Alas de libertad


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"Mi querido dragoncito cantarín, Aegon,


Cuando te sostuve por primera vez entre mis brazos, no sabes la dicha que inundó mi corazón. Luego de creer que la soledad y desdicha estarían siempre presentes en mi vida, tu tierna mirada y esa sonrisa trajeron un regalo que jamás me abandonó. Mi niño. En ese momento supe que debía y tenía que protegerte así me costara la vida, Aegon, porque eras algo mío, algo de Alicent, un tesoro demasiado valioso incluso para tu ingrato padre.

Yo sé que debiste pensar que no eras agradable a mis ojos, que no había en mí un gramo de cariño, pero no es más que una enorme mentira, mi cachorro hermoso, más te pido perdón porque si no pude expresarme contigo no fue por falta de interés, era necesario o mi voluntad para mantenerlos a salvo se rompería igual que cristal fino. Si yo te abrazaba una sola vez, si permitía que volvieras a tomar mi mano como cuando naciste, lo botaría todo y nunca más querría alejarme de ustedes.

Tuve que ganarme tu desprecio para salvarte.

Eso no impidió que no estuviera al tanto de ti, pese a saber que cada día que trascurría tú me odiabas otro poco. Debes saber, mi amor, que está bien, si así te sientes no te lo reprocharé porque es más que merecido, solo te digo yo siempre me sentí feliz por ti, y al igual que tú, también lloré porque no podía escuchar tu hermosa voz cantando en el bosque esperando por mí. Mi ruiseñor de los bosques. Yo amo y estoy orgulloso de tu libertad, de la forma que alegras a los demás aunque tu corazón esté llorando, de cómo provocas líos y te rebelas como las almas sin cadenas lo hacen por la única razón de que los tuyos puedan ser felices.

Te pido que nunca dejes de cantar, Aegon, que no te importe donde lo hagas, que nadie te impida hacer lo que más te gusta. No naciste para someterte a grilletes, sino para correr libre dejando dicha a tu paso. Eres como los mejores Omegas pueden ser, amando fuera de prejuicios y restricciones, de castas o nombres. La sonrisa que tienes no está condicionada, así debes mantenerla como tu propia persona, divertida, indomable, un dragón que cambia todo a su alrededor con la fuerza de su corazón.

Los abrazos que he quedado a deberte, las sonrisas que no te prodigué, el cariño que merecías y mis aplausos por tus cantos te serán recompensados, mi bebé, en todos aquellos escuchándote, conociéndote, amándote. El amor de tu padre bien no pudo ser dado por él, pero tendrás mucho más en otros brazos, en otras sonrisas, en otros aplausos que jamás te faltarán. Canta, Aegon, canta y deja que el mundo escuche todo lo que guardas en ti, llévalos a ese paraíso que solamente ruiseñores como tú pueden lograr.

Yo siempre estaré escuchándote desde el cielo.

Te amo, mi dragón de oro.

Tu padre,

Viserys."



Aegon estrujó la carta, aplastándola contra su pecho dejando su llanto libre, temblando un poco por todas las emociones que se desataron a borbotones en su interior. Un pañuelo apareció frente a sus ojos, levantando el rostro para sonreírle a Jacaerys, aceptando el pañuelo, limpiando su rostro con cuidado.

—Debes pensar que es una tontería leer la carta justo ahora.

—Temía que hicieras algo así, pero... sé que no hay mejor momento.

—Gracias.

—¿Estás listo?

—Lo estoy.

Jacaerys no había podido quedarse quieto sin hacer nada por su Omega, así que había estado hablando con gente del medio para darle una oportunidad a Aegon, encontrando a un director que estuvo dispuesto a escucharlo y así ofrecerle un lugar en uno de los mejores teatros de la capital porque a los ojos del joven Alfa, su pareja merecía tener esa clase de público, no porque su compañía fuese mala, pero anhelaba verlo triunfar aún más alto. En un principio, Aegon se negó muy molesto por su intención, fue el propio Domarius quien lo reprendió.

—¡¿Estás loco?! ¡Es la oportunidad de la vida!

—Yo no voy a abandonarlos.

—Es que nadie te está pidiendo eso, pero si tu cantas allá con los dandis, si lo haces y te los ganas, entonces La Calle de Seda habrá ganado ¿entiendes?

