Sueño imposible

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—Mira, Helaena, ¿sabes lo que es?

—Un... um... ¡un avispón verde!

—Muy bien, mi princesa, muy bien.

Otto Hightower sonrió a su nieta, acariciando sus cabellos platinados. Helaena también sonrió, mostrando sus dientes incompletos mientras sostenía la flor donde estaba descansando un avispón. Ambos, abuelo y nieta, compartían esa pasión por los insectos. Otto le había enseñado a su querida cachorra que no se coleccionaban ni se lastimaban, pues como todas las cosas hermosas de la vida, debían ser protegidas y solo admiradas. Así que cada día salían a buscar un nuevo espécimen que iban registrando en una libreta donde el viejo Alfa dibujaba, anotando la información sobre el nuevo inquilino de lo que llamaba su palacio de sueños.

Helaena acarició ese cuaderno de pasta de cuero con una sonrisa nostálgica. Ahora era ella quien hacía los dibujos y anotaba, continuando la labor que su abuelo le heredara al partir. Había sido un día triste, de los muchos que coleccionaba igual que sus dibujos. Otto murió durante la noche, lo enterraron en la tarde con la joven Omega llorándole porque sabía muy en su interior que ya nada sería igual para ella sin su abuelo protegiéndola. Él era quien la amaba mejor que su padre quien cada vez se ausentaba más, el que le decía "mi princesa" porque sabía que su nieta nunca alcanzaría dicho rango pues Lord Targaryen no daba señales de dárselo.

Y fue Otto quien trajera a Forja Fireblood para cuidar de sus cachorros, en especial de su hija que era tan hermosa como ingenua. Solo les quedó ese cariño leal de su mayordomo como recuerdo tenue de la presencia de su abuelo. Ahora tenían que pelear para salir adelante y la contienda estaba en su contra. Helaena, al igual que el resto de sus hermanos, estaba teniendo dificultades para encontrar un buen empleo, luego de la desgracia de aquel baile de Aegon, supo que meterse en las reconocidas tiendas de modistas era una sentencia de muerte. Así que optó por ir a otros sitios no tan glamorosos ni conocidos.

Así fue como entró a trabajar en la tienda de Lady Katherine "Sunset", que se dedicaba en particular a vestidos de gala y trajes de novias. La espigada mujer Beta de una prominente nariz aguileña con arrugas marcadas junto a sus ojos y mejillas, le dio la oportunidad de mostrar sus dotes con la costura, los cuales eran excelentes en buena medida porque Helaena siempre había cosido diferentes tipos de telas y objetos por sus insectos, ya sea hacerles una casita o protegerlos de algún depredador mientras anidaban.

Claro que le encantaba la alta costura, tenía cientos de bocetos con sus ideas, algunas de las cuales vieron la luz del sol porque sus hermanos las vestían. La tienda de Lady Katherine era modesta, tenía varias empleadas aunque no todas entendían sus conceptos porque no poseían una educación como la de Helaena, de ahí que empataran casi enseguida. Ella comenzó primero haciendo trabajos pequeños, hasta que al fin pudo pasar a mostrador, donde realizaba diseños o ajustaba vestidos ya hechos en los finos cuerpos de las damas que renovaban sus conjuntos a la par que se ponían al corriente de todos los chismes que corrían por la capital.

De ahí escuchó cómo la princesa Rhaenyra había retomado su apellido Targaryen luego de enviudar del príncipe Velaryon para tener acceso a la herencia de su enfermo padre, pues si se hubiera mantenido con el apellido de su esposo, entonces Lord Targaryen hubiera tenido que pasarlo todo a su hermano menor. También escuchaba mientras cosía por aquí, ponía alfileres por allá y escribía medidas, de lo hermosa y solicitada que era la princesa.

—Es tan tan bella —decía una de las clientas mientras Helaena le ajustaba la falda— La miras y quedas encantada de inmediato. Sin duda en una Delicia del Reino.

Cuando estaba sola, la joven Omega se miraba en el espejo, algunas veces hasta desnuda, preguntándose por qué ella no era tan bonita como su media hermana. No tenía un cuerpo lindo, ni tampoco lograba verse como Rhaenyra por más que imitara sus peinados o el estilo de sus costosos vestidos. Ella no era ninguna Delicia del Reino, era fea en comparación. Siempre había querido esforzarse en verse hermosa, así quizás su padre escucharía de ella y querría verla.

—Helly —llamó Lady Katherine, pues se había presentado como Helly Dreamfyre— Tenemos una clienta especial. Tú la atenderás.

—Sí, señora.

Les llamaban clienta especial a las futuras novias, era toda una faena trabajar con ellas. Helaena adoraba verlas, tan llenas de vida, emocionadas por su ceremonia en un bellísimo vestido blanco con un ramo adorable. A veces también imaginaba que ella caminaba rumbo al altar de la mano de su abuelo, para casarse con un apuesto príncipe. Pero ya sabía que eso nunca pasaría, como lo afirmó Aegon, ellos no tendrían semejante cosa, no había quién pagara sus dotes, ni tampoco quisiera aceptarlos en sus familias de abolengo. Al igual que sus insectos, eran cosas que solamente podía admirar y dejar ir.

