Junto a mí


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El palacio imperial era tan grande que Daeron necesitó varios días para recorrerlo todo y al final ya no recordaba cómo era el inicio de su recorrido. Fue una distracción más o menos buena hasta que apareció su tío para contarle sobre el ataque a Aemond. Lloró y mucho. Tuvo que presentarse ante la reina con sus ojos todavía hinchados y rojos porque de solo recordar le volvían a dar ganas de soltar más lágrimas. Su Majestad le observó con una ceja arqueada, intercambiando una mirada con su dama de compañía.

—¿El palacio es tan feo?

—No, Su Gracia, es que mi hermano... está en el hospital y eso me duele mucho.

—Nada puedes hacer.

—Por eso me duele tanto, porque no puedo hacer nada.

—Si pudieras ¿qué harías?

Daeron suspiró hondo. —Algo, no sé qué sería, Majestad, pero algo sin duda. Ellos siempre hicieron todo lo posible para que yo estuviera contento, llegaban cansados y a veces hambrientos a casa, pero jamás fueron groseros o dejaron de escucharme. Nunca permitieron que a mí me sucediera algo malo. Yo quiero devolverles ese gesto, pero no tengo cómo.

—Así como tú, hay otros cachorros que están en la misma situación.

—Pues también los ayudaría si pudiera, es horrible sentirse así, no se lo deseo a nadie, Su Gracia.

—Bueno, estar bien es una forma de ayudarlos también. Y puedes tener ayuda para eso.

Ella azotó apenas su bastón, llamando a alguien fuera de la salita. Las puertas se abrieron, dejando pasar a Joffrey, cuyo rostro se iluminó de solo verlo ahí sentado cerca de la reina.

—¡Pastelito! Ajam... es decir, Su Gracia, buenos días.

—Joffrey también ha sido enviado a mí, por parte de su madre, me parece que ya se conocen.

—Esto... porque vamos al mismo colegio, Majestad —dijo el chico Alfa— Solo por eso.

—Claro —la reina sonrió— Bueno, el palacio será menos aburrido para ustedes si se hacen compañía. Ahora vayan a jugar y hacer cosas de cachorros.

—Su Gracia.

Daeron se despidió con una reverencia, saliendo tras Joffrey quien lo abrazó apenas cerraron las puertas, estampando un beso en cada una de sus mejillas.

—No llores, están bien, ellos están bien.

Él también tenía un hermano en el hospital, lo recordó entonces, sintiéndose un poco tonto por olvidarlo. Le sonrió tímidamente, saludando a Tyraxes.

—Lucerys se recuperará.

—Claro que lo hará, nadie es más terco que él. Estaba preocupado por ti, todo mundo está moviéndose y me pregunté dónde estabas, me alegra que te hayan enviado aquí. No es tan aburrido una vez que te acostumbras.

—¿Ya has estado aquí?

—Sí, cuando padre Laenor murió.

—Oh... lo siento.

—No pasa nada —le sonrió Joffrey, tomando su mano— Te traje pastelitos.

Al menos así ya no se sintió tan desolado, el príncipe Alfa sí que conocía bien el palacio como a varios de los sirvientes. Escuchándolo, se dio cuenta de que ya había pasado por una situación similar pues la muerte de Laenor fue algo inesperado como sospechoso. En aquel entonces, Joffrey era muy pequeño, igual que sus hermanos, motivo por el cual Rhaenyra los envió a ese palacio mientras ella se hacía cargo del resto.

—Jacaerys me entretenía contándome historias de los cuadros en los pasillos, eran mentiras y siempre eran cosas fantasiosas, pero me gustaron mucho.

—Hay mucha gente pintada aquí —observó Daeron.

—Son todos los Targaryen, y todos los Velaryon porque son parientes cercanos. También están aquellos que han servido con honor a la Familia Real, como el lacayo del bisabuelo, Vermithor. ¿Lo has visitado?

—¿A Vermithor? Yo no sabía que vivía aquí.

—Claro, Su Majestad lo tiene en alta estima. Aunque ya es una pasita. Ven, vamos a verlo.

—¿Tenemos permiso?

—No se necesita permiso.