Había un público esperándolo, damas y caballeros muy elegantes sentados en sus asientos, preguntándose quién sería la voz que escucharían pues el director no les había querido informar, lo que sugería era una nueva estrella que evaluar. Aegon respiró hondo, arreglando un poco su hermoso traje que Helaena le confeccionó, en color dorado muy tenue con decoraciones que simulaban escamas de dragón. Sunfyre le había ayudado con su arreglo, ella sonrió a su lado, animándolo para que subiera al escenario de telones cerrados. El Omega lo hizo, cerrando sus ojos por unos segundos, pensando en su padre, imaginando que era solo a él y solo a él a quien le cantaría.

"Piensa en mí,

Se va mi amor también donde tú vas
Recuérdame
Todo está igual
Promete que lo harás
Cuando estés muy lejos
Cuando yo ya no te sienta más aquí
Si en tu aliento esta mi nombre

Piensa un poco en mí

Un sueño fue
Contigo lo viví
Y ahora que nada es así
En un mundo de recuerdos
Yo me encierro en mí
Cierto es que el destino quiso unir
Dos puertas que aún no estaban por abrir

Piensa en mí

Solo tu ausencia
Puedo yo abrazar
Evócame, cuando tu barco
Vogue por mi mar
Tu piensa en mí
Porque ni un día habrá
Que no amanezca con tu luz
No habrá noche que en mis sueños no aparezcas tú
El tiempo pasó, ¿qué pasó?
Y qué inocente pude ser
No se acordará de mí
Yo tanto más que ayer
Florecer, dar fruto y perecer en cada historia
Es todo así
Mas prométeme
Que a veces
Pensarás en mí."



Fue liberador, porque esta vez ya no cantó con una máscara, estaba mostrándose ante toda esa gente de alta alcurnia como era, Aegon Targaryen. Al terminar, miró hacia esas sombras que los reflectores sobre él crearon, conteniendo el aliento en espera de lo que podría ser un escandaloso rechazo, no lo lamentaría. Había cumplido su palabra a su padre, cantaría siempre donde quisiera y si no lo aceptaban no sufriría por ello porque no estaba haciéndolo por los demás sino por él mismo.

No hubo necesidad de lamentarse, los aplausos fueron apareciendo poco a poco hasta que Aegon casi quedó sordo de ellos como de los halagos y gritos de apreciación. Las luces sobre el teatro donde estaban se encendieron, permitiéndole ver cuando todos se levantaron de sus asientos al aplaudirle, sin creer que ese joven Omega tuviese tan magnífica voz, algunas damas con sus pañuelos limpiándose las lágrimas, conmovidas por la letra de la canción que había elegido ya sospechando que la carta de Lord Targaryen lo sacudiría.

Hizo una reverencia, saludando a su público y bajando de ahí para escuchar al director al lado de Jacaerys, con una ceja en alto.

—Alteza, será un honor para mí si pudiera cantar mi escenario.

—Delo por hecho —sonrió Aegon.

Apenas salieron de ahí, brincó a los brazos de Jacaerys vuelto loco, riendo feliz y estampando escandalosos besos en sus labios en plena calle.

—Dime que estuve genial.

—¿Genial? Yo diría perfecto.

—Ji, ji... ¿y cómo vas a recompensarme por ser perfecto, uh?

—No lo sé —sonrió su príncipe, sin soltarlo— ¿Tienes algún deseo en particular?

—Ahora que lo mencionas, sí.

No fue cualquier cosa, Aegon llegó con Domarius trayéndole la noticia de que tendrían un nuevo espacio para La Calle de Seda, que no era otra cosa que un edificio entero no muy lejos de donde originalmente estuvieran. Domarius casi se cayó de la silla de solo escucharlo, besando las manos de Jacaerys pues sería el dinero de este el que hiciera el milagro, preguntando enseguida por la audición y aplaudiendo feliz al escuchar que lo habían aceptado.

—Ahora cantarás en mejores escenarios.

—Mm, cuando me inviten, sí, pertenezco a La Calle de Seda y al Lecho de Pulgas.

Domarius le sonrió, tomando sus manos con cariño. —Hijo, yo sé que eres fiel a nuestra compañía, pero sería un insensato si te mantengo aquí con nosotros.

—No, pero...

—Antes de tu llegada, ya me había acostumbrado a solo pensar en el dinero y no en lo que originalmente me hizo crear La Calle de Seda. Tú me enseñaste lo que había olvidado, creo que a todos nosotros. Fue un tiempo bueno.

