Dragón esmeralda


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Sus primeros días en el palacio no fueron tan malos, prácticamente se mantuvo dentro de sus aposentos para no hacer el ridículo de perderse, pues aquella cosa era inmensa y tenía pasillos por donde quiera además de habitaciones interconectadas. Aemond conoció a las nietas de Rhaenys, descendientes nada más y nada menos que de su hija fallecida Laena con Daemon Targaryen, su infame padre. Fue presentado en el desayuno, sentándose a la mesa junto a ellas en el jardín donde su abuela gustaba tomar sus alimentos a primera hora. Baela le pareció distante, con ese orgullo de llevar sangre real como su abuela, Rhaena en cambio, le agradó más, fue más cordial y curiosa de solo saber que iba a casarse con Lucerys.

—Espero podamos llevarnos bien, no dudes en visitarme si tienes alguna duda o necesitas algo.

—Trataré de hacerlo, Alteza, si es que no me pierdo.

Rhaena rió, palmeando su mano. —Te entiendo.

Una mañana, Aemond despertó sobresaltado por una voz de general dando órdenes a sus doncellas, Enya vuelta loca de un lado para otro, todos con la cabeza baja ante la alta mujer de vestido verde oscuro y cabellos blancos de mayor edad que la Dama Meleys, cuyos ojos de ámbar se posaron en él cuando lo vio sentado en la cama desconcertado ante el barullo.

—Alteza, buenos días, soy la Dama Vhagar, estaré con usted a partir de este momento.

Iba a preguntar para qué él necesitaba una dama así, pero enseguida vino su respuesta al ver cómo ella ponía orden y claramente estaba mostrándole cómo debía ser atendido, su rutina de todos los días con una ferocidad mayor a la que la Dama Meleys había mostrado. Salió de la cama, apoyándose en la mano de Vhagar pese a poder hacerlo solo, eso ya lo tenía aprendido, siempre debía hacer eso como si fuese un discapacitado.

—Al baño.

—¿Usted...? —una ceja arqueada con una mirada que no aceptaba un no por respuesta lo calló, apretando sus labios.

Por supuesto que ella iba a inspeccionar toda su persona mientras lo bañaba, su deber como su Dama de Confianza era precisamente asegurarse de que estaba en perfectas condiciones. Y todavía más como Aemond lo descubriría.

—Pero esas no son mis ropas...

—Eran temporales, ha llegado el nuevo guardarropa, más conveniente para su persona.

—¿Conveniente?

Vhagar arqueó de nuevo su ceja. —Su Alteza es un Omega virgen, le corresponden ciertos trajes y arreglos.

—¿Es en serio? —Aemond jadeó ofendido con un ligerísimo sonrojo por el tema, callando de nuevo aguantando un gruñido.

Casi todos los vestidos eran blancos o en un color similar, algunos eran azules de la casa, además de un número estúpido de sombreros, guantes, sombrillas, y quien sabe qué más cosas que sintió no venían al caso, jamás las había usado. Vhagar le explicó esa otra etiqueta de cambiarse durante el día, había una ropa para el desayuno y almuerzo, otra para la cena, otra más por si salía, una muda diferente por si deseaba montar. Era como si por cada actividad tuviera que cambiarse.

—Con razón nadie sale de aquí si cuesta tanto.

—¿Qué ha dicho, Alteza?

—... nada.

—Espalda recta, manos sobre el regazo.

Rebelarse no fue prudente, además de que desairar a Rhaenys Velaryon era lo más tonto que pudiera hacer en su palacio. Aemond soportó valientemente ese entrenamiento de modales de la Corte, descansando cuando Rhaena aparecía para que dieran un paseo por los jardines. De ahí se enteró que ella conocía a su hermana Helaena, aunque no estaba al tanto de su auténtico nombre que él le confió, porque la princesa estaba deseando buscarla para nuevos vestidos. Él aun no podía salir así, ni ver a su familia, no hasta cumplir con ciertas partes de su convenio.

—Vhagar, ¿es realmente necesario que me sigas a todas partes?

