Miedo a la oscuridad

El ejército de Marduk llevaba cinco días tratando de tomar las inexpugnables murallas de Alisa, y cinco noches infernales defendiéndose del constante acoso de los Gárgol. En esos cinco días los Khúnar habían conseguido varias veces hacerse fuertes en algunos puntos sobre los muros, pero el caballero del penacho blanco y el bisonte negro, que era como los hombres de Marduk llamaban a Erin y a Góntar, hacían aparición en el momento preciso obligándoles a retroceder si no querían ser muertos. Incluso las tropas de élite de Marduk, obligadas a luchar por lo complicado de la situación, habían sido rechazadas en todas las ocasiones en las que habían accedido a la parte superior de la muralla.

Las torres provistas de arietes habían golpeado con escaso éxito las formidables defensas de la ciudad durante los primeros tres días, pero al cuarto día de batalla comenzaron a aparecer las primeras fisuras en la cara exterior de la muralla.

Los Khúnar también trataban de debilitar los cimientos de los muros mediante el trabajo de los sacrificados zapadores, hombres que cavaban túneles bajo el muro, y que tras introducir leña empapada con un denso líquido inflamable le prendían fuego con la esperanza de resquebrajar su base.

Al observar con desaliento el lentísimo y agotador trabajo de demolición de las defensas externas, Marduk ordenó intensificar el ataque a las cuatro puertas que daban acceso al interior de la ciudad.

Desde lo alto del muro Góntar pudo ver que el Hombre de Hielo, el fornido pelirrojo al que se había enfrentado durante la primera noche, era el encargado de dirigir a los Khúnar que trataban de derribar los gruesos portones.

También Erin pudo identificar a algunos de los guerreros que dirigían a los Alacranes, las tropas de élite de Marduk, como por ejemplo los dos ágiles Khúnar que eran idénticos el uno al otro y que tantos problemas creaban cuando tomaban el muro junto a sus hombres. Erin había intentado llegar hasta ellos varias veces, pero rehuían el combate escapando a través de las escalas antes de que el Alisio llegara a su par acompañado por su séquito personal de duros y temerarios combatientes seleccionados de entre los mejores.

Otro arma había hecho aparición entre las filas de los atacantes. Se trataba de unos enormes arcos de madera que, posados en el suelo, escupían unas flechas de tal envergadura que atravesaban con facilidad el escudo y la coraza del hombre que encontraban en su camino. Afortunadamente para los Alisios, estos arcos eran fáciles de localizar a simple vista y así era más sencillo prevenirse ante su mortal ataque.

Durante la mañana del sexto día, tras otra agotadora noche en la que fueron pocos los que habían conseguido conciliar el sueño durante al menos dos horas seguidas, los Khúnar intensificaron el ataque a las puertas de la ciudad. Los Alisios, conscientes de que los Khúnar las derribarían a no mucho tardar, reforzaron su estructura con madera y metal e incluso las tapiaron en su lado interno.

Erin tuvo claro desde antes del amanecer que sería la de aquella noche la última vez que los Alisios atravesaran esas puertas. Los Khúnar las tomarían durante el día y a partir de ese momento el combate tendría lugar en las calles de la ciudad. Durante el mediodía, sus sospechas fueron confirmadas por el estridente sonido de las tubas. Las de la puerta Oeste y las de la Puerta de Diobel sonaron casi al unísono. Góntar acudió a esta última mientras Erin se dirigía al oeste.

Apostado junto a un millar de Alisios tras la Puerta de Diobel, Góntar vio cómo la cabeza metálica de un ariete atravesaba el muro de contención erigido horas antes por los Alisios. Ordenó a los honderos y a los arqueros que se preparasen para la descarga y esperó pacientemente a que los Khúnar retirasen el ariete para entrar. Sobre la puerta, soldados Alisios esperaban apostados sobre la Torre de Diobel a que el enemigo surgiese bajo ellos para hacer caer el aceite hirviendo y las piedras que tenían preparadas. El ariete golpeó varias veces más hasta que el improvisado muro cedió a su empuje y cayó desmoronado en miles de piezas sueltas.

