Banda de hermanos
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Daemon Targaryen era de esos príncipes de ensueño: un Alfa dominante, increíblemente atractivo, escandalosamente bien educado y caballeroso, con una serie de logros militares a la par de ser de los miembros de la Familia Real con un récord impecable de cero escándalos y muchos logros tanto a nivel militar como sociales, nadie creería que en realidad era un monstruo sediento de poder. Se había desposado -oficialmente- con la princesa Laena Velaryon, quien le dio un par de gemelas hermosas, Baela y Rhaena, desafortunadamente falleciendo en su tercer embarazo. Todos los periódicos hablaron de cómo el príncipe Daemon sufrió esos últimos días con su esposa a la que no abandonó en el hospital ni un instante. Algo similar había hecho con el hermano de esta, Laenor, tan cercano a él.
El público opinaba que Daemon era el mejor para ser el nuevo heredero Targaryen, en lugar de su hermano mayor quien se había envuelto en un escándalo con un segundo matrimonio cuestionable. Nadie le reprochó el castigar a su hija Rhaena cuando esta le increpó por la muerte de su madre frente a la corte en un arranque de dolor comprensible más no aceptable en la familia, dejándola con su abuela materna para que corrigiera esa educación malograda, algo muy natural en su jerarquía. Siendo un rostro conocido por estar presente en varios eventos de caridad y ceremonias oficiales, el príncipe era un Alfa querido y respetado.
Pero Aegon iba a cambiar eso.
Con el auspicio de Lord Martell, organizó una caravana de teatro ambulante, reuniendo a otras compañías bajo el nombre de Lecho de Pulgas, contratando nada menos que a los Sabuesos Pulgosos para que repartieran volantes con la información sobre el recorrido de la caravana que presentaría al público de la calle una obra inédita llamada "Las aventuras del Príncipe Canalla", presumiblemente de origen Dorniense, pero en realidad era un trabajo escrito entre Domarius y Aegon, este siendo muy puntual en ciertas escenas y arreglando canciones que irían entre los diálogos, como una suerte de musical que recorrería las principales calles de la capital.
Era la primera parte de su plan, quería devolverle a su tío todas esas viandas arrojadas a ellos durante años. Ya no le cupo duda alguna de que los chismes y desprecios hacia sus hermanos y madre provenían de su mano, buscando el menosprecio del público para que así llegado el momento, nadie lamentara sus ausencias cuando él los desapareciera. El muy bastardo. Para agradecerle, Aegon haría esa obra callejera que la gente común escucharía y tendría presente, la historia del verdadero Daemon Targaryen. Todos estarían disfrazados, para que no fueran reconocidos, si salía bien su plan, mucha gente iba a conocer la verdad sobre ese Alfa codicioso y cruel al cual le tenía que agradecer el haberle enseñado cómo esparcir un rumor.
—¿Estás seguro de esto?
—Mucho.
—Déjame estar a tu lado.
—No, te necesito vigilando alrededor.
—¿Crees que ataque?
—Nah, pero es mejor estar seguros —Aegon suspiró, luego dando de manotazos a las inquietas manos de Jacaerys recorriendo su cuerpo— Deja, tengo que cambiarme.
—No puedo evitarlo —sonrió el Alfa, besando su cuello, olfateándolo— Todo de ti me gusta.
—Sí, bueno, resiste.
—Cada vez es más difícil.
Aegon rodó sus ojos, mordiéndose un labio para no gemir cuando esas manos insistentes acariciaron su pecho por encima de su ropa, quitándolas de golpe antes de girarse y verlo de frente, tomando su rostro con una sonrisa y estampándole un beso.
—Recuerda, deja que ellos agredan primero.
—Solo si es provocación, porque no les permitiré tocarte.
—Eres tan protector.
—Porque eres mi Omega.
—¿Ah, sí?
—Si me dejas probarlo.
—No —bufó Aegon, empujándolo antes de que esas feromonas le hicieran cambiar de opinión.
La caravana del Lecho de Pulgas salió temprano del muelle, comenzando a llamar la atención al ir regalando dulces a todos los que se acercaron a prestarles atención. Una táctica barata que les ganó un público numeroso, la puesta en escena no tardó en aparecer, canciones alegres pero reveladoras, mientras ellos disfrazados de dragones, diablos y otros seres fantásticos mientras contaban la historia del Príncipe Canalla. Risas vinieron, aplaudiendo a los artistas.
"Soy el Príncipe Canalla y amo el poder.
Yo ya quiero ser el rey."