—Absolutamente.

—¿De verdad?

Su dama lo miraba de esa manera que Aemond solo podía suspirar, resignado a que la imparable mujer le cuidara todo el tiempo, hasta comenzó a dudar que durmiera. O que fuera humana. Tenía una fortaleza y voz de mando sin ser Alfa que intimidada a la servidumbre del palacio. Podría ser que él también estuviera incluido, solo que no le daría el gusto, al menos no todavía. Consolado por las palabras de Rhaena quien le contaba de sus charlas con Helaena, la nostalgia lo golpeó, deseando más que nunca el ver a sus hermanos.

—Por favor, Vhagar, puedes hablar con...

—No.

—¡¿Por qué?!

—No exabruptos.

Aemond entrecerró sus ojos. —Quiero ver a mis hermanos.

—¿Su Alteza ha cumplido con sus deberes? Entonces conoce la respuesta. Continuemos con la lección.

Distraído con semejantes tonterías, pronto llegó el momento que no deseaba: conocer a su prometido. El príncipe regresaba de la academia militar para comenzar los cortejos. Según lo establecido, su primer encuentro sería con un baile, nada menos que su baile de presentación ante la Corte de Marcaderiva. Ahí Rhaenys anunciaría su compromiso, tendrían un baile juntos y una charla más o menos privada. La cabeza le dio vueltas de solo ver lo que tendría que usar, esa cosa pesaba kilos y faltaban las joyas que Vhagar le montaría encima.

—¿Cómo es?

—¿Quién? ¿Lucerys? —Rhaena le probaba unos collares— Oh, es muy lindo. De los tres hermanos, es el más bromista o el más relajado como quieras verlo.

—Ah.

—De cachorro era un completo fracaso.

—¿Qué? ¿Fracaso, dices?

—Sí, todo le salía mal, pero si alguien se burlaba le tiraba los dientes. Después aprendió y ahora es uno de los más valientes Alfas en la academia, recién ganó su título de capitán.

—Mm.

Aemond había visto ya algunos cuadros del príncipe, no estaba mal, sino era que los pintores le habían hecho algún favor como solía pasar. Rhaenys lo adoraba, cada logro suyo lo celebraba, siempre hablando flores de su nieto. Según Rhaena, no tenía nada de qué preocuparse, ella estaba segura de que se llevarían muy bien, él no estaba tan seguro de ello. Le guardaba cierto rencor por haberlo llevado así al palacio, sometiéndolo a ese matrimonio sin preguntarle. ¿Cómo era posible que lo hubiera elegido cuando ni se conocían?

La gran noche llegó y los nervios de Aemond le traicionaron una vez que estuvo listo, mirándose al espejo, contemplándose tan diferente con ese atuendo, la banda azul cruzando su pecho con un zafiro como broche, colgando ese famoso caballo con cola de pez símbolo de la familia. Vhagar le anunció que todos le esperaban, él tenía que entrar primero y luego lo haría el príncipe, ese era el protocolo. Sujeto del brazo de su dama, el Omega caminó apretando discretamente su faldón, escuchando la música como las voces del gran salón principal. Recordar lo que le sucedió a Aegon de pronto lo congeló, sus pies negándose a avanzar más ya frente a las puertas que abrirían para cederle el paso.

—¿Alteza? —Vhagar lo llamó.

—N-No... no puedo... yo no puedo...

¿Y si también se reían? ¿Qué pasaba si pese a la presencia de la princesa Rhaenys la gente se retiraba como sucedió con su hermano Aegon? ¿O al final Lucerys Velaryon decidía que no le agradaba? Su mente se perdió en semejantes pensamientos ante el pánico escénico.

—Alteza —Vhagar se plantó frente a él, mirándolo de cerca— Puede hacerlo.

—... n-no...

—Puede hacerlo porque Alicent Hightower no crió una oveja, sino un dragón.

