Sangre Valyria


**********

Había demasiada sangre.


Aemond jamás había visto tanta sangre, menos provenir de Lucerys.


Gritó.



La risa de Daemon retumbó en su oído, pateándolo en un esfuerzo por liberarse de sus manos, escuchando los gruñidos y jadeos de dos Alfas no muy lejos peleando. Aquel pelirrojo no dejaba de atacar a su prometido, este respondiendo con puñetazos, ambos rodando en el suelo. Una mano trató de callarlo, mordiendo salvajemente esos dedos y dando un cabezazo que le permitió alejarse de esas cajas, cayendo al suelo donde recibió una lluvia de patadas por la furia de Daemon al ser herido. Huesos rotos, estuvo seguro de que tuvo huesos rotos en esos momentos. Miró a ese maldito hombre al ser azotado varias veces contra el piso, recibiendo golpes en su rostro al retorcerse entre rodillazos al seguir con las manos atadas tras la espalda.

Un empellón lo dejó quieto, escupiendo sangre viendo todo demasiado borroso, el aroma de sangre continuaba llegando a su nariz, feromonas Alfa peleando por el dominio. Daemon sujetó sus cabellos, girándolo al ponerlo boca abajo, separando sus piernas y obligándolo a ver el momento en que el pelirrojo cortó el rostro de Lucerys, sus caderas siendo ligeramente levantadas, el sabor de la sangre se combinó con sus lágrimas, llamando al príncipe. Un milagro, todo lo que quería era un milagro. Un silbido, luego su tío aulló, soltándolo para llevarse una mano a un hombro.

Aemond levantó su mirada, no veía de un ojo por lo hinchado, pero alcanzó a distinguir la inigualable silueta de Vhagar. No estaba sola, alguien más venía con ella, saltándole encima al Alfa de cabellos de fuego. Lloró más, aterrado y aliviado, tan solo arrastrándose como deseando alcanzarla. Daemon pasó por encima, trayendo consigo una espada, algo que no pudo competir con el arma de Vhagar ni tampoco con dos armas que ya no pudo distinguir, el mareo entre las heridas y la pérdida de sangre estaban llevándoselo. Hubo peleas, maldiciones, luego un silencio que siguió a la voz de su dama dando órdenes, acercándose a él. Una mano maternal sujetó su rostro, liberando sus manos, abriendo sus ojos para verla.

—V-Vhagar...

—Sshh, estás a salvo.

—Lucerys... por favor...

—Resiste, viene la ayuda.

Cuando despertó estaba en una camilla de hospital con un espantoso dolor por todo el cuerpo que no le respondió, la boca sabiéndole a medicamentos y los rostros de su familia rodeándolo. Quiso mantenerse ecuánime, sereno, pero en cuanto Aegon apareció, no pudo más, rompiendo a llorar asustado de muerte. En su mente seguían apareciendo los recuerdos de Lucerys siendo acuchillado sin parar, golpeado por manos asesinas pese a dar pelea singular, todo porque intentó detener a Daemon, sin importarle el daño que le hicieran. Se sintió cual monstruo, lamentándose sus acciones, el ser tan mal Omega, ahora había alguien entre la vida y la muerte por su culpa.

Lucerys podía morir.

El pensamiento no lo dejaba en paz, sin conciliar el sueño o tener el suficiente apetito. Tenía un tobillo dislocado, una muñeca fracturada además de un par de costillas, moverse por su propia voluntad no sería tan sencillo. Cada día que pasaba, necesitaba saber de su prometido, si es que lo seguía siendo. ¿Qué tal si ahora Rhaenys ya lo odiaba por haber expuesto al peligro a su nieto preferido? Los temores eran demonios crueles, Aemond pasó varias noches atormentados por ellos hasta que Helaena le animó diciendo que visitarían al príncipe.

Tuvo que usar una silla de ruedas, encontrando una tarea titánica el subir en ella, aguantando el dolor al moverse, todo por verlo. Su mente ignoró todo rostro, aroma y obstáculo hasta que vio la camilla donde estaba Lucerys inerte como viera a Viserys en su recámara. Jadeó, alzando una mano que fue a buscar aquella descansando sobre las sábanas, notando que estaba ligeramente fría, su calidez usual no estaba, igual que el aroma al que ya se había acostumbrado. O mejor dicho, que ya era parte de su vida. Los ojos de Aemond fueron llenándose de lágrimas que cayeron al sollozar, de nuevo recordando esa hoja de acero clavándose una y otra vez en el cuerpo del joven Alfa, este arrastrándose hacia él.

—Lo siento —murmuró con voz quebrada, apretando esa mano— Yo no quería... jamás fue mi intención que salieras lastimado. Tú no debías... yo no...

El llanto le impidió continuar, dejando su cabeza contra la orilla de la camilla sin soltar la mano quieta que apretó apenas, levantó su rostro sollozando por esos vendajes en su prometido sobre su ojo izquierdo, las férulas en el resto de su cuerpo. Un daño considerable que nunca debió haber sucedido si hubiese sido un Omega decente, como todos los demás, tranquilo sin meterse en líos por simple orgullo.