—Domarius, no, no me digas eso.

—Siempre serás bienvenido aquí, Egg, lo sabes, pero si en verdad me tienes una pizca de cariño, vas a mover ese trasero e irás a los grandes escenarios y les demostrarás a todos lo genial que eres —la voz del Alfa vaciló, con sus ojos temblorosos— Porque cuando yo vea tu nombre en esos carteles que luego ponen en las calles y escuche a los demás hablar de ti con admiración, yo me sentiré muy orgulloso porque el mejor miembro de mi compañía le ha cerrado el hocico a toda esa gente pedante que un día te cerró las puertas.

Aegon lo abrazó con fuerza, llorando con él. —No me estás despidiendo ¿verdad? Porque necesito trabajo.

—Piensa que es un permiso sin goce de sueldo.

Rieron y lloraron, todos los demás vinieron a felicitar al Omega, quien no paró de llorar por sus palabras sinceras, prometiendo que no iba a olvidarlos por nada del mundo, siempre tendría un espacio para volver con ellos, cantar y bailar, pelearse con los vestuarios o corretear ratas para que no mordieran las telas. Incluso Jacaerys quedó conmovido, limpiándose discreto una lágrima, dando su palabra a Domarius de que tendrían su teatro hecho y derecho.

—Egg, te busca un cachorro —llamó una de las coristas.

El amigo ese de su hermanito Daeron estaba ahí, Holt, trayendo consigo un sobre que le tendió contándole de las peripecias muy estúpidas y peligrosas que acaba de cometer ese cachorro con el que compartía sangre.

—¿Está bien? ¿Con quién está?

—Forja ya lo iba a buscar, no le pasó nada, oye ¿crees que los Sabuesos Pulgosos no sabemos lo que hacemos?

—Puf, bueno. Toma un dulce y gracias.

—Señorito.

—¿Qué es eso? —preguntó Jacaerys cuando el niño se marchó.

—Partituras, ¿por qué...? Oh, me orino en...

—¿Egg?

—Jace... son las cartas de Laenor.

Casi se le cayeron esas partituras al darse cuenta cuando talló con un dedo una parte de la tinta y esta se borró, dejando el rastro de algo escrito debajo. Un buen truco cuando no se quiere decir algo, se lo conocía a Daeron al atraparlo con sus travesuras, al tallar más la hoja el nombre de Daemon saltó. Junto a Jacaerys, fueron a la Casa de la Alegría para limpiar todos los papeles y revelar su auténtico contenido, mirándose fijamente. Eso iba a ser la ruina total de su tío. Aegon sonrió malicioso, esperando por Forja quien había escoltado a su hermanito de vuelta al palacio imperial, corriendo a él apenas cruzó la puerta.

—¡Forja!

—Señorito, ¿cómo le fue en...?

—¡Olvida eso! Necesito que esto se imprima en cuanto periódico haya en la capital.

Habría sido fácil entregarlas a su tío Gwayne para el juicio que comenzaría apenas pasara el tiempo oficial de luto. Pero Aegon deseaba cobrarle todavía más a Daemon por las desgracias que ocurrieron en sus vidas causadas por su mano. Que todo el mundo supiera el Alfa de asco que era sería una buena forma, además, semejante escándalo iba a ser el mejor antecedente que Lord Hightower pudiera esgrimir en la corte sin necesidad de verse involucrado.

—Luego hablaré con Daeron, esto tuvo que ser muy peligroso para él.

—Como que a ustedes les atrae el peligro ¿eh? —bromeó Jacaerys.

—Lo que me recuerda que tú no has cumplido tu parte como Alfa.

—¿De qué hablas?

El Omega arqueó una ceja, levantando un dedo acusador. —Tu hermano Lucerys ya le quitó lo inocente a mi hermano. Si creen que no me di cuenta porque andábamos de funerales, se equivocan, Aemond tenía ya esa cara de desvirgado. Mi hermano, ese que no dejaba ver ni in tobillo está follando con su prometido. ¿Y yo el mayor? Gracias, con telarañas.

—Egg...

—No te gusto ¿o qué pasa?

Jacaerys negó apenas, riendo para sí. —¿Respetarte hasta la boda no te agrada?

—¿Mi anillo de compromiso?

—Cuando termine el tiempo de luto, ¿no quieres un hermoso y despampanante baile de compromiso?

