Los tres ríos
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La alegría que desbordaba toda la compañía de La Calle de Seda era contagiosa para Aegon, casi olvidando el peligro sobre su persona, ya le había advertido a Domarius del tema, por si acaso de repente veían gente sospechosa colándose en los vestidores mientras daban las funciones en el teatro del muelle. Él, mientras tanto, ensayó y se preparó para su espectáculo, el principal en el programa general. Todos querían volver a escuchar a la Perla del Reino, al menos las dos primeras semanas estaban agotadas las entradas, lo que les permitió renovar vestuario y tener mejores maquillajes.
Por supuesto que Helaena no se iba a quedar de manos cruzadas sin hacerle sus trajes, Aegon no había levantado esa prohibición a sus hermanos de asistir a tales lugares, así que su hermana pidió a cambio el poder crearle todos los trajes que usaría esas noches. Con sus máscaras y pelucas preparadas, salió a dar su mejor esfuerzo, olvidando por esas horas que la familia Targaryen deseaba lo peor para él al convertirse en un estorbo en su camino al poder. Los aplausos, flores lanzadas además de más monedas lo distrajeron lo suficiente, terminando cansado y emocionado sus primeras presentaciones que gozaron de ovaciones calurosas.
—¡Te aman, mi ruiseñor!
—Aman a La Calle de Seda, Domarius.
—¡Anda, sal de nuevo, sigue recibiendo sus aplausos!
Estaba alegre por sus hermanos, Helaena sería Lady Stark, tendría un hermoso y antiguo castillo donde mandar, viviría para su tienda como su Alfa. Aemond sin duda encajaría muy bien en aquel palacio de mármol siendo un refinado consorte, igual no era lo ideal para él, pero en sus circunstancias más valía tener esa clase de respaldo. Daeron podría estudiar lo que quisiera y no tendría problemas para conseguir un pretendiente si llegaba a pensar en eso. A él realmente le daba igual el que dijeran que era un Omega sucio por trabajar ahí, al que tocaban manos desconocidas cada noche. No importaba, lo ayudaba un poco a no estar siendo acosado.
Con el ataque a Daeron, se volvió un poco más receloso, fijándose bien en quienes se le acercaban en el teatro. Ya no quiso que Forja lo siguiera acompañando, prefiriendo que permaneciera con sus dos hermanos y su tío en la casa, él tendría a Criston Cole como un guardaespaldas, eso bastaba. Sin tener de qué preocuparse conforme las noches iban pasando, Aegon tuvo más confianza, dando por sentado que a él no iban a molestarlo porque de todos los Omegas Targaryen, era el peor para ser elegible, estaba manchado ante la sociedad, lo cual era bueno para hacer más por sus hermanos menores.
Si acaso algo le molestó, no mucho, era nada más un pensamiento recurrente en su mente, era el ya no ver a Jacaerys. Luego de haberle gritado, ya no supo más de él, así que aceptó el hecho de que desaparecía de su vida, tanto por el miedo a su madre como su reputación cuestionable. Dolía un poco, nada fuera del otro mundo. Solo era un Alfa que ya no deseó hacer un esfuerzo mayor por él. Lo tomó de la forma más madura posible, concentrándose en dar lo mejor de sí en cada noche entre rechiflas y aplausos de rostros alegres de verlo bailar y cantar.
—¿Qué presentarás esta noche?
—Oh, es una pieza nueva que recién leí, pocos la han estrenado. Estaremos a la vanguardia parisina.
—Sabes que confío en ti, Tom.
—Y no te defraudaré, Domarius.
El teatro estuvo lleno como siempre, todas las miradas en él cuando empezó a cantar, los aplausos vinieron en los coros, él yendo de un lado a otro del escenario, coqueteando con el público, divirtiéndose como siempre. Ya había adquirido la costumbre de mirar de vez en cuando hacia donde Cole, ahí oculto entre bambalinas observando todo, con ello estando seguro para continuar con su espectáculo. Aegon giró su rostro en una pausa, notando que su guardián fruncía el ceño, llevándose una mano de inmediato a su saco, haciéndole una seña para que se tirara al suelo.
Alguien gritó, otros más lo hicieron, el ambiente se llenó de aromas a miedo y confusión al escucharse un disparo seguido de otro más cerca del Omega quien se encogió en el suelo. Sabía las instrucciones en un caso así, por lo que no perdió tiempo en arrastrarse y correr a gatas lejos del escenario sin preguntar ni mirar atrás cuando el caos se desató. Domarius casi lo tiró al suelo, protegiéndolo en un abrazo al llevarlo lejos, gritándole a los demás que se resguardaran.
