Resistencia
La noche había cubierto con su oscuro velo la ciudad de Alisa hacía unas cuatro horas. La única luz que rasgaba el denso manto negro que se extendía sobre la llanura era la que provenía de las hogueras encendidas por los hombres, tanto en el campamento de los Khúnar como en los muros de Alisa, limpios ya de enemigos y donde los Alisios evacuaban a los heridos y retiraban los muertos hacia una gran pira funeraria instalada en una planicie cerca del centro de la ciudad.
El fuego era también aprovechado por los Alisios para quemar algas que provenían del puerto de Obos, de donde cada día llegaban caravanas de mercaderes en los tiempos de paz. Las cenizas que contenían los restos de dichas algas eran excepcionalmente ricas en Iodo, y aunque los Alisios desconocían este elemento sabían que los emplastos realizados con este tipo de cenizas tenían un gran poder curativo de las heridas.
En el campamento Khúnar el ambiente era totalmente distinto al de relativa calma que imperaba en la ciudad sitiada. Los Khúnar eran atacados por los Gárgol a cualquier hora y en cualquier lugar del campamento sin que parecieran seguir un orden lógico, lo cual desconcertaba a los soldados y hacía que tuviesen que mantener un estado de alerta casi permanente.
Rávnar afilaba su espada sentado junto a uno de sus soldados cuando una enorme piedra cayó del cielo aplastando la cabeza de este último. Rávnar saltó hacia un lado y se ocultó tras una de las tiendas de campaña maldiciendo a los Gárgol, y escuchó la carcajada de un hombre a unos metros. Thoron, “el ariete”, el hombre que se había acercado a hablar con él durante la retirada de las tropas de ambos, reía recostado plácidamente sobre un saco lleno de paja mientras asaba algo de carne en una hoguera.
- Da igual dónde te escondas. – dijo – Si su deseo es que tu cerebro sea reemplazado por uno de esos pedruscos dará igual dónde te ocultes. ¿Quieres un trozo de carne, amigo?
Rávnar se levantó y se sacudió el polvo. Sonrió y se sentó al lado de Thoron.
- Quizá tengas razón. – dijo tras pinchar un trozo de carne con la punta de una fina daga – Me sobresalté cuando esa piedra cayó a mi lado. De todas maneras, la noche está siendo bastante tranquila.
- Y eso es lo que menos me gusta de todo. – contestó Thoron con la boca llena – Demasiada calma.
En la ciudad, Erin y Góntar disponían a sus hombres para el ataque bajo el mando de Gílam. Este sería el encargado de coordinar la acción de los Gárgol con la de los hombres mientras que en tierra los veteranos Órador, Lémik, Kan y Skólem ayudarían a Góntar a dirigir la falange en la oscuridad.
Erin se acercó a la puerta Este montado sobre Tempestad, y mil quinientos jinetes más le siguieron.
Al sur, Janti capitaneaba a otros mil quinientos hombres montados a caballo que saldrían por la puerta de Diobel.
Erin se acercaba hacia la puerta cuando Gásar llegó a su lado cabalgando sobre su montura, seguido por su centenar de jinetes Irianos.
- Bonita noche para salir a dar un paseo, compañero.- dijo Gásar situándose al lado de Erin.
- Me alegro de verte Gásar, será un placer cabalgar a tu lado. – respondió Erin.
El Alisio no tardó en percibir una extraña expresión en la cara de su amigo, la piel pálida, los ojos muy abiertos y una amplia sonrisa que dejaba ver los blancos dientes rechinando entre sí. Sin duda el brebaje preparado por Maia había hecho el efecto esperado.
- ¿Qué tal te encuentras?
- No me había sentido tan bien en los últimos tres días. Estoy impaciente por salir ahí fuera y pisotear a los Khúnar antes de mandarles al infierno de una patada en los testículos.
- Vayamos entonces. – contestó Erin riendo la gracia de Gásar.
El Alisio giró a Tempestad poniéndose frente a sus hombres y desenvainó su espada. Las cadenas de gruesas argollas se tensaron y las puertas comenzaron a abrirse entre los quejidos de los tablones de madera. Casi al unísono, se abrieron también las puertas de Diobel para dejar salir a la caballería dirigida por Janti.