—Solo si mi compañía de teatro está ahí.

—Lo que tú desees.

—Bueno, pero ¿no puedes adelantarme algo?

—Señorito, le recuerdo que sigo aquí —comentó Forja con diversión— Respete mis canas.

No pudo esperar a que llegara el periódico matutino días más adelante, revolcándose entre carcajadas sobre el pasto del jardín frontal al leer las cartas del príncipe Laenor publicadas en el mayor de los escándalos. Esa noticia de que unos rufianes habían atacado al príncipe Daemon cuando estaba salvando a su hermanito Daeron quedó en el olvido. Ahora toda la capital hilaba los sucesos, con su caravana contando la historia y esas cartas, ya no había vuelta atrás, Daemon era ahora conocido como el Príncipe Canalla. Incluso un periódico así lo llamó, resaltando las partes más sórdidas de las cartas donde Laenor describía cuánto lo "amó" su tío.

—Come mierda, maldito cerdo hipócrita —siseó al sostener el periódico.

—Alteza, modere su lengua.

—Sunfyre, ¿acaso no estás feliz?

—No del todo, amo, aún falta que Seasmoke hable.

—¡Cierto! Pero... ¿cómo encontrarlo? Ya me cansé de buscar.

—Ya lo encontró, Alteza, pero no es el tiempo adecuado para que se muestre.

—Un día les daré a todos ustedes una paliza por hablarme en acertijos, es la cosa más complicada y aburrida del mundo.

La carta de su padre la enmarcaría, colgándola en la salita de música donde ensayaría sus nuevas canciones ahora que tenía un espacio en otro nuevo teatro gracias a ese director que Jacaerys le presentara. Una tarde, Aegon se detuvo en su ensayo, leyendo de nuevo su carta y parpadeando confundido. Forja entró trayéndole un té para su garganta, saludando a Sunfyre quien acomodaba las partituras.

—¿Forja?

—Dígame, señorito.

—¿Tú le contaste a mi padre sobre lo que hacía?

—Claro, señorito. Era mi deber y fue una promesa que cumplí siempre.

Aegon parpadeó, girándose para verlo. —Tú eras el guardián de mi padre.

Sunfyre levantó ambas cejas, mirando al mayordomo quien hizo una inclinación de cabeza.

—Y él prefirió quedar desprotegido con tal de que yo cuidara de sus cachorros. No quiso otro guardia más, temiendo que el príncipe Daemon los tuviera controlados.

—Nunca te contrató el abuelo Otto.

—Solo fue una fachada para que nadie sospechara.

—Entonces... —Aegon jadeó, recordando— Mamá... nosotros...

—La enfermedad de Lady Alicent era la misma que la de Lord Targaryen, señorito. Una pareja separada a la fuerza tiene una suerte segura. Pero eso distrajo a quien intentaba hacerles daño, confundirlo era necesario.

—Pero ahí estabas diciéndole todo a papá.

—¿Está ofendido por ello, señorito?

Aegon negó, abrazándolo con fuerza. —Todo ese tiempo, cuando trataban de intimidarnos, cuando nos negaban cosas... tú lo cambiabas a escondidas. ¿Y si te pasaba algo?

—Morir protegiendo es el más alto honor en la Guardia del Rey —Forja le abrazó, sonriendo.

—Uf, ya no quiero muertes, ya no.

—Señorito —el Alfa tomó su mentón para que le mirara— Han hecho bien, pero no deben confiarse, Daemon Targaryen no se rendirá tan fácil.

—Que alimaña.

—No se descuide.

—Trataré. Supongo que es igual para mis hermanos.

—Sí, aunque todos ahora tienen quien los protegerá aún mejor.

—Je —Aegon iba a asentir, pero se detuvo— ¿Cómo que todos? ¿Qué significa eso? ¿Daeron también? Esperen... ¡JOFFREY VELARYON!

—Estaba tan entretenido criticando a su hermano Aemond que no notó a su hermano Daeron —comentó Sunfyre mirando sus uñas.

—¡PERO YO LO MATO!

—Señorito, esta no es la clase de violencia que debe mostrar.

—¡CLARO QUE PUEDO! ¡EL CARRUAJE! ¡YO A ESE PRÍNCIPE LO CASTRO!

—¡Alteza, suelte ese cuchillo o se va a cortar!


**********

Aegon en su debut como cantante de ópera.

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