—¡Larguémonos de aquí!
Una pelea estaba llevándose a cabo al tiempo que ellos buscaban con el resto del público como ponerse a salvo, saliendo disparados hacia una calle ancha en una estampida de personas. Aegon miró por encima de su hombro, un grupo de hombres con máscaras también salía, no eran parte de los espectadores. Su piel se erizó, corriendo más aprisa con Domarius, quien le señaló un carruaje justo cuando cayó por un disparo en la pierna, alguien más también terminó en el suelo, estaban disparando sin importarle a quién le daban.
—¡VETE!
—¡Domarius!
El miedo lo hizo soltar esa mano gruesa, huyendo hacia donde el carruaje. Otro disparo dio en uno de los caballos, Aegon se desvió buscando un sitio donde no fuera un blanco fácil. Le pareció que Criston Cole regresaba a dar la pelea, no estuvo seguro porque el pánico estaba apoderándose de él con rapidez, entrando a un callejón que terminaba en un pequeño muro. Tres hombres le dieron alcance, cerrándole el paso.
—¿Es él?
—Lindo Omega.
—¿Podemos divertirnos, cierto?
—No dijeron nada de no tocarlo.
—¡Primero se mueren, idiotas!
—Oh, es bravo.
Aegon tomó lo primero que sus manos alcanzaron para defenderse, tres Alfas eran mucho para él, escuchando otros disparos, gritos, gente corriendo y su propia respiración agitada. No fue una pelea justa, pronto lo sometieron, estampándolo contra una pared con manos tocándolo por todas partes, alientos podridos alcanzaron su olfato al rozar su nariz sobre su piel descubierta.
—¡NOOO! —una de esas manos desgarró el frente de su vestuario que no era mucho.
—Oh, vamos, solo piensa que somos otros de tus clientes.
Mordió una mano que estuvo a su alcance, liberando un puño que estampó contra el primer rostro, pateando la entrepierna de otro. Uno de los Alfas cayó por un disparo volándole la cabeza, Cole ya estaba ahí, aunque traía compañía detrás. Siendo liberado, obedeció el gesto de su protector de alejarse, marcharse como fuera mientras él le daba el tiempo para desaparecer. Con lágrimas en los ojos, trastabillando al salir del callejón, la noche le pareció muy aterradora y fría, las calles estaban ya vaciándose.
El Omega llegó hasta una solitaria avenida, siendo iluminado por lámparas que dejaron ver los moretones y rasguños en su cuerpo manchado de lodo y sangre, abrazándose a sí mismo sin saber para dónde ir, desesperado al no reconocer esa avenida. El relincho de un caballo le puso los pelos de punta, echando a correr hacia el mar, pensando en refugiarse en alguno de los barcos como plan de emergencia. Aegon tropezó, cayendo aparatosamente, pero levantándose casi al acto, arrastrando un pie. El caballo se aproximó, los cascos retumbaron cual cañones para él, ya muy asustado para reaccionar bien.
Un brazo lo sujetó al tiempo que gritó, levantándolo en vilo para sentarlo en el regazo del Alfa que lo alcanzó. Entre llantos, Aegon forcejeó buscando liberarse, temblando ya sin ver claramente por las lágrimas, tan solo empujando y golpeando mientras se alejaban con rapidez del muelle con disparos sonando a la distancia. Su secuestrador lo abrazó, pegándolo a su pecho para que dejara de moverse. No fue sino hasta entonces que un aroma lo sacó de esa crisis, reconociendo a cierto príncipe.
—¿J-Jacaerys?
—Tengo que llevarte a donde estés a salvo, ¿de acuerdo? Confía en mí.
¿En qué momento había llegado? Le pareció como esos cuentos donde el héroe rescataba a la damisela justo en el lugar y tiempo preciso. Aegon parpadeó, sin saber qué responder, solo dándose cuenta de que ya estaban lejos, dirigiéndose hacia una estación de tren. Cuando llegaron, Jacaerys lo ayudó a bajar, colocándole su abrigo sobre los hombros, algo le dijo, pero no prestó atención, solo miraba alrededor esperando que volvieran a atacarlos, notando que su sobrino hablaba con su lacayo. Fue llevado hasta el vagón exclusivo al que subieron, sentándose en un mullido sillón oval.
