Casa de muñecas


**********

—Sara, no debiste venir en tu estado.

—No pienso abandonarte en estos momentos, Helly.

Nadie sabía dónde estaba Aegon, había sangre y cuerpos que la policía buscaba identificar, Helaena no quería llorar pese a tener muchas ganas de hacerlo. Su hermano no estaba muerto, se repetía en su mente, tenía una suerte envidiable para los infortunios, iban a encontrarlo. Lord Hightower ya estaba buscándolo, dejando a Forja con ellos y Lord Stark quien llegó para protegerlos mientras daban con el paradero de su hermano mayor luego de aquel ataque al teatro que terminó en tragedia para muchos. Criston Cole se había salvado por nada, pero estaba en el hospital e inconsciente, así que no tenían quién dijera algo sobre el mayor de los hermanos.

—Lady Sara, un té.

—Gracias, Forja.

—No entiendo —Helaena sacudió su cabeza— ¿Por qué? ¿Por qué tienen que hacernos daño de esta forma?

—Tranquila, querida, vamos a arreglarlo.

—¿Daeron?

—Ya está durmiendo al fin, señorita.

Sería casi al amanecer que su tío regresaría sin noticias todavía, pero al menos con cierto alivio pues Aegon no se contaba ni entre los heridos ni los muertos. Debía estar vivo o escondiéndose como lo sugirió Cregan, volverían a verlo cuando el peligro hubiera pasado. Era una lástima el no poder adjudicar ese incidente a Daemon Targaryen, no había ni una sola evidencia que lo vinculara, de hecho, Gwayne solo tenía un informe de la policía sobre unos tipos persiguiendo a la compañía de La Calle de Seda incluso en caballos, pero eso lucía más como una venganza entre teatros callejeros que otra cosa.

—¿Necesitas algo, cariño? —preguntó Cregan, al verla tan inquieta.

—Aemond, debe enterarse, quizás pueda ayudarnos.

—Veré que puedo hacer.

—Gracias.

Estaban almorzando cuando llegó un telegrama para Lord Hightower quien lo leyó extrañado por el remitente aparentemente lejano. Daeron y ella no perdieron detalle de su expresión que pasó de la consternación a la ofensa en un parpadeo antes de terminar en alivio, mirándolos con cierta sorpresa.

—Aegon está bien, está a salvo... en Harrenhal.

—¿Harrenhal? —Daeron abrió sus ojos— ¡Eso es lejísimos! Tuvo que abordar un tren para eso. ¿Cómo lo hizo?

—La pregunta más bien sería ¿quién lo ayudó? Este telegrama lo ha enviado Su Alteza Real, Jacaerys Velaryon.

Hubo un muy largo silencio en el que asimilaron semejante revelación, Forja rompió ese mutis con una risita, tosiendo luego para volver a la seriedad.

—Debemos estar tranquilos, señor, lejos de la capital, no hay forma que lo lastimen.

—Ni tampoco que yo pueda asegurarme de eso —gruñó Gwayne leyendo de nuevo el telegrama— Espero que haya caballerosidad en este príncipe.

—La habrá, milord.

Helaena no supo qué pensar, confiaba en que sus dos hermanos estaban mejor donde ahora se encontraban, sin duda cada uno de esos príncipes no permitirían que algo malo les sucediera, ella también estaba segura como Forja. Lo que la consternaba era la agresión tan abierta, y ellos en el medio de un conflicto que no pidieron. Estaba leyendo su libro de insectos que había comenzado con su abuelo en la salita de estudio cuando Cregan regresó para visitarla, sentándose a su lado.

—¿Estás bien?

—No, la verdad es que no. Me duele todo esto, ojalá pudiéramos tan solo renunciar y que nos dejaran en paz.

—Me temo que eso no es posible —Lord Stark negó apenas, palmeando una de sus manos— He estado indagando sobre el tema, la cuestión no es tan sencilla. El llevar el apellido Targaryen no es casual, de hecho hay un decreto real detrás, lo que significa que tu padre pidió a Su Majestad que los nombrara a ustedes Targaryen.

—¿Y para qué? —la joven Omega se exasperó— ¿De qué nos ha servido eso? Solo hemos vivido un infierno por ello.

—Helly, cariño, ¿no han considerado la opción de hablar con la princesa Rhaenyra?

—¿Qué?

—Tienen que aceptar que ella no es quien ha iniciado esta oleada de ataques, con mucho, su único reproche es que no tiene en buen concepto el nombre de Lady Alicent. Pero no pierden nada si cierran filas con la princesa y acaban con esto.

—¿Tú quieres que vayamos a pedirle ayuda?

—No, que aclaren todo esto, mi amor, se han dejado llevar por tantos rencores y complots que no se han parado a pensar si no están continuando una pelea que no les corresponde. Lo que me hace retomar el tema de su apellido, porque solo hay dos maneras de perderlo: es falleciendo o que se comprobara fehacientemente que son hijos bastardos. Ahí es donde la princesa Rhaenyra está en problemas, más de una vez en el pasado se ha cuestionado el verdadero origen paterno de sus hijos y eso lo usará Daemon Targaryen para quitarle su herencia, pues habría incurrido en una traición a la corona... ¿Helaena?

