Hilos y dedales
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Helaena había ocultado sus cabellos con una pañoleta antes de encontrarse con la princesa Targaryen, creyendo que le reconocería, aliviándose cuando no fue así, aunque también se sintió ligeramente ofendida por ello. Más no fue culpa de la hermosa princesa, porque ella no vivía en la capital, sino en un palacio fuera, cercano a otro puerto que pertenecía únicamente a los Velaryon, la familia de su abuela paterna. Al principio, Helaena estuvo recelosa, luego resultó que no eran tan diferentes, Rhaena estaba condenada por su padre a permanecer soltera para cuidar de su abuela, la princesa Rhaenys Velaryon al ser la hija más pequeña de la princesa Laena, su madre. Según entendió, era más una forma que tenía el príncipe de deshacerse de ella porque no la encontraba "a la altura del apellido Targaryen", así que pasaba más tiempo con su abuela que con su progenitor.
La princesa le obsequiaría en agradecimiento por los hermosos vestidos que le confeccionó un broche con forma de mariposa, tenía piedras preciosas y labrado en oro y plata. Helaena se lo dio a Forja para que lo vendiera, tanto porque nunca podría usarlo sin parecer una ladrona, y porque eso había sido un regalo de Lord Viserys Targaryen para Rhaena en su cumpleaños. Ya no volvió a ver a esa risueña princesa, cosa que agradeció mucho, dedicándose a lo suyo hasta que volvió Lady Sara Stark de su luna de miel, buscándola para retomar su amistad.
—Me disculpará, Lady Sara, pero creo que no podemos ser amigas.
—¿Qué? ¿Qué ha sucedido?
Helaena apretó sus labios. —Sé que soy tonta, pero no me gusta que se burlen de mí.
—¿Burlarse? Pero, Helly...
—Sé que su hermano tiene ya un compromiso.
—¡Oh, no, eso no es verdad! —Lady Sara dio de manotazos en el aire— Solo han sido chismes de la prensa porque los vieron salir juntos del teatro, pero Cregan no tiene nada con ella. Oh, Helly... ¿por eso te has ocultado? Tienes mi palabra de que son viles mentiras.
—Por favor, no juegue conmigo.
Sara tomó sus manos, mirándola seria. —Los Stark no mentimos ni somos deshonrosos. Te digo la verdad, Cregan está interesado en ti y no tiene ningún compromiso con alguien más.
No le creyó mucho, hasta que una tarde al terminar su jornada, saliendo con todas las chicas se topó con la calle repleta de sus flores favoritas. Todos murmuraban asombrados, preguntándose quién era la afortunada joven por la que Cregan Stark había desplegado semejante muestra de cortejo. Helaena volvió a sentir mariposas en su estómago, dándole una oportunidad al Alfa para aclarar la situación.
—Déjame probarte mis palabras que son sinceras como mis sentimientos hacia ti.
Por eso se presentó en su casa a pedirle a su madre el permiso para cortejarla como dictaba la etiqueta. Aegon no quería por lo sucedido anteriormente, con todo y que le explicó. Alicent dio su consentimiento, irradiando felicidad pues se trataba de un Alfa de rango noble como ella había esperado, pero sobre todo, que la quería de verdad al no importarle ni su problemático pasado ni tampoco el estatus en el que ellos vivían. Helaena fue dichosa por esos días, su libro de insectos tuvo mejores páginas, ahora que Cregan le acompañaba, escuchándola como nadie sobre todo lo que sabía de ellos, seguro él tenía idea, pero le preguntaba y se asombraba igual que fuese un cachorrito, el sol le pareció más brillante aunque estuviera rodeado de nubes.
Luego ya no.
Cuando murió su madre, se sintió sin fuerzas ni ganas de soñar, incluso estuvo a punto de romper su incipiente relación con Cregan, pero este continuó a su lado, apoyándolos en todo lo que desearan en los días venideros tan duros para los cinco. Tener la Casa de la Alegría fue algo que la consoló, saber que ahí nadie los correría ni tampoco estaría al pendiente de sus movimientos le gustó más de lo que hubiera podido expresar con palabras.