—¿Aegon? Quiero revisar tus heridas. ¿Puedo hacerlo?
Solo asintió, confundido, el tren se movió con un silbido ronco. Al sentir el primer ardor por el alcohol desinfectando una herida en su rodilla abierta, es que todo vino de golpe, rompiendo a llorar ahí frente al príncipe, quien se detuvo, abrazándolo protectoramente.
—Sshh, ya pasó, estás a salvo.
—... C-Criston... D-Domarius...
—Veré que estén bien —prometió Jacaerys, limpiando su rostro— Déjame atenderte y te traeré algo más para abrigarte, ¿de acuerdo?
Para cuando el joven Alfa terminó, Aegon ya estaba quedándose dormido entre el cansancio y esa muy mala experiencia que agotó su mente. Despertó hasta que el tren silbó de nuevo, era ya de mañana, estaban en una zona más boscosa, el paisaje le ofreció unos campos extensos con tres ríos cruzándose a la distancia. Envuelto en gruesas mantas, buscó con la mirada a su salvador inesperado, el príncipe no andaba lejos, terminando de poner alimentos en una bandeja.
—Buenos días —le saludó, llevando su desayuno a la mesita junto al sofá— No he querido que nadie más entre, me parece que no tienes el humor en estos momentos para olfatear aromas extraños.
—¿Dónde estamos?
—La Tierra de los Tres Ríos, aquí hay un castillo donde podrás estar a salvo.
Aemond era el de la geografía, él no reconoció el nombre ni dónde estaban ubicados, se cobijó mejor, viendo la bandeja y luego a Jacaerys.
—¿Por qué?
—Es lo correcto.
—Creí...
—Habrá un médico esperándote, te revisará mejor y también tendrás ropa.
—Gracias —musitó Aegon, sin saber cómo sentirse.
—No fue algo así como un favor.
Aquel lacayo de confianza trajo un carruaje con un escudo que no era ni Velaryon ni Targaryen esperándolos afuera de la estación. Los pies del Omega estaban descalzos pues su calzado había perecido en su huida. Estaba por levantarse así cuando una mano gentil lo detuvo.
—Sería mejor si no te movieras tanto, puedo llevarte.
—Pero...
—Tus pies pueden lastimarse.
Cual princesa, Aegon fue llevado en brazos al carruaje, viendo extrañado al príncipe, sin quejarse porque eso no hubiera estado bien. Se mantuvo ocupado admirando el paisaje y sujetando tanto el abrigo sobre sus hombros como la manta que lo cubría del pecho, sin hablar con Jacaerys en todo el viaje hasta llegar a una cumbre donde se erigía un castillo de piedra negra que tenía más facha de prisión.
—Bienvenido al castillo de Harrenhal —presentó el Alfa, sonriéndole en tanto el carruaje pasaba por el arco de entrada— Aquí no podrán venir ni tocarte, tienes mi palabra.
—Mis hermanos se preocuparán.
—Yo les haré saber que estás bien, no te preocupes. También me aseguraré de que tus amigos hayan sido atendidos.
—¿Cuándo... cómo fue que supiste dar conmigo?
—Oh, bueno, estuve allá todas la noches anteriores —confesó Jacaerys, rascándose su nuca— No iba a perderme ninguna presentación tuya... pero noté que había unos hombres extraños en su comportamiento, solo tomé precauciones, aunque no esperé que fuesen tantos. De verdad tenían como meta el capturarte sí o sí.
Aegon se estremeció de recordar lo del callejón, apretando sus labios.
—¿Estuviste ahí todas las presentaciones?
—Sí.
—¿Pese a que te grité y prácticamente te dije que te murieras?
—Sí.
El carruaje se detuvo, la portezuela fue abierta por el lacayo, esperando por ellos. Jacaerys de nuevo se ofreció a llevarlo, Aegon no tuvo otro remedio, mirando el alto castillo siendo guiados a su interior por aquel otro Alfa que el príncipe llamó Vermax. Suspiró hondo, siendo depositado en un sofá cómodo, ahí en esa salita lo atendió el médico, era una habitación adjunta a una recámara donde pudo asearse y ponerse más cómodo en un camisón y bata, de buena gana hubiera tomado una siesta, pero el hambre lo mantuvo despierto.
