe que si de pronto se nos da la ambición, tenemos derecho legal a reclamar nuestras partes, así que intenta quedárselas antes de que se nos prenda el foco y lo hagamos.
—Matrimonio —afirmó Aemond con disgusto.
—O muerte.
Helaena jadeó, abriendo sus ojos. —¿Todo por la herencia?
—Es el poder de la corona, hermana, y eso es demasiada tentación. Suficiente para aplastarnos o forzarnos —Aegon arqueó una ceja, bajando su voz— Pero ahora me doy cuenta de que ni Daemon ni Rhaenyra previeron algo.
—¿Qué?
Su hermano mayor señaló a Aemond. —Rhaenys Velaryon. La otra contendiente. Está por amasar todas las rebanadas con la mejor jugada, si este tonto se casa con su nieto heredero, es natural que tendrá no solo la parte de Aemond, sino las nuestras pues por lealtad, estaríamos del lado de nuestro hermano. Y la madre de nuestro próximo cuñado, no tendría más remedio que dimitir en favor de su hijo. En otras palabras, la princesa viuda ha planeado esto no solo para robar por completo el poder a los Targaryen, hará de Aemond el heredero final de padre.
—Estás loco —su hermano jadeó, desconcertado— Yo no... su heredero, no.
—Bueno, he escuchado de mis clientas que padre no fue alguien... con carácter —comentó Helaena— Si las cosas que se cuentan de nuestro tío son ciertas, puede ser que por ello crea que él debe ser el nuevo Lord Targaryen.
—Solo que le ha aparecido un Aemond en el camino.
—Aegon... cállate, porque si has dicho bien sobre matrimonio, tú o Daeron son blancos libres.
—¡¿Yo?! —eso ofendió a Daeron por algún motivo muy ajeno a casarse con un pariente que jamás había visto, más bien era el solo pensar que no vería a Joffrey.
—Sobre mi cadáver —gruñó Aegon— Y no me pondrá un dedo encima.
—Tienen que cuidarse, todos, en serio —pidió Aemond— Hasta que esto no se resuelva, están en riesgo.
—¿Y...? —Daeron se atrevió, relamiéndose sus labios— ¿Y si nos casáramos con ellos? ¿No sería cómo neutralizar todo?
Se le escapó el pensamiento, poniéndose rojo hasta las orejas cuando sus tres hermanos lo miraron como si le hubieran salido más cabezas de repente. De suerte que lo tomaron como una broma de cachorro, riéndose de la propuesta que había dicho sin pensar más de corazón. No tenía nada de malo, al menos para él, el unirse en matrimonio con Joffrey, si Aegon lo hacía con el príncipe Jacaerys, el asunto de la herencia ya no estaría en manos de su media hermana o ese tío tan distante pero malo, sería entre los hermanos y si había aprendido bien sus lecciones, entonces por orden de nacimiento, Aegon sería el heredero.
Claro que eso era soñar mucho, así que agradeció que los otros lo olvidaran tan pronto como lo escucharon, prefiriendo hacer planes para cuidarse, otra cosa que no le gustó mucho a Daeron, porque implicó que ya no podría salir tan libremente de casa y verse con Joffrey. Sí tuvo miedo, pues Aegon dijo cosas feas del tío Daemon, asustándolo de solo pensar que se lo quisiera robar cuando solo era un cachorrito. O peor, que intentara quitarle la vida nada más por tener su rebanada de pastel Targaryen.
Hablaron de otras cosas, de la tienda de Helaena, su boda, de las presentaciones que haría Aegon en el teatro allá en el muelle, de los exámenes que presentaría Daeron y la búsqueda del colegio al que entraría. Tuvo una duda, mirando a Aemond, ya terminada la cena.
—¿Ya no te podremos ver otra vez?
Aemond se quedó en silencio, sin saber qué decir, fue la Dama Vhagar quien se adelantó haciéndole una reverencia que se sintió bien pero raro.
—Su Alteza tiene cosas por hacer, pero si sus hermanos lo desean, siempre podemos agendar otra cena para ustedes. Además, no hay ningún impedimento para que le escriban.
—¡Entonces te escribiré!
Despedirse fue derramar otras lágrimas, al menos estaban más tranquilos sabiendo que su hermano estaba muy bien y allá en el palacio nada le sucedería. Aemond le pidió a Lord Stark que cuidara de todos ellos, igual que a Forja. Daeron pensó en pedirle ayuda a Holt, después de todo, una pandilla también era algo de cuidado y quizás eran más peligrosos que cualquier sirviente del tío Daemon. Esas cosas las estuvo pensando mucho los siguientes días mientras estudiaba, mirando al ventana de su estudio que daba a la calle.
—¿Señorito? —Forja se sentó a su lado— Espero no esté planeando cosas malas.
—Tú dijiste que no hay cosas malas.
—Eso fue una malinterpretación conveniente de su parte. ¿Qué es lo que está pensando?
—Quizás... quizás podríamos tener un poquito de vigilancia, en caso de que hagan algo.
—¿Vigilancia? ¿De quién sí puede saberse?
—De Holt.
—Oh —el Alfa alzó ambas cejas— Pandilla.
—Es bueno ¿no? Nadie esperaría eso.
—A veces creo que el señorito es demasiado atrevido para su edad.
