La temporada de otoño estaba entrando y todos podían sentir como la temperatura descendía al dar pase a la noche.
—Mamá... La abuela acaba de llamar—avisó con su voz preocupada.
—¿Qué ha dicho?
—Me ha dicho que está empezando un resfriado y que ha hecho una mermelada de moras, ¿Puedo ir a visitarla? Sabes que sus resfriados la ponen mal.
La mujer suspiró negando, su madre siempre se la pasaba trabajando aunque estuviera a punto de enfermar.
—Ya le dije que si se siente mal descanse, es tan terca —refunfuñó para gracia de su hijo.
—Mamá, pero si tú eres igual —reclamó algo divertido— Calla hijo, mejor vete a dormir.
—¿Pero, si puedo ir a visitarla? —preguntó esperanzado— Si, si, ahora Jiminnie necesita dormir para que mañana vaya a dejarle medicina a la abuela.
—¡Mami! Ya no soy un niño, tengo 22 años —puchereo, sacándole una sonrisa a su progenitora.
—Aunque tengas treinta, siempre serás mi bebé, cielo —le respondió de forma cariñosa.
Con un puchero beso a su madre en la mejilla, mientras hacía caso a lo que le ordenaron; se dirijió a su pequeña cama, —que estaba al lado de la de su madre— tomando trozos de tela ligeros para dormir, hizo su rutina diaria antes de ir a la cama, mientras su madre igual se preparaba para un sueño reparador.
—Buenas noches, mi niño grande —con una sonrisa en la cara, el pelirubio se durmió, siendo depositado en su frente un beso de buenas noches de su amada madre.
—Buenas noches, mami...—entre la penumbra del sueño respondió, sacándole una adorada sonrisa a la mujer.
—Eres alguien hermoso mi amado hijo, sé que encontraras el amor algún día—suspiró mirando por la ventana, la fresca brisa y las bajas temperaturas la empañaban, pero ella miraba un punto fijo— espero me perdones si no logro estar cuando eso pase, pero sé que no estarás solo, nunca lo estarás.
Viendo el cuerpo menudo de su amado hijo, lo arropó con las desgastadas colchas que tenía, yendo a su cama se acostó, sabiendo que mañana sería un largo día...
[...]
Los pasos cuidadosos y los movimientos graciales de aquella figura que se encontraba entre la brecha del bosque resonaban, algunos pajaritos cantores volaban traviesamente y los árboles imponentes se mecían ante la fresca brisa de la mañana.
Los rayos del sol llenaban de vida aquella parte, siendo reflejados por una cabellera de oro, la suave melodía que cantaba aquel joven era como el canto de las sirenas; tan atrayente y meloso, tan nítido pero cálido, pero era todo menos peligroso. Pero había una advertencia en aquel canto, los pueblerinos solían decir que una vez que seguías esa melodía podías quedar encantado bajo los efectos de aquel canto.
Y quizás no estaba lejos de la realidad.
—Debo dejar de distraerme, Nana espera sus medicinas —hizó un puchero al darse cuenta que otra vez se había distraído de su objetivo.
Una linda lechuza albina lo miraba desde la rama de un árbol, Jimin lo sintió le sonrió.
—Eres muy linda —le dijo y como si la lechuzita escuchase se movió y llegó más cerca de él, pero con una distancia.
—¿Tú eres la que siempre está arriba de mi casa? ¡Oh sí! Eres tú —recordó, como si la lechuza hablara, empezó a hablar con ella— No deberías de quedarte mucho tiempo en un lugar, a veces no me dejas dormir —le comentó sonriente.
Luego recordó que otra vez se había distraído y se estaba haciendo tarde para ir a casa de su abuela.
—Se me hará tarde, creo que lo mejor es que vaya por el atajo —tragó duro cuando vió aquel camino algo tenebroso, pues había más árboles y la luz casi no llegaba—Esto te pasa por ser un distraído, Park Jimin —con un puchero y la poca valentía que albergaba su cuerpo, se adentró.
—¡Adiós, lechuzita! Si te vuelvo a ver, te pondré un nombre —se alejó de ahí y la lechuza lo quedó mirando, mientras volaba a otro árbol.
Jimin no es que le tuviera miedo a la oscuridad y al bosque, bueno quizás un poco, pero era más bien un respeto silencioso. En su travesía por aquel camino tarareaba una canción, queriendo ahuyentar los malos pensamientos.