Los soldados Khúnar aparecieron entre el polvo que se había levantado. Hastiados de golpear sin suerte las puertas durante más de cinco días, entraron en la ciudad con las fuerzas renovadas. Los primeros en entrar cayeron ante la descarga de flechas y bolas de plomo, pero estas no eran suficientes para acabar con la marabunta de hombres que corría hacia los Alisios, a quienes consideraban culpables del cansancio y la rabia que se acumulaba en su interior.

El aceite y las piedras desorganizaron y contuvieron la entrada de los Khúnar, momento que fue aprovechado por Góntar. Los Alisios cargaron con furia contra los asaltantes percutiendo con la fuerza de un oso. Se estableció una lucha encarnizada por el control de la puerta, que ardía en llamas oscureciendo el túnel de entrada para los Khúnar. En un primer momento pareció que estos harían ceder a los Alisios con su empuje, pero la figura de dos enormes guerreros que despedazaban hombres en su avance hizo titubear a muchos de los que entraban. Góntar y Váhlak peleaban codo con codo haciendo que la línea de contención Alisia fuera tan inexpugnable como los muros de su ciudad. Los Alisios formaron un arco cóncavo con su primera línea de defensa rodeando a los Khúnar que entraban en la ciudad, haciendo que aquellos que atravesaban la humareda encontraran un panorama poco halagüeño en su frente. Poco a poco los Alisios avanzaban hacia la puerta, cerrando el hueco que hasta entonces habían ocupado las tropas de asalto Khúnar, pero su labor se hizo más dificultosa cuando los Alacranes hicieron aparición. Eran comandados por el guerrero del pelo rojo, quien abatió con su espada a dos hombres nada más entrar. Góntar cargó contra su posición en cuanto lo vio y el Khúnar lo esperó con avidez, lanzando un poderoso mandoble que el Alisio detuvo sin dificultad con su escudo. Los duros golpes entre los dos hombres se sucedieron hasta que Váhlak desequilibró la contienda posicionándose al lado de Góntar. El Khúnar, viendo que era demasiado osado enfrentarse a los dos Alisios a la vez, retrocedió y se perdió entre sus hombres.

-         Ese iba a por ti Góntar, he visto cómo buscaba tu posición con su mirada de águila durante estos días.

-         Lo sé, Váhlak, también yo me había dado cuenta, y no le será difícil dar conmigo ya que también él es mi objetivo. Dirige a sus hombres con bravura y ha hecho caer a muchos de los nuestros con su espada!

En el lado Oeste de la muralla, los Khúnar hacían que el grueso portón saltase en astillas con un ariete de doble cabeza. Entraron gritando en honor a sus dioses y cayeron directamente en la trampa que Erin había preparado. Este mandó formar en forma de cono, abriendo la parte más ancha hacia la puerta. Los Alisios, armados con largas picas, atravesaban a los Khúnar que entraban entre las punzantes paredes del cono sin darles apenas opciones de defenderse. Se mantuvieron así hasta que los laterales de la puerta se derrumbaron, cediendo sobre los túneles que los zapadores habían excavado en los últimos días bajo la muralla. Erin ordenó romper la formación y estableció varias líneas que esperarían en suelo llano a los Khúnar que ya bajaban trastabillando entre los montones de piedra caída. Los Alisios empuñaron la espada y siguieron a su comandante cuando vieron que este avanzaba con decisión al encuentro del enemigo. Erin lanzó su pica atravesando al primer Khúnar que corrió hacia él y acabó con tres más tras desenvainar la espada. Un cuarto hombre envió un mandoble descendente hacia su cabeza, pero Erin lo esquivó girando hacia un lado y clavó la espada en el costado mal protegido del Khúnar. Dos soldados más atacaron su posición coordinando su ataque, Erin paró el mandoble del primero con el escudo y el del segundo con la espada sin retroceder un paso, después golpeó a uno de ellos con el escudo rompiéndole varios dientes y al segundo le propinó una patada en la boca del estómago antes de fracturarle el cráneo con la empuñadura de su espada.