—¿Qué te parece, Forja?
—Por otro lado, es un buen plan. ¿Esa vigilancia tendría un costo?
—No lo sé, tendría que preguntarle a Holt.
—Será algo que haremos luego, tiene exámenes que presentar, señorito. ¿Repasamos?
Fue en su librería favorita donde Daeron probaría de ese peligro del que habían comentado en la cena. Estaba eligiendo una novela que leer, cuando notó que alguien del otro lado del estante lo observaba muy atento, era un Alfa alto y fornido que fingía estar revisando un libro. El cachorro se movió, como si estuviera buscando muy indeciso, fijándose por el rabillo del ojo que ese hombre también caminaba, manteniéndose a la misma distancia. Daeron se dio media vuelta de pronto, corriendo hasta donde se encontraba Forja, abrazándose a él.
—Me están siguiendo —le susurró asustado.
—Venga, señorito.
Tomando la mano del mayordomo, salieron a toda prisa de la librería hacia donde el carruaje. Forja notó que un par de Alfas más adelante estaban esperándolos, impidiendo que llegaran a su transporte, atravesando la calle con el resto de la multitud. Daeron se aferró al costado de Forja, con el miedo aflorando. Otros dos Alfas les cortaron el paso, estaban muy bien vestidos, cual caballeros, pero sus rostros no encajaban con esas ropas.
—Bonito día, ¿no les parece? —saludó uno, clavando su mirada en el cachorro que tembló.
—Demasiado para algunos —respondió Forja.
Los tres hombres que habían estado siguiéndoles los rodearon, formando un círculo alrededor. Daeron miró al mayordomo, tirando de sus ropas. Forja no se alteró, manteniendo la calma pese a que vio a los Alfas llevar una mano debajo de sus chaquetas o a los bolsillos de sus pantalones.
—Cierre los ojos, señorito.
El cachorro lo hizo justo cuando se escucharon gritos, unos disparos y sintió los brazos de Forja rodearlo como protegiéndolo, pero no se movieron de su lugar ni nadie los tocó. Sollozó agazapado bajo el cuerpo del mayordomo, hasta que todo pasó, bastante rápido. Una voz conocida se les acercó, jadeando un poco.
—¿Están bien?
—¡Tío!
Gwayne estaba ahí, algo despeinado con los puños manchados de sangre, un Beta lo acompañaba, Daeron lo recordaba porque era de la gente de confianza de su tío. Forja se irguió junto con él, saludando a Lord Hightower mientras veía esos cinco Alfas tumbados inconscientes y heridos en el suelo.
—Gracias, milord.
—Tenías razón, Forja, vendrían por Daeron primero.
—¿Lord Hightower considerará venir a la Casa de la Alegría?
—No hay más remedio, no los van a tocar, no mientras yo siga respirando. Criston, ¿cómo estás?
—Sabe que siempre me alegra patear traseros, amo —sonrió el Beta, guiñándole un ojo a Daeron.
Criston Cole era, al menos en Oldtown, el mejor peleador y protector de todos. Su madre lo elogiaba y le tenía mucha confianza, sin duda su tío lo había llamado para cuidar de ellos. Era como un Holt cien veces más fiero, la prueba estaba en los tipos en el suelo que la policía ya estaba sujetando mientras su tío los acusaba de intentar secuestrar a su sobrino. Gwayne se alisó sus cabellos y arregló la corbata, tomando la mano del cachorro.
—Bueno, vamos a casa.
—¿Vivirás con nosotros? —Daeron quiso confirmar, emocionado.
—También son mis cachorros.
De momento no pensó en el inconveniente que eso le traería para verse con Joffrey, pero, ellos estarían a salvo. Sería como vivir de nuevo en Oldtown solo que ahora en la capital, cuidándose de quienes envidiaban una rebanadita de pastel que hasta ahora no sabían que tenían. Aegon casi se puso blanco de solo escuchar lo que sucedió, agradeciendo la oportuna intervención de su tío, planeada tiempo atrás con Forja.
—¿Te sientes bien, hermanito?
—Um, sí, no me pasó nada.
—Vamos a cuidar quién entra a esta casa —ordenó Lord Hightower— No quiero a nadie que no sea de confianza.
—Sobre eso, tengo un muchachito excelente para la jardinería, recién es que lo he contratado, milord. Su lealtad es a prueba de todo.
—Sabes que confío en tus elecciones, Forja.
—Gracias, señor.
Ese jardinero sería nada menos que Holt en persona, a quien Daeron saludó con un abrazo a escondidas de su tío.
—¿Vas a cuidarnos?
—Claro, Omega, porque ya vi que no saben hacerlo solos.
—Te quiero, Holt.
—¿Más que al dandi?
—Lo siento, no.
Holt rió, masticando un chicle, antes de tenderle un curioso silbatito. —Esto es para ti, por aquello de las dudas que esos tipos sean más mañosos, hazlo sonar si te encuentras solo y en peligro, te escucharemos.
—¿Escucharemos?
—Seguro, los Sabuesos Pulgosos tenemos un excelente oído.
Daeron sonrió emocionado, después de todo, tenía su encanto eso de vivir aventuras peligrosas solamente por tener el apellido Targaryen.
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Daeron en sus tiempos de ayudante de imprenta.
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