Ruiseñor solitario


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Burlar la vigilancia de Forja no fue sencillo, ese Alfa tenía en las venas un instinto sobrenatural para percibir el peligro o cuando quería verle la cara, pero Aegon se las ingenió para que creyera que solamente iría a conocer los alrededores para saber qué cosa estaba cerca y cuál no, pues era información valiosa al tener que valerse por sí mismos. Más o menos funcionó la mentira a medias porque sí tenía algo de verdad, solo que su meta fue ir hacia donde los teatros donde pensaba pedir trabajo. Desafortunadamente, había un ligero detalle al momento de presentarse y decir que tenía una voz digna de una ópera.

—¿Quién lo recomienda?

—¿Posee un padrino en el medio?

—Necesita un Alfa que responda por usted.

—¿Carta de recomendación?

—No me sirve un papel de un tutor cualquiera afirmando que sabe cantar.

De ir presentándose como un Targaryen, cambió a Hightower conforme iba saliendo de cada una de los teatros y compañías, con una sonrisa de confianza que fue perdiéndose conforme los rechazos se sumaron uno tras otro para el final del día. Podía ser lindo, pero nada servía en un lugar que requería que tuviese un padre presente o un tutor legal de casta Alfa respondiendo por él, pues era Omega y por sí solo no tenía oportunidad. No al menos en ese tipo de sitios.

Había otro barrio, más cuestionable por el tipo de clientela tan variopinta como portadora de ciertas reputaciones en donde sería bienvenido. Aegon lo pensó mucho, negándose a ir, dejando de lado esa opción, todavía faltaban las escuelas, ahí podría entrar, se dijo, aunque la paga no era tan buena como en un espectáculo. Volviendo a casa a pie dado que no era mucha la distancia y el paisaje era agradable, alisó su capa y acomodó su sombrero para echar a andar. Siempre habría otro mañana y las cosas mejorarían.

—¡Ahí viene!

—¡Sí, es ella!

Gente comenzó a agruparse en la esquina donde se había detenido para cruzar, frunciendo el ceño al ver tanta emoción por algo o alguien. Del otro lado estaban en las mismas condiciones, de hecho toda esa avenida de pronto se atiborró de personas emocionadas por ver pasar un carruaje que hizo su digna aparición, hermosos corceles blancos que trotaban altivos llevando ese elegante carruaje con un escudo en la portezuela. Aegon se quedó quieto y muy serio, pues era nada menos que el escudo de la Casa Targaryen.

—¡PRINCESA RHAENYRA!

—¡ALTEZA!

—¡VIVA LA PRINCESA!

—¡ALTEZA! ¡ALTEZA!

—¡LARGA VIDA A LA DELICIA DEL REINO!

Solo vio una mano de piel lechosa y enguantada asomarse por debajo de la cortinilla saludando a la gente que sonrió y aplaudió, deseándole lo mejor. Aegon miró a todos luego al carruaje que pasó cerca de ellos. La hija predilecta... la única hija de Lord Viserys Targaryen. Ellos no existían, nunca subirían a un carruaje de los Targaryen ni la gente les aplaudiría como a ella, la esposa viuda del príncipe Velaryon. Era tan amada que nadie hablaba de sus tres grandes errores, unos hijos que a leguas en nada se parecían a su padre, el difunto Laenor Velaryon, pero todos excusaban diciendo que eran de rasgos de su abuela paterna.

—Bastardos —murmuró Aegon, abriéndose paso regresar a casa.

Para cuando alcanzó la puerta de su piso, estaba sonriente y alegre de nuevo, saludando a su madre con un sonoro beso en su mejilla al sentarse a su lado en la salita donde reposaba, sobando esas frágiles manos cuya frialdad no le gustó.

—¿Cómo estás, mamá?

—Mejor, hijo, dime ¿te ha gustado la capital?

—Creo que tiene excelentes museos, aunque no me dio tiempo de recorrerlos todos.

—Pensé que estarías atorado en las tiendas de música —sonrió Alicent, acomodando los cabellos de su hijo.

—Eso luego.

—Mi niño —su madre suspiró, palmeando una de sus manos— Cariño, tengo una buena noticia.

—¿Ah, sí?

—Le escribí a viejas amigas que solía visitar aquí. Volvimos a entablar una plática y me ayudarán contigo. O mejor dicho, con tu baile de presentación, ya es hora, mi amor.

Aegon apretó sus labios. —Mamá...

—Estamos preparando todo, nos prestarán un salón en el centro. Ya le pedí a tu hermana que te ayude a elegir un lindo vestido.

—Pero... no es necesario.

—Debiste tenerlo antes de que dejáramos Oldtown, pero ¿qué mejor que aquí en la capital? Sin duda no faltarán los guapos invitados que pelearán por una pieza de baile contigo.

—No creo que sean tan así.

—Anda, hijo, ve con Helaena, verás como todo será hermoso igual que tú.

