MÁLAGA, 29 DE DICIEMBRE, 05:04 (III).
A-Tres había llegado a la tercera planta. Emergió del pasillo y se encontró con una amplia recepción acristalada con el nombre en letras grandes de la empresa que ocupaba el segundo y tercer piso. Gracias a la visión nocturna, podía ver algo más que el cúmulo de sombras que reinaban en el edificio. Asió del tirador y no cedió ante su insistencia. No parecía haber nadie dentro. No podía ver nada que le hiciera sospechar. Aun así, forzó la cerradura y se adentró en la sala.
A su izquierda estaba un árbol de navidad blanco lujosamente decorado escoltado por dos sofás de cuero, frente a los cuales estaba una mesa cuadrada con un par de revistas de negocios. Las paredes que no eran de cristal estaban forradas en placas de madera. Y el suelo enmoquetado amortiguaba el sonido de sus botas.
Al fondo había una puerta que conducía a otra sala. Al tirar del picaporte, resultó estar abierta y se aventuró en una amplia sala de reuniones con una larga y ovalada mesa junto con veinte sillas de oficina, que proveía de conexión eléctrica y de red a todos los que se sentaran en torno de ella. Satisfecho, deshizo sus pasos y se encaminó a la solitaria ala derecha.
Fue a la puerta más cercana a él y se halló con un lector de tarjetas similar al que había en la puerta de entrada al IEF. Aun así, eso no le supuso ningún problema. Tomó una tarjeta que usó de palanca para abrirla. «Esta compañía necesitaría una mejora en su seguridad», pensó maliciosamente. Ninguna alarma habría de sonar aquel día.
El interior de aquella nueva sala de oficinas se disponía en dos alas, en cada cual había varias hileras de mesas y, en cada una, lugar para entre cuatro y cinco trabajadores. En los extremos también había cabinas telefónicas acristaladas y pequeñas salas de reunión.
Detuvo su paso cuando le llegaron voces desde el ala izquierda de la estancia. Distinguió cinco figuras sentadas al fondo quejándose de la lentitud en el restablecimiento de las luces y de los ruidos. Hacía poco más de veinte minutos que habían dado el aviso al vigilante y no había dado muestras de estar trabajando en ello.
A-Tres contó a cuatro hombres y una mujer. Cualquiera de ellos podría haber sido el intruso al que A-Dos no pudo inutilizar. Esos cinco desgraciados eran cabos sueltos. «¡Mal día para trabajar!». Abrió fuego y asesinó a sangre fría a los sorprendidos trabajadores, que no tuvieron ni tiempo de reaccionar. Acto seguido los registró, tomó sus billeteras y las guardó en su mochila. «Zona limpia».
***
Por mucho que le costase creerlo, A-Uno se encontraba frente al cuerpo amordazado e inmóvil de A-Dos. Estaba casi todo su equipo, menos la visión nocturna, la pistola, el machete y el equipo de radio. No lo pensó mucho antes de sacar su 50DG45 y dispararle en la cabeza. Alguien que se dejara vencer tan fácil en una misión tan importante no podía seguir trabajando para ellos.
Sus pensamientos volvieron al civil. Había conseguido inmovilizar a un experimentado mercenario. No había forma que aquel tío fuera un hombre normal y corriente. «Tiene que ser un agente del CNI o de la policía», pensó. No era nada descabellado. Miró su reloj. Veinticinco minutos. Tenían que irse ya.
Regresó al pasillo principal tras descubrir que el objetivo había sido herido y que había abandonado el banco. Encontró un rastro de varias gotas junto a un par de zapatos. «Muy listo», pensó.
Había un par de locales comerciales más de camino a las escaleras: una inmobiliaria y una compañía de software de realidad virtual. El rastro de sangre se dirigía hacia el fondo. Igualmente, comprobó que las puertas de los comercios no hubieran sido forzadas. No podía confiarse.
Un ruido proveniente del piso inferior llamó su atención. Quién tenía asignada esa zona era B-Dos. «¿Te cazaron, gorrioncillo? O ¿te cargaste a alguien más?». Sujetó con más fuerza la pistola y se encaminó hacia el restaurante para terminar con esa jodida misión.