“Nunca tomes el camino de la izquierda Jimin, en el bosque habitan muchas criaturas, debes respetar su espacio, algunas suelen ser muy territoriales”
Fue la primera advertencia de su madre, aquella que fue ignorada olimpicamente, pero no a propósito, Park solía olvidar lo que le decían y los nervios por llegar a casa de su abuela eran mayores.
—¡Frutos rojos! —chilló en un susurró gritado bajo, su abuela estaría encantada si le llevaba aquellos frutos.
Recolectando los frutos, se perdió entre el arbusto, queriendo recolectar más para su tierna Nana.
—Seguro le encantarán, son sus favoritos —ladeó su cabecita, haciendo sus ojos en dos medialunas.
Hace apenas unos instantes había sentido una mirada insistente en él mientras iba caminando, no tomó importancia, podía ser cualquier pequeño animal que andaba por ahí. Sin dar más miramientos al asunto, siguió recolectando en su pequeño bolso cada fruto rojo.
—¡Ay! —una espina lo había hecho alejarse de aquel arbusto, cayendo sobre su trasero. Lo hizo refunfuñar ante el ardor de la caída como el ardor de su mano.
Había un corte en su palma, no era profundo, solo una fina línea pero la sangre brotaba de la herida.
Unos enigmáticos ojos se posaron en él, pero tan ensimismado estaba que no se dió cuenta como aquella sombra que cada vez se acercaba más.
—Me duele...—se quejó bajo, no tenía nada con que curarse.
No podía manchar la Caperuza que su Nana le había regalado y su madre le había dicho que la usara ese día, no es que no le gustara, pero no solía usarla mucho. Pero su Nana seguro se pondría feliz de verlo portando algo que ella había hecho. Sus pantalones desgastados y la camisa blanca que tenía no quería ensuciarlos, tenía poca ropa, no podía darse el lujo de mancharla con sangre.
—No deberías estar aquí —la voz grave penetró en todo el lugar, el cuerpo menudo se tensó, dando un brinquito por el susto, causándole que se quejara ante el ardor por haber caído anteriormente.
Ahí quiso ser un puerco espín y hacerse bolita.
Lentamente se fue dando vuelta, hacía donde provenía aquella voz profunda. A un metro de él, se encontraban unos enigmáticos ojos que se escondían entre las sombras y los arbustos que había ahí.
Su cuerpo se puso a la defensiva, pero él estaba muy curioso y asustado, claro que sí, ¿Quién no se asustaría si una voz que no conoces te habla de la nada?
—P-perdón...y-yo...—trató de hablar, pero aquella voz se lo impidió.
—Los humanos no pueden estar por este camino ¿A qué has venido? —la gruesa voz profunda tenía en un transe al pequeño humano, solo podía ver los ojos de aquella voz, eran demasiados bellos, pero con una profunda frialdad y soledad que le cortó la respiración.
—M-mi abuela está enferma, s-solo quería darle f-frutos rojos —se mordió su labio inferior, temiendo que aquel arbusto fuera de quién le estuviera hablando.
La figura se fue moviendo en aquel arbusto, aún analizaba toda la figura de aquel joven chico.
Él solía ser muy observador, por lo que se dedicó a analizarlo, había un sepulcral silencio que estaba matando a Jimin de los nervios y pánico.
Los enigmáticos y gélidos ojos se posaron en el joven, mirando aquel cuerpo menudo; era muy delgado, su piel de un tono moreno claro, llevaba una caperuza roja, incluso podía apreciar el rostro del campesino, era sin duda angélical. Tenía rasgos definidos y marcados; una pequeña nariz y labios voluminosos y rosados, sus ojos eran de un color miel atrayente, sus mejillas coloreadas en un rubor rosado. Sus cabellos parecían bañados por los rayos del sol, simplemente era el ser más hermoso que sus fríos ojos habían visto.
Podía ser alguien temible, pero sabía reconocer la belleza cuando la veía.
Se lamentó que aquel muchacho de belleza etérea, tuviera que ver a una criatura como lo era él, tan frío y vacío, estaba seguro de que cuando lo viera, saldría huyendo como todos cuando lo veían. Pero él no necesitaba a nadie, estaba bien solo, cuando saliera huyendo aquel hermoso chico podría seguir durmiendo en aquel árbol que había denominado cómo suyo.
—deberías irte, nadie vaga por aquí, hay criaturas peligrosas —A pesar de que había dicho eso, la realidad es que el único animal peligroso que había era él, las demás criaturas eran muy pacíficas a menos que las quisieras matar o molestar.
—L-lo siento...Umm ¿Estos no son tus frutos? Y-yo los tomé pero si son tuyos puedo devolverlos...—un suspiró tembloroso salió de los gorditos labios del menor.