Esta se puso de pie, gruñendo y apretando su libro contra su pecho con manos temblorosas por la ofensa.

—¡No voy a humillarme de nuevo para que tú estés tranquilo!

—Cielo, eso no es lo que dije, estoy hablando de resolver malentendidos por tu propio bien.

—¡No lo haré! —Helaena estalló con lágrimas en los ojos— ¡No pienso sufrir más!

—Helaena...

—¡Vete! ¡Vete! ¡No quiero hablar contigo ni un segundo más!

—¡Helaena!

Salió disparada de la salita, azotando la puerta de su recámara al encerrarse y tumbarse en la cama entre sollozos, quedándose ahí hasta que Forja fue a revisarla, sentándose a su lado siempre cariñoso y protector.

—¿Señorita? ¿No desea cenar?

—Forja... —se limpió su rostro sin dejar de abrazar su libro— ¿Hice mal?

—¿Habla de gritarle a todo pulmón a su prometido?

—... sí.

—Creo que no era a él a quien usted deseaba gritarle, pero era el único disponible.

—No quería... pero es que...

Forja sonrió, acomodando sus cabellos lejos de su rostro para verla mejor.

—Un día, un monje paseaba solitario en el medio del bosque, caminando así es que de pronto una flecha se le clavó cerca del corazón. No supo de dónde provino esa flecha perdida, lo que sí sabía el monje era que su vida estaba en peligro. Tenía dos opciones: buscar al culpable mientras la vida se le iba o detener el sangrado y salvarse.

Helaena lo escuchó más tranquila, mirando su libro que soltó al sentarse en la cama, respirando hondo antes de hablar.

—Ya no quiero sufrir, pero... al mismo tiempo quisiera saber por qué padre ha permitido esto.

—Tal vez lo que necesita la señorita es eso, decirle lo que siente a Lord Targaryen, no para tener una respuesta, es quitarse la flecha y sanar la herida.

—¿Crees que Cregan me perdone?

—Lord Stark no tiene nada qué perdonarle ni tampoco está enfadado con usted si eso le angustia. Un auténtico Alfa sabe distinguir cuando el ataque no es para él —el mayordomo le tendió su pañuelo— Y está bien enojarse de vez en cuando, no podemos estar bien todo el tiempo.

—Gracias, Forja.

—Ni tampoco es bueno quedarse con hambre.

—Oh, está bien.

Helaena pasó la mañana siguiente con Daeron, acompañándolo a estudiar cuando llegó Lord Stark, esperándola en la misma salita donde le gritara y ella entró apenada luego de que su tío le avisara que estaba buscándola.

—Helly...

—Lo siento, lo siento mucho, no quise comportarme así.

—No hay problema, yo sé que todo esto no es fácil para ustedes. Debí ser más prudente con mis palabras.

Ella negó aprisa, alcanzando sus manos. —Tienes razón, solo que al menos yo no me siento lista para eso, no con Rhaenyra.

—¿Con tu padre?

—Solo... sé que está muy enfermo, pero quisiera hablar con él.

—Oh, entonces eso sí es algo que yo puedo lograr.

—¿Cómo?

Cregan le guiñó un ojo. —Recuerda, somos los Stark.

No supo cómo lo consiguió, pero un par de días más adelante, Helaena iba con él en un carruaje rumbo al palacio de Westeros para ver a Lord Targaryen, su media hermana estaba ausente, al parecer demasiado ocupada preparando su alegato para el momento necesario, cosa que agradeció mucho. Sujetando todo el tiempo la mano de su prometido, la joven llegó al palacio, enorme y elegante, pero también increíblemente solitario, con un aire de tristeza. Los guiaron hasta el piso de las habitaciones, cruzando un pasillo donde Helaena vio los retratos de los Targaryen, incluyendo el de la princesa Aemma Arryn, la madre de Rhaenyra, la primera esposa de su padre. Se detuvo para mirarla de cerca, frunciendo apenas su ceño antes de continuar.

—Estaré aquí por si me necesitas —musitó Lord Stark cuando llegaron a las puertas de la habitación.

—De acuerdo.

La recámara estaba en penumbras, silenciosa a morir, con apenas los rayos del sol colándose por entre las cortinas que rodeaban la enorme cama donde yacía un muy enfermo Viserys Targaryen, apenas si respirando. Helaena se dio cuenta de que su cuerpo parecía como si estuviera pudriéndose, pero continuaba vivo por alguna razón, ignorando la guerra que se estaba desatando a su alrededor. Ella se quedó al pie de la cama por unos minutos, luego haciendo a un lado las telas para ir a la cabecera, sentándose cerca de su padre a quien observó otro poco, con muchas ganas de llorar porque era la primera vez que lo veía desde hacía años.

—Padre... soy yo, Helaena...

Se quedó callada, mirando ese rostro enfermizo, cansado que no se inmutó, apretó sus manos entre sí sobre su regazo, continuando con un temblor en su voz.