Ese fue el coro más repetido que más adelante la gente aprendió, repitiéndolo con ellos entre carcajadas por la comedia representando las andanzas de Daemon en forma de chistes. Nadie estaba usando nombres verdaderos, ahí radicaba el truco, nadie podía reclamarles que estuvieran difamando a nadie porque no mencionaban alguna figura conocida, aparentemente, si bien era fácil entender a quién se estaban refiriéndose porque hubo ciertas cosas que solamente se podían adjudicar a su tío. Aegon notó que conforme se acercaban al centro, varias personas comentaban entre sí, porque era claro que algunas escenas iban a relacionarlas con su tío y eso era lo que deseaba, sembrar la duda, quebrar esa imagen de Alfa perfecto.
—¡Detengan estos carros! —un grupo de policías intentó cerrarles el paso— ¡Están alterando el orden público!
—Es una tradición Dorniense, esto es por orden de Lord Shuran Martell —replicó Domarius, mostrando documentos— Tenemos el permiso para este espectáculo, ¿o desea ir a la mansión Martell a quejarse, oficial?
—Pero...
—Seguro que a Su Majestad le encantará escuchar que el cuerpo de policías atenta contra diplomáticos y hombres de negocios de Dorne.
—No... no... adelante.
Llegaron al centro pasado el mediodía, para entonces muchos corrían para verlos, ovacionándolos al pedir repeticiones de ciertas escenas, complaciéndolos al tiempo que no dejaban de repetir ese coro. Aegon estaba seguro de que no sufrirían ningún ataque, en primer lugar Daemon no podía hacerlo al no tener certeza de quiénes todos estaban participando, en segundo lugar sería estúpido arriesgarse cuando tenía encima una sospecha de ataque a su hermano y a Lucerys. Luego podría cobrárselas, al leer en el periódico del día siguiente la crónica sobre la obra del Príncipe Canalla. Para entonces, la capital ya estaría comentando en las mesas, las calles, las reuniones y fiestas posteriores sobre ese príncipe hipócrita, asesino y mentiroso que anhelaba el trono.
Asociarlo a su nombre no tomaría mucho tiempo, entonces Daemon vendría a ellos. O bien lo haría luego de arrojar el periódico contra su desayuno al darse cuenta de que era el hazmerreír de toda la capital, quien ya lo vería en su verdadera cara. Como fuese, Aegon esperó ese ataque, preparado con Sunfyre, en la Casa de la Alegría junto a Jacaerys quien se negó a dejarlo solo por esos días. Su tío no apareció, en su lugar llegó una visita algo inesperada.
La princesa Baela Targaryen.
Ella entró como si fuese su casa, buscó a Jacaerys y le propinó una tremenda bofetada apenas lo vio frente a un estupefacto Aegon.
—¡¿Cómo te atreves?! ¡Hablar así contra mi padre!
Ya había terminado el tiempo cuando callaba ante una injusticia o una humillación, Aegon gruñó con el ceño fruncido, poniéndose de pie, interponiéndose entre Baela y el joven Alfa, quien no hizo nada por defenderse en una muestra más de su caballerosidad, algo que al Omega le tuvo sin cuidado, menos si se trataba de la hija de su enemigo.
—¿Tú cómo te atreves a entrar así en mi casa?
—¡No me hables, bastardo aprovechado!
Esta vez fue Baela quien recibió la bofetada y una buena sacudida al tomarla por sus cabellos, Forja, Sunfye y Jacaerys rodeándolos, pidiendo que la soltara al olfatear su agresividad.
—Escúchame bien, perra, tal vez tu papi te consienta y sientas que puedes mandar sobre todo el mundo, pero en esta casa, en esta casa en especial tú no eres nadie. Así que vas moviendo tu altanero trasero y te me largas ya antes de que tu linda carita necesite un doctor porque créeme que estoy a punto de molerte a palos.
—¡SUÉLTAME! ¡AUXILIO!
Una dama apareció, derribada por su muy bien entrada Sunfyre. Aegon mostró sus colmillos a Baela, siseándole un poco.
—¡Señorito!
—Egg, tranquilo.
—Dile a tu padre que Aegon Targaryen no le tiene miedo y que si tiene los huevos suficientes, deje de enviar perros y venga él mismo por mi cabeza porque nunca me detendré. ¡NUNCA!
—¡Señorito!
La pateó y disfrutó mucho eso, ordenándole a Sunfyre que hiciera lo mismo con su dama. Así sacó a la princesa de la casa, sacudiéndose sus manos con mentón en alto. Jacaerys se talló el rostro, riendo nervioso.
—Egg, cariño, eso fue... muy estúpido.
—Soy conocido por hacer estupideces.
—Daemon enfurecerá.
—Ahora sabrá qué se siente el menosprecio a un cachorro.
—Señorito, el príncipe tiene razón.
—Dejen de apestar a Alfas angustiados, lo tengo controlado.