—Por favor, vuelve, lo siento mucho, necesito decirte que lo siento mucho. Hubiera preferido que Daemon me lastimara que verte en este estado, habría sido más fácil, si a mi... si yo soy el herido está bien... por favor, Luke, despierta... por favor... ¿por qué tenías que ser tan bueno conmigo?

Le lloró otro poco, tirando apenas de su pijama de hospital, queriendo olfatear su aroma Alfa, dejando que sus propias feromonas llegaran a su nariz buscando que reaccionara, derramando más lágrimas al ver que nada pasaba justo como su padre, tan solo un cuerpo durmiendo sin dar señales de vida. El miedo de perderlo fue tan real, que se sintió tan perdido como el día en que su madre falleció y todos ellos estuvieron desamparados en un abrir y cerrar de ojos. Le pareció una situación similar, el mismo terror, la misma angustia. Aemond tiró apenas de la pijama, mirando ese rostro pálido y amoratado.

—No me importa si ya no sientes nada por mí, si... si ya no vamos a casarnos, pero por favor, regresa... despierta, por favor... lo siento, lo siento, lo siento...

Se quedó ahí hasta que Vhagar entró, debía volver porque era imprudente estar sentado aún por largo tiempo debido a sus heridas. Ella limpió su rostro con un pañuelo suave mientras se calmaba, mirándolo con la firmeza tan imperturbable que la caracterizaba durante unos segundos, pero recibiendo un beso en su frente de su parte.

—No pierdas las esperanzas.

Acarició el brazo de Lucerys antes de marcharse, sintiéndose terriblemente agotado por el llanto anterior, aunque más sereno pues al menos ya lo había visto en persona y de cierta forma le había confesado lo que estaba pensando en esos instantes. Rhaenys solo le ofreció un apretoncito de hombro cuando salieron de la habitación, con Forja ayudando a Vhagar en el camino de regreso, Aemond silencioso, con la mirada perdida. El cansancio por fin lo venció al recostarse, durmiendo varias horas antes de despertar con más hambre.

—¿Aegon?

—Está arreglando unos asuntos —respondió Lord Hightower.

Por la expresión de Helaena supo que esos asuntos sin duda eran algo relacionado con lo que le había sucedido. Aunque luego tenía pesadillas donde revivía aquel ataque en el viejo almacén, escuchar a Forja comunicarle sobre la mejoría en la salud de Lucerys lo animó. Pronto ya no fue necesario que siguiera en el hospital, era mejor continuar su recuperación en casa en un ambiente más tranquilo, los médicos recomendaron eso para evitarle más estrés que estaba siendo contraproducente. Ahí fue donde se reencontró con Rhaenys, quien lo llevaría de vuelta a Marcaderiva.

—¿Puedo regresar?

—Aemond, querido, ¿por qué no habrías de hacerlo?

—Lucerys...

—Si despierta y no estás en el palacio, irá a buscarte así sea el rincón más inhóspito del mundo.

Se despidió de su tío y hermana, ya era capaz de andar sostenido del brazo de Vhagar. Cuando llegaron al palacio, los recibió una llorosa y avergonzada Rhaena quien inclinó su cabeza ante él como disculpándose por las acciones de su padre. Aemond observó sus ojos hinchados por el llanto, su aspecto descuidado seguramente por estar en vigilia esperando por las noticias. De ser alguien más, sin duda habría descargado su enojo contra ella, después de todo era la hija del hombre que lo había lastimado, todo lo que hizo fue abrazarla lo mejor que pudo, ofreciendo una débil y cansada sonrisa.

—Ya no llores.

—Perdóname, fue horrible, yo...

—Tú no hiciste nada.

—Aemond...

—Pero puedes hacer algo, digamos ayudarme a entrar.

Como si hubiera corrido por todo el reino sin descansar, apenas si tocó la cama se quedó dormido. El médico de los Velaryon estuvo con él, revisando sus heridas, quitando las férulas y vendajes cuando terminó de sanar, ordenando que de momento continuara usando la silla de ruedas, para no afectar su salud. Un fastidio para cuando los días fueron transcurriendo, pasando sus horas junto a Rhaena, contándole sobre la idea de su hermana de crear uniformes para su compañía, o enterándose por la princesa de que tanto Daeron como Joffrey estaban en el palacio de la reina sanos y salvos.

—Siempre quiso vivir en un palacio —bromeó apenas sobre su hermanito.

—Va a despertar, no desesperes.

Aemond luego se quedaba mirando por la ventana por largo tiempo como si esperara que de pronto apareciera su prometido caminando en el horizonte, igual que la aria de Madame Butterfly, buscándolo con los nombres estúpidos que le daba de cariño, él se escondería por maldad haciendo que le llamara más desesperado hasta salir al fin, corriendo a sus brazos. Talló sus mejillas al sentirlas húmedas, apretando luego sus manos en puños sobre las rodillas, sin despegar la vista del paisaje al otro lado.