—No son míos, son del bosque, llévatelos, no me importaría menos —la voz cada vez se hacía más lejana y por un momento Jimin sintió mucho terror, inexplicablemente se sentía protegido con solo aquella presencia.
—¡E-espera! Y-yo... Me llamo Jimin —No sabía ni lo que decía ¿Por qué impedía que se fuera? ¿Acaso no quería ir a casa de su abuela?
Park Jimin era alguien simplemente curioso por naturaleza, Su madre le había repetido muchas veces que esa curiosidad podría ser su perdición.
O quizás su salvación...
Jimin se fue acercando poco a poco y aquella criatura. El ser de orbes esmeraldas se sorprendió de las acciones del joven que ahora estaba frente a él. Parecía que esos ojos mieles podían ver su alma, eso lo inquietó por un instante, pero sus ojos seguían fijos en los otros.
El de ojos miel se sorprendió al mirar más de cerca aquellos orbes, eran de un color verde puro, tan oscuros y a la vez fríos, tan atrayentes pero cada poro gritaba peligro.
Una advertencia que decidió ignorar.
Aquel ser se vió sorprendido ante el atrevimiento del joven, dando un paso adelante viendo cómo el rizos de oro no se inmutaba, algo que lo confundió, pero Jimin estaba absorto entre la profundidad de aquellos ojos.
Poco a poco se fue revelando, queriendo ahuyentar al intruso que estaba invadiendo su espacio personal, estaba demasiado cerca de él, no le gustaba eso.
Los orbes mieles vieron la figura imponente del lobo blanco que se ergía de forma orgullosa, desdeñosa y altiva ante él, sin duda era grande, quizás demasiado para él, que con tan solo con su altura de 1.58 se había quedado tieso ante aquel gran lobo.
El lobo era unos dos centímetros más grande que él, una figura imponente; firme pero a la vez maravillosa, el pelaje blanco y aquellos ojos esmeraldas constraba perfectamente con la criatura. Su mano picaba por tocar aquel pelaje y lo hizó, no dudó en poner su pequeña manito —la cuál no tenía una herida— en la blanquecina piel.
El lobo abrió grande sus ojos, en su interior estaba nervioso y a la vez curioso ante el joven que parecía más maravillado con él que asustado, eso hizo que diera un pequeño gruñido que para los oídos de Jimin no fue algo peligroso ni una advertencia, pero sí le dió más curiosidad, su mano aún en el niveo pelaje vibró ante el gruñido y eso hizó más grande su fascinación.
—Es muy hermoso, Señor Lobo...—le dió una bonita sonrisa, dónde sus ojos se hacían dos medialunas, una sonrisa sincera, una que el lobo denominó como la más hermosa.
Jimin seguía maravillado tocando aquel pelaje, mientras el lobo parecía ajeno a su toque, en su interior quería gruñirle, empujarlo y salir corriendo para poder ir a su árbol y dormir, pero una parte de él no lo dejaba, era tan absurda la situación en la que se encontraba.
—No me toques —gruñó.
Pero Jimin se hacía de los oídos sordos, porque a pesar de que el lobo decía eso, se recargaba más en su mano, lo podía sentir.
—Eres muy grande, no eres un lobo normal, ¿Por qué es tan grande señor lobo? ¿Vive solo? ¿Qué come? ¿Vive aquí?
La criatura se había dado por vencida, no importaba su voz autoritaria diciendo que se apartara, el humano llamado Jimin no le hacía ni el más remoto caso.
—Haces muchas preguntas —dijo en cambio.
—Lo siento, mamá dice que soy muy curioso —dijo pensativo.
—Tu madre tiene razón y estoy seguro que te dijo que no debías venir por este camino.
—¡Oh! Es cierto, no me acordaba —juntó sus cejas, con un puchero a la vista, un gesto que le hizo demasiado tierno al lobo.
El lobo se había echado entre los arbustos, aburrido del parloteo del humano que parecía que se encontraba hablando con otro joven y no con un lobo albino de 120 kilos.
—¿También es adivino, Señor Lobo? —preguntó ingenuamente.
—Niño, estoy seguro que a ninguna madre le gustaría que su hijo estuviera por esta parte del bosque —el lobo suspiró.
—¡No soy un niño! Tengo veintidós años —refunfuño.
—Pareces más joven —dijo sorprendido— Lo sé, mamá dice que mi rostro no cambia —refunfuñó.
