Canción libre


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—Oh, Domarius, te amo.

—Lo sé, soy irresistible.

Aegon sonrió, mirando las lentas reparaciones del teatro luego de escuchar la simpática anécdota de su jefe sobre cómo logro confundir a un par de idiotas, uno más que otro sin duda. Domarius junto con su ayudante se hicieron de pelucas rubias y piedras, el primero atacando al lacayo del príncipe cuando este vino en su auxilio mientras Aegon huía para encontrarse en otra calle con Forja, desapareciendo de ahí. Entre Domarius y su ayudante alegarían sin un atisbo de duda que el príncipe había tratado de robárselos a ellos, haciéndose los locos cuando la policía les preguntara si no había alguien más, dejando en ascuas a los sabuesos como al joven Alfa.

—El teatro tardará en abrirse.

—Pero no así nuestras funciones —Domarius alzó un dedo con una sonrisa pícara— Nos han ofrecido el teatro del muelle, que debes recordar.

—Por supuesto, pero... ¿de verdad nos quieren de vuelta ahí?

—¿Bromeas? Fuiste un éxito y quieren volver a escuchar a la Perla del Reino. Así que tenemos las primeras funciones con boletos agotados.

—¡Domarius! Ni siquiera tenemos números ni nada.

—Bah, puedes hacerlo de ojos cerrados.

—Tendré que prepararme.

—Si gustamos, podemos quedarnos el resto del año y podremos comprarnos una de esas botellas de vino que guardan en los calzones de las princesas.

Aegon se carcajeó. —No exactamente, pero entiendo. De acuerdo, Domarius, ensayaré y gracias por cubrir mis espaldas.

—¿Qué puedo decir? Me conmueven los Omegas bonitos.

Dejó ese sitio con una sonrisa y mayor tranquilidad, dirigiéndose ahora hacia el hotel donde se estaba hospedando su tío. Necesitaba convencerlo de no llevárselos, puesto que tenía el poder legal de hacerlo. Aegon decidió no tomar un carruaje, estaba muy contento pensando en todas las canciones que podría interpretar en el muelle, cómo vestirse y maquillarse. Sin duda, tenía que ofrecer un buen espectáculo para obtener más ingresos. Pese a que Aemond no estaba, Lord Martell honraba su palabra enviando sus ganancias a la Casa de la Alegría, ayudando con los gastos y lo que fuera necesario para reparaciones de la propia casa.

Sintió que alguien lo observaba de lejos, deteniéndose de pronto para girarse y atrapar al culpable sin ver a nadie alrededor. Eso fue extraño. Continuó su camino, llegando al hotel solo para saber que Lord Hightower no estaba, había salido con recado de que no volvería sino hasta el anochecer. Aegon suspiró derrotado, tendría que verlo otro día, solo dejó su mensaje para que su tío supiera que estaba buscándolo, aprovechando que estaba ahí para comprarle a Daeron sus nuevos libros. Su hermanito estaba repentinamente muy contento, de parecer un trapo mojado que alguien aventó a una esquina ahora parecía el cachorrito juguetón de siempre, con inusitadas ganas de que Helaena le hiciera nuevos trajes.

Sus ojos cayeron en un periódico que sostenía un chiquillo ofreciéndolos a grito, dándole unas monedas por el ejemplar que leyó con el ceño fruncido. Lord Viserys Targaryen agonizaba, los médicos no le daban mucho tiempo de vida. Aegon gruñó, arrojando el periódico al primer bote de basura que encontró. Bien merecido lo tenía por haberlos abandonado. De nuevo sintió que estaban siguiéndolo, volviendo a detenerse y buscando confundido entre los rostros que lo ignoraban. Por alguna razón, supo que no era el príncipe Jacaerys, ese no hubiera dudado en ir corriendo por él, entonces ¿quién más podría interesarse?

Dejó para después esos pensamientos, regresando a casa para anunciarle a todos que estaba por tener una nueva temporada en el teatro del muelle. Helaena de inmediato se ofreció a hacerle sus nuevos vestidos, Daeron solo pidió que dejara de cantar por todas partes, mientras que Forja le dio un fuerte abrazo paternal.

—Estoy orgulloso de usted, señorito.

—Te quiero, Forja.