Eso fue como si lo despertaran de un mal sueño, respingando al ver a Vhagar con ojos abiertos, pensando en su madre. Alicent había querido eso, su presentación como era debido. Dentro de aquel salón estaban personas que despreciaron a su madre, su nombre... pero ahora podía hacer el cambio, ahora estaba en una posición donde eran ellos quienes tendrían que inclinarse. Así era. Una sonrisa fue creciendo en el rostro de Aemond, asintiendo y respirando hondo, recordando las lecciones de su dama, cruzando sus manos al frente.

—Estoy listo.

Con mentón en alto, entró a paso firme y sereno en el gran salón cuya luz le deslumbró un poco, dirigiéndose como si fuese algo que hiciera todos los días hacia donde estaba Rhaenys con sus dos nietas, saludándola con una reverencia perfecta. La princesa viuda sonrió complacida, señalándole su lugar a un lado que tomó, viendo de reojo a los demás, sintiendo cosquillas en su estómago al notar los rostros asombrados de la gran mayoría, mismos que se giraron cuando presentaron a su prometido.

Las puertas volvieron a abrirse, un joven Alfa entró cargando en una mano su gorro de capitán, espada colgando a un costado y caminando a paso marcial. Era ligeramente más alto que Aemond, quien lo inspeccionó de pies a cabeza, enfundado en ese traje de cadete con los colores azules iguales a su banda en el pecho. El príncipe no lo miró cuando llegó frente a su abuela, cuya mano besó por el dorso, saludándola y deseándole salud igual que a sus primas. Rhaenys amplió su sonrisa, dirigiéndose a la corte que guardó respetuoso silencio.

—Esta noche, quiero anunciar formalmente el compromiso de mi querido nieto, Lucerys Velaryon, mi heredero, con Aemond Targaryen, hijo de Lord Viserys Targaryen y Alicent Hightower.

Murmullos, miradas curiosas mientras Aemond extendía su brazo para colocar su mano sobre la de Rhaenys quien la entregó al príncipe, este al fin posando su mirada en el Omega con una expresión que gritaba felicidad.

—Esta es su noche de compromiso, este es su baile.

Aemond buscó el rostro de Vhagar, a lo lejos, su dama sonriéndole con ojos entrecerrados, asintiendo. Un dragón. Respiró hondo, aguantando esa mano que apenas si tocó su cintura, sujetándolo delicadamente para comenzar el suave vals con docenas de ojos tomando nota de cada uno de sus movimientos, sus expresiones, cualquier desliz del cual comentar. Se cuidó mucho de no gruñirle a Lucerys, le costó trabajo con esa sonrisa descarada del príncipe, olfateándolo discretamente.

Vinieron los aplausos, no supo si fueron sinceros o no, regresando a su lugar para que los demás bailaran. Las copas fueron repartidas en cierto punto, llenas de la mejor champaña, un brindis por la futura pareja. El príncipe pidió el permiso de su abuela para entregarle el anillo de compromiso, un singular anillo con un diamante realmente hermoso, engarzado en el símbolo de la Casa Velaryon que fue puesto en su dedo enguantado con un beso en sus nudillos, esbozando una sonrisa en correspondencia.

Luego de las felicitaciones protocolarias, al fin los llevaron a una salita para ese primer encuentro a solas. En realidad cada uno estaba acompañado. Aemond tenía a Vhagar a sus espaldas, ella de pie mientras que él tomó asiento en un sofá, Lucerys estaba escoltado por un joven algo nervioso, su lacayo personal, Arrax le pareció era el nombre, otro Alfa que no le pudo sostener la mirada a Vhagar, cosa que ya no le sorprendió. Pasaron unos minutos a solas, el príncipe solo estaba ahí sentado del otro lado de la salita, observándolo, algo que lo puso de nervios.

—Alteza...

—Lucerys, o Luke.

—Alteza —repitió, mirando sus manos enguantadas, ese anillo de compromiso— ¿Podría ser tan gentil de explicarme por qué me eligió? No tenemos el gusto de conocernos.

El disgusto, quiso decir.