—Cregan, estamos peor que antes, si quieres marcharte...
—Los Stark no nos rendimos tan fácil.
—Dirán que solo busco tu posición y tu dinero.
—Me escribirás los nombres de tales personas para que aclaremos conflictos.
—¿Pelearías por mí? —ella abrió sus ojos con sus mejillas muy calientes.
—Contra el mundo.
A veces se sentía mal por ser tan egoísta, sus hermanos no estaban pasándola bien, trabajando arduamente para mantener la casa mientras ella se paseaba del brazo de Lord Stark o cenaba con su hermana como si ya fuese un miembro más de la familia. Viendo tal cosa, Helaena tomó una decisión importante que le comunicó al noble Alfa.
—Quisiera hacer algo, pero lo quiero hacer por mí misma.
—¿Qué es?
Su propia tienda de vestidos, la joven deseaba tener ese negocio que su madre soñó. Le prohibió a Cregan el intervenir o ayudarle con dinero. Si sus hermanos estaban sacando monedas debajo de las piedras, ella también lo haría por más difícil que fuese. Eso pareció cambiar los vientos de los hermanos Omega, porque una tarde llegó Aemond sumamente emocionado, abrazándola y llenándola de besos antes de mirarla fijamente.
—Tengo el local ideal para tu tienda.
Ese negocio que su hermano hubiera pensado antes de la muerte de Alicent comenzaba a rendir sus frutos y Lord Martell le había compartido sus primeras ganancias. Sumado a lo que Aegon le obsequió, Helaena planeó cómo comenzar, sería difícil porque a ella nadie la conocía ni esperaba llegar muy lejos tampoco. Aquel mundo de los nobles siempre les estaría vetado. Con Aemond y Aegon acompañándola, fueron a donde estaba el local, escuchando las locas ideas de sus dos hermanos sobre cómo decorar o el nombre.
—Cállense, tontos, se llamará Dreamfyre.
—Todo Moda era buen nombre.
—No, Aegon.
Más que nunca, se pudo a dibujar en su carpeta, a veces no dormía de tanta emoción de pensar en sus propios modelos. Las telas, los hilos... sin duda, cada uno de ellos pronto alcanzaría una forma de hacer realidad sus sueños. Aemond ya comenzaba con la Compañía Verde, Aegon estaba muy bien adaptado ya a La Calle de Seda, era su turno de hacer algo, pues Daeron todavía necesitaba recorrer camino, siempre y cuando ya no se metiera en líos.
—¿Me curaré, hermana?
—Seguro, cada día que pases lejos, se irá desvaneciendo el reclamo.
Daeron la abrazó. —Gracias por no decirle a los demás.
—Recuerda que es con la condición de terminar la escuela y continuar hasta la universidad.
—Lo haré, lo prometo. Yo también tendré mi negocio.
—Ese es mi hermanito.
La inauguración fue sencilla, pero emocionante para Helaena, sintiéndose a veces en las nubes porque Cregan la miraba de esa forma como si hubiese conquistado un continente ella sola.
—Solo es una pequeña tienda.
—Hay Alfas que jamás logran ni siquiera pronunciar sus sueños.
—¿No te molestaría tener de pareja a una vendedora de vestidos?
—Lo que me molestaría es que te negaras a ser tú misma por encajar... y que yo no tenga un traje hecho por ti.
—¡Ah! Vamos a medirte.
Sara los invitó a cenar a todos, celebrando ese nuevo comienzo y hablar de temas más serios, como algo llamado boda. Eran cosas que le agobiaban, porque pese a lo lindas, no duraban tan brillantes porque siempre aparecía algo que las eclipsaba, por ejemplo, su compromiso. Para que ella pudiera casarse con Lord Stark, necesitaba forzosamente la aprobación de su tío, su tutor legal desde la muerte de su madre y Lord Hightower estaba furioso con ellos. Ya les había escrito ordenándoles parar con sus necedades, regresando de inmediato a Oldtown, nunca le daría el permiso para ser esposa de Cregan.