No quiso contrariarla, porque su salud estaba de por medio, más no estaba muy emocionado con esa idea. Claro, él era de fiestas y socializar, le encantaba ser parte de multitudes, más tenía sus reservas con todo el asunto familiar. Helaena lo llevó a unas tiendas donde estuvieron entretenidos, no solo eligiendo lo que llevaría esa noche, también sus hermanos. De pronto, antes de que se dieran cuenta, ese baile se hizo importante, teniéndolos distraídos con las pruebas y arreglando todo lo relacionado sobre las decoraciones del salón, la cena y el arreglo de mesas. No conocían a los invitados, pero al parecer su madre sí, haciendo un diagrama de cómo sentarlos acorde a sus rangos.

Se enviaron las invitaciones mientras Aegon se admiraba frente al espejo, un alivio frente a los siguientes rechazos que tuvo, no solo él, sus hermanos también estaban encontrando contratiempos para hallar un buen empleo por el asunto de sus apellidos. Nadie con un nombre tan importante pediría un oficio tan pobre, y de hacerlo, era necesario documentos que ni su padre firmaría en la vida ni tampoco su tío, primero los desheredaba por andar intentando trabajar como personas comunes y corrientes. Era una ironía, podrían tener una vida digna aunque pobre, más no se les permitía porque tenían un apellido importante que aportaba nada a su situación.

—Mi hermoso hijo —Alicent sonrió al ayudarlo a vestirse la noche de su baile, con lágrimas de orgullo en sus temblorosos ojos— Estoy tan orgullosa de ti, Aegon.

—Yo tengo el honor de que seas mi madre.

—El carruaje está listo -anunció Forja.

Todos estaban muy elegantes, dignos Hightower. Cuando llegaron al salón, se les hizo un tanto extraño que no hubiera más carruajes en fila esperando por sus amos, todo lucía muy callado. Pensaron que habían llegado demasiado temprano en las costumbres de la capital. Una nerviosa mujer envuelta en un caro abrigo esperaba por Alicent, llevándola a un pasillo mientras ellos entraban al salón que había quedado hermoso con las rosas y las decoraciones que Helaena diseñó. Pero no había nadie ocupando las mesas. Cuando su madre regresó, supieron la razón.

Alicent resistió las lágrimas, sentándose junto a ellos en la mesa donde estaban esperando consternados.

—Y-Yo... lo siento... lo siento mucho, es mi culpa.

—¿Madre?

Sollozando, ella negó con fuerza. —No van a venir. Por mí... una condesa le comentó a una marquesa o algo así y los que iban a asistir al baile declinaron justo antes de la hora... porque se trata de mí y de mis hijos...

Cuatro rostros quedaron serios con Alicent rompiendo en llanto. Helaena se puso de pie, abrazándola con cariño. Aemond parecía que iba a asesinar al primer ser humano que cruzara la puerta, mientras que Daeron imitó a su madre, tomando una servilleta de la mesa para limpiarse. Aegon sonrió entre lágrimas, mirando su lindo vestido verde esmeralda con encajes negros que su hermana había ajustado y arreglado para que su figura resaltara, ese abanico de plumas tan suave y elegante con su perfume favorito.

—Tengo una idea —habló de pronto, rompiendo con el ambiente triste— ¿Por qué no vamos a cenar?

—Aegon, perdóname, es mi culpa —lloró su madre en los brazos de su Helaena— Si hubiera sido una buena esposa, no los habría hecho Omegas ni... hubiera cometido el error de haberme enamorado de su padre... enójate conmigo, hijo. Yo les traje esta desgracia.

Quiso llorar, pero había hecho eso tiempo atrás cuando le pedía a Forja que le vistiera el trajecito más lindo que tuviera en su clóset porque su padre vendría a visitarlo en su cumpleaños. Un sueño de cachorrito aplastado por la dura realidad de no ver un carruaje aparecer por las puertas ni un mensaje o un regalo. Entonces echaba a correr a su cama a esconderse bajo los peluches y almohadas que empapaba con sus lágrimas porque Lord Targaryen no lo quería. Jamás lo hizo. Aegon sonrió aunque sus labios temblaron, levantándose.

—Vamos, quiero cenar algo.

Besó el rostro de su madre que limpió después con un pañuelo como si ella fuese una cachorrita, ayudándola a ponerse de pie para dejar ese sitio tan solitario que fue testigo de una humillación más. Forja preguntó al chofer por un restaurante donde pudieran cenar tranquilos, llevándolos a un sitio menos sobrio. Entraron con rostros serios queriendo ser alegres. El mayordomo los ayudó a sentarse, pidiendo una botella de vino que él mismo destapó y sirvió, brindando por ellos, porque siguieran siempre juntos los cinco.

—Somos como una estrella —observó Daeron con sus ojos un poco hinchados.

Rieron, se hicieron bromas como lo hacían en casa, nadie comentó más del baile ni tampoco lo harían días más adelante. Aegon se los prohibió. No sería el primero ni el último Omega en no tener un estúpido baile de presentación, así que no pasaba nada. Cuando regresaron del restaurante y dejaron a su madre profundamente dormida en su recámara, fueron a la salita a sentarse en silencio por un largo rato, escuchando solo el crepitar de las llamas en la chimenea que observaron por largo rato.