Los cascos y las rudimentarias corazas de cuero de los Khúnar facilitaban el trabajo a los Alisios además de permitir que las espadas de estos aguantasen más tiempo sin ser melladas. Aún así, las armas tenían que ser reemplazadas cada cierto tiempo. Para ello, en el interior de la ciudad se habían establecido decenas de herrerías donde las espadas eran afiladas y volvían a ser llevadas al campo de batalla por los jóvenes y las mujeres, quienes también llevaban agua, miel y vendajes de tela.

Así, los Alisios también taponaron la entrada de los Khúnar por el lado Oeste, pero al poco tiempo las tubas comenzaron a sonar sobre la muralla, aproximadamente a un estadio a la izquierda de la posición donde se encontraba Erin. Dos torres, provistas cada una de tres pisos con arietes, horadaban la piedra a pasos agigantados, y ya comenzaban a hacer caer cascotes en el lado interior del muro. Este resistió durante casi una hora más, pero acabó cediendo al golpeteo rítmico de los arietes. La brecha permitió la entrada de una nueva oleada de Khúnar, quienes corrían con sus espadas en alto profiriendo insultos y amenazas contra los Alisios que les esperaban en el interior. Pronto comprendieron porqué la falange no cargaba contra ellos. Desde un lateral, la caballería de Janti barrió sus primeras líneas. Muchos de los Khúnar formaron una gruesa línea de defensa armados con largas picas, pero para su sorpresa los Irianos, dirigidos por Zoldan, salieron a galope tendido desde un callejón barriéndolos como si fueran migas de pan dispersas por el suelo. Era hora de que la infantería pesada actuase y la falange avanzó a paso ligero contra los Khúnar atrapados por dos flancos de caballería.

Desde lo alto de la muralla, los Alisios habían conseguido prender fuego a las dos torres de asalto, y sus restos ardientes bloquearon la entrada de más Khúnar a través de la brecha. Los soldados que habían accedido al interior de la ciudad, aislados de todo contacto con el exterior, quedaron a merced de los implacables Alisios.

En el transcurso de las siguientes horas los Khúnar siguieron tratando de tomar lo alto de los muros, y no cedieron en su empuje contra los Alisios que defendían las puertas y las partes de muralla derrumbadas. Derribaron también la puerta Norte, donde Bram les hizo frente seguido por más de mil quinientos soldados Alisios.

Un informador llegó a la posición de Erin montado a lomos de un veloz caballo alazán, portando nuevas sobre la situación de las defensas a lo largo de la muralla. Erin dejó la línea frontal y retrocedió hasta donde el joven jinete, con evidentes signos de nerviosismo e impaciencia, esperaba protegido tras su escudo para evitar que una flecha perdida pudiese alcanzarlo.

-         Se están haciendo fuertes en varios puntos sobre la muralla, señor. Góntar resiste ante la Puerta de Diobel y Bram ha taponado las brechas en la cara Norte, pero para ello han tenido que echar mano de muchos hombres y nos está siendo difícil resistir sobre los muros.

Erin no cambió la expresión de su cara al oír las palabras del muchacho, ya que lo acontecido en las últimas horas no era más que lo esperado.

-         Escucha, soldado, galopa como si los demonios te persiguiesen y coordina una retirada a las calles de la ciudad. Ordena que las tubas suenen en cuanto yo haga sonarlas aquí. No podemos arriesgarnos a que rompan nuestra línea de defensa y puedan rodearnos, debemos evitar a toda costa que tomen las calles. ¡Vamos, corre!

-         ¡Sí, señor, y que la fortuna nos acompañe!

-         Hace tiempo que esta nos abandonó, muchacho, pero nuestro coraje permanece aún intacto, recuérdalo y cumplirás bien tu cometido.

El muchacho espoleó a su caballo y se perdió entre las calles ante la mirada de Erin, quien volvió a primera línea con sus hombres tras coger algunas provisiones que le acercaron dos chicas jóvenes.