Aegon visitaría más adelante el teatro del muelle para darse una mejor idea de qué tipo de vestimenta le convenía además de las canciones a elegir. Tendría que comprar algunas partituras porque ya no recordaba bien las notas, encaminándose hacia las tiendas de música. En la calle se encontró con las chicas del coro, estas alocándose al verlo, abrazándolo y llenándolo de besos, emocionadas como él de que fuesen a tener un espacio mayor con un público aún más exigente al que complacer por varias noches seguidas.

—Lo harán bien, preciosas, nadie baila como ustedes.

—Oh, Tom, si estás con nosotros, todo lo podemos.

Entró a la tienda, buscando las partituras que ya tenía en mente, uno de los empleados se le acercó con una tos discreta.

—Disculpe, joven, ¿necesitaba algo?

—Sí, buscaba unas partituras.

—Creo que el tipo de música que necesita... no es de la clase que vendemos aquí.

Aegon levantó el rostro, no creyendo lo que estaba escuchando. ¿Aquel imbécil lo estaba ahuyentando? Recordó que había saludado a sus amigas frente a la tienda, debieron reconocerlos como ese tipo de artistas de barrios pobres y en el elegante local era considerado eso una ofensa al buen gusto de su clientela.

—Sí, tienen razón, ESTA TIENDA jamás estará a nuestra altura.

Salió furioso de ahí, azotando la puerta. ¿Quiénes se creían? Respiró hondo, caminando aprisa hasta que fue pasándosele la ira. Bien podían ofenderlo, pero no a su compañía, no su Calle de Seda. No habían estudiado en el extranjero, ni tenido tutores particulares ni maestros de renombre, pero su amor por el arte era quizás mayor que todos esos pesados altaneros. Estaba con esos pensamientos cuando vio a alguien de frente, esperándolo.

El Príncipe Jacaerys.

Todavía traía morada la nariz por su puñetazo, mirándolo con el regocijo propio de haberlo encontrado al fin. Aegon supo que no tenía escapatoria, desafortunadamente para el príncipe, no estaba en su mejor humor. Bien decidido, Aegon caminó hacia él con manos en la cintura para darle el discurso de su vida, molestándose un poco porque el príncipe era más alto que él y tuvo que levantar el rostro para verlo a los ojos.

—Tú... escúchame bien, Alteza —eso último lo dijo en tono burlón— Vamos a poner las cosas en claro porque me fastidian los acosadores como tú. ¿Quieres mi nombre? ¿Mi verdadero nombre? Bien, soy Aegon Targaryen, hijo de Lady Alicent Hightower y Lord Viserys Targaryen, medio hermano de la princesa Rhaenyra Targaryen, tu madre. Ahí lo tienes, sobrino, no busques más porque aquí me tienes —gruñó frunciendo su ceño— Aun cuando no cargara con este nombre, tú jamás podrías intentar nada conmigo ¿sabes por qué? Soy un artista de la calle, de prostitutas y ladrones, de gente muy pobre que reserva una moneda solo para verme bailar y cantar como lo has visto. Dime, Alteza, ¿tu madre aprobaría semejante amistad?

—Yo no...

—Cállate —siseó Aegon, picando su pecho con un dedo— Estoy harto de que tu madre nos esté fastidiando la vida, que tú creas que puedes tener derechos sobre mí solo porque soy un Omega. Oh, no, no señor, ni la perra avariciosa que te arrojó a este mundo va a pisotearnos más ni quiero volverte a ver en mi vida. No soy un juguete de tus caprichos, ni tampoco te obedeceré solo porque tienes un título y eres un Alfa. ¡Ja! ¡Me vale un cuerno! ¿Y sabes algo? Prefiero mil veces mi gente pobre que tu estúpida familia codiciosa e hipócrita porque NUNCA les voy a perdonar la muerte de mi madre. Así que ya te puedes ir corriendo a acusarme con tu mami, principito, o con la policía como se te dé la gana, pero conmigo no vas a poder y pobre de ti si intentas ponerle un dedo encima a mis hermanos porque te juro que te destripo con mis propias manos.

Para ese punto, Aegon sintió que tenía un par de lágrimas atoradas en sus ojos, eran cosas que había tenido guardadas mucho tiempo.