—Lady Stark, ella es Helly, nuestra mejor modista. La dejo en buenas manos.

—Gracias, Lady Katherine.

Lady Sara Stark iba a casarse, deseaba uno de los vestidos diseñados por Helaena quien observó con admiración a la joven Beta. Era bonita, pero tenía un aura de calidez y bondad que hizo que le cayera bien desde el primer instante que la conoció. No eran ciertamente una familia muy adinerada, no llegaban esa clase de clientes a la tienda, pero tampoco era nada despreciable la renta que recibían. Lady Sara escuchó atenta sus opiniones, mostrándole algunos diseños que le irían mejor una vez que tomó medidas.

—Son todos hermosos, Helly, no puedo decidirme.

—Puede imaginarse caminando al altar, piense en qué vestido le gustaría aparecer.

—Oh —la joven sonrió, apuntando a uno— Este, definitivamente.

—Excelente elección, señorita.

—Haces cosas tan increíbles, cuando te cases, todas van a envidiar tu vestido de bodas.

Helaena le sonrió sin que esa sonrisa llegara a su mirada. —Yo nunca me casaré, Lady Sara. Con su permiso, iré por las telas para que las elija.

Cuando regresaba a casa, corría primero a la cocina para que Forja bajara la hinchazón de sus manos con hielo, así su madre no sospecharía que había cosido y remendado sin parar. A veces se quedaba con ella por las noches, si Alicent parecía no estar bien, pues Aegon salía y Aemond como Daeron debían tener sus horas de sueño porque sus jornadas eran las más pesadas. Su madre le miraba con cariño cepillando sus cabellos que luego besaba.

—Mi soñadora, un día todos querrán vestir lo que diseñas, hija.

—Sí, mami.

Lady Sara fue varias veces a la tienda, por las pruebas del vestido como ajustes pequeños, charlando con Helaena de todo en realidad. Era la primera clienta con quien lo hacía, se debía a su carácter amable y sin prejuicios.

—¿Por qué dijiste la otra vez que no te casarías?

—No tengo nada, señorita, ni nombre ni dote ni nada.

—Pero... eso no es impedimento. Alguien podría interesarse.

—Así estoy bien, Lady Sara. ¿Probamos el velo?

Una tarde, cuando la joven dama fue a la última prueba, no llegó sola. Helaena se quedó congelada al ver entrar al más apuesto y gallardo Alfa que sus ojos hubieran visto. Nada menos que el hermano menor de Lady Sara, cabeza de la familia, Lord Cregan Stark. De solo mirarlo, las mejillas de la Omega se tiñeron de rojo y no fue sino hasta que la risa de la joven Sara le recordó donde estaban es que volvió a su realidad.

—Helly, te presento a mi hermano, Cregan. Cregan, ella es mi hada madrina que ha logrado que mi sueño se haga realidad.

—Mucho gusto, señorita —saludó el Alfa con una reverencia, girándose a su hermana— Pues vamos a verlo.

—Traeré el vestido, señorita.

Con el corazón desbocado, Helaena buscó con manos temblorosas la caja con los adornos y el traje, respirando hondo en el pasillo. Cregan Stark era un ensueño, y ahí estaba lo malo. Ella se miró en un espejo, recordando quien era, eso ayudó a que ya no temblara ni tampoco estuviera nerviosa cuando ayudó a Lady Sara a cambiarse, mostrándole el vestido a su hermano quien se quedó boquiabierto.

—Sara... estás deslumbrante. Si ese idiota no te aprecia, le cortaré la cabeza.

—Qué salvaje —bromeó la joven, mirándose y luego alcanzando una mano de Helaena— Todo es gracias a Helly.

El Alfa la miró de lleno, agradeció que no hubiera tan buena luz para que no se notaran sus mejillas rosadas, despidiendo a los hermanos. Lady Sara volvió, queriendo hablar en privado con ella, solo para entregarle una invitación.

—Quiero que vengas a mi boda.

—Señorita, yo no puedo, no soy parte de...

—¡Hiciste mi vestido! Quiero que estés ahí para que lo veas.

—Ya lo he visto lo suficiente.

—Por favor, Helly, ven a mi boda.

Viendo esa bella invitación, supo que debía hablar con la verdad a la noble joven.

—Hay un impedimento, Lady Sara, verá...

Se lo dijo, preparándose para el rechazo que no vino, solo un largo silencio de parte de la chica, luego buscando su mano donde poner la invitación con el ceño fruncido.

—Es mi boda y si yo quiero que estés ahí, ahí estarás.

—Puede tener problemas, no lo haga. Su esposo...

—Si él no me apoya, entonces no es la pareja que necesito.