Aproximadamente media hora después, y como Erin había ordenado, decenas de tubas sonaron juntas elevando su tono por encima del de las miles de armas que chocaban entre sí. Los primeros en retrasar sus posiciones fueron aquellos que ocupaban la muralla y las torres de la misma, algunos de los cuales estaban ya en serios apuros ante la nueva oleada de Khúnar que Marduk había enviado. Una vez el muro se despejó de Alisios, miles de arqueros se apostaron bajo él evitando que el enemigo pudiese continuar su avance y dificultase la reorganización de la falange. Los Alisios retrocedieron entre las calles y los Khúnar terminaron de tomar el muro. Tras varias horas de lucha, una relativa calma envolvió el campo de batalla.

Marduk no tardó en aparecer, ataviado con su armadura realizada totalmente con colmillos de jabalí. Ascendió al muro a través de una de las torres de asalto que había en el exterior y mandó llamar a sus lugartenientes.

Cuando Rávnar y Thoron llegaron a su encuentro caminando sobre la muralla, vieron una imagen que ya era más que habitual en las reuniones de comandantes. Marduk, flanqueado por los Hurones y el Hombre de Hielo, escuchaba el debate entre dos de sus generales. Kyrain, cabecilla y señor de las tropas de asalto Khúnar, discutía acaloradamente con un hombre ataviado con una elegante coraza de piel de zorro y un escudo de madera chapado en oro. Rávnar quiso hacer un comentario acerca de lo ridículo que sería ver a un hombre armado de tal guisa enfrentándose a un Alisio cubierto totalmente de bronce, pero observó en la irónica mirada de Thoron que este se había percatado de lo mismo.

-         Entrar en esos estrechos callejones ahora, con los Alisios perfectamente organizados y conocedores de cada recodo, sería un absoluto desperdicio de fuerzas. ¡Debemos asegurar nuestra permanencia en las defensas exteriores que tanto nos has costado tomar y esperar a que lleguen los refuerzos! – decía airadamente el elegante Khúnar.

-         ¿Esperar aquí? – respondió Kyrain haciendo gestos de no comprender en absoluto lo que aquel hombre decía – No debemos darles cuartel, hay que diezmarlos antes de que llegue la noche, ya tendremos tiempo de estar sobre estos muros cuando los Túgmot nos ataquen. Si atacamos la ciudad por cada uno de los callejones les será imposible evitar que pronto tomemos el centro. Además, ¿qué debemos temer si el rey ha puesto a funcionar a toda su maquinaria de guerra, cuando sus mejores hombres luchan a nuestro lado?

-         No lo veo claro, Kyrain, esos perros Alisios han entrado a todo correr en su ciudad y no veo a ninguno desde aquí, creo que esperan a que ataquemos y luchemos en espacios reducidos. – respondió el Khúnar con inseguridad.

-         ¿A qué van a esperar sino a la puesta del sol, cuando tendrán el apoyo de las bestias del averno? - Exclamó Kyrain irritado – ¡Acabemos ahora con ellos, y si tanto temes a la muerte observa desde aquí cómo los Alacranes desatan toda la furia del rey sobre los Alisios! ¡Por lo que a mí respecta me tranquiliza saber que semejante fuerza lucha a mi lado! ¡Aplastemos el frágil orgullo de esos Alisios!

Marduk se sintió reforzado en su decisión de continuar el ataque al ver que uno de sus hombres más carismáticos le prestaba su apoyo incondicional, y golpeando el suelo con su báculo para hacer callar las voces que apoyaban a uno y discrepaban del otro sentenció:

-         La historia no la escriben los que permanecen a la espera de los acontecimientos, sino aquellos que toman la iniciativa para precipitarlos. Disponedlo todo para el ataque.

Cada general regresó a su puesto y preparó a sus hombres para el inminente avance hacia la ciudad. Thoron observó el gesto de preocupación de Rávnar y se acercó a él.

-         ¿Qué sucede, Rávnar?

-         ¿Has visto la estructura externa de esas casas? Gruesos muros dan la cara hacia el exterior sin mostrar puertas ni ventanas. Solo podemos entrar por esos estrechos callejones.