Dos largas hileras de caballos salieron de cada lado de la ciudad, dirigiéndose hacia los flancos del campamento Khúnar. Erin dirigió a sus hombres al lado izquierdo, mientras Janti se encaminó hacia el derecho.
En el campamento, donde hasta entonces había reinado el silencio, los hombres fueron alertados por el golpeteo de los millares de cascos sobre el duro terreno de la llanura que los separaba de la ciudad. Miles de soldados corrieron por sus armas ante el inminente ataque y esperaron el choque con el corazón en un puño.
En pocos segundos el sonido de la caballería se abrió hacia los lados y los Khúnar se dieron cuenta de que el ataque iba dirigido a los flancos, donde aún no había habido tiempo de erigir una empalizada y el único parapeto estaba formado por montones aislados de troncos que esperaban a ser puestos de pie y unidos los unos a los otros.
Rávnar mandó formar a sus hombres junto a los de Thoron y se armó con una larga pica.
- Ese cerdo de Marduk se ocupó de que el tramo de empalizada que cubre a sus tropas fuese erigido totalmente durante el día, ¿y qué nos protegerá a nosotros? – dijo Thoron enrabietado, momentos antes de ver cómo la caballería de Alisa atravesaba sin dificultad las primeras hileras de hombres. Fue la primera vez que vio de cerca a Erin de Alisa. Dirigía a su caballo con maestría al mismo tiempo que hacía caer a cuanto hombre se acercaba con certeros mandobles de espada.
Thoron cogió un caballo y se montó sobre él para tratar de detener al Alisio pero tuvo que retroceder cuando, de entre dos montones de troncos, Gásar entró a galope tendido seguido por sus cien jinetes Irianos y por doscientos jinetes Alisios más.
Thoron formó una línea con sus hombres pero no pudo evitar que el ímpetu de los Irianos la atravesase como si se tratase de un montón de matojos secos.
Al otro lado del campamento, sucedía otro tanto de lo mismo tras la carga de los hombres de Janti.
En pocos minutos, miles de Khúnar se desplazaron del centro del campamento hacia los flancos para forzar la retirada de los Alisios.
Mientras, pocos metros frente a la zona central amurallada del campamento, varios vigías Khúnar caían abatidos por unos seres que aparecían de la nada de la oscuridad y se los llevaban sin hacer ningún ruido que alertase a los vigías que se apostaban sobre la empalizada. Estos atendían más a los flancos, de donde provenía el enfervorizado clamor de la lucha, que a lo que se preparaba a menos de medio estadio de su posición. Allí la falange Alisia, formada por diez mil hombres, avanzaba con sigilo parapetada tras el ruido que provenía de los lados del campamento. Sus armas habían sido pintadas de color negro mate para evitar que su avance fuese visto por los vigías que había sobre la empalizada. Uno de estos oyó un ruido a su costado, apuntó con su pica, avanzó con cautela y vio que un garfio de metal unido a una cuerda había sido lanzado desde el exterior. Para cuando quiso dar la señal de alarma otras cinco decenas de garfios se habían fijado a la empalizada. Ante ella, decenas de Gárgol tiraban con fuerza de las cuerdas haciéndola caer con estrépito. Los soldados que se encontraban tras el muro de madera observaron atónitos cómo este se derrumbaba como si hubiera estado hecho con juncos e hicieron sonar las trompas de los Alacranes, los cuerpos de élite de Marduk.
Los soldados apenas habían comenzado a formar una línea de defensa cuando la falange Alisia, a la orden de Góntar, aceleró el paso. Las piezas metálicas que conformaban la armadura de cada hombre sonaron al ritmo de la decidida marcha del erizo de púas.
Varios Khúnar se adelantaron para tratar de ver de dónde provenía el ruido, y fueron los primeros en caer. Uno de ellos solo tuvo tiempo de ver a una enorme mole ataviada con una armadura negra y un casco coronado por una cresta del mismo color antes de caer ensartado por su pica.
La falange Alisia atravesó la empalizada caída y atacó de frente en perfecto orden, sin que hubiese ninguna fisura en su formación. Los Khúnar que habían formado en primer lugar cayeron bajo las picas del perfecto entramado que se había abalanzado sobre ellos sin apenas haber podido defenderse, y el resto de soldados tuvo que retroceder hacia las tiendas de campaña, donde la estructura de la falange debería abrirse si quería proseguir con su avance. Muchos soldados fueron abatidos en su huída.