El lobo sin duda estaba confuso, era increíble como ridícula quella situación, nunca se esperó al levantarse qué un humano de nombre Jimin le estaría acariciando el pelaje y se encontrara teniendo una plática como si fuera algo normal de todo los días. Mientras Jimin solo se limitaba a acariciar el pelaje niveo.
Quiso acariciar al lobo con sus dos manos, pero ahí fue donde notó que aún tenía sangre y no quería manchar el pelaje hermoso con ella. Juntó sus cejas, cuando otra vez sintió el ardor en su palma, hasta ahora se le había olvidado.
Si, hasta ese nivel de distraído llegaba, que se olvidaba de su herida.
El lobo se dió cuenta, pues las caricias pararon y en su interior se removió, quería otra vez aquella cálida mano acicalando su pelaje.
—¿Qué pasa? Huele a sangre —preguntó olfateando para tener su hocico en la palma de la mano abierta de Jimin.
—Uh... Me corté cuando estaba recolectando los frutos rojos —dijo apenado, la mirada del lobo veía fijamente la herida.
—Debes tener más cuidado, hay plantas venenosas.
Cualquier cosas que Jimin hubiera querido decir, se vió interrumpida al sentir la rasposa y húmeda lengua en su herida.
—¿Qué hace? —preguntó confundido, pero el animal siguió lamiendo la herida, para después dejar una leve caricia con su húmeda nariz.
Eso último le hizó un poco de cosquillas a Jimin, pero quedó en el olvido cuando descubrió que su herida estaba cerrada y solo una fina línea apenas se notaba.
—¡¿Qué?! ¿C-como?...¿Tú...?—Jimin estaba sorprendido, confundido pero muy curioso.
El lobo no vió avaricia en su voz, no vio ambición, solo una curiosidad arrolladoramente sincera y palpable. Aquel chico era un libro abierto.
—Mi saliva puede curar, pero también puede ser un veneno letal si así lo deseo —explicó ante la mirada incrédula del chico.
—¡Eso es genial! ¡Gracias! —sin poder evitarlo se abalanzó a aquel lobo, como hace unos momentos había querido y ahora tenía una válida excusa.
Sus delgados y cortos brazos se ceñieron ante el gran cuello del lobo, su rostro se enterró entre el pelaje, aquella criatura olía a una mezcla; pino, madera y almizcle.
Su nariz se movió maravillada y se aferró al peludo cuerpo, que estaba tenso e inmóvil, pero al pasar los minutos se fue relajando, algo nuevo.
La criatura estaba confundida ¿Qué le pasaba? ¿Cómo se le ocurría a aquel humano tocarlo con tal atrevimiento?
—Niño atrevido ¿No sabes lo que es espacio personal? —gruñó.
—Si, pero ahora no quiero saberlo —su voz amortiguada por el pelaje, simplemente estaba cómodo en aquella posición; el lobo echado en el suelo, mientras el estaba de lado enterrando su rostro en su pelaje albino abrazándolo, o más o menos, era muy grande para su menudo cuerpo.
—Huele muy rico, pensé que iba a oler feo —confesó.
—Maleducado, yo me baño siempre —aquel lobo se indignó y sacudió su pelaje haciendo que el humano se aferrara más a él.
—Ya, perdone Señor Lobo, es un usted un lobo muy limpió.
—Mocoso...—bufó ya sin hacer amago de querer quitarlo de su espacio personal. Incluso su nariz se había movido sola intentando saber el olor de aquel campesino.
A su nariz llegó un olor primaveral, lo que era irónico ya que estaban entrando en otoño, pero Jimin olía así; a flores, y con un dulzor único.
—Me hace cosquillas —rió Jimin, pues la nariz húmeda del lobo se encontraba en su cuello.
Ante ello, él rápidamente la apartó a pesar de que una parte de él solo quería seguir olfateandolo y dormirse en aquel aroma primaveral.
—Es un ser muy bello...
—No lo soy, todos dicen que soy peligroso.
—Es porque no lo han visto como yo lo hago —le respondió con su voz dulce.
—¿Y como me has visto tú?
—Yo solo he visto a una criatura de pelaje blanco con ojos esmeralda que no me ha atacado, y que me puede comer de un bocado pero no lo ha hecho.
—Puedo comerte en un bocado —aseguró queriendo causarle terror, pero el semblante pacífico lo confundió.
—Lo sé, pero no lo ha hecho —dijo con calma— ¿Cómo estás tan seguro de eso?
—No lo estoy, pero tus ojos me dicen que no eres malo.
—No puedes solo confiar en eso.
