Digno rey


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Joffrey le dio un beso en los labios y Daeron sintió mariposas en el estómago, sus mejillas sonrojándose con fuerza al entrelazar su mano con su príncipe. Tess dijo que siempre se sentiría así dado que ya estaban enlazados aunque medio mundo estuviera en negación con ello. Caminaron juntos, Tess, Tyraxes, Joff y él hacia la sala privada de la reina, ahora que los sustos por fin ya se habían terminado. Su tío Daemon estaba por fin bien guardadito tras las rejas, porque su otro tío Gwayne se comportó como el caballero de armadura reluciente con los jueces y atacó con todo, incluyendo un testigo sorpresa cuyo testimonio fue lo que acabó el asunto.

En la sala ya estaba su hermano Aemond, sentado en un mullido sofá con muchos cojines alrededor para ayudarlo a estar más cómodo porque su pancita ya era abultada. Se veía muy tierno y lindo, pero no le dijo eso porque tales adjetivos no iban al lado del nombre de su hermano. Fue a saludarlo, tocando esa pancita y sintiendo una ligera patada que hizo sonreír a un orgulloso Lucerys. Su hermana Helaena también estaba ahí, ella de pie mirando por una ventana del brazo de su esposo Cregan, los dos parecían de ensueño así, tan gallardos y felices. Miró a Joffrey como esperando en su cabecita que eso también sucediera... más adelante, por supuesto.

Quienes luego aparecieron muy tranquilas fueron las princesas Rhaenys y Rhaenyra, ambas del brazo acompañadas de sus damas, la primera trayendo consigo a sus dos nietas. Daeron sintió algo de pena ajena al ver el rostro hinchado de Baela por tanto llorar, Joff le había contado que Su Majestad en persona le recriminó el haber apoyado tanto a su padre sabiendo todo lo que ocurría con ellos, por haber sido grosera con la familia y no tener una correcta noción de lo bueno y lo malo. Rhaena estaba más feliz, acompañando a su hermana porque pese a haberse peleado, la quería lo suficiente para no dejarla sola.

Después de lo sucedido en el teatro, todos fueron al palacio imperial a tomar un descanso, relajarse y esperar por las noticias que llegaron veloces sobre la detención de Daemon Targaryen con su gente, luego del alegato de Lord Hightower que fue como un tornado cayendo sobre el príncipe. Ahora que habían tomado ese tiempo para respirar aliviados, la reina los llamó, porque era tiempo de terminar los pendientes y decir las cosas que no se habían dicho. Su Majestad entró siempre elegante y seria saludando a todos, justo cuando otras puertas se abrieron.

—¡Oh, lo siento! —se disculpó un rojísimo Aegon, jadeando por la carrera, con Jacaerys detrás también descompuesto— ¡Se nos hizo tarde!

—Aegon... —Aemond lo hubiera ahorcado de haber podido, indicándole con la mirada que se callara y tomara asiento.

A Daeron se le figuró que esos dos parecían que hubieran corrido un maratón cuando las habitaciones no estaban tan lejos. Sunfyre y Vermax los ayudaron a sentarse. El pequeño Omega buscó a Forja, este entrando justo en esos momentos como si le hubiera leído la mente, guiñándole un ojo al ir con la monarca y entregarle un papel. Todos esperaron quietos y en silencio luego de las reverencias, la reina los observó uno por uno en tanto Aegon recuperaba aliento, sonriendo maternal.

—La verdad, aunque sea enterrada bajo el suelo, siempre encontrará el modo de salir a la luz. Hoy ha sido el tiempo de las revelaciones y la justicia llega al fin. Yo le había advertido a Daemon que sus pasos lo llevarían a un final amargo, pero fue demasiado orgulloso para creerlo. Eso no es un rasgo que desee para un heredero, porque quien lleve la corona no puede ni debe poner sus propias necesidades por encima del reino.

Su Majestad miró a Silverwing, su dama quien asintió al buscar un cofrecito especial que sorprendió a Aemond según lo notó, pareció reconocerlo. La dama lo puso frente a Aegon.

—Eres el mayor, Aegon, te corresponde entregarlos —ordenó la reina.