Mientras, en los flancos del campamento, la caballería Alisia causaba estragos entre los aliados de los Khúnar. Los caballos avanzaban a toda velocidad entre las tiendas prendiéndoles fuego y acabando con los hombres que salían desorientados de las mismas.
Thoron unió sus fuerzas a las de Rávnar y consiguió establecer una sólida línea de defensa, evitando que los Alisios pudieran adentrarse hacia el centro de su asentamiento, pero curiosamente estos parecían conformarse con atacar a los hombres y a las estructuras que se situaban en la periferia. Ante esta situación, Rávnar ordenó avanzar a sus hombres y fue él mismo el primero en abatir mediante una larga pica a un jinete Alisio que avanzaba directamente hacia su posición.
En poco tiempo, tropas Khúnar provenientes del centro del campamento engrosaron la línea formada por sus aliados y se prepararon para avanzar cuando de pronto, y sin razón aparente, los Alisios hicieron sonar sus tubas en señal de retirada.
La caballería Alisia retrocedió y se alejó a galope, perdiéndose en la oscuridad entre los gritos de júbilo de los Khúnar y sus aliados.
- ¡Se retiran! – gritó Rávnar alzando su pica en alto – ¡Se retiran, Thoron!
Thoron miraba con semblante serio hacia el lugar donde había visto desaparecer al último de los jinetes Alisios. A su alrededor, cientos de hombres yacían muertos y las tiendas ardían por doquier.
- Esto no ha terminado aún, amigo. – dijo dirigiéndose a su aliado de Arcas – Muchos Khúnar han acudido a este lado del campamento a taponar la entrada de los Alisios, por lo que el centro ha quedado algo más descubierto… ¿Dónde están los Túgmot? ¿Porqué no han atacado junto a la caballería?
Thoron estaba en lo cierto. Gílam, quien sobrevolaba el campamento con el resto de los Gárgol, había dado la señal para que la caballería de Erin y la de Janti se retirasen de su posición para alcanzar a galope la zona central, desprovista ya de la empalizada que la protegía y atestada de guerreros Alisios en formación de falange.
Allí, los hombres dirigidos por Góntar y cuatro de los Gárgol cubrieron rápidamente la distancia que había entre la empalizada y la primera línea de tiendas de las tropas de élite de Marduk.
Los Khúnar habían retrocedido hasta las tiendas, conscientes de que para proseguir su avance la falange Alisia debería descomponerse en grupos más pequeños. Aquí formaron y esperaron la acometida de los Alisios, quienes lejos de avanzar hacia ellos se detuvieron a escasos metros.
La imagen que los soldados de Alisa proyectaban sobre los Khúnar oscilaba entre lo inquietante y lo terrorífico. Miles de hombres acorazados, provistos de largas picas y armaduras de color negro, cuyo rostro se ocultaba bajo la oscuridad de su casco coronado por penachos o crestas del mismo color. El aliento que estos espectros a los ojos de los Khúnar exhalaban salía en forma de vapor por donde debiera verse la boca, haciendo que su enemigo dudase de si se trataba de hombres o de demonios que habían salido de una profunda grieta en la tierra.
Varios Khúnar se adelantaron desafiando tanto al enemigo como a su propia incertidumbre, siendo los primeros en asistir a la tremenda fuerza de choque que la maquinaria de guerra Alisia iba a infligirles durante la siguiente fracción de tiempo.
Por ambos lados de la falange, la caballería dirigida por Erin y por Janti salió de las sombras cayendo sobre los Khúnar. Al mismo tiempo, Góntar ordenó el avance de sus hombres. El rugido de diez mil gargantas precedió a la suelta de miles de picas que abatieron a una gran cantidad de enemigos. Tras ello, los soldados desenvainaron sus espadas y corrieron al ansiado encuentro con las tropas de élite de los Khúnar sabiéndose protegidos por la caballería en ambos costados.
Para más desesperación de los Khúnar, varias decenas de Gárgol aterrizaron unos metros por delante de la línea de ataque de los Alisios.