***
Alex no podía entender cómo aquel tío había dado con él. Se había afanado por no hacer ningún ruido, caminando inclinado tratando de cobijarse con el mobiliario. Tendría que tener controlada la zona... El zumbido amortiguado de un dron reveló la realidad. El dispositivo tendría habilitado alguna cámara de infrarrojos que habría detectado su calor corporal.
Quien lo apuntaba estaba deseoso de disparar. Alex sintió por un momento el impulso de hacer algo por escapar de esa situación. Un repentino recuerdo lo llevó a un lugar donde no quería estar, mientras apuntaba con su antigua FiveseveN a...
—No hagas un puto movimiento extraño o te vuelo la cabeza —avisó el operativo sacándolo in extremis de la desesperación—. Pon todo lo que tengas en esa mesa.
Alex obedeció y lentamente soltó la billetera y su pistola sobre la mesa adyacente.
—Ahora date la vuelta y arrodíllate.
No dudó y torpemente siguió sus instrucciones. Si se mostraba solícito y algo temeroso podría llegar a encontrar una ventana para actuar. Era posible que bajara la guardia y pudiera sorprenderlo. Una vez que se arrodillara sería cuestión de segundos para que lo ajusticiara.
Extrajo el machete, que B-Dos había pasado por alto, mientras que el operativo se acercaba. Respiró profundamente y dio un súbito giro clavándoselo en la femoral, mientras que el operativo erraba el disparo.
—¡Hijo de puta! —exclamó mientras volvía a abrir fuego, pero sin acertar.
Alex se tiró a por su pistola y se ocultó tras una mesa mientras B-Dos se sacaba el machete y gritaba de dolor.
—¡Estás jodido! ¡No saldrás vivo de aquí! —exclamó mientras disparaba a la mesa.
B-Dos se desplomó al suelo. Estaba perdiendo demasiada sangre. Su cuerpo ya no tenía fuerzas para soportarlo. La visión se le nublaba. No podía morir sin matar a ese desgraciado. ¡No podía fallarle a sus jefes!
—No-no puedo fallar... —expresó frustrado mientras se desvanecía.
Alex dejó la protección de la mesa y se acercó a B-Dos. Tenía muy poco tiempo antes de que falleciera. Tenía que tratar de sonsacarle toda la información posible. «Esto ayudará a la investigación».
—¿Quiénes sois? —preguntó mientras le daba unos golpecitos en la cara.
—Alguien co-con quién no deberías de haberte metido...
—¡Qué buscáis! —exclamó nervioso. El tiempo se le acababa.
—E-estáis jodidos. No puedes hacer contra la De...
No terminó de hablar que se desmayó. Alex lo azuzó, pero no reaccionó. Aquel hombre era historia.
Rebuscó en sus bolsillos sin encontrar nada que lo identificara. Otro nuevo operativo, perteneciente a un grupo desconocido, buscando algo aún por saber. «Dios, ¡qué desastre!».
Recargó el arma, le quitó la munición a B-Dos y se escondió tras barra a la espera de que llegaran los comandos restantes. Alex deseó que la policía llegara antes, aunque una voz interna le dijo que eso no pasaría. «No tendré tanta suerte».
***
Los disparos llegaron a A-Uno. Después unos gritos ininteligibles. No había que ser muy listo para saber que la misión se estaba torciendo. Aquel tío se lo estaba poniendo muy difícil y ya iba siendo hora de que interviniera.
Trató de contactar con B-Dos y no tuvo respuesta. Otro más que caía por mano de aquel escurridizo hombre. «¡Para quién coño trabajará!». O era un guardia de la zona, o pertenecía a la seguridad del IEF y estaba tomando cartas en el asunto. En ese caso, era muy probable que la organización ya estuviera alertada. Sus inhibidores de frecuencia funcionaban en el edificio tan sólo. «Estamos tan cerca del éxito que no podemos permitirnos el lujo de fallar».