—Lady Sara, se arriesga demasiado por alguien que no vale la pena.

—¡Lo vales! Nadie que haga cosas tan hermosas puede ser mala persona. Te quiero en mi boda, así que te esperaré ahí.

Eso era ver de nuevo a Cregan Stark, pero también meterse en un gran lío. Lo consultó con Forja, quien también lo meditó mientras terminaba de decorar un pastel para la cena.

—Lady Sara Stark ha probado su nobleza al invitarla pese a saber su verdadera identidad. Nada cambió en ella, entonces debe responder con la misma actitud, señorita.

—¿Y si me reconocen y me rechazan?

—Tengo entendido que los Stark son gente particularmente apegada al honor. Si alguien le hace un desaire, se habrá ganado el desprecio de la familia para siempre.

—No lo sé, Forja.

—Yo digo que necesita mandarse a hacer un vestido.

A su madre le dijo que una amiga ficticia la había invitado a cenar, a sus hermanos les contó la misma mentira porque sabía que ellos se opondrían. Forja compró la tela con su sueldo, Helaena lloró por eso, decidida a no desperdiciar nada. Cuando llegó el día, salió aterrada y emocionada a partes iguales, como la abeja que sale a volar en busca de polen por primera vez. La ceremonia religiosa fue en una iglesia gótica de piedra gris, mientras que la recepción fue en un amplio salón que parecía mucho un templo o esa sensación le dio al entrar. Lady Sara estaba brillante, todos la miraban boquiabiertos o envidiosas, preguntándose quién había creado tan singular vestido.

—Mi amiga —así la presentó la novia, sujetando su mano— Es mi amiga.

—Señorita, ¿podría concederme el honor de esta pieza? —Cregan Stark le ofreció su mano.

Lo cierto es que nadie le prestó atención, que fuese una simple modista sirvió para que algo en las mentes de los invitados la ignoraran más que examinarla, así que pudo disfrutar de ese par de piezas de baile con el hermano de la novia cuyos ojos lobunos no se apartaron de su figura.

—Hoy luce más hermosa que de costumbre, señorita.

—También usted, Lord Stark.

—¿Será posible tutearnos o estoy siendo demasiado grosero?

—Está bien —sonrió Helaena— Podemos hacerlo.

Una vez que se partió el pastel, se retiró con Lady Sara prometiéndole visitarla porque necesitaría más vestidos y además quería invitarla a su nueva casa. Helaena regresó con una enorme sonrisa en el rostro, una rosa que Cregan le regaló y la tibia esperanza de que las cosas podrían ser mejores. Abrazó emocionada a Forja, agradeciéndole una vez más que le hubiera ayudado, contándole sobre la fiesta. Se sintió como antes, cuando le contaba sus sueños a su abuelo Otto, sentada en su regazo.

A la mañana siguiente, fue despertada bruscamente por un periodicazo de su hermano mayor cuya expresión era de total enfado, lanzándole ese ejemplar a la cara, en la página donde estaba una foto de la boda de Lady Sara, una pareja detrás hablando. Cregan y ella. Helaena respiró hondo, armándose de valor.

—No hice nada malo.

—Ser idiota, nada más.

—Tú no entiendes...

—Se burlaron de ti en toda la expresión de la palabra.

—¡No es cierto!

—Cregan Stark está cortejando a Lady Blackwood.

Todo había sido un sueño, uno muy lindo, que terminó justo ahí. La Omega sorbió su nariz, limpiándose sus mejillas viendo hacia su ventana.

—Ya sé que soy la más tonta de los cuatro.

—Helaena...

—No necesitan decirme más.

Aegon iba a decir algo, pero cambió de idea. —Yo ayudaré a Forja con el desayuno, tómate tu tiempo.

Ella no era una princesa, nunca sería la delicia de nadie o una chica que cualquiera desearía como esposa. Tenía que cuidarse más, creer menos en las personas, había olvidado que el círculo social de su padre primero los humillaría antes de ofrecerles su amistad. Luego de llorar otro poco, Helaena se preparó para ir a trabajar. Solo era mediodía y le prometió a su madre enseñarle los nuevos especímenes que había encontrado en la capital. Todavía se le escaparon unas cuantas lágrimas en la tienda, nada que alguien notara, acomodando cajas y rollos de tela al no tener clientes por ser un fin de semana. Se escuchó la campanilla, con unas vocecitas, Lady Katherine saludando apurada, luego corriendo a buscarla, abanicándose como si algo grave hubiera sucedido.

—¡Helly! ¡Deja eso, niña! Tienes que ir al mostrador, por los cielos... estoy temblando.

—¿Sucedió algo?

Lady Sunset la miró fijamente, incrédula, luego riendo casi a punto de desmayarse.

—¡Tienes una clienta como ninguna! Oh, hija, tus vestidos han llegado lejos —la mujer se abanicó de nuevo— ¡La princesa Rhaena Targaryen está aquí para que le hagas un diseño!


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Helaena bebé.

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