Las tropas Khúnar eran ciertamente más diestras en el combate que las que habían atacado la muralla durante el transcurso del día, pero debido a la ligereza de su armamento no eran rival en el cuerpo a cuerpo para los experimentados soldados de Alisa.
Góntar avanzaba entre los Khúnar a golpe de hacha seguido por algunos de sus mejores hombres, como el maestro herrero Váhlak. Este, que casi empataba en corpulencia con Góntar, iba armado con un pesado escudo ovalado y un martillo de forja de cabeza de hierro endurecido con el que astillaba tanto los escudos del enemigo como los huesos de sus extremidades y torso.
Más adelante el equipo de Órador, formado por él mismo y Lémik, Kan y Skólem, abatía soldados Khúnar con la fuerza de un huracán. Pronto se vieron rodeados de multitud de enemigos pero Gílam, Atlas, Amos y Sitas acudieron en su ayuda. Gílam era el más rápido entre los Gárgol, y con su enorme espada hacía caer a multitud de soldados moviéndose velozmente de un lado a otro, esquivando fácilmente las acometidas de los valientes pero poco afortunados Khúnar.
Atlas iba armado con un gran escudo rectangular forjado enteramente en hierro y con la otra mano hacía oscilar una pesada esfera del mismo material cubierta con largas púas, que iba unida al mango mediante una fuerte cadena de más de cuatro codos de longitud. Con un arma de tal calibre hacía volar literalmente a los hombres que se interponían en su camino.
Unos metros a la izquierda, Odnumel se abría paso entre los Khúnar cortando el aire con el siseo de Orlon. Ensartó a un hombre en las púas de su escudo y lo llevó colgando durante unos metros hasta que se deshizo de él lanzándolo contra un grupo de soldados que pretendía atacarle. Gróndel y Érlik le cubrían las espaldas, mientras Rédner hacía de puente de unión con otro equipo formado por ocho Gárgol que se encontraban más a la derecha. Así los Gárgol evitaban que los Khúnar que se incorporaban a la batalla lo hiciesen de manera ordenada y facilitaban la lucha a los soldados Alisios, que avanzaban quemando tiendas, montones de troncos para fabricar escalas y torres de asalto y también carros de combate, montones de flechas, arcos y picas.
Erin dirigía a la caballería en el flanco derecho de sus tropas cuando vio que un gran número de antorchas se dirigía hacia la infantería Alisia. Hizo sonar un cuerno de guerra y fue arropado rápidamente por sus mejores hombres. Sin pensarlo dos veces, espoleó a Tempestad y cabalgó hacia los atacantes. Blandió su espada en alto durante unos segundos y la dejó caer para asestar un mandoble ascendente al primero de los Khúnar con el que se topó. El resto de jinetes Alisios irrumpió entre el enemigo pero pronto se dieron cuenta del gran número de hombres que se abalanzaba sobre ellos. Erin mandó formar en línea y avanzar, evitando así ser rodeado por los Khúnar, y se encontró con una inesperada ayuda. Gásar entró por un flanco seguido por sus diestros jinetes Irianos. Estos, armados con largas picas, terminaron de desorganizar a los Khúnar obligándoles a disolver el grupo que habían formado. Erin ordenó entonces avanzar la posición de su caballería y volvió a entrar entre las tiendas de los Khúnar haciendo que sus hombres atacasen por la retaguardia a muchos soldados que se dirigían hacia los Alisios por los laterales.
Los Irianos atacaron con fiereza emulando el temerario ímpetu de su comandante e irrumpieron en una zona infestada de soldados enemigos. Uno de ellos alzó una gruesa pica y se la clavó en el pecho al caballo montado por Gásar, haciendo que este se pusiese de manos y cayese de lado sobre una tienda. Esta amortiguó el golpe y Gásar se puso de pie desenvainando su espada. Abatió a tres Khúnar con sendos mandobles antes de que varios de sus hombres saltasen de sus monturas sobre los Khúnar que avanzaban directamente hacia el Iriano. Gásar avanzó sin temor hacia los Khúnar seguido por sus hombres y se entabló una sangrienta lucha entre los Irianos y los Khúnar. Solo la irrupción de la caballería de Erin salvó a los Irianos del ataque del número muy superior de adversarios que comenzaba a acumularse en la zona. Estos obligaron a los Alisios a replegarse y a acercarse a sus tropas de a pie para poder volver a formar una densa masa de hombres que la hiciera impenetrable.