—Toda nuestra vida fue de humillaciones, porque nuestro supuesto padre nos abandonó, y no, no queríamos dinero ¿eh? Queríamos un padre. Y mi madre murió a las puertas de tu lindo palacio intentando que fuese así, Alteza. Si me lo preguntas, estás jodido por todos lados, la hermosa y perfecta princesa Rhaenyra te dará de nalgadas apenas se entere de que andas tras de mí y yo tampoco quiero nada contigo. ¡Quisiste secuestrarme! ¿Qué crees que soy, eh? Lárgate, disfruta de la herencia de mi padre, sé el perfecto hijo de mami y olvida que me conociste porque yo sí lo haré. ¡Lárgate! ¡Lárgate!

Quien terminó alejándose fue él, hecho una furia que llegó a casa azotando la puerta y dejándose caer en la silla de la cocina, hundiendo su rostro entre sus brazos sobre la mesita.

—¿Señorito? —Forja acarició sus cabellos— ¿Qué ha sucedido?

—... acabo de gritarle en la calle al príncipe Jacaerys.

—Oh, señorito.

Se abrazó al Alfa, sollozando un poco entre rabia que iba menguando y esa emoción loca abandonando su cuerpo. Forja lo acunó, esperando paciente con una mano palmeando su espalda y otra acariciando su cabeza.

—Estaba quejándome de Aemond y mira qué hago.

—Necesitaba desahogarse.

—Sí, con el futuro heredero Targaryen.

—Es ahora cuando veremos de qué está hecho el príncipe.

—¿Ah? —Aegon levantó su rostro para ver al mayordomo. Este le sonrió.

—¿No tiene canciones qué ensayar?

—¡Cierto! —suspiró, más tranquilo— Gracias, Forja.

—Todo será mejor mañana.

—¿Te digo algo? El muy bastardo es muy guapo de cerca.

Forja rió. —Vaya a cambiarse, señorito.

Aegon se inquietaría un poco por su exabrupto tan poco Hightower con nada menos que el hijo favorito de su media hermana, pero ya no había más por hacer. Igual y lo mandaban con Aemond de castigo. Al otro día encontró a su tío en el hotel, esperándolo en el restaurante para tomar un almuerzo juntos.

—¿Para qué me buscabas? ¿Necesitan algo?

—Tío, ¿no hay forma de que nos permitas quedarnos?

Gwayne Hightower lo observó en silencio, luego limpiándose los labios con la servilleta de tela que dobló elegantemente sobre su regazo.

—Aegon, no terminan de entender la gravedad del asunto.

—Pues no nos dices nada —reclamó— Por ejemplo, Aemond...

—Va a casarse.

—¡¿Qué?!

—Será el consorte del príncipe Lucerys Velaryon.

—E-Es... broma ¿verdad?

—No. La princesa Rhaenys ha aprobado el matrimonio.

—Pero, él...

—Estará bien, deberías preocuparte por ti y tus hermanos —Lord Hightower habló más bajo— Creo que ya debes saberlo porque todos lo están comentando por todos lados, tu padre está muriendo.

—Qué bueno.

—Aegon.

—Tío, compréndenos tú. Si hubieras visto el cuerpo de mamá, lo que hizo Aemond con Rhaenyra está justificado. ¿Qué no te importa la muerte de tu hermana?

—Mucho más de lo que imaginas, y por eso estoy aquí con ustedes, porque están en peligro.

—¿Peligro? ¿Acabas de llevar a Aemond con esos idiotas y me hablas de peligro? —su tío lo amonestó con la mirada, bufando por ello— ¿Qué peligro? No existimos...

—Ahí te equivocas.

—Si me dijeras la verdad, quizás entendería.

Gwayne se quedó callado unos momentos, miró el blanco mantel de la mesa, luego levantando la mirada hacia él.

—Comparto tu sentimiento hacia Viserys, jamás le perdonaré el haber abandonado a mi hermana solo porque tuvo miedo de perder a su primogénita mimada y altanera quien le prohibió traer a su segunda familia al palacio. Alicent le fue fiel, leal y lo quiso pese a sus malas acciones, siempre fue un ángel que no mereció tan espantoso final. Sí, Aegon, también me siento como tú, y ahora solo me quedan ustedes para protegerlos de esos dragones tan peligrosos. Como te dije, tu padre está muriendo, y con eso viene una guerra. Originalmente, Viserys heredaría todo a Rhaenyra, pero cuando se casó con Alicent, anuló ese testamento. No estoy seguro si se logró el otro donde ustedes forman parte de la herencia o no, ya no supimos de eso.

