El gran admirador
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Antes del accidente de Alicent, ya Aegon había escuchado la petición de Domarius de participar en una suerte de evento comunal en un teatro abierto junto a los muelles, todas las pequeñas y pobres compañías mostraban a un público más amplio sus talentos, aquel que tuviera más aplausos era recompensado con una generosa cantidad de dinero, mismo que había sido recabado con las entradas. Aegon no tuvo muchas ganas de participar luego del funeral, tenían serios problemas y la cabeza no le daba para pensarse en una presentación que bien le podía conseguir un patrocinador para algo más relevante.
Tenían encima la cuestión de una mudanza, pues ya no podían estar con los Celtigar, la renta la pagaba su tío y con la muerte de su madre eso se había esfumado, pero tampoco iban a volver pues Aemond les juró que tan solo necesitaba tiempo para obtener dinero que sustituiría esa mesada. Si se negaban a regresar a Oldtown, debían olvidarse de todo apoyo de su tío. Buscar dónde vivir fue la prioridad, Aegon envió un mensaje de disculpa a Domarius por su ausencia, doliéndole el no estar en su amado teatro de ratas y cucarachas donde manos humildes le aplaudían con mayor sinceridad que las de nobles esperando hundirlo en el fango.
La sorpresa vino con Forja, una tarde llegó diciendo que había encontrado una casa para ellos, no era tan grande como el piso donde vivían, pero serviría. Tampoco estaba en una zona exclusiva, más cercano a los suburbios. No les importó, ese Alfa había declarado luego del funeral que estaría con ellos sin paga porque fue la promesa que hizo a Alicent antes de morir. Como también aceptaron su mentira de que dicha casa era un viejo amigo, prestándosela por tiempo indefinido. Algo les dijo que Forja había gastado sus ahorros en eso.
Una mano amiga también vino a ayudarlos, pues Cregan Stark no los dejó solos, ofreciendo su mansión en la capital como techo para ellos. Helaena se rehusó, porque igual que todos, estaba cansada de vivir de las compasiones. Esa casita, a la que llamaron la Casa de la Alegría, era su nuevo comienzo y quiso que lo respetaran, le aceptaron otras cosas, pero ellos vivirían ahí con Forja cuidándolos todavía con mayor entusiasmo. Irónicamente, el estar de luto les ayudó mucho con los gastos, hubo cosas de las que no debieron preocuparse mucho, como sus ropas. Aegon habló con sus hermanos, quedando de acuerdo en cumplir el año de luto por amor a su madre.
—Deberías volver —su hermana se lo pidió— Estabas por cantar en un evento.
—No creo poder en estos momentos, Helaena.
—Hazlo por mamá.
—Ella sufrió por saber que estábamos trabajando.
Helaena negó. —No fue vergüenza de nosotros, fue que le dolió el que tomáramos ese camino porque nos negaron otros. Pero no fue por lo que hacíamos, me lo dice mi corazón, así que ve a cantar. Si quieres podemos ir.
—No, ahí no.
—¿Lo harás?
Aegon lo hizo, regresó a La Calle de Seda para recibir unos abrazos que le sacaron lágrimas. ¿Cómo era posible que la gente que no tenía nada fuese la que más diera? Las chicas coristas y bailarinas de intermedios lloraron con él al haberse enterado por Domarius que su madre había muerto en un accidente. El propio dueño se presentó trayendo consigo un sobre con un listón negro sujetándolo.
—Esto es para ti, lo ahorramos entre todos.
—No... es demasiado.
—Aquí todos perdimos una madre o nunca tuvimos una, sabemos lo que duele y también qué se necesita.
—Domarius, cantaré en el muelle. El show debe continuar.
—Les avisaré.
—Solo... que haré un pequeño cambio, si no te importa.
—Tom, eres mi mejor artista, haz los jodidos cambios que quieras.