A estas alturas de la batalla, Góntar había hecho avanzar a sus hombres más de dos estadios en el interior de la zona del campamento ocupado por las tropas de élite de los Khúnar. Se abrió camino entre dos tiendas con la inestimable ayuda de Váhlak y allí, en una pequeña elevación del terreno, vio cómo varios cientos de Khúnar dirigidos por un guerrero de extraños atuendos hacía retroceder a un nutrido grupo de soldados Alisios. Góntar dio la orden de avanzar y corrió junto a sus hombres a socorrer a los Alisios que se batían en retirada. El guerrero Khúnar vio el avance de los hombres de Góntar y se dirigió hacia ellos seguido por multitud de hombres. Los dos grupos de soldados chocaron entre sí. Váhlak aplastó el casco de un soldado Khúnar con el martillo de forja y partió el brazo a otro cuando percutió en su escudo de mimbre forrado con una lámina de cuero.
Góntar se dirigió hacia el extraño guerrero Khúnar, quien había abatido a tres de sus hombres con una enorme espada que manejaba con gran fuerza. El Khúnar vio a Góntar y avanzó sin vacilar hacia el colosal Alisio.
Góntar vio cómo el guerrero, que sacaba más de una cabeza de altura a los hombres que lo rodeaban, le desafiaba mediante gestos airados. Llevaba un casco de cuero que cubría los laterales del cuello y la nuca, y bajo él salía una larga melena tan rojiza como las llamas de una hoguera recién alimentada con leña seca. Su armadura, también de cuero, estaba cubierta por placas circulares de bronce. Portaba un escudo redondo de madera cubierto también de metal, y la espada que manejaba debía medir más de tres codos de longitud. Góntar se acercó a él emocionado, parecía que por fin iba a topar con un rival digno antes de que terminase la noche. Armó el escudo en el brazo izquierdo y abrió el derecho, con el que portaba el hacha de doble filo. Golpeó el escudo del gigantesco Khúnar con todas las fuerzas de las que disponía haciendo que retrocediese, pero el hombre sonrió con la boca abierta y golpeó el escudo de Góntar con su espada como ningún hombre lo había hecho antes. Eso animó aún más al Alisio y cuando se disponía a responder al Khúnar una marea humana hizo que la posición de los dos hombres variase algunos metros separándolos el uno del otro. Los dos fornidos guerreros volvieron a encontrarse una vez más en pocos minutos pero esta vez la irrupción de Ocatras, Atian, Belos y Solmos hizo que el guerrero Khúnar desapareciese entre sus hombres. Los cuatro jóvenes Gárgol se revolvían como potros salvajes entre los Khúnar que los rodeaban haciendo caer a multitud de ellos y obligando a los demás a retroceder.
En los laterales del campamento, el orden se restablecía poco a poco y nutridos contingentes de hombres se preparaban para atacar a los Alisios por la retaguardia. El detalle no escapó a los ojos de dos Gárgol que sobrevolaban la zona y en pocos segundos alcanzaron la posición donde Odnumel y Gílam luchaban codo con codo. Gílam hizo sonar su cuerno de guerra advirtiendo a Erin del peligro que provenía de los flancos, y este ordenó que las tropas comenzaran a replegarse.
Los Alisios luchaban con tenacidad cuando llegó la orden de retirada. A su lado, Gásar entraba entre los Khúnar con tal rapidez y tal fuerza que a sus hombres les costaba seguirle. Atravesó el escudo de un soldado enemigo con una pica clavándole la punta en el hígado. La sacó con celeridad y la lanzó hacia otro Khúnar que corría hacia él atravesándole el corazón. Seguidamente desenvainó la espada y se enfrentó a tres soldados más acabando con dos de ellos con rapidez. Pronto se vio rodeado por varios más pero su guardia personal se encargó de hacer que retrocediesen o muriesen. Uno de los hombres avisó a Gásar de que había llegado la hora de retroceder y adoptar una formación de defensa pero este pareció no escucharle. Estaba absorto en su único pensamiento, abatir enemigos. El soldado Iriano rogó una vez más a su general que lo acompañase a la retaguardia pero Gásar, afectado por la medicina que Maia le había administrado horas antes, hizo caso omiso de su recomendación.