—¿Dinero? —Aegon hizo un mohín— ¿Todo esto por un jodido dinero?

—Es más que eso, Aegon, los Targaryen gobiernan el Palacio de Westeros, son la mano derecha de Su Majestad, más que los Velaryon pese a que estos son más ricos y tienen más poder. Quien tenga los títulos obtiene más que fortuna, son la voz de la corona. Ya una parte está en manos de Rhaenys Velaryon, pero la otra está por pasar al heredero de Viserys.

—Rhaenyra.

—O Daemon Targaryen, su hermano Alfa, quien por casta puede arrebatarle esa herencia.

—Puf, si apenas vimos a nuestro padre, menos a ese tío. Solo es un nombre para nosotros.

—No así a la inversa, Aegon. Daemon quiere ese poder, y algo me dice que él estuvo detrás de la muerte de Alicent. Y ahora está detrás de ustedes porque le estorban. ¿Ahora entiendes por qué Aemond está mejor con los Velaryon?

Aegon parpadeó, luego negando. —Pero... ¡somos Omegas! Y aunque padre nos haya nombrado herederos ¿qué carajos vamos a hacer si nunca nos educaron para algo así? Rhaenyra se puede quedar... oh...

—Tienes que aceptar que tu media hermana quizás no es la mejor persona, pero nunca intentó asesinarlos.

—¿De verdad nos mataría solo para asegurarse que es el único heredero?

—No puede quitar a Rhaenyra, pero ella lo tiene difícil desde que sus únicos hijos tienen una paternidad dudosa que le ha ganado el desprecio de Rhaenys Velaryon. Daemon irá con todo una vez que su hermano esté muerto. Por eso los quiero en Oldtwon donde no los puede tocar, Aegon, ahí yo puedo protegerlos, aquí no. Porque la otra opción es que si bien no puede enviarlos a desaparecer, es tan ambicioso que no dudará, por ejemplo, en forzarte para ser su Omega al ser el más elegible en estos momentos.

—... —Aegon casi escupió su tostada.

—Por eso tenemos que irnos. ¿Contento?

—Tío... —el joven se limpió la boca, tomando aire— Ahora lo comprendo mejor, pero... es que somos felices aquí, ¿no lo ves? Helaena está comenzando su tienda y no la había visto tan emocionada porque al fin la miran, Cregan la ama tanto como para estar ahí embarrado en el suelo buscándole bichos. Daeron está estudiando mucho y hasta se comporta mejor. Aemond... bueno se hizo de un impresionante socio como solo él puede lograrlo. Yo quiero seguir cantando, si nos vamos... no solo abandonaremos nuestros sueños, también estaremos siendo unos cobardes al escapar de Daemon y mamá no crió a unos cobardes. Somos los hijos de Alicent Hightower, sus dragones.

Gwayne lo miró un poco, luego negando. —Son tan empecinados como ella.

—Ayúdanos, por favor, ponte de nuestra parte. No sé, si tenemos que renunciar a esa herencia, con gusto lo haremos con tal de que nos dejen en paz. Solo queremos llevar con orgullo el nombre de mamá, que todo lo que hizo valga la pena, pero no porque nos den sus malditas herencias a costa de tantas desgracias y humillaciones. Que el mundo vea de qué están hechos los Hightower y sobre todo, que ese tío Daemon se meta en el trasero sus planes ambiciosos.

—Estar con gente cuestionable te ha hecho vulgar.

—No, solo sincero. ¿Nos ayudarás? ¿Por favor?

—Esto es como revivir el pasado, tienes la mirada de tu madre.

—Tío, por favor.

Lord Hightower no respondió, mirando fijamente a su sobrino quien hizo su mejor cara de súplica, ese aroma Omega pidiendo comprensión, su sobrino mayor era el más parecido a su hermana Alicent y esa expresión que pedía auxilio no la pudo desdeñar. Rodó sus ojos, negando primero y luego asintiendo.

—De acuerdo, pero... ¡van a comportarse, por todos los cielos!

Aegon sonrió pícaro.


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Aegon esperando por su tío Gwayne.

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