Había pensado en cierto atuendo y una canción para el evento, pero con lo sucedido, sus ánimos no estaban para cosas alegres, además quiso hacer una suerte de homenaje a su madre, por lo que eligió una peluca con esos mismos cabellos castaños rojizos cual caoba, ondulados y esponjosos que le recordaba de más joven. Igual el vestido, de telas más ligeras y holgadas de varios olanes y una máscara decorada con lentejuela dorada.
—Tendremos que recogerte el cabello —observó una de las chicas.
Aegon sonrió, tendiéndole unas tijeras. —No será necesario.
—¡Tom!
—Véndelo.
Fue para alquilar unos músicos que pudieran interpretar la aria que cantaría. Forja le acompañó pues se negó a que fuera o estuviera solo. Aegon se vistió y maquilló, mirándose al espejo con la peluca, notando el gran parecido con su madre. Sus ojos se humedecieron, sonriendo apenas antes de colocarse la máscara. Todo alrededor era un hervidero entre tantos artistas de diferentes teatros yendo y viniendo. Domarius fue por él cuando llegó su turno, guiándolo hasta el enorme escenario con un rumor de asistentes que parecían unas olas nocturnas.
—Deslúmbralos, ruiseñor.
Asintió, subiendo las escaleras al escuchar su nombre, la Perla del Reino, hubo unos aplausos discretos pues no lo conocían del todo. Con tantos ojos encima, hubo un momento de vacilación que venció al dar la señal a los músicos abajo para que comenzaran. Como todo artista, cerró sus ojos unos momentos entrando en su personaje. Esa hermosa dama de Oldtown que un día conociera a un hombre que solamente hizo pedazos su corazón. Su voz se dejó escuchar, adolorida, triste mientras cantaba la letra.
"¿Y bien? Me iré lejos
Como se va el eco de una piadosa campana
Allá, entre la nieve blanca
Allá, entre las nubes de oro
¡Allá, donde la esperanza, la esperanza es llanto!
¡Es llanto! ¡Es dolor!"
Recordó a su madre riendo entre los rosales de la mansión Hightower, cuando le enseñó a cantar, peinando sus cabellos entre besos a su mejilla. Lágrimas corrieron debajo de su máscara al pensarla ahí en una calle lodosa con un cuerpo aplastado por un carruaje.
Sola.
Por culpa de un Alfa de apellido Targaryen.
"¡Oh, alegre casa de mi madre!
La Wally se irá muy lejos de ti
Y tal vez a ti, y tal vez a ti
No regresé jamás
¡No te volveré a ver!
¡Nunca más!"
Aegon se llevó sus manos a su pecho, cantando con más fuerza.
"Me iré sola y lejos
Como el eco de una piadosa campana
Allá, entre la nieve blanca
¡Me iré! ¡Me iré!
¡Sola y lejos!
¡Entre las nubes de oro!"
La música paró y quedó el silencio con el susurro de las olas. Por unos segundos, Aegon pensó que había sido mala idea, de pronto, como si fuesen una sola mente, todos se levantaron de pie, aplaudiéndole con tanto fervor que juró que más de una mano sangró esa noche. Vio rostros llorosos y emocionados, e incluso le llovieron objetos a falta de flores: sombreros, broches, pañoletas y hasta calcetines.
—¡LA PERLA DEL REINO! ¡LA PERLA DEL REINO!
Fue una ovación de varios minutos que agradeció entre reverencias, esperando que semejante tributo llegara al alma de su madre, como una disculpa por ser tan solo un artista de un pobre teatro y no la estrella famosa en la que su madre esperaba se convirtiera. La Calle de Seda ganó por aplausos, llevándose el premio. Aegon salió en su traje por una calle lateral, estampándose en el pecho de Forja, quien lo abrazó cariñoso con sus propias lágrimas.
—Eso fue hermoso, señorito.
—¿Crees... que a mamá le hubiera gustado?
—Hubiera sido la primera en lanzarle su sombrero.