Contactó con el administrador de drones por privado para que hiciera un par de pasadas esperando detectar la ubicación del agente en el restaurante. Sólo detectó una señal de calor menguante en mitad del patio, pero nada más. Temió por un segundo que hubiera escapado de aquel lugar, pero era más que probable que estuviera escondido. Ni los chicos de Charlie o el restante de Bravo le habían dicho que hubiera escapado.
No había otra opción que bajar y terminar el trabajo.
Pisó las escaleras de metal muy lento. Las suelas de goma amortiguaban el sonido de sus pasos, aun así, la estructura gimió al sentir su peso. «Te estoy avisando que voy, hijo de puta», se lamentó. Sus sentidos trabajaban al cien por ciento. Olía cada aroma que flotaba por la sala, oía el rumor de la brisa de la madrugada en el exterior, veía cualquier elemento imperceptible moverse en la oscuridad y podía gustar hasta el sabor de la última comida servida aquel día. Él no se iba a dejar sorprender. Lo iba a encontrar y lo iba a matar.
***
Alejandro escuchó a la escalera estremecerse ante el peso de otro operativo. Se asomó tímidamente por la barra con el arma cargada y preparado para disparar nada más lo viera. En cualquier momento aparecería. Lo podía sentir, incluso invisible para él tras la pared.
Si hubiera tenido una pistola más potente, habría disparado de inmediato, pero sabía que la bala no traspasaría el ladrillo ni la mezcla. Eso le quitaría el factor sorpresa.
Un choque metálico le hizo temer lo peor. Por el hueco de la puerta aparecieron dos granadas que explosionaron a distintas distancias al mismo tiempo. En esta ocasión liberaron un gas que, por mucho que trató evitarlo, se introdujo en las vías respiratorias de Alex. Se arrastró a la cocina y terminó desplomándose detrás de una isla de metal deseando no caer...
***
A-Uno se internó en el restaurante y se encontró a B-Dos desangrado de una fea herida en el muslo derecho. Plena femoral. No habría tardado mucho en morir.
Junto al cuerpo del fallecido operativo descubrió una billetera que no podría ser de otra persona que del agente. La guardó en uno de sus bolsillos. Con suerte lo encontraría desplomado detrás de la barra o en la cocina, dado que no lo lograba vislumbrar por la zona.
Progresó hasta la limpia barra y tampoco lo halló tras ella. «Está en la cocina», concluyó con la adrenalina fluyendo por sus venas. Estaba deseoso de tenerlo frente a él y matarlo. Ya era una necesidad más que parte de su misión. Ese infeliz no saldría vivo de allí.
—A-Uno tenemos que irnos ya —rompió el silencio C-Uno—. La policía estar por llegar.
—¡Mierda! —exclamó A-Uno.
Seguidamente revisó su cronómetro y descubrió que habían pasado por un minuto la media hora. Ordenó el repliegue de todos los equipos hacia los vehículos, que confirmaron su orden.
Era hora de borrar todos los rastros posibles. De su cinturón extrajo una pequeña caja de metal de la que sacó una cápsula del tamaño de unas ampollas vitamínicas. Lo abrió con sumo cuidado y esparció su contenido sobre B-Dos. Acto seguido, sacó una caja de cerillas, encendió una y la lanzó sobre el cadáver, que instantáneamente fue pasto de las llamas. Rompió varias ampollas más por el local esperando que las llamas alcanzaran al joven dondequiera que estuviese.
Regresó a toda prisa a la planta baja del edificio y repitió el mismo proceso con A-Dos para incinerar su cuerpo.
Segundos después se subió en el todoterreno que lo alejaba del Edificio Premier.
Habían dejado un cabo suelto en la cafetería. Deberían de monitorear a la policía en espera de confirmar si el agente había muerto.
Abrió la cartera y extrajo el DNI de un joven de veintisiete años que respondía al nombre de Alejandro Moreno Silva.
—Quiero saber todo de él —dijo mientras se lo ofrecía a Alfa 4—. Pasado, presente y futuro. Vida laboral, familia, hasta si tiene un puto perro.
—Sí, señor.
Si escapaba de esa con vida, se arrepentiría de haberse cruzado en su camino.
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