Le dio la impresión de que Joffrey no conocía bien los protocolos del palacio imperial, tampoco lo corrigió, tomando su mano para ir a una ala muy quieta, de otras habitaciones bonitas, una de ellas ocupada por un anciano dormitando en un diván lleno de cojines. Vermithor, el feroz guardián y leal servidor de Su Majestad el rey Jaehaerys. Ahora solo era un Alfa de piel arrugada, delgado, aunque seguía alto. Daeron sospechó que en sus mejores tiempos debió ser muy intimidante, porque fue además un hombre que hablaba por el rey, viajando a todos los rincones del reino cuando se presentaban los problemas.

Entraron en la recámara, acercándose al viejo Alfa, este no despertó, sus días estaban en el ocaso, casi siempre se la pasaba así, durmiendo a la luz tenue de un sol. Luego de una reverencia respetuosa, lo dejaron, aunque Daeron se detuvo un poco al notar en la repisa de la chimenea un medallón que lo dejó pensativo. Ambos salieron, dejando esa parte del palacio con el séquito nuevo caminando detrás de ellos y que distrajo al cachorro de sus meditaciones.

—¿Por qué nos sigue tanta gente?

Joffrey rió. —Son nuestros sirvientes. ¿No lo sabías? En el palacio todos los príncipes tienen un número de gente a su servicio. Ellos son los nuestros.

—Pero Tess ya me sirve.

—Sí, pero aquí es así —el jovencito sonrió malicioso— ¿Quieres jugar a algo?

—Oh... está bien.

—Toma mi mano, contaré hasta tres y luego echamos a correr.

—Bien.

—Uno... dos... ¡tres!

Salieron despedidos, con los demás apresurando sus pasos lo mejor que podían pues los sirvientes tenían prohibido correr, pareciendo más como pingüinos con sus trajes negros y blancos buscando alcanzarlos. Ellos los dejaron atrás, bajando las escaleras y saliendo despedidos hacia los jardines, perdiéndose entre los laberintos y arbustos. Solo Tyraxes y Tessarion estaban ahí con ellos, tenían una excelente condición porque además eran sus guardianes. Daeron se carcajeó, viendo a los otros ir en fila tras sus pasos, entrando de nuevo al palacio riendo con ganas.

—¡Corre, corre!

Atravesaron otro jardín y entraron de vuelta, hasta que ya no tuvieron fuerzas para seguir corriendo, quedándose en un pasillo con más retratos de gente rara apoyándose en sus rodillas jadeando pesado, compartiendo una misma sonrisa. Daeron respiró hondo, luego mirando a Tyraxes por unos largos instantes, acercándose a él.

—¡Alteza!

—Tú también lo tienes.

—¿Qué cosa? —Joffrey lo miró confundido.

—Este medallón.

Tyraxes parpadeó, sonrojándose y aclarándose la garganta. —Alteza... es el medallón de la Guardia del Rey.

—¿Guardia del Rey?

—Son todos nosotros, los que protegemos a los miembros de la Familia Real. Nos dan uno cuando entramos en servicio. Nuestro fundador, Balerion, los creó.

Daeron lo miró fijamente, luego girándose hacia Tessarion, la joven bufó un poco, levantando su corbatín para mostrarle su medallón. El cachorro jadeó sorprendido.

—¡Pero tú eres de los Sabuesos Pulgosos!

—La Guardia del Rey está dónde debe estar —comentó Tyraxes— Donde se le necesita. Somos el Fuego y Sangre de la Familia Real.

—¿Fuego y Sangre? —Daeron se giró a Joffrey quien no pareció seguir el hilo de sus pensamientos— El lema de los Targaryen.

—Es hora del almuerzo —sonrió Tessarion, ocultando de nuevo su medallón.

Explorando más ese palacio entre carreras con sus carcajadas llenando los pasillos, Daeron terminó en una suerte de biblioteca que era más como un anuario familiar. Sentado al lado de Joffrey, pegado a él, miraron uno de los gordos libros que era el listado de la Guardia del Rey.

—Tu madre tiene a Syrax, la he visto —observó Daeron, pasando las hojas— Padre tuvo a Balerion, qué sorpresa.

—Porque era el heredero.

—Oh.

—Daemon tiene a Caraxes —Joffrey torció su boca— Me cae mal, una vez me pellizcó.

—¡Qué grosero!

—Laenor tuvo a Seasmoke, quiso tanto a mi padre que lo siguió en la muerte. Unos dijeron que fue por sentirse culpable de su muerte al no protegerlo como era su deber.

—Es algo triste, son personas no dioses, no es posible estar en todos lados ni saberlo todo.

—Siempre tienes lindos pensamientos, pastelito.