—Un día... —comenzó titubeante— Un día me dijiste que jugarías conmigo a la casita de muñecas, tú serías mi príncipe y yo tu princesa ¿lo recuerdas, padre? Pero nunca lo hiciste, nunca llegaste para jugar conmigo. O con mis hermanos. Siempre te esperamos hasta que nos cansamos de esperar. Yo me pregunté todo el tiempo si acaso yo no era lo suficientemente bonita como Rhaenyra y por eso no querías venir a verme —un nudo en la garganta apareció, tomándose unos segundos para controlarse— Mamá ha muerto, padre, murió en las puertas de tu palacio buscándote, las patas de unos caballos y las ruedas de un carruaje destruyeron su cuerpo... porque tú no la amabas. Están haciéndonos daño, padre, porque tú no nos amaste, nos separan y nos han humillado porque somos los hijos de los que te avergonzaste.

La joven se limpió una lágrima, calmándose un poco, mirando ese pañuelo que era de Cregan Stark y que la hizo sonreír al ver el lindo lobo en una esquina.

—Voy a casarme, padre, con un Alfa que es el mejor Alfa que he conocido en mi vida. A él no le importa que sea solo una Omega olvidada por su noble padre, ni lo que dicen de sus hermanos que trabajaron para salir adelante o su madre que nunca se pronunció en tu contra ni cuando murió. Voy a casarme, mi tío Gwayne va a entregarme y Forja me ayudará a vestirme, mis hermanos estarán en mi boda, pero tú no. Y eso va a dolerme mucho, padre, siempre lo hará, porque aunque no quiera me preguntaré qué sucedió para que tú hayas hecho todo un banquete para las nupcias de Rhaenyra pero yo... que solo quise que jugaras conmigo en mi casita de muñecas, yo jamás pude estar en tu corazón ni ser digna de ti junto con mis hermanos.

Helaena desvió su mirada hacia el resto de la habitación, sus ojos recorriendo todos esos objetos ajenos y extraños con un aroma a muerte.

—Mamá nunca quiso que te guardáramos rencor, no nos enseñó a odiar, pero lo hice un tiempo, padre. Te odié por largo tiempo cada vez que alguien se burlaba de nosotros, cuando Aegon se quedó solo en ese salón porque nadie quiso estar en su baile de presentación. O cuando se llevaron a Aemond sin que pudiéramos hacer algo. Porque siempre estuvimos desamparados cual cachorros sin padre que nos dejaste ser. Ya no te odio, padre, me cansé de hacerlo como de esperar por tu respuesta del por qué no nos amaste, cada noche llorando en alguna de las horribles respuestas que cruzaron por mi corazón herido. Al final, me parece que mi hermano Aegon tiene razón, no nos amaste porque simplemente no quisiste hacerlo. Tal vez no es la respuesta correcta, pero con eso me quedaré y estaré tranquila con eso.

Se levantó respirando hondo, mirando a Lord Targaryen ahí inmóvil, entre la vida y la muerte ajeno a sus palabras como a su vida. Le sonrió apenas, acercándose para acomodar sus cobijas, acomodando sus cabellos.

—Adiós, padre. Te perdono.

Helaena salió de la habitación, buscando a su prometido quien enseguida fue a ella, asintiendo a su mirada interrogativa. Se había arrancado la flecha, ahora podía sanar. Hubo un tiempo en que se había emocionado con la sola idea de entrar al palacio de Westeros, ahora se sintió muy feliz de abandonarlo, recostando su cabeza sobre el hombro de Lord Stark quien le obsequió un beso en su frente, apretando su mano entrelazada.

—¿Mejor?

—Sí, gracias por estar en mi vida, Cregan.

—Es un honor compartirla, mi amor.

Sus pensamientos estarían ocupados con el nacimiento del cachorro de Lady Sara, felicitándola al visitarla con regalos y por supuesto, lindos atuendos para el vivaracho y tierno Alfa. Tener en brazos ese bebé le hizo querer tener los propios, mirando a Cregan, los hijos de su futuro esposo, eso la puso muy contenta, regresando a casa. Otras buenas noticias llegaron, como los resultados de los exámenes de Daeron, quien aprobó con altas calificaciones, lo que podía ayudarlo con el nuevo colegio.

—¿Señorita? —Forja la miró divertido una tarde que le abrazó por la espalda sin más.

—Gracias por cuidarnos tanto, por favor, sigue con nosotros.

—Siempre, señorita, siempre.

Lord Hightower recibió una carta de un hombre que se veía importante aunque Helaena no supo reconocer sus insignias. Tanto Daeron como ella esperaron a que leyera aprisa lo que contenía la carta, sin saber cómo reaccionar al verlo boquiabierto.

—¿Tío?

—Es... es un decreto real.

—¿Qué ha ordenado Su Majestad? —preguntó Forja.

—En realidad no es que haya ordenado algo nuevo —Gwayne se aclaró la garganta— Se ha dado a conocer la voluntad de Lord Targaryen.

—¿Eso qué quiere decir? —Daeron parpadeó sin entender.

—Niños... Viserys los nombró príncipes.


**********

Helaena de visita al palacio de Westeros.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top