-         La lucha será cruenta. La ciudad es algo así como un segundo anillo amurallado, tanto o más inexpugnable que las defensas externas. Dispón a tus hombres para la lucha y…- bajó el volumen de su voz – no los expongas demasiado, Rávnar, procura que estén lejos de las situaciones más peligrosas. Y sobre todo cuida de tu propia cabeza, esta noche te llevaré de paseo.

-         ¿De paseo? – preguntó Rávnar, pero Thoron se alejaba ya para formar ante sus soldados – Te gusta eso de ser tan enigmático. ¿No, Thoron?

Sin apenas tiempo para descansar, Los Khúnar se prepararon para el asalto de las calles de la ciudad. En el lado este, las tropas de Kyrain se disponían a avanzar a través de la ancha avenida que se dirigía hacia el Templo de Lithien. Tensos como cuerdas de arco, caminaron varios metros entre las dos hileras de figuras de dragones que los flanqueaban, temerosos de que los reptiles cobrasen vida como los Túgmot y los envolviesen en las llamas que según los mitos nacían del fondo de sus gargantas. De pronto, el fondo de la avenida fue ocupado por cientos de soldados Alisios que salían de los laterales. Caminaban en perfecto orden, armados con la temible sarisa, y crearon una falange perfecta que ocupaba todo el ancho de la calle. En el lado derecho de la misma, el guerrero del penacho blanco arengaba a sus hombres. Las primeras líneas de la falange hicieron descender sus sarisas apuntándolas hacia el frente.

Las tropas de asalto Khúnar detuvieron su avance cuando vieron que el peligro real se encontraba delante y tenía forma de temible guerrero Alisio. Algunas voces que discrepaban del plan de actuación comenzaron a sonar entre los hombres.

-         Otra vez a abrir el camino a los Alacranes…- decía un soldado.

-         Ahí está su falange. – dijo otra voz a su lado – Y el maldito guerrero del penacho blanco, si por lo menos esos puercos no fuesen tan duros… ¡Será como chocar de frente contra un muro!

-         No podemos entrar por ahí. – dijo el comandante de la sección – Hablaré con Kyrain y pediré refuerzos.

El Khúnar replegó a sus hombres y se dirigió hacia Kyrain. Este mandó llamar a uno de los jefes de sección de los Alacranes, y tras discutir con él durante varios minutos acordaron que lo mejor sería un ataque frontal de la caballería.

Los jinetes hicieron aparición en pocos minutos y formaron al inicio de la avenida. A sus lados, cientos de arqueros Khúnar tomaron posiciones en los tejados de las casas y  comenzaron a avanzar colocando rampas de un techo a otro. Las casas eran más altas a medida que caminaban y vieron que pronto sería imposible acceder al techo de las más altas, que se encontraban poco antes de donde los Alisios habían tomado posiciones.

El comandante de la caballería Khúnar dio la orden de ataque y los jinetes salieron a galope tendido hacia el armazón cubierto de púas que les esperaba unos estadios al frente.

Sobre los tejados, los Khúnar tensaban sus arcos cuando vieron cómo una de las paredes de madera del edificio que tenían delante caía hacia ellos creando una ancha rampa, de donde decenas de Alisios corrieron hacia ellos protegidos por los proyectiles que sus compañeros disparaban desde una posición más retrasada. Cayeron como un mazo sobre los Khúnar, cuya única vía de escapatoria eran las estrechas e insuficientes rampas colocadas en su retaguardia.

Debajo, la caballería Khúnar recorría los últimos metros que la separaba de la falange Alisia. Erin gritaba para infundir valor a sus hombres.

-         ¡Apoyad la parte posterior de la sarisa en las ranuras del adoquinado! ¡Resistid el primer golpe y luego serán nuestros!

El tremendo choque hizo saltar por los aires tanto a jinetes como a las primeras líneas de la falange. Desde los tejados, donde los arqueros Khúnar habían sido barridos, los honderos Alisios cubrían el cielo con una lluvia de bolas de plomo que desgarraba la carne de los Khúnar.