—Ya el mundo es muy feo para que uno piense así, prefiero quedarme con lo bueno. Vhagar cuidó de Laena, ahora lo hace con mi hermano Aemond.

Suspiró un poco al recordarlo, Helaena lo había visitado posteriormente para contarle que estaba mejor de salud, algo que no le sorprendió mucho. Aemond era a prueba de todo, era como algunos insectos resistentes a todo tipo de clima y condiciones, pero eso no se lo diría, claro. Daeron notó que había hojas arrancadas, encontrando el rastro entre unas páginas que mostró al chico Alfa.

—¿Por qué las arrancarían? ¿Qué retratos quitaron?

—Pues nadie falta según yo.

—Claro que sí, falta Vermithor. Silverwing, la dama de la reina aquí está.

—Oh, pero... qué raro.

—Ya sé.

—Tal vez fue un guardia que no hizo bien su trabajo.

—¿Eso pudo haber sucedido?

—Es una teoría —Joffrey arqueó una ceja, acercándose para besar su frente— ¿Por qué te interesa tanto?

—No debes pasar por alto los detalles, las grandes estatuas no caen porque el viento las sacuda, sino porque los cimientos no las sostienen. Una pequeña fractura se convierte en la caída.

—Vaya, no lo había pensado así.

—Espera... la princesa Balea sí tiene guardia, pero no la princesa Rhaena.

—Ah... no lo sabes.

—¿Saber qué?

—Su padre, Daemon, bueno... la ha descartado de su herencia.

—¡¿Qué?! Pero si Aemond nos contó que es una princesa genial y ayudó mucho a Helaena cuando tuvo su compromiso con Lord Stark. ¿Por qué la descartó? ¡La gente no se descarta!

Infló sus mejillas indignado, haciendo reír a Joffrey quien se le pegó más al hablar con una vocecita como si alguien pudiera escucharlos en semejante lugar con dos guardias asegurándose que nadie los molestara.

—Rhaena acusó abiertamente a su padre de matar a su madre, por eso la descartó como castigo.

—... oh.

—Sí tuvo un guardia antes, pero ella sufrió un accidente.

—¿Accidente? —Daeron chasqueó su lengua— Ya no lo creo. Joff, Daemon es un hombre muy malo que no tiene alma.

—Lo sé, pero no creo que... ah, ya tengo la duda.

—¿Cómo murió la dama de Rhaena?

—Resbaló y se golpeó la cabeza cuando cayó en uno de los lagos del palacio Velaryon. Esas escaleras las quitaron cuando le pasó lo mismo a Seasmoke.

—Pero dijiste que él se quitó la vida.

—Ah, pues eso, al parecer, se echó piedras en sus bolsillos para... ya sabes, pero resbaló al bajar al lago y así cayó. Los médicos dijeron que por eso su cuerpo sufrió lesiones y quedó muy mal, además de que no lo encontraron sino días después.

—Mm...

—¿Ahora qué piensas?

—Tengo hambre.

Lord Hightower le visitó, contándole sobre su hermano Aemond y Lucerys, los dos ya estaban en Marcaderiva y todo estaba bien con ellos. Pero él no regresaría, seguiría ahí con la reina porque su tío iba a pelear contra Daemon en los tribunales, así que iría a clases a su colegio, como siempre y bajo el cuidado de más gente, volviendo al palacio en lugar de la Casa de la Alegría.

—Quiero que te comportes, pequeño, estás en presencia de Su Majestad.

—No te va a pasar nada ¿verdad?

—Claro que no, estate tranquilo.

—¿Crees poder ganarle, tío?

—Oh, tengo muchos recursos, soy el mejor abogado —Gwayne pellizcó su mejilla— Pórtate bien y no hagas travesuras.

—Lo intentaré.

Daeron buscaría a la reina, luego de jugar con Joffrey y perderse sin querer entre los pasillos, tenía algo que pedirle. No le dijo a su inquieto príncipe de momento, era algo personal y que no sabía si podía concederle, mejor no quedar como un tonto. Esperó bien sentadito en el pasillo, hasta que Silverwing le hizo pasar en esa misma sala donde la conociera por primera vez. Su Majestad estaba con sus perros, unos peluches que apenas si se movían.

—Dime, cachorro, ¿qué deseas?

—Su Gracia... —Daeron se relamió sus labios, estrujando sus faldones— ¿Puedo ver la fotografía de la boda de mis padres?