Aquel momento le ayudó con el duelo, teniendo mejor ánimo para los días siguientes en que todos estuvieron poniendo su parte para decorar y terminar de remodelar esa casita. Domarius volvió a buscarlo, ya de vuelta en su teatro querido, bromeando con las chicas mientras cepillaba la peluca que usaría esa noche.
—Tom, esto es para ti —el hombre le tendió otro sobre— Es lo justo.
—Oh, pero...
—Nunca había chillado tanto en mi vida.
Rió con él, aceptando el regalo antes de ponerse la peluca, una de las chicas ajustando su vestido para salir a cantar. Le pareció que el teatro estaba más lleno que las demás noches y tuvo que acostumbrarse una vez más a las miradas no siempre con buenas intenciones sobre su persona. Una vez que terminó la primera parte de su espectáculo, corrió a cambiarse, cuando uno de los mocitos ayudantes le trajo un esplendoroso ramo de las rosas blancas más bellas que sus ojos hubieran encontrado.
—¿Qué es esto?
—Lo mandaron para ti.
—¿Quién?
El cachorro se encogió de un hombro, sacándose un moco. —Alguien.
—¡Qué hermosas rosas! ¡Y blancas!
—Hey, vengan todas, les daré una.
—¡Pero son tuyas! Tu admirador te las compró.
—Y yo decido qué hacer con ellas.
Solo reservó cinco, una para cada uno de sus hermanos, una para Forja y otra que puso junto al retrato de Alicent que tenían sobre la chimenea con un listón negro cruzando el marco. Las rosas aparecieron la siguiente noche que tuvo otro show, esta vez rosadas y con un increíble perfume. Aegon las repartió igual, notando que el niño esperaba algo.
—¿Propina?
—El de las rosas quiere conocerte.
—Oh —Aegon negó sonriendo— Me temo que eso no es posible, dile que la Perla del Reino no recibe a nadie. Dile así.
—Bien.
Otra noche, Domarius le confió que el teatro comenzaba a recibir "donaciones" de un anónimo patrocinador, el mismo que le enviaba las flores.
—Tú no te preocupes, solo aprovecha esto, porque no durará mucho. Estos mecenas calenturientos solo vienen hasta que sus madres se enteran o sus esposas.
—La otra vez me pidió conocerme.
—Cogerte, quiso decir. ¿Quieres hacerlo?
—No.
—Que te mande todas las estúpidas flores que desee, entonces.
Tal vez no debió expresarse así, porque otra noche, Aegon encontró que sus mesitas que fungían de camerinos estaban atascadas de ramos de flores. Las chicas gritaron emocionadas, peleándose por los ramos cuando él les dio el permiso que elegir, preguntándose quién gastaba su dinero tan inútilmente. Nunca había notas, no hasta esa noche que vio en uno de los ramos un papelito con una refinada escritura.
"Tu admirador muere por presentar sus respetos a tan hermoso ruiseñor."
—Pf, sigue soñando.
Al menos con ese dinero pudo comprarles cosas a sus hermanos, telas para Helaena ahora que estaba pensando en abrir su propia tienda de vestidos, libros para Daeron a quien puso a estudiar, sacándolo de la imprenta. Tuvo otro momento extraño con este último, porque al inicio su alborotador hermanito adoraba estar ahí y regresar manchado de tinta, ahora parecía querer ocultarse del mundo. Con tantos deberes hogareños, no le quedaba mucho tiempo para indagar afuera, teniendo que contentarse con lo que Daeron le dijera.
—Tom, enviaron esto para ti.
—¿Eso qué es?
—El diablo lo sepa, estuve contando las malditas horas para que llegaras y lo abrieras, yo también quiero saber qué contiene.
Su admirador le envió una caja de madera barnizada a modo de caja de regalo, del tamaño de un balón de cachorros. Lo abrió con Domarius queriendo asomarse, luego abriendo sus ojos que casi se le salían de las cuencas, silbando apreciativamente. Un collar de perlas. Aegon hurgó por una nota que encontró debajo del finísimo terciopelo de dónde venían envueltas.
"Por favor, una oportunidad."