—Nunca vamos a casarnos —Aegon no estaba sugiriendo, con la vista en el fuego— Nadie en su sano juicio pedirá nuestras manos, entre más pronto lo aceptemos, estaremos mejor. Tenemos que seguir con el plan, trabajaremos, tendremos nuestro propio dinero y nos compraremos todas las cosas que queramos. Y cenaremos de vez en cuando en elegantes restaurantes sin que nadie nos diga qué hacer.

Hubo un silencio de aceptación, seguido de un asentimiento lento de tres cabezas al mismo tiempo. De pretender otra cosa, pasaría lo mismo que con el baile, serían rechazados, despreciados socialmente y ya estaban cansados de eso. Era mejor aceptar que no tenían nada y así comenzarían a labrarse algo propio.

—Tampoco podemos usar nuestros apellidos —comentó Aemond— No nos sirven de nada, después de todo.

—Falsos, a donde iremos a trabajar no les importará.

Eso lo dijo Aegon más pensando para sí mismo, pues al otro día, luego de vender ese lindo traje esmeralda, sus pies lo llevaron hacia el barrio de los teatros del pueblo, donde la gente ya no era tan honesta o pulcra. Preguntó por el teatro que necesitara cantantes, entrando a uno llamado la Calle de Seda que administraba un Alfa rechonchete de mal genio con cabellos rojizos y un rostro cacarizo llamado Domarius.

—¿Cantas? —lo inspeccionó de arriba abajo— ¿Sabes bailar?

—Sí, también.

—Vamos a probarlo, sígueme.

Hizo su prueba en un escenario de madera vieja con un teatro que apestaba a vino y otras cosas no tan decentes. Domarius lo escuchó, alzó sus pobladas cejas masticando tabaco, luego llamó a su ayudante, un escuálido hombrecillo con cara de rata.

—Ya tenemos cantante, que le midan para los trajes.

—Sí, señor.

—Llena mi teatro y te daré un extra, mostrar más piel puede ser una buena forma de hacerlo —sugirió con cierta malicia el Alfa— ¿Cómo dijiste que te llamabas?

-—om Tanglebeard.

—Bien, Tom, creo que tendrás futuro en La Calle de Seda, serás nuestro lindo ruiseñor de las noches.

—Gracias, señor Domarius.

El camino de regreso se le hizo pesado, con un nudo en la garganta, no era cómo se había visualizado, pero ahí nadie iba a dejarlo plantado por ser Omega o un hijo despreciado por un Alfa de sangre noble. Domarius le dio su nombre artístico: la Perla del Reino, en una clara alusión y mofa de la Delicia del Reino. Así eran en esos barrios. De cierta forma, tenían algo en común al ser gente igualmente despreciada, por lo menos los consolaría de sus penas por unas horas con sus encantos y su voz, recibiendo monedas de ellos.

¿Qué importaba lo que eso haría a su reputación?

—Cómo si alguien fuese a enamorarse de mí —gruñó, tallándose una lágrima, empujando la puerta de una pastelería.

Apareció en casa con su sonrisa usual cargando una caja con pastelitos para la hora del té, entregándolos a Forja quien clavó sus ojos de Alfa en las orillas manchadas de su vestido.

—Ese lodo no es de las calles del centro -olfateó.

Aegon tragó saliva, sujetando con todas sus fuerzas las manos del mayordomo a quien miró con súplica.

—Madre es todo lo que importa, Forja, por favor, no le digas nada -susurró con su voz temblando.

—Ella quiere lo mejor para ustedes.

—Pero eso no es posible, Forja, eso nunca será para nosotros... déjanos tener al menos esto. Por favor, al menos esto.

—Iré por ti, no es discusión, siempre te recogeré o no hay más salidas.

Lo abrazó agradecido, llamando luego a sus hermanos para cenar, buscando a su madre canturreando alegre al darle un cariñoso abrazo. Alicent se sorprendió de su buen humor, sonriendo muy contenta de verlo así y no triste como pensó que estaría por el desaire.

—¿Qué ha sucedido, mi niño?

—Nada, o mejor dicho sí, descubrí una florería que hace hermosos arreglos. Te compraré uno para que te acompañe cuando no esté.

—¿A dónde irás?

—¿A dónde más? Quiero ver obras de la capital.

Alicent rió cansada, acariciando su mejilla. —Pero no tantas cariño, también debes reunirte con otros Omegas de tu edad, conocer amistades.

—De acuerdo, no tantas obras, socializar.

—Te amo, Aegon.

—Y yo te amo con todo mi corazón, madre.

¿Quién necesitaba a los Targaryen cuando la Perla del Reino era ovacionada por ebrios, obreros cansados de sus vidas, ladrones, prostitutas y morbosos queriendo deleitarse con el cuerpo de un Omega que cantaba como un ruiseñor por las noches?


**********

Huevito disfrazado para cantar en el teatro la Calle de Seda.

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