Aquel parpadeó, todavía abanicándose, sus manos tomaron el cofrecito, poniéndose de pie al abrirlo. Igual que si hubiera sido encantado, Aegon se quedó de una pieza, abriendo sus ojos que luego se humedecieron, relamiéndose los labios y volviéndose a Su Majestad quien asintió animándolo a repartir lo que había dentro. Ayudado por Jacaerys, su hermano sacó los preciados tesoros escondidos ahí, cuatro dragoncitos de madera con un listón verde que ataba unos mechoncitos platinados.

—Su padre los amó tanto como para sacrificar su propia vida por ustedes —habló la reina mientras cada uno recibía su dragoncito por el aroma en esos mechones— Jamás los olvidó y siempre estaba al pendiente de ustedes. Como yo. No es necesario hablar de su vida pasada, porque lo sé, todo lo sé, mis niños, no hay más qué decir.

—¿Forja? —Helaena miró al mayordomo quien hizo una reverencia.

—Él era el guardián designado de Viserys, pero su padre prefirió que los protegiera a ustedes como a su madre, honrando la herencia de mi esposo.

—Un honor, Su Majestad.

—¿De verdad eres hijo de Vermithor? —Aegon se limpió un ojo, como todos al ver esos hermosos dragoncitos hechos por su padre, su aroma estaba ahí igual que su cariño.

—Con orgullo, señorito, ha sido la mejor experiencia de mi vida.

—Forja... —Helaena borró una lágrima, apretando su dragoncito contra su pecho.

—Todos los Fireblood son así —asintió Su Majestad— Leales a su amo, incluso Caraxes quien erró camino al no hacerle ver a Daemon sus errores, le fue leal hasta el fin.

—¿Todos los Fireblood? —Aegon parpadeó, confundido.

—La Guardia del Rey tiene un único apellido —Daeron habló, recibiendo la mirada de todos— Fireblood, una sola familia de guardianes, entrenados en la academia de los Sabuesos Pulgosos.

—¡¿Qué?!

—Aegon, calma —susurró Jace.

La reina rió apenas. —Aparentemente son cachorros de la calle, pero no es así, es la fachada que usan para cumplir perfectamente su trabajo. Algunos llevan una carga más pesada que otros, ¿no es así, Vhagar?

—Su Gracia —la dama asintió— Pero fue más difícil para Seasmoke.

—¿Seasmoke? —Aemond frunció apenas su ceño, usando un pañuelo de Lucerys para secar sus ojos.

Las puertas laterales se abrieron, dejando pasar al anciano que todos ya conocieran como Vermithor, solo que ya no caminaba encorvado. Apenas estuvo junto a la reina, se arrancó la piel falsa como las barbas y cabello, revelando a un joven maduro de piel blanca y cabellos negros con ojos grises que les sonrió antes de hacer una reverencia.

—Su Majestad, Altezas.

—¡TÚ NO ERAS UN ANCIANO! —Aegon no paraba de sorprenderse— ¡Eres...! ¿Seasmoke? Un momento... ¡eres el testigo de mi tío!

—Había esperado tanto por este momento —replicó el guardián— Mucho tiempo. Por fin mi amo ha sido vengado. Gracias, Vhagar, sin tu ayuda no lo hubiera logrado.

—Es mi deber.

La princesa Rhaenys no lucía sorprendida, pero Rhaenyra sí, estaba atónita, riendo después al no creer cuan astuta e inteligente era la reina. Por algo llevaba la corona, por algo dirigía el reino. Era sorprendente. Su Majestad sonrió, pidiendo a su dama otro objeto, una carta que levantó en alto mientras hablaba de nuevo.

—La corona siempre debe estar delante de todos, siempre debe prever todo, saberlo todo. Se necesita de un heredero que tenga las características suficientes para mantener el reino a salvo y no caer en las tentaciones del orgullo individual. Rhaenys es mi heredera, pero ella no tiene un heredero, lo que ha sucedido quedará atrás, pero es necesario que la siguiente generación sepa qué hacer, elegir un heredero —la reina agitó la carta— Esto es la voluntad de Viserys Targaryen, quien pasa su título a su heredero, a ti, Aegon.