- ¡Basta, Gásar! – aulló el soldado Iriano – ¡Basta o harás que te maten, y con ello conseguirás que todos nosotros muramos contigo!
Solo el ruego de su compañero pareció hacer efecto. Gásar se detuvo y lo miró con una expresión más serena. Comprendió lo delicado de la situación y retrocedió con sus hombres perseguido por los Khúnar. Cuando parecía que tendrían que volverse para defenderse, Atlas tomó tierra entre ellos y los Khúnar. Rugió con fuerza y derribó a varios guerreros con su maza. El resto de Khúnar se detuvo pero el Gárgol avanzó hacia ellos matando a varios más, y Gílam acabó con los que huían de su compañero cortando su vía de escape entre las hogueras. El Gárgol atravesó el fuego y se abalanzó sobre un puñado de Khúnar que trataban de escapar, cortando sus escudos y espadas como si estuviesen fabricadas de capas de fina seda.
La falange Alisia retrocedió cubierta por la caballería por sus flancos y formó en cuadrado para acercarse a la ciudad. A sus lados, pero aún a varios estadios de distancia, los Khúnar que habían salido de los laterales del campamento avanzaban casi a tientas en la oscuridad. Ellos no tenían Gárgol que los dirigiesen en la noche y su vista solo alcanzaba a distinguir lo que se encontraba a escasos metros. Aún así, avanzaban con decisión arropados por varios cientos de jinetes que salieron a galope desde el campamento. Para entonces, tres decenas de Gárgol habían escalado las torres macizas del centro de la llanura, y retomaron el vuelo portando largas redes que habían dejado en lo alto de las mismas horas antes. Los seres alados planearon hacia los Khúnar y lanzaron las redes sobre la línea de jinetes que cabalgaba en primera posición, haciendo que los caballos se enredasen en ellas y cayesen con estrépito. Los jinetes que cabalgaban en segunda línea no vieron a sus compañeros caídos hasta que casi estuvieron sobre ellos y muchos se fueron al suelo cuando los caballos tropezaron con los caídos escasos segundos antes. Esto, junto al ataque de varios de los Gárgol sobre las tropas que avanzaban a pie, creó suficiente confusión entre los Khúnar como para dar tiempo a la falange Alisia a reorganizarse en un cuadrado defensivo.
Dos mil arqueros Alisios esperaban la llegada de sus compañeros a mitad de camino entre la ciudad y el campamento de los Khúnar. Ante la inminente llegada de los mismos, Gílam ordenó que se tensasen los arcos y dirigió el ángulo y la potencia del disparo mediante un código numérico. Cuando los soldados enemigos se habían acercado lo suficiente dio la orden de descarga. Las flechas sisearon en la oscuridad antes de caer sobre el blanco al que iban dirigidas.
Muchos Khúnar, que ni siquiera sabían de dónde venía el ataque, retrasaron sus posiciones. Su salida a la llanura resultó ser un completo fracaso. No eran capaces de orientarse ni organizarse en la oscuridad, y los que llegaban a localizar a los Alisios sucumbían pronto ante la caballería o se topaban de frente con el muro de la falange.
Así los Alisios llegaron ante los muros de la ciudad y entraron en ella entre el júbilo de la población. Erin bajó de su montura y un hombre llevó a Tempestad hacia las caballerizas. Góntar no tardó en aparecer, y los dos Alisios se felicitaron mutuamente.
A través de la puerta de Diobel, la victoriosa facción de caballería dirigida por Janti irrumpió en la plaza aumentando la temporal alegría dominante.
Erin buscó a los Irianos, pero no conseguía distinguirlos entre la emocionada muchedumbre. Al fin localizó a algunos de ellos, dos hombres ayudaban a caminar a un tambaleante Gásar.
- Voy a ver a los Irianos, Góntar.- dijo Erin a su compañero, uno de los guerreros más valerosos durante la noche – Que dos guarniciones vigilen los muros hasta el amanecer. No creo que los Khúnar ataquen hasta que vuelva a brillar el sol. Les costará reorganizarse y no creo que los Gárgol les permitan mantener el orden y la serenidad hasta entonces. Di al resto de los hombres que vayan a descansar, han luchado bien.