—Con esto, hasta yo abro las piernas —bromeó Domarius.
—Véndelo.
—¡Tom, con un carajo!
—A mí no me sirve tener algo como esto, y al teatro le vendrá excelente reparaciones.
—Los cielos te amparen, Omega, ¿estás seguro?
—Por completo, tú me lo dijiste, esto no durará.
¿Quién era ese admirador tan despilfarrador? Tenía buen gusto y una cartera enorme. Lo dejó pasar, buscando a sus chicas para que lo ayudaran a vestirse y maquillarse, saliendo a encantar una vez más sus borrachos, ladrones, y otras celebridades de los barrios bajos con su voz y bailes. Casi al terminar, los ojos de Aegon parecieron dar con una figura que no encajaba con el resto del público. Un joven o eso quiso pensar, en una esquina mirándolo por debajo de su capucha, también usando una máscara. ¿Sería ese su actual mecenas? Por cualquier duda, le sonrió guiñándole un ojo antes de terminar, dejando el escenario para volver a casa.
—El teatro va a necesitar más asientos si esto sigue así —comentó Forja en el carruaje— ¿Sigue apareciendo su benefactor?
—Todavía. ¿Cuánto apuestas que dure?
—Una semana más, si el señorito no cede y no ofrece nada a cambio, se aburrirá y marchará.
—Excelente.
Eso no pasó, una mañana cuando Aegon estaba en un mercado alejado de casa comprando los víveres de la semana, se topó con Domarius en persona, quien lo jaló para una esquina, mirando a todos lados.
—Te está buscando, fue a verme. Me preguntó cuánto quería por decirle en dónde vivías. Cómo si supiera, luego me llamó mentiroso porque dijo que Tom Tanglebeard no existe. "¿Cómo no va a existir?" le respondí, "Viene a cantar a mi escenario, es muy real para mí."
—¿Quién es?
—¿Tengo cara de sección de sociales? ¡Qué mierda! No lo sé, pero es rico y joven. Un Alfa que apesta a dinero. Deberás tomar tus precauciones, este tipo seguro va a vigilarnos para adivinar quién de todos es la Perla del Reino.
—¿Te imaginas que te confundiera conmigo?
—Mira, si lo hace, aceptaré calentarle la cama si me da más plata.
—Domarius, eres una zorra.
—Negocios son negocios.
—Gracias por avisarme.
—¿Vienes seguido?
—Solo compraba de paso, vivo en un palacio cerca de la reina.
Tal fijación ya no era sana, lo irónico es que La Calle de Seda estaba en su mejor momento. Aegon tomó nota del consejo, usando ahora una de las capas que pidió prestada de las chicas para camuflarse al entrar, saliendo con todo el grupo y perdiéndose en un callejón donde Forja ya lo esperaba listo para huir a toda prisa. Fue algo que funcionó a la perfección, hasta que una madrugada la función tuvo que suspenderse porque la policía hizo una redada en los alrededores. Decidió esperar, enviando un mensaje a Forja sobre la salida prematura y quedándose con Domarius hasta que escuchó el carruaje llegar.
—¡Me voy!
Aegon salió corriendo, buscando por el callejón pensando que el carruaje próximo era de Forja, pero se topó de frente con un encapuchado que de inmediato lo atrapó. El carruaje era de aquel tipo con el que forcejeó y se retorció buscando liberarse, gritando por ayuda al ser levantado en brazos. Oh, no, ningún idiota iba a raptarlo solo para mancillarlo. El puño de Aegon dio de lleno con la nariz del Alfa con la suficiente fuerza para que lo soltara, distracción necesaria para buscar la piedra más próxima en el suelo y noquearlo con ella.
—¡Imbécil! —le gruñó, viendo ese cuerpo caer inconsciente bajo la luz de una lámpara titilando, su capucha y máscara revelando su rostro.
Palideció en el acto al ver desmayado con una herida en la cabeza al Príncipe Jacaerys Velaryon.
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Huevito caracterizado en el teatro.
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