Ese "control" no fue otra cosa sino ir a sentarse en un café elegante, tomando una mesa exterior donde él fuese visible, cruzando una pierna y bebiendo de su taza en los mejores modales que Forja le hubiera enseñado. Aguantó una sonrisa cuando un mesero le dijo que tenía una visita, notando que alejaban las mesas desocupadas para abrir mucho espacio cuando Daemon apareció, sentándose frente a él con una media sonrisa, aún confidente, olfateándolo descaradamente.
—Hueles a prostituta.
—Tío, qué descaro de tu parte aceptar que te has acostado con prostitutas de modo que sabes cómo huelen. ¿Qué diría la gente sobre ti?
Daemon entrecerró sus ojos, cruzando sus manos sobre su regazo. Aegon le sonrió, bebiendo todavía de su taza.
—¿Crees que tienes poder sobre mí, niño?
—No sé, ¿quién es el que vino a sentarse en cuanto me vio?
—Lastimaste a mi hija.
—Ella abofeteó a mi prometido.
—No es tu prometido, ni lo será.
—Oh, ya sé —Aegon chasqueó su lengua— Quieres a Jacaerys como esposo de Baela, me he enterado bien. Lo siento, ya espero un cachorro suyo.
—Mientes —bufó Daemon, barriéndolo con la mirada.
—Asunto en el cual, tienes enorme experiencia.
—Este juego no lo vas a ganar, cachorro.
Aegon dejó su taza, mirando fijamente al Alfa, muy serio.
—¿No soportas que ahora la gente esté murmurando que te revolcaste con Laenor o que envenenaste a Laena? ¿Duele, cierto? Escuchar los comentarios en la calle, que te señalen y sin más te rechacen. Curiosa sensación ¿no es así?
—Hablas incoherencias igual que la zorra de tu madre.
—La asesinaste —el Omega le sonrió forzadamente— Trataste de lastimar a mi hermano, nos has separado buscando arrebatarnos lo que tu hermano dejó para nosotros. ¿Es tanta tu ambición, tanto su afán de ser heredero que no te importa lo que le hagas a tu familia?
—Solo he venido a decirte que el insulto a Baela no quedará impune.
Aegon rió bajito. —Mueve un solo dedo, y mañana todos los periódicos van a publicar tus cartas tan amorosas que dedicabas a Laenor.
—¿Qué...?
—Oh, no lo sabías, qué pena. Tengo en mi poder tus correspondencias tan explícitas en contenido, qué bárbaro, tío. De una zorra a otra, tengo mucho que aprender de ti —el joven puso un dedo en su mentón mirando hacia el cielo como recordando— "qué más quisiera sino tomarte entre mis brazos ahí en el medio del salón lleno de todos nuestros invitados y abrirte de piernas, que todos observaran tu culo al descubierto, húmedo por mi saliva y tronando al contacto de mi..."
Daemon le mostró los colmillos, inclinándose hacia él como si fuera a atacarlo, azotando sus manos contra la mesa. Pese al aroma de peligro que lo rodeó, Aegon se mantuvo sereno con su sonrisa burlona.
—Te lo digo muy en serio, intenta algo más contra mi persona o mi familia y todo el reino va a saber lo que hiciste, entonces veremos quién termina siendo el bastardo.
—¿Crees que una mierda como tú me asusta?
—Deberías estar asustado —Aegon señaló detrás de ellos— ¿O crees que soy el único que sabe tus secretos?
Del otro lado de la calle, se encontraba nada menos que Lord Martell, observándolos muy quieto junto a un farol. La expresión de Daemon cambió al instante, girándose hacia el Omega, dejándolo ahí en la mesa al alejarse de golpe. Aegon respiró al fin, con una mano en el pecho, sintiendo los apurados latidos de su corazón. Sunfyre se acercó, ofreciéndole un pañuelo para limpiar el sudor de su frente.
—Eso fue increíble, Alteza.
—Casi me orino del miedo.
Fue con el Dorniense, quien le sonrió complacido. Cosas del destino, Shuran Martell había sido mecenas de Lady Royce. Mientras estaban preparando aquella caravana para su musical ambulante, entre charla y charla, Aegon escuchó algo que iba a poner en jaque a Daemon, pues ese Alfa que tuviera tanto cariño por su hermano Aemond, también guardaba en su caja fuerte un documento interesante, nada menos que el acta de matrimonio entre su tío y Lady Royce. Estaba en su poder porque la intrépida dama que había estado haciendo carrera con presentaciones con sus caballos, no tenía fe en los bancos ni otros sitios donde guardar sus documentos oficiales al viajar constantemente, entregándolos a su mecenas por seguridad.
—Gracias, Lord Martell.
—Los dioses saben cuándo ejercer su justicia, y ha llegado el momento, porque si lastimas a un Omega, su furia no descansará hasta que hayas sangrado lo suficiente.