Silverwing abrió sus ojos, mirando a la reina quien permaneció tranquila acariciando sus canes por unos segundos antes de echarse a reír, levantando sus ojos de sus mascotas a su dama con un asentimiento de cabeza antes de hablarle al muchachito con una amplia sonrisa de satisfacción.

—No me equivoqué al suponer que eres así de inteligente. ¿Cómo dedujiste que tengo un retrato de ellos?

—Los cuadros, Majestad. Me di cuenta de que el Cardenal que oficia las bodas reales coloca un broche en sus hábitos por cada ceremonia que realiza. El señor de una pintura tiene broches de más y haciendo cuentas faltaba una pareja.

—Pudo ser un mero error del pintor.

—Sí, pero también está el detalle de que padre nos había nombrado príncipes, y eso no lo podía hacer a menos que estuviera bien casado con mamá. Entonces debieron tener su boda religiosa con la gracia de la reina.

—¿Y la fotografía?

—Joffrey me contó que todos los eventos de la Familia Real se han documentado, una boda así debió fotografiarse aunque sea para los libros del palacio. Pero Su Gracia no la dejó con el resto de los cuadros que están en el salón familiar, aunque sí dejó su espacio para cuando ya pudiera colgarla.

La reina ladeó su rostro, riendo divertida. —Tienes una mente prodigiosa, Daeron.

—Es que cuando me aburro pienso mucho, Su Gracia.

Silverwing regresó con una cajita fuerte larga y delgada que dejó en la mesa principal, recibiendo de mano de la reina una llave con la que la abrió, sacando de ahí un cuadro que puso en las manos de un emocionado Daeron. Ahí estaba. Viserys Targaryen con su esposa, Alicent Targaryen, en un hermosísimo traje de bodas, seguramente en alguno de los tantos salones del palacio, alguno de los más discretos donde las visitas ni los sirvientes de menor confianza pudieran entrar.

—Lo hicimos lo más discreto posible, ella estaba hermosa y feliz pese a que ya sabía cuál sería su papel en todo esto.

—Su Gracia, ¿por qué no ha detenido a Daemon?

—No tengo pruebas contundentes de su actitud, es intachable para el ojo público, ha cumplido bien todos sus deberes.

—Pero usted es la reina.

—Tener la corona no es hacer tu voluntad porque crees tener la razón, Daeron, eres la fuente de la justicia, de acusarlo porque solo tengo corazonadas y rumores haría del trono un tirano déspota que aplica las leyes arbitrariamente. La paz de un reino depende mucho del respeto a la ley, de que se hagan las cosas cómo deben ser por más deseos que haya de venganza. ¿Lo entiendes, pequeño?

—Um, creo —Daeron suspiró, acariciando la fotografía que devolvió con una sonrisa— Gracias, Su Majestad.

—¿Por qué deseabas ver la fotografía?

—Me doy cuenta de que padre no era tan malo como lo pensé todos estos años.

—Los amaba, Daeron, tanto que su corazón no soportó no tenerlos a su lado.

El cachorro se quedó pensativo, sintiendo que la reina lo observaba entretenida o más bien como esperando otra sorpresa de su parte. Le sonrió porque así fue.

—Su Gracia, ¿puedo preguntar algo más?

—Adelante.

—Hará que mi tío gane el juicio ¿no es cierto? Es lo que esperaba, alguien que bajo las leyes por fin detuviera al príncipe Daemon.

—No solo esperaba por eso, mi niño, sino por quien al fin le haría frente. Para mi sorpresa, no fueron uno, sino cuatro feroces dragoncitos.

—¿Yo también soy valiente a sus ojos, Majestad?

—Hacer lo que se debe hacer y no lo que se quiere hacer, requiere de una fuerza de voluntad y decisión que solo unos cuantos son capaces, Daeron. Es un rasgo de reyes.

—Solo soy un cachorro —murmuró este, levantándose con una reverencia— Gracias, Su Gracia.

—Ah, y dile a Joffrey no se preocupen por esos jarrones rotos, de todos modos eran imitaciones.

—Ops. Con su permiso, Majestad.

—Adelante.

Con su sonrisa aún en el rostro, Daeron salió más alegre de ahí, deteniéndose en la puerta al volverse a la reina una vez más.

—La reina es una persona increíble —afirmó a modo de despedida.


Alysanne se carcajeó.


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Imagen de referencia sobre la reina Alyssane (de la película Victoria&Abdul)

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