—¿Sería muy malo que yo fuera a Oldtown? —quiso saber este.
—Probablemente —respondió Aegon con un largo suspiro.
—O quizás no —replicó Sara, mirando a Helaena— Si se le habla de la manera correcta.
—Puedo comenzar enviándole una carta explicándole mis intenciones —propuso Lord Stark— Dejando en claro que no aceptaré un no por respuesta.
—Te la puedes robar si es necesario.
—¡Aegon! —Helaena lo pateó debajo de la mesa.
—¿Qué? Si un Alfa se roba a su Omega, ni la reina misma puede deshacer su compromiso.
Todos rieron, pese a lo cierto en esas palabras. Ella miró de reojo a Daeron, porque se asustó al escuchar eso, afortunadamente la atención estaba en ella que no notaron esos ojos de cervatillo asustado. Quien sería el robado sería otro. Helaena estaba terminando de arreglar las nuevas telas que Aemond le había comprado cuando Forja y Aegon llegaron a medianoche, el segundo blanco como el papel, temblando de pies a cabeza.
—¿Aegon?
—Señorita, ¿puede ayudarme con un té?
Helaena se dijo que había una mano de la suerte encaprichada con ellos porque ahora eran dos Velaryon tras sus hermanos. Escuchó en silencio sin expresión alguna la historia de su hermano mayor al pelear con aquel príncipe al que dejó sangrando en un callejón.
—¿Dices que estaba muerto?
—¡No lo sé! —chilló Aegon, desesperado— Domarius salió con palo en mano dispuesto a defenderme porque yo había gritado y él fue quien me dijo que huyera, que tenía experiencia con esa clase de situaciones. Ay, me ejecutarán. ¡Van a matarme!
—Cálmese, señorito, no sabemos qué hizo el Señor Domarius.
—Tal vez echó el cuerpo al mar —sugirió Helaena más en broma para relajar a su tenso hermano cuyo aroma era de miedo.
—¡Helaena!
—Lo mejor será que te mantengas oculto por un tiempo, mientras Forja y yo averiguamos que es lo que pasó con ese príncipe.
—Estoy bien muerto. ¡Pero fue su culpa!
—Recuerdo que alguien dijo que estaba bien que un Alfa se robara a su Omega.
—Hermana, en estos momentos te desprecio mucho mucho.
—Ahora son dos Omegas escondidos.
—¿Qué?
—Nada, pensaba en voz alta, ve a descansar.
—¿Dormir? Ja.
—Y no le digas nada a Aemond porque ese sí es capaz de asegurarse de que Jacaerys no respire.
—No pensaba hacerlo.
Forja negó, riendo apenas antes de volverse a ella. —Dudo que lo haya matado, el señorito jamás tuvo bien tino ni tampoco es excelente luchador. De haber sido el señorito Aemond, entonces sí que estaría angustiado.
—Y yo contigo, Forja, gracias por cuidar tanto de nosotros.
—Hasta que no haya vida en este cuerpo, señorita. También usted debe descansar.
Los periódicos no dijeron nada al día siguiente, sin cuerpos en las calles del teatro, ninguna noticia relacionada con el príncipe Jacaerys Velaryon. Por cualquier duda, Aegon obedeció como nunca el quedarse en casa muy modosito cual buen Omega en lo que pasaba la tormenta, ayudando a Daeron con sus estudios. Helaena se previno, confiándole a Cregan lo sucedido pues esta vez sí necesitarían ayuda en caso de que en el palacio decidieran ir por la cabeza de su tonto hermano. Lord Stark la escuchó estupefacto, luego carcajeándose con ganas.
—Ustedes no viven en paz si no arman un escándalo.
—¿Eso es un halago o un insulto, mi señor?
—Lo primero.