—Pues espero y ese idiota sangre mucho.
—Ya Lord Hightower tiene en su poder una copia del documento, como me lo pediste.
—Cuando Aemond me hablaba de usted, creí que me mentía, honestamente. Era demasiado bueno para ser real. Todavía me pregunto si no es alguna clase de fantasma que está ayudándonos para lograr su pase al cielo.
Lord Martell se carcajeó. —Dulce imaginación, querido príncipe. Me temo que solo soy un Alfa ordinario que no ha deseado otra cosa sino el momento de ver que mis protegidos reciban las bendiciones merecidas. A veces hay que ayudar a los dioses un poco.
—Gracias, de nuevo, muchas gracias.
—El príncipe Daemon tendrá que guardar sus garras de momento, no tiene ni idea del infierno que está por caer sobre su persona. Me parece que eso les dará un poco de descanso para que disfruten de lo bello que ha llegado a sus vidas.
—¿Lo dice por Jacaerys?
—Por todo en general.
—Supongo tiene razón —Aegon suspiró— Estaremos en contacto, todavía le debo noticias sobre Aemond.
—Y estaré agradecido de escucharlas, mucha suerte, querido príncipe.
—Que los dioses lo bendigan, Lord Martell.
Lejos de que la conversación con Daemon pareciera de lo más simple, Aegon llegó a la Casa de la Alegría con las piernas temblándole. Tenía que aceptar que su tío era un Alfa por demás intimidante, le pareció imposible que Aemond hubiera podido enfrentarlo con tanto valor y todavía le quedaran fuerzas para rajarle la cara tan bonito que la cicatriz iba a quedarse ahí de por vida, como un recordatorio de que un Omega había logrado humillarlo. Forja le trajo un té al caer en un sofá, respirando agitado ahora que pasaba la emoción y se daba cuenta de la estupidez de haberlo enfrentado así. Pero lo había hecho, le tendió la trampa, solo debía tener confianza en que volvería a meter la pata como lo hizo al atacar a su hermano.
—Forja, ¿crees que me haya creído lo de las cartas?
—Sin duda, señorito, porque es un punto débil, un secreto que no desea sacar a la luz. Pero no dijo una mentira, al menos no del todo. Pronto tendrán las cartas en su poder.
—Claro, solo hay que dar con Seasmoke, nada más —resopló Aegon, rascándose una mejilla con preocupación.
—Me permito dirigir sus pensamientos a una posibilidad que se le ha escapado, señorito.
—Oh, Forja, dímelo por favor.
—¿Sabía usted que Su Majestad en tiempos de antaño, se le conoció por su amor a las artes escénicas? Tiene una colección por demás interesante de máscaras que recolectó de diferentes partes del mundo en sus viajes con el rey.
Aegon frunció su ceño. —¿Forja?
—Me parece que es tiempo de que todos ustedes le hagan una visita a la reina.
Por esa noche, dejó todas las preocupaciones fuera de la Casa de la Alegría, tenía un invitado especial, su querido príncipe azul quien pasaría la noche con ellos, ese celoso vigilante quien no permitiría otro ultraje, demostrando cuánto le importaba al procurarlo así. Aegon solo esperó a que todos estuvieran durmiendo para ir a colarse a su recámara de puntillas, sonriendo travieso al subirse a la cama de Jacaerys, este medio despertando al sentir que alguien tiraba de sus cobijas, un dedo lo silenció antes de hacer sonido alguno.
—Solo quiero dormir.
Jacaerys negó, dejando que se acomodara en su pecho, abrazándolo y besando sus cabellos, arrullándolo con su aroma. Junto a su príncipe, Aegon tuvo un sueño por demás raro, quizás porque esa había sido la habitación de Helaena y su linda hermanita siempre soñaba cosas locas como su corazón. Como fuese, se vio frente a un lago quieto, cuyas aguas se sacudieron por algo cayendo en su fondo que no alcanzó a ver, levantando la vista cuando las aguas del lago se quedaron quietas y reflejó otra persona del otro lado, alguien saludándole como si le conociera de toda la vida. Eso lo confundió porque ese hombre le fue por completo desconocido, volviendo a sorprenderse porque detrás de él salió otra figura que rodeó al otro.
Aegon no entendió, ellos dos hablaron pero no escuchó nada, solo observando cuando el que saliera detrás de la espalda del primer desconocido le tendiera a este una máscara que se puso en la cara, marchándose enseguida de ahí, dejando solo al segundo desconocido quien se giró sobre sus talones viendo perderse en el bosque a la primera figura. Un sueño sin sentido, por supuesto, más la escena no sería algo que le inquietara, sino el segundo desconocido porque reconoció esa espalda a fuerza de verla todos los días en la cocina preparándole su desayuno.
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Aegon esperando en la cafetería.
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