Daeron abrió sus ojos, tomando una mano de Joffrey al escuchar eso con mucha emoción que cambió a confusión porque su hermano se levantó como si un látigo le hubiera golpeado el trasero, con los ojos desorbitados, queriendo hablar pero luego arrepintiéndose. Aegon se puso de mil colores, riendo nervioso y por último, caminando a donde la reina, hincándose ante ella, sujetando su vestido con manos inquietas.

—Am... Su Majestad Imperial... yo... es un gran honor y esas cosas, pero... pero...

—¿Aegon? No tengo problemas con nombrarte heredero a la corona. ¿Tú, Rhaenys?

—Cualquiera de ellos es perfecto —respondió la princesa.

—Bueno sí, eso es muy bueno, pero, pero... es que... Su Majestad...

—¿Qué sucede, mi niño?

Aegon sonrió apenado, tragando saliva. —No quiero... perdóname abuelita, es una cosa impresionante que quizás todo mundo sueña, yo también lo hice un tiempo, solo que todo cambió y yo... no quiero. Has dicho que necesitas alguien comprometido y ahí está el problema, porque yo ya estoy comprometido —su hermano miró a Jacaerys— Quiero estar con Jace, quiero seguir con mi compañía, cantar en los teatros, hacer desfiles... si acepto ser heredero me voy a morir de aburrimiento y tristeza, perdóname, es que... no puedo, no quiero...

Nadie se movió, aquello había sido lo más salvaje que le hubiera escuchado a su hermano, el rechazar un nombramiento real, ser un futuro rey. Pero Su Majestad no se molestó, viéndolo con esos ojos sabios, acariciando su mejilla al sonreírle.

—Alicent los educó bien.

—Su Gracia...

—No te obligaré porque eso sería lo peor, insultaría lo que tus padres tanto quisieron para ustedes. Si no deseas el título, lo respetaré.

—Gracias, Su Gracia.

—Tranquilo, esto queda entre familia.

Aegon respiró aliviado, besando el dorso de la reina antes de volver a su asiento junto a Jacaerys, quien estaba muy contento de haberlo escuchado. Su Majestad iba a hablar, pero Helaena se le adelantó, poniéndose de pie y haciendo una reverencia.

—Tengo que dimitir, Su Majestad. Mi hogar es Winterfell y mis diseños, me marchitaría siendo tu heredera y no cumpliría mi deber.

—Marcaderiva me necesita —Aemond se unió cuando la reina se giró a él— Lucerys apenas si puede ver bien lo que debe hacer, algo mayor lo abrumaría.

—¿La cosa es culpa mía? —bromeó este.

Rhaenyra se echó a reír, uniéndose al resto que miró a Daeron, el jovencito escuchando los latidos de su corazón en los oídos, su rostro enrojeciendo al verse abrumado por tantos ojos sobre su persona, casi estrujando la mano de un nervioso Joffrey porque ambos sabían que iba a suceder.

—Daeron, serás tú el siguiente heredero. ¿Tienes algún impedimento?

—Bueno... —Aegon jadeó a punto de pararse a darle un coscorrón— Solo con una condición, Majestad.

—¿Cuál es?

—¿Puedo volver a la Casa de la Alegría? —haciendo acopio de valentía, el pequeño Omega habló firme— Su Gracia pide alguien que no ponga sus sueños personales por encima de las necesidades del reino, entonces yo quiero volver a la casa que mis hermanos y yo creamos en un momento tan particular de nuestras vidas. Si Su Majestad me lo permite, ahí creceré bien, para no caer luego en tentaciones, al fin que no seré heredero inmediato, la cosa puede esperar.

—Daeron —Aemond lo miró asombrado.

Pero la reina se carcajeó, azotando un poco su bastón, viendo de reojo a Silverwing quien también sonrió con ella, regresando su mirada al cachorro.

—Es cierto que el dinero y el poder revelan los auténticos rostros de las personas, y he aquí que estos pequeños míos están en lo alto, pero me piden dejarlos ir. Alicent debe sentirse orgullosa de ustedes, como lo debe estar Viserys. Ellos desearon solo una cosa para ustedes, y era una vida feliz tal cual ustedes designaran. Han tenido en sus manos algo singular, me han demostrado que no los perturba, así que yo también estoy orgullosa de ustedes.