—Oh, podríamos decir que fue amor a primera vista —Aemond frunció su ceño— Te vi un día... no era un buen día, pero a pesar de todo, me pareciste una visión y me dije que si podías ser así en semejantes circunstancias, en otras mejores no tendrías rival. No me equivoqué.

Aemond respiró hondo, tranquilizándose, ese príncipe era un idiota pretencioso, apuesto, pero muy estúpido si creía que iba a caer en semejantes trampas baratas.

—Me temo que yo no puedo expresar palabras similares.

—Para eso es el cortejo ¿no es así? —Lucerys le sonrió con un guiño— Estoy decidido a probarte que no tienes nada de qué preocuparte conmigo.

Se mordió la lengua para no reclamarle que prácticamente estaba siendo chantajeado para ese compromiso, solo apretando una media sonrisa, volviendo los ojos a su regazo, quedándose en silencio sin saber qué más hablar. Casi brincó del sofá cuando el príncipe se puso de pie, rodeando la mesita del medio e hincando una rodilla.

—Eres hermoso, tenía que decirlo, eres... perfecto en todo sentido. Tu aroma es...

Antes de que Vhagar o Arrax pudieran hacer algo, su mano se movió sola, pescando el cuello de aquel insolente al que estampó contra la mesita, tirando el centro de mesa con un gruñido que había esperado mucho por salir.

—No te atrevas a hablarme así, ni acercarte de esa manera. Tal vez no tenga más opción que estar aquí, pero no soy un caballo o tu lacayo para que vengas a sentirte mi dueño.

—¡Alteza! —Arrax alzó sus manos sin saber cómo separarlos sin tocar a Aemond.

—Milord, está arruinando su vestido, permítame.

Vhagar tomó su brazo, haciendo que soltara al asustado Lucerys, quien tosió aliviado mientras ellos salían de la sala. Aemond se detuvo, girándose a su dama.

—No debí hacer eso ¿cierto?

—El príncipe es capaz de soportarlo.

—¿La princesa no se enfadará?

—Si usted no le dice, nadie le dirá, no creo que su Alteza Lucerys se lo comente.

—Vhagar...

—Tenemos que volver, solo puede ser un momento y estamos retrasados.

El resto de la velada pasó sin más contratiempos, Aemond cuidándose de no mostrarse más agresivo cuando el príncipe estuvo a su lado. Bendijo la etiqueta que prohibía que estuvieran menos de un metro de distancia, o que Lucerys lo tocara más allá de lo permitido y para su fortuna dichos acercamientos estaban decididos por nada menos que su Dama Vhagar. Le pareció que Rhaenys estaba divertida con ellos, no estuvo seguro, al menos llegó a sus aposentos de una pieza sin amonestaciones ni castigos.

—Bien hecho, Alteza —Vhagar le sonrió.

—¿Me felicitas?

—Se comportó como un dragón.

Aemond la miró extrañado, luego pensando en algo. —Me hubiera gustado que mis hermanos estuvieran presentes.

—Es hora de dormir, tiene cosas que hacer mañana.

—El cortejo.

—Una de ellas. Vamos, le ayudaré. Enya, ven acá.

—¡Sí, señora!

No hubo castigos, Lucerys no le habló a su abuela de su ataque. Por cualquier duda, le comentó a Rhaena por si acaso necesitaba alguien a su favor al aclararle que todo había sido demasiado para él y de ahí que actuara de esa manera. La joven soltó una risa clara, aplaudiendo y luego abrazándolo con fuerza.

—Eres tan especial. Cuando vea a Helaena le contaré.

—No, no le digas lo que hice, se enojará.

—Oh, es interesante ver que le temes a alguien.

—Dime, ¿hice mal?

—Para nada, Lucerys debe ganarse tu cariño, me parece lo correcto.

—Hm.

—Je, je, je, eres alguien tan fuera de lo ordinario, Aemond.

—Qué va.

Vino otro encuentro autorizado, en el jardín preferido de Rhaenys donde recibió un ramo de rosas, ellos dos paseando con sus dos acompañantes siempre a sus talones.