- También tú necesitas descansar, Erin.- dijo Góntar con convincencia.
- Lo haré, no te preocupes, solo quiero estar un rato con Gásar.
Erin caminó hacia los Irianos, que habían recostado a Gásar en una carreta. Se acercó al guerrero que se encargaba de su cuidado y preguntó por su estado. El soldado Iriano miró con seriedad hacia su comandante, y después dirigió la mirada al suelo negando con la cabeza.
- Ha perdido mucha sangre.- respondió.
Erin se acercó a Gásar y constató lo que el soldado había dicho. Un charco de sangre asomaba por debajo del costado de Gásar y su cara no tenía buen aspecto.
- Gásar, - dijo Erin acercándose a su amigo – ¿qué tal te encuentras?
Gásar abrió los ojos al oír la voz de Erin y trató de sonreír como podía.
- Bien, estoy bien. Llévame a un lugar tranquilo, necesito un poco de paz.
Erin tomó las riendas de los caballos que tiraban de la carreta e invitó al soldado Iriano a subir a la misma. Avanzaron lentamente entre las calles y pronto llegaron a los jardines del Templo de Lithien. Allí bajaron a Gásar de la carreta y lo recostaron sobre un grueso roble, después de meter unas mullidas pieles de oveja entre su espalda y la corteza del árbol. Tras unos segundos de silencio, Gásar volvió a hablar:
- ¿Has visto, Erin? Las Grandes Hayas comienzan ya a desnudar sus ramas para recibir al frío invierno. Habrá que recoger las primeras hojas caídas para ofrecérselas a los dioses, sinó la cosecha no será buena el año siguiente…
Sin duda Gásar confundía al árbol con uno de los cuatro que hasta hace pocos días se erguían orgullosos en el centro de su ciudad natal. El soldado Iriano que los había acompañado miró a Erin con un gesto de complicidad y le pidió que siguiese el juego a Gásar.
- En la primavera recogeremos los primeros brotes de flores y adornaremos las hayas con ellos, organizaremos la mayor de las celebraciones. Me gustaría que acudieses junto a Gílam, y trae también a tu pequeño, le enseñaré muchas cosas nuevas…
Después Gásar calló. Sus músculos se relajaron y su torso dejó de moverse al ritmo acompasado de la respiración.
Los dos hombres llevaron a Gásar hacia la gran pira funeraria instalada en la ciudad seguidos por dos largas hileras de soldados Irianos. Estos pasaron uno por uno a despedirse de su comandante antes de arrojar su cuerpo a las llamas mientras gritaban su nombre con orgullo.
- Vuelve a la tierra en la que fuiste creado, Gásar de Iriana. Que los dioses acojan tu alma con calidez.- dijo el lugarteniente Iriano.
Erin permaneció en el lugar honrando a los soldados caídos durante aquella jornada, hasta que el valiente Iriano se acercó a él.
- Podéis partir si queréis. – dijo Erin – Mis hombres os conducirán tras las Torres de Tevunant a través de las galerías. Ya habéis hecho bastante por esta ciudad.
- Perdimos nuestro hogar ante Marduk. – respondió el Iriano – Fue deseo de Gásar el venir a Alisa y nosotros le seguimos sin dudarlo. Él nos dijo que esta era ahora nuestra casa y en ella fuimos acogidos como amigos. Los Irianos te ofrecemos nuestra espada, Erin de Alisa, te ruego que la aceptes.
Erin se sintió halagado por la sinceridad del Iriano.
- ¿Cómo te llamas, soldado?
- Mi nombre es Zoldan.
- Bien Zoldan, es un honor para Alisa que unos hombres valerosos como vosotros la defendáis en estos momentos tan amargos. Además, no nos sobran los guerreros diestros con la espada. Os agradezco que hayáis decidido permanecer aquí, me encargaré personalmente de que seáis acomodados en las mejores condiciones que sean posibles.
Tras implorar a los dioses por las almas de los muertos en el combate Erin se dirigió a la ciudadela, donde Maia esperaba impaciente su llegada. Lo había visto llegar junto a sus jinetes y ya estaba más calmada. Se abrazaron en cuanto Erin cruzó el vestíbulo y permanecieron así unos segundos.
- Espera a que me quite la armadura. – dijo Erin con suavidad – Te mancharás de sangre.
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