-         ¡Avanzad! – gritó Erin, a quien un soldado dio una nueva sarisa que reemplazase a la que se había partido. -¡Avanzad y saquémoslos de nuestras calles!

Los Alisios rugieron mientras corrían hacia una caballería que había quedado atrapada entre las paredes de los edificios y los caballos que retrocedían desbocados tras ser azuzados por las puntas del erizo que avanzaba hacia ellos. Muchos jinetes cayeron de sus monturas, y el resto escapó pasando por encima de las tropas de asalto que esperaban la orden de ataque al inicio de la avenida.

Miles de Khúnar más habían comenzado ya a invadir las estrechas calles de la periferia de la ciudad sin encontrar resistencia alguna. Avanzaban con cautela y a su paso ocupaban las calles transversales. Uno de ellos levantó el brazo y mandó callar a sus hombres. Había oído algo, un rítmico golpeteo que se acercaba desde el frente y que se oía cada vez más cerca. Los Khúnar apuntaron con sus arcos hacia delante y los de las líneas posteriores alzaron sus espadas prestos para el ataque.

Pasos. Pasos de millares de pies que martilleaban el suelo creando un sonido atronador que envolvió a los Khúnar en una terrorífica incertidumbre. Los Alisios, en pequeñas formaciones que ocupaban todo el ancho de los callejones, cargaron repentinamente contra los Khúnar. Muchos fueron atravesados por las sarisas mientras trataban de retroceder, impotentes al ver que los arqueros apostados sobre los tejados bastante tenían con defenderse de otras flechas que otros Alisios, parapetados tras partes de tejado que se levantaban para dejarles salir y al mismo tiempo les cubrían, les disparaban con diabólica puntería.

Peor suerte corrieron los Khúnar que habían entrado a los callejones laterales, quienes se vieron pronto en una encerrona mortal creada por Alisios que les atacaban por ambos lados.

Desde la muralla, Marduk asistía con los ojos inyectados en sangre a la retirada de sus tropas. Los hombres salían de entre las calles por centenares, escapando como los conejos del corral cuando entra el amo, incluso habiendo abandonado sus armas en el camino.

-         Quemadla. – dijo con voz queda – Quemad la ciudad. Quizá puedan detener el avance de mis hombres, pero no el de las llamas.

Arqueros Khúnar se armaron con flechas incendiarias en todo lo largo de la muralla, y comenzaron a disparar contra los tejados y las partes de madera de las casas, que ardían con rapidez.

Apenas faltaban dos horas para el anochecer cuando los tejados y los esqueletos de madera de los edificios de la periferia comenzaron a rendirse frente al creciente crepitar del fuego. Poco después las paredes se derrumbaban, bien espontáneamente o bien empujadas por soldados Khúnar. Con los tejados de las casas ardiendo y libres de arqueros Alisios, Marduk volvió a ordenar a sus hombres que atacasen. Él bajó de los muros acompañado por los Hurones y se dirigió en un carro hacia el campamento, a tiempo de ocultarse antes de que la noche hiciese despertar a los Gárgol.

Miles de Khúnar volvieron  a penetrar en las calles de la ciudad, prendiendo fuego a todo cuanto podían antes de encararse a los Alisios que esperaban en el interior. El sonido metálico del choque de las armas volvió a invadir las calles de la ciudad cuando Góntar, empuñando su hacha de combate, derribó a dos Khúnar que trataban de abrir una ventana para lanzar sendas antorchas con las que prender fuego al edificio. Varios Khúnar más corrieron hacia él blandiendo sus espadas pero Váhlak cayó sobre ellos seguido por un puñado de valerosos guerreros ávidos de sangre Khúnar. Aunque los hombres de Marduk los superaban en número, los Alisios no cedían ante su empuje. Góntar y Váhlak volvieron a luchar codo con codo creando un muro infranqueable ante el que los soldados Khúnar caían sin remedio.

En cada lugar de la ciudad, en cada calle, plaza o azotea los Alisios resistían con valor al ataque de los Khúnar, quienes contaban con desesperación la ingente cantidad de almas con las que tenían que contentar a sus dioses por cada palmo de terreno conquistado.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top