—Su Majestad —corearon todos.

—De acuerdo, Daeron, volverás a la casa, todos harán lo que más les hace dichosos, solo no olviden que son príncipes y que siempre la corona velará por ustedes. Tienen consigo a los mejores guardianes, me tienen a mí, como tienen a Rhaenys cuando ella me suceda. Los problemas no han desaparecido, siempre existirán, así que les pido no olvidar este momento, pues lo tomaré como un juramento más valioso que esos dados en ceremonias. Cuando una nueva tormenta asome, quiero que demuestren una vez más porque llevan la sangre que corre por sus venas.

—Como lo ordene, Su Gracia.

—Bien... ¿alguien tiene hambre?

Todos los hermanos de Daeron fueron a felicitarlo, bromeándole sobre ser un rey muy mimado, Aegon no dejó pasar la oportunidad para amenazar al pobre Joffrey sobre no hacer lo mismo que Aemond, lo que le ganó un pellizco de este. La verdad fue que eso de ser heredero sí que asustó mucho al tierno Omega, sin poder dormir esa noche luego de festejar con sus hermanos en el jardín de la reina a quien fue a despertar con toda la pena del mundo. Ella lo recibió, llamándolo a su cama para que se recostara a su lado.

—¿Qué sucede?

—¿Cree que seré un buen heredero?

—Lo serás, Daeron, lo serás.

El chico apretó los labios. —Pero tú y la princesa Rhaenys son tan geniales.

—Tú también lo eres, fue tu inteligencia y valor lo que ayudó a tus hermanos a ganar esta batalla. A veces pensamos que por ser pequeños no haremos diferencia, eso es una mentira. Un grano de arena puede secar el océano.

—¿No estás enojada porque no quiero estar en el palacio?

—Claro que no, al contrario, ya lo esperaba. Todos ustedes tienen bien clavado en sus corazones las enseñanzas de su madre, eso es el mejor faro cuando la oscuridad te rodea, Daeron, porque eres un árbol con raíces firmes, el viento podrá lastimarte pero nunca podrá arrancarte del suelo. Eso hace un buen heredero.

—¿Y está bien si soy Omega?

—La corona es para quien es digno, no por casta. No hay nada qué temer.

Daeron asintió. —Gracias.

—¿Estás mejor?

—Sí. Buenas noches, abuelita.

—Duerme bien, pequeño dragón.

Celebraron la victoria de su tío Gwayne con una cena en un restaurante muy elegante donde luego Aegon cantó solo porque sí. Ahí, en medio de tanta gente, Jacaerys los sorprendió poniéndose a cantar también, no era tan bueno como su hermano, tenía mucho sentimiento eso sí, más porque casi al terminar, el príncipe sacó de su saco una cajita que abrió, hincándose ante un atónito hermano suyo.

—Aegon Targaryen, ¿me harías el honor de ser el ruiseñor de mi vida?

—¡Oh, por todos los cielos! —chilló su hermano— ¡Sí!

Tanta alegría animó al cachorro de Aemond, quien en esos momentos se quejó porque su bebé ya quiso nacer. El alboroto fue mayor, todos corriendo para ir al hospital a recibir al nuevo integrante de la familia. Fue un bebito hermoso, rosadito, largo y de cabellos castaños como su padre, también un Alfa. Aemond le tendió su hijo a Vhagar luego de que Lucerys lo cargara, en un gesto de respeto y admiración por ella. La imperturbable dama casi se quebró, sonriéndole al pequeño que devolvió a sus padres para que los demás lo sostuvieran.

—Necesitará su guardián —opinó Helaena.

—Ya lo tenemos —asintió Lucerys— Será Seasmoke.

—¿Y cómo se llamará? —quiso saber Aegon, meciéndolo— ¿Puedo nombrarlo yo?

—No —Aemond luego luego lo atajó— Tú no.

—Feo.

—Hijo, ¿tienen algún nombre? —Rhaenyra solo estaba divertida, esperando su turno.

—Bueno... pensamos en Laenor —respondió Lucerys.

—Y es un buen nombre.