—No lo hago, pero hasta ahora no me has hecho algo, no me muestras sed de sangre, no hay un brillo en tu mirada, tu cuerpo está echado y calmado ¿Por qué debería temerte?
—Tientas tu suerte, chico —le respondió.
—No soy chico, soy Jimin —le reprochó.
—No diré tu nombre —gruñó.
—¿Por qué no? —refunfuñó, el lobo se preguntó cómo había llegado a esta conversación tan ridícula— Eres molesto.
—Lo tomaré como un halago
—Deberías irte...Jimin —los ojos mieles del chico se iluminaron, dos medialunas se formaron dando pase a una angelical sonrisa que desconcertó al lobo albino.
Pero si duda, era la más hermosa que había visto.
—¿Verdad que no era tan difícil decir mi nombre?
El lobo ignoró deliberadamente su pregunta.
—Debes irte, no deberías estar aquí.
—¿Quiere que me vaya? —preguntó, ladrando su cabeza.
A pesar de que el lobo quería negarse, no podía, aquel chico no debía involucrarse con él, a pesar de que su voz y su presencia le traía una paz demasiado buena y real para él.
—Si
—No sabe mentir, Señor Lobo...
—No soy un señor... —el chico de cabellos dorados negó sonriendo— ¿Entonces cómo se llama? —preguntó curioso.
—Si nos volvemos a ver, te lo diré —le prometió, el albino sabía que nunca lo volvería a ver, así que no debería preocuparse por revelar su nombre.
—Volveré y sabré el nombre del lobo albino más hermoso del bosque.
—Ya lo veremos —Si los lobos sonrieran, él ya lo hubiera hecho.
— ¿No te vas a comer los frutos rojos que recolectaste? —preguntó queriendo cambiar de conversación.
—Oh no, no son para mí —sonrió— son para mi...¡Abuelita!
De pronto Jimin se acordó de su abuelita, sus ojos se abrieron en comprensión y se dió un zape en su frente, eso le pasaba siempre, era tan distraído.
—¿Ah?
—¡Señor lobo! Mi abuelita, debo llevarle su medicina —dijo triste por irse y a la vez apresuroso y paniqueado al darse cuenta que se había tardado más.
—Eres tan molesto —bufó el albino aún echado.
—¿Y si me acompaña? —pidió haciéndole ojitos, no le gustaba estar en aquella parte, pero el lobo le podría dar protección.
Jimin solo era un ser ingenuo; amable, curioso y muy impulsivo, él era así. No tenía un filtro en su boca; sí sentía algo lo decía, sí le gustaba algo se sabía y sí quería hacer algo no dudaba en hacerlo. Muchas veces por ello se llevó regaños, pero estaba bien, a él le gustaba ser muy cariñoso con todos, pero ahora en especial con aquel lobo.
—¿Si sabías que eres un mocoso irritante? —gruñó.
Pero aún así se levantó para maravilla del joven, ambos emprendieron camino a la casa de la abuelita de Jimin.
—Señor Lobo, usted es muy amable —le sonrió con su caperuza puesta y su bolsito donde llevaba medicamentos con los frutos rojos. Se veía tan tierno y angélical, aquel lobo junto a él le daba como un toque mágico; un ser grande y fuerte lo acompañaba, no podía estar más feliz.
—Creo que tú concepto sobre mí está muy equivocado —bufó pero aún así sonrió.
Los lobos no podían sonreír, pero hacían un gesto que los delataba cuando estaban felices, su cola se movía de un lado a otro y Jimin lo notó.
—Claro que no, es un lobo muy amable —ambos siguieron caminando.
En menos de cinco minutos estuvieron casi llegando a la casa de la abuela, a lo lejos se podía ver la construcción, era muy humilde pero bonita y con un jardín lleno de flores.
—Hasta aquí llego —le dijo, los ojitos de Jimin se tornaron decepcionados.
—¡Señor lobo! Nos volveremos a ver, no se ponga triste —le dijo enfrente de él, con sus manos atrás en una pose tierna.
—No estoy triste mocoso, está es mi cara.
—Claro, claro —le sonrió y dió un último abrazo timido— ahora es mi amigo y nos volveremos a ver, y la próxima vez me dirá su nombre.
Ambos se separaron, para voltear a verse una última vez. Jimin miró cómo aquel imponente lobo se alejaba y un sentimiento raro se imponía en su pecho apretándolo. Era algo nuevo, seguro ya con unos pocos momentos que pasó se había acostumbrado a él.
—Nos volveremos a ver, Señor lobo.
—Luna🌙
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