Era gracioso que él, quien siempre se ufanó de no caer en los típicos comportamientos Omega, ahora estuviera en el agobio por volver a ver a su Alfa. Sus recuerdos de cachorro siendo molestado por otros niños esperando que se sometiera lo había llevado a ser todo lo opuesto a su casta, recibiendo tan solo una mirada cariñosa de Alicent al regresar con un labio partido o completamente despeinado con el vestido hecho jirones por haberse peleado. Aemond se había jurado no ser débil, no caer en las conductas que terminarían convirtiéndolo en el esclavo dócil de alguien más al grado de no medir sus acciones.

Recordó a Lucerys, todas esas sonrisas bobas, la manera en que sus rizos se sacudían al rodar por el pasto al tumbarse como si fuese un perrito amaestrado, sus ojos abriéndose sorprendidos porque él hiciera algo en particular. La expresión orgullosa que le daba desde el otro lado del salón de baile al intimidar alguno de los invitados que había osado corregirle algo. Su forma de reír tan cantarina, mirándolo atento al contarle sobre sus sueños y las cosas que pensaba lograr más adelante. Esas manos gruesas, de piel endurecida por entrenamientos marciales, unas ligeras marcas más claras de cicatrices dejadas por accidentes, su aroma Alfa que no era invasivo ni agresivo, que le daba tranquilidad.

Aemond jaló aire, sacudiendo su cabeza, todo lo que se había jurado no hacer estaba cumpliéndolo al pie de la letra justo ahí, con el corazón doliéndole por la espera de cada día obteniendo la misma respuesta sobre el estado de su prometido, deseando poder regresar en el tiempo y corregir sus acciones para que Lucerys no estuviera en una camilla sin moverse ni reaccionar, sin haber perdido un ojo o tener el cuerpo molido a cuchilladas. Su dama le trajo un poco de té, observándola detenidamente, pese a que también recibió heridas, nunca estuvo en camilla como Arrax, no era la clase de Beta normal, no era una persona ordinaria.

—¿Vhagar?

—¿Sí, Alteza?

—¿Cómo es que sabes manejar armas? Eso no es muy propio de una dama de compañía.

—Tampoco que un Omega lleve un cuchillo escondido en sus faldones, pero henos aquí.

—Es en serio —Aemond frunció apenas su ceño— ¿Por qué sabes pelear así?

—Es parte de mi deber.

—¿Ah?

—Alteza —Vhagar señaló hacia la ventana.

Un carruaje se vislumbró a la distancia, reconociendo luego que era el de la princesa Rhaenys. Ella no volvía sino hasta la noche, apenas era mediodía cuando los caballos blancos aparecieron trotando a buen ritmo, acercándose más y más. Aemond abrió sus ojos de par en par, algo en su interior le dijo que ella no llegaba sola. Pareció como si un rayo lo golpeara, llenándolo de golpe con una fuerza súbita, una energía que lo hizo saltar de la silla para correr a la entrada.

—¡ALTEZA!

Casi resbaló al doblar por una esquina, esquivando un sirviente o un mueble, sus pies descalzos sonando contra el pulido piso o las alfombras hasta llegar a las puertas que se abrieron, bajando los escalones tan aprisa que le dolieron los talones. No le importó, sus ojos estaban clavados en el carruaje deteniéndose, Arrax en su uniforme de lacayo bajando para abrir tranquilamente la portezuela, ayudando a bajar primero a una sonriente Meleys, luego esta ofreciendo su mano a Rhaenys, ambas esperando a una cansada Rhaenyra. Finalmente, alguien más bajó más despacio, socorrido por el resto.

—¡LUKE! ¡LUKE! ¡LUKE!

Este levantó al acto su rostro todavía pálido, sonriendo de oreja a oreja al verlo correr hacia él, de no haber tenido una pizca de sensatez, habría abrazado al joven Alfa de un salto por la alegría que le embargó el verlo ahí, de pie, vivo. Aemond logró contenerse, tan solo sujetándolo delicadamente de sus brazos, mirando con tristeza el parche que ahora llevaba, el agotamiento todavía presente en su persona que no le restó su comportamiento tonto.

—¿Me extrañaste?

Hubiera querido gruñirle como era su costumbre, solo que ahora su única respuesta fue un beso, sujetando el rostro del asombrado príncipe al hacerlo. Rhaenys alzó ambas cejas, conteniendo una risa al girarse hacia Rhaenyra quien no supo cómo reaccionar. Lucerys abrazó al intrépido Omega con el brazo bueno, que no llevaba la férula, disfrutando del beso, riendo divertido al separarse, admirando el rostro de Aemond quien para no ver los demás rostros extrañados de semejante despliegue de emoción, escondió el suyo en el cuello del joven Alfa, aspirando su aroma una vez más, tan fuerte y vivo como siempre. Lucerys rió, besando sus cabellos medio sueltos en su trenza floja, hablando contra ellos.

—¿Lo ves, madre? Tal vez he perdido un ojo, pero he ganado un dragón.


**********

Aemond recibiendo a Lucerys del hospital.

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