—Su desayuno —Vermax entró con Jacaerys, este sentándose en la orilla de la cama, alcanzando una de sus adoloridas manos.
—¿Cómo te sientes?
—Mejor.
—Ya he enviado un telegrama a tu tío, para que sepan dónde estarás.
—Gracias... Alteza.
—No es nada —el príncipe torció una sonrisa— Debes comer.
Al menos lo dejaron solo, cosa que agradeció para poner en orden sus pensamientos. Estaba en un castillo quién sabe dónde resguardado de las garras de su tío, porque no le quedó duda que ese ataque provino de Daemon, al no haber podido obtener a Daeron, lo intentó con él, muerto o violentado, cualquiera de las dos opciones le venía bien. Tuvo que aceptar que al menos su media hermana todo lo que hacía era fingir que no existían y basarse en ello. Aegon dormitó un poco luego de desayunar, ya con heridas mejor atendidas, estómago lleno y sabiéndose a salvo fue más sencillo el descansar.
Una pequeña, diminuta, insignificante parte de él estaba alegre de saber que Jacaerys había estado ahí todo el tiempo, arriesgándose también porque el andar entre tanta gente desconocida no era precisamente lo más sabio para un heredero. Ser rescatado por él se unió a ese minúsculo júbilo de su Omega interior, preguntándose cuánto tiempo pensaba ese príncipe el tenerlo ahí escondido, él debía ver por sus hermanos, con todo y que estuvieran protegidos. El joven Alfa así lo encontró, perdido en esas meditaciones.
—¿Todo bien?
—Al parecer —respondió Aegon, volviendo su mirada a él— ¿Domarius? ¿Criston? ¿Están bien?
—Todavía no tenemos noticias, se armó un escándalo por ese ataque.
—¿Tú sabías de Daemon?
—Sí.
Aegon frunció apenas su ceño. —¿Desde cuándo?
—¿Desde que tengo memoria? —bromeó el príncipe, caminando hacia él— Mamá siempre nos habló de él, lo peligroso y tramposo que era. Ahora con... bueno, el abuelo... nos previno.
—Ya veo.
—Tienes buenos motivos para odiarnos, de eso no me quejaré, solo quisiera una oportunidad para demostrarte que no soy como piensas.
—Jacaerys, hablo en serio, ¿si estás consciente de lo que se piensa de mí?
—Yo no vivo de las opiniones ajenas.
—Tengo mis dudas al respecto, disculpa. ¿Y qué hay de tu madre? Ella no va a querer que me ayudes.
—Eso es verdad, pero tampoco es que necesite de su aprobación en cosas que solo a mí me competen.
—¿Rebelión del hijo perfecto? Llamen a la prensa.
El príncipe rió, alzando una ceja. —Aunque no lo creas, soy capaz de muchas cosas.
—No creas que por haberme salvado y traído aquí voy a caer rendido a tus pies.
—Jamás pensaría eso de ti.
—Creo que has perdido la razón.
—Tal vez.
—¿De quién es este castillo? Porque de tu familia no es.
—Podría decirse que sí y no —confesó Jacaerys algo divertido al ver su expresión confundida— Es de la familia de mi padre.
—¿Laenor Velaryon?
—No...
—Oh... —Aegon parpadeó— ¡Oh! Que raras dinámicas familiares tienes.
—Entonces, ¿tengo una oportunidad?
—Demonios, pensé que se te había olvidado.
—Imposible, no puedo olvidarte a menos que muera.
—Ja —el Omega desvió su mirada, sintiendo sus mejillas sonrojarse— Quizás puedas intentarlo, pero no te doy esperanzas, que eso quede claro.
—Acepto los términos y condiciones.
—¡Oye! No soy un contrato.
—No, eres Aegon Targaryen.
Sonrió con un ligero bufido, sus manos jugando con las finas sábanas. Era como un cuento de hadas en verdad, y eso le trajo cierto temor por ser demasiado bueno. Quitando a su madre y a Forja, no tenía recuerdos de alguien más queriendo pelear por él, eso de ser valioso para otra persona fue raro, inquietante. Aegon miró a Jacaerys, encontrando esa determinación no supo si estúpida o ingenua en sus ojos que le sonrieron como sus labios. ¿Podía ser que el más querido príncipe se quedara con un simple ruiseñor de la calle? En los cuentos era posible, ahí en el mundo real... Aegon no quiso tener esperanzas, porque dolían al ser arrancadas.
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Huevito de paseo.
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