Al menos Jacaerys dio señales de que no haría nada al verse sorprendido por un rebelde Omega, seguía preocupándole Joffrey, ese era un Alfa más joven y por lo tanto, más impulsivo. No cedería tan pronto. Pero estando en un barrio tan común, le sería más difícil dar con su hermanito. La calma volvió unos días, en los que ella y Aemond salieron de compras, este muy entusiasmado por lo bien que estaba encaminándose su empresa, pensando ya en dejar su empleo en la Casa de los Tres Rios.
—Pronto serás un lord —sonrió ella, colgada de su brazo, ambos de regreso a la casa.
—No, pero sí tendremos el dinero suficiente para que los demás tengan que pedirnos un favor, deberán inclinar sus cabezas si acaso desean ayuda.
—Solo no llenes tu corazón con tanto rencor, hermano, nuestra madre no nos enseñó a ser así.
—La extraño.
—Y yo, a veces más que otros días.
—¿Tú sabes qué tiene Aegon? No ha dicho nada de ir al teatro, ¿hay cierre de temporada?
—Oh, ¿no supiste? Hubo una redada y de momento todo está clausurado.
—Razón de que ante canturreando por todos lados.
—Déjalo, en cuanto pueda, volará de nuevo con sus amigos.
—Hey, tenemos una visita. ¿Lord Stark otra vez?
—Vamos a hablar luego de ese "otra vez", y no, no es su carruaje. Es uno de alquiler.
—Eso me recuerda, el próximo cheque compraré un carruaje.
—Aemond... deberías ahorrar.
—Necesitamos cosas, y no quiero que Daeron ande caminando por ahí, ya ha tenido su Celo, es mejor cuidarlo.
Les consternó el carruaje, no era de los usuales, sino de aquellos que solamente la gente muy rica podía alquilar. Helaena intercambió una mirada con Aemond, los dos entrando a la casa que sintieron espantosamente tensa, con el inconfundible aroma de un Hightower en la sala. Tomados de las manos, los dos hermanos caminaron hasta donde las voces apagadas hablaban, encontrando a todos ahí parados frente a Lord Gwayne Hightower, su tío.
Por los cortos minutos en los que hubo silencio, Helaena creyó que él había viajado desde Oldtown solo para hablar o impedir su boda con Cregan Stark, al haberle este escrito con sus intenciones de desposarla. De verdad lo creyó así cuando ese altivo y enfadado Alfa se dio media vuelta al escucharlos entrar, clavando sus ojos en ella. Pero no fue así, la dura mirada de Lord Hightower la abandonó para ir hacia su hermano.
—Aemond, vienes ahora mismo conmigo.
Como si estuviera en su mansión, el Alfa tomó su sombrero y bastón para salir de ahí, indicando con ello que su hermano tenía que hacer lo mismo. El desconcierto en los otros rostros fue una pista para Helaena, nadie tenía una idea del motivo para que su tío se presentara tan abruptamente por Aemond, mismo cuya mano tiró para que le mirara.
—Dime que no mataste a Lucerys Velaryon.
Era broma, de mal gusto, pero es que con todo lo sucedido entre Joffrey y Aegon, la cereza del pastel hubiera sido que el tercer Alfa Velaryon anduviera tras Aemond. Y lo peor era que ella ni estuviera enterada. Su hermano frunció el ceño, dando una señal contraria.
—...no.
—Ve, ya no lo hagas esperar.
Vio esa cara preocupada de Aemond, aunque juraría que le pareció ver en su mirada un atisbo de la razón para ir con Lord Hightower a quien sabe dónde. El carruaje se marchó, con ellos saliendo a la calle para atestiguarlo.
—¿Qué dijo el tío? —preguntó Helaena.
—Que vamos a regresar a Oldtown y que... tenía un asunto urgente que resolver con Aemond —respondió Aegon angustiado.
—¿Pero no explicó sobre qué era?
—Para nada.
Helaena se llevó una mano a su corazón que le susurró que no vería a su hermano por un largo tiempo.
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Helaena aún de luto pero abriendo su tienda.
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