Cuando Laenor Velaryon tuvo su fiesta de presentación, Daeron ya estaba de vuelta en la Casa de la Alegría que llenó de muchas fotografías de su familia que ahora era enorme. De Helaena con su pancita, abrazada por Cregan, de Aegon cayéndose del caballo en su traje de bodas porque quien sabe por qué le dio por montar en plena fiesta, sin que le ocurriera nada malo más que terminar todo embarrado de pasto. También había fotos de Aemond arrullando a su cachorro, esa la tomó Seasmoke a escondidas porque su hermano tenía una reputación que mantener. O de Holt con los Sabuesos Pulgosos corriendo por la calle, los futuros guardianes de los futuros Targaryen. Holt le prometió ser el guardián de sus hijos, eso le sacó lágrimas que luego fueron gruñidos porque su amigo se burló.

En especial, tenía en dos marcos la fotografía de sus padres en su boda, Alicent realmente hermosa como novia con un orgulloso Viserys a su lado, acompañados de Forja a quien Aegon "apartó" para sus cachorros porque afirmó que tendría más hijos que todos porque necesitaba su propia compañía de dragoncitos. La otra fotografía era de la reina, no como siempre la retrataban sino en su jardín sembrando un nuevo árbol, pues ella tenía la costumbre de colocar uno nuevo por cada uno de los miembros de su familia, así se acordaba que cuidar de ellos era igual que cuidar de un árbol, había que ser duro pero también amoroso.

Daeron tenía otra foto especial, esa la llevaba en su camafeo, ahí estaba Joffrey en su traje de gala. Pronto entraría a la escuela militar como todos los príncipes Alfas de la familia. Llevaba algo más con él, un anillo de promesa, de nunca dejar de quererlo tanto y un día, ambos casarse en una ceremonia tan linda como la de sus hermanos. Joffrey estaría a su lado cuando llegara el momento, Daeron le pidió que fuese el primero en decirle sus errores al gobernar, por más duro que fuese hacerlo, pues confiaba en él. Eso iba a tardar, aunque luego la princesa Rhaenys le bromeara diciendo que no estuviera tan cómodo porque en una de esas ella abdicaba en su favor.

Baela y Rhaena hicieron las paces, Baela luego se casó con un primo suyo muy guapo, Rhaena se fue a Oldtown con el tío Gwayne y por allá se quedó a ser una Hightower con un montón de cachorros todos bien parecidos. Ninguna de las dos visitó más que una vez a su padre en la prisión de la que nunca saldría, para decirle que iban a casarse y con quien. Fue Daemon quien ya no quiso verlas más, muy herido de que sus hijas se convirtieran en esposas de gente que no estaba a su altura, según él.

Helaena tuvo un hermoso cachorrito Alfa al que nombraron Rickon Stark, igualito a su padre aunque tuvo los ojos de su madre. Su hermana continuó con su enorme tienda, y su escuela donde recibía a todos los que quisieran aprender, incluso dio becas para quienes no tenían recursos, porque ella entendía bien eso. Winterfell se llenó de luz con ella a decir verdad, todos allá la quisieron luego de conocerla, Cregan afirmó que era más fácil que a él lo traicionaran que a su soñadora esposa.

De vez en cuando todos se reunían en la Casa de la Alegría, pasando todo el día ahí contándose lo que no se podía en las cartas, invitando a los amigos como Lord Martell o Sara Stark, alguno de los Sabuesos Pulgosos o toda la escandalosa compañía de la Calle de Seda. Era una casa llena de auténtica alegría, que llenaba el corazón de Daeron con tanta felicidad que a veces sentía que se le iba a reventar. Se dijo que si el día en que le tocara sentarse en el trono lograba que el reino fuese como su Casa de la Alegría, entonces ya no habría más Alicent sufriendo por gente egoísta, ni Viserys perdiéndose la vida de sus cachorros, ni hermanas Rhaenyra siendo difamadas por no ceder ante el peligro.

Ya no habría hermanos dragones arriesgando el pellejo con tal de salir adelante y cumplir sus sueños a costa de muchas tristezas. Si él lograba eso, entonces su madre y su padre podrían sonreír desde el cielo, y él podría decir que era un buen Targaryen.


F I N

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Un Daeron bebé, listo para hacer travesuras.


NOTA: Solo resta un cap smutito Jacegon para despedir :3

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