—Yo...

—Oh, no te disculpes, te asusté y me merecí eso —cortó Lucerys con su sonrisa boba.

—No quiero que seas condescendiente conmigo.

—Para nada que lo hago, entiendo que te soy un desconocido, así que está bien si de pronto necesitas poner un límite. No me importa, me parece más natural y sincero, algo importante si vamos a ser esposos ¿no?

—Creo que eres un gran tonto.

El joven Alfa se carcajeó. —Oh, bueno, hace tiempo que nadie me decía eso.

—Entonces lo eres.

—Puede ser —Lucerys se encogió de hombros— Solo sé que hay cosas en la vida que deben perseguirse y no dejarse escapar porque jamás las volveremos a ver.

—¿Por eso le pediste a tu abuela que me trajera a la fuerza?

—Sí.

—¡¿Y lo aceptas?!

—¿Preferirías que fuese hipócrita y fingiera que no tenía conocimiento de lo que puede hacer mi abuelita con tal de ganarme tu afecto a base de mentiras?

Aemond abrió la boca, pero no dijo nada, quedándose callado, juntando sus cejas.

—Cínico.

—Sé que no fue la manera, lo acepto, solo que realmente me gustas, cada vez más. ¿Soy un egoísta por atraparte así? Por supuesto, por eso acepto si de pronto te enfadas o quieres ahorcarme. No tengo derecho a quejarme. ¿Puedo decirte algo que es algo... hiriente por ser muy personal?

—De todas formas lo dirías. Adelante.

—También quise esto porque supe que Daemon Targaryen estaba pensando en pedir tu mano.

—¿De qué carajos hablas? —el Omega jadeó, deteniéndose— ¿D-Daemon...?

—La verdad es que muchas causas te trajeron aquí, yo quisiera muy vanidosamente decir que mi deseo por desposarte fue la principal, porque lo demás me parece oscuro, lleno de fango y suciedad que no mereces. Suena estúpido ahora, más soy sincero cuando digo que de saber los peligros a tu alrededor solo quiero abrazarte y salvarte de todos.

—¿Mi caballero de armadura reluciente viene al rescate? —preguntó con sorna.

—Algo así.

—Idiota —Aemond se dio media vuelta, desconcertado por dentro ante esa revelación, mirando por encima de su hombro a Lucerys— Puedo protegerme solo.

—Lo sé —el príncipe ladeó su rostro, divertido por alguna razón.

Con eso terminó su encuentro, regresando con Vhagar quien lo llevó para cambiarse, irían a un paseo alrededor. Solo rodó sus ojos, aceptando eso pues no tuvo ganas de pelear. ¿Qué buscaba Daemon Targaryen con desposarlo? Había algo ahí que debía averiguar. Rhaenys debía saberlo, solo que para que ella se lo dijera, tenía que ganársela. Eso estaba pensando cuando se percató del camino, estaban saliendo del palacio.

—¿Vhagar?

—¿Qué sucede, Alteza?

—¿A dónde vamos?

—Por la hora, a una cena.

—¿A dónde?

—Es uno de los restaurantes de los Velaryon.

—¿Con quién es la cena?

—Ya lo verá.

—Pero...

—Espalda recta.

—¡Argh!

De buena gana se hubiera bajado así nada más, no quiso manchar más su récord, esperando paciente a que llegaran a la ciudad, entrando al restaurante que encontraron vacío. Aemond bajó su mirada, algo derrotado, se le había olvidado ese detalle. La familia real no se reunía con nadie más, siempre se vaciaban los sitios públicos a donde ellos se dirigían. Con resignación, estaba por tomar una silla de una mesa preparada cuando escuchó unas voces que hicieron a su corazón latir aprisa, levantándose de golpe, viendo a Vhagar quien apenas inclinó su cabeza.

—La paciencia es la planta que más tarda en florecer, pero la que da los frutos más deliciosos.

Sus hermanos estaban ahí.

—¡AEMOND! 


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Aemond en su